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A Corazón de Fuego se le erizó el lomo de espanto. ¿Cómo podía ser tan estúpido Látigo Gris? Estaba quebrantando todas las normas del código guerrero al reunirse con aquella gata de otro clan.

—¡Látigo Gris! —bufó, saliendo de entre los arbustos.

Los dos gatos grises se volvieron de golpe para enfrentarse a él. Corriente Plateada agachó las orejas de furia. Látigo Gris se limitó a mirarlo fijamente, sorprendido.

—¡Me has seguido!

Corazón de Fuego pasó por alto su maullido de asombro.

—¿Qué estás haciendo? ¿Es que no sabes lo peligroso que es esto?

—No pasa nada —respondió Corriente Plateada—. No vendrá otra patrulla por aquí hasta la puesta de sol.

—Claro, y tú estás segura de eso, ¿no? ¡Como si pudieras saber todos los movimientos de tu clan!

Corriente Plateada levantó la barbilla.

—De hecho, lo sé. Mi padre es Estrella Doblada, el líder del Clan del Río.

Corazón de Fuego se quedó paralizado, y luego le espetó a Látigo Gris:

—¿A qué estás jugando? No podrías haber elegido peor.

Su amigo lo miró a los ojos un instante, y después se volvió hacia Corriente Plateada.

—Será mejor que me vaya —maulló.

Ella parpadeó despacio y alargó la cabeza para tocarle la mejilla. Los dos cerraron los ojos y permanecieron inmóviles un momento. Corazón de Fuego los observó con un hormigueo de alarma en las zarpas. Corriente Plateada susurró algo al oído de Látigo Gris, y luego se separaron. La gata alzó la cabeza y miró desafiante a Corazón de Fuego antes de volver a meterse en el río.

Látigo Gris se puso en marcha al lado de su amigo. No hablaron mientras salían corriendo del territorio del Clan del Río y dejaban atrás las Rocas Soleadas. Al acercarse al campamento, Látigo Gris redujo el paso.

Corazón de Fuego también bajó el ritmo.

—Tienes que dejar de verla —dijo resollando. Ahora que estaban lejos de la frontera su pánico había disminuido, pero seguía furioso.

—No puedo —replicó su amigo con voz ronca. Tosió entre jadeos.

—No lo comprendo. En estos momentos, el Clan del Río es completamente hostil al nuestro. Ya oíste a Leopardina tras la muerte de Garra Blanca —añadió con una mueca, sabiendo que a Látigo Gris le dolería ese recordatorio—. ¿Cómo sabes siquiera que puedes confiar en esa gata?

—No conoces a Corriente Plateada —bufó, y se detuvo para sentarse. Tenía los ojos vidriosos de pesar—. Y no hace falta que me recuerdes lo de Garra Blanca. ¿Crees que me resulta fácil saber que soy el responsable de la muerte de uno de los compañeros de clan de Corriente Plateada?

Corazón de Fuego resopló con impaciencia; Garra Blanca era un guerrero enemigo, no un compañero de clan. Pero Látigo Gris continuó:

—Corriente Plateada comprende que fue un accidente. La quebrada no era sitio para una batalla. ¡Podría haber caído cualquier gato!

Corazón de Fuego se puso a dar vueltas cuando su amigo empezó a lamerse para eliminar el aroma de la gata de su pelaje.

—¡No importa lo que piense Corriente Plateada! ¿Qué pasa con tu lealtad al Clan del Trueno? —quiso saber—. ¡Estás quebrantando el código guerrero al verte con ella!

Látigo Gris dejó de lavarse.

—¿Crees que no lo sé? —siseó—. ¿Acaso dudas de mi lealtad al clan?

—¿Qué voy a pensar si no? No puedes ver a Corriente Plateada sin mentirle al clan. ¿Y si tuviéramos que luchar contra su clan? ¿Has pensado en eso?

—Te preocupas demasiado. Eso no sucederá. Ahora que Estrella Rota se ha ido y el Clan del Viento ha regresado a casa, los clanes estarán en paz.

—Pues el Clan del Río no parece estar actuando muy pacíficamente —señaló Corazón de Fuego—. Ya sabes que han estado cazando en las Rocas Soleadas, que son territorio nuestro.

—Han estado cazando en las Rocas Soleadas desde antes de que yo naciera —se burló Látigo Gris, retorciéndose para lavarse la base de la cola.

Corazón de Fuego continuó paseándose. Su amigo parecía no comprender lo que estaba haciendo.

—Vale. ¿Y si te atrapa una patrulla?

—Corriente Plateada no permitirá que eso ocurra —respondió su amigo entre lametones a su poblada cola.

—Por el amor del Clan Estelar, ¿es que no estás ni un poquito preocupado? —estalló Corazón de Fuego, exasperado.

Látigo Gris dejó de lavarse y miró a su amigo.

—No lo entiendes, ¿verdad? El Clan Estelar debió de planear esto. Mira, Corriente Plateada quiere verme… incluso después de lo que le pasó a Garra Blanca. Compartimos los mismos pensamientos; es como si hubiéramos nacido en el mismo clan.

Corazón de Fuego lo dio por irrecuperable.

—Vamos —maulló con voz espesa—. Será mejor que regresemos al campamento antes de que alguien te eche de menos.

Látigo Gris se levantó. Hombro con hombro, avanzaron juntos hasta lo alto del barranco y miraron hacia abajo, al campamento. Una sola idea resonaba en el cerebro de Corazón de Fuego: ¿cómo podría Látigo Gris amar a la hija de Estrella Doblada y permanecer fiel al Clan del Trueno?

Lanzó una mirada a su amigo, y empezaron a bajar la pendiente que los llevaba a casa. Entraron en el campamento por el mismo lugar que habían salido. Corazón de Fuego contuvo la respiración mientras se abría paso por el muro vegetal, enfadado con Látigo Gris por tener que actuar como un furtivo. Le dio un vuelco el corazón cuando, al doblar la esquina de la maternidad, vieron que Tormenta Blanca se dirigía hacia ellos.

—Látigo Gris, deberías estar descansando en vez de dando vueltas por ahí —advirtió el guerrero—. Ese catarro tuyo ya ha empezado a propagarse. ¡No queremos que llegue a la maternidad!

Látigo Gris asintió y se encaminó a la guarida de los guerreros. Corazón de Fuego sacudió las orejas de nerviosismo cuando Tormenta Blanca se volvió hacia él.

—¿Y tú? ¿No deberías estar entrenando a tus aprendices?

—He vuelto para que Fauces Amarillas me dé algo para el dolor de barriga —masculló.

—Bien, pues ve a verla —repuso Tormenta Blanca—. Y en cuanto hayas acabado, haz algo útil y caza algo de carne fresca. Estamos en la estación sin hojas; ¡no podemos tener guerreros jóvenes haraganeando por el campamento sin hacer nada!

—Sí, Tormenta Blanca.

Dio media vuelta, aliviado por librarse de más preguntas, y corrió al refugio de Fauces Amarillas.

La vieja curandera estaba atareada mezclando hierbas. Tenía varios montones de hojas delante. El joven se quedó observándola un momento sin hablar. Se sentía triste, agotado tras la discusión con Látigo Gris, y no pudo evitar pensar que ojalá estuviese allí Jaspeada mezclando hierbas, en lugar de Fauces Amarillas.

La curandera levantó la vista.

—Mis reservas están disminuyendo —dijo—. Quizá necesite ayuda para reabastecerme.

Corazón de Fuego no contestó. Estaba preguntándose si debería confiarle sus inquietudes sobre Látigo Gris cuando ella interrumpió sus pensamientos.

—Parece que en el campamento hay gripe —gruñó la gata, empujando con impaciencia una hoja seca—. Dos casos esta mañana.

—¿Zarpa Rauda?

La vieja curandera negó con la cabeza.

—Zarpa Rauda sólo está resfriado. Se trata del cachorro de Cola Pintada y de Centón. De momento no es grave, pero debemos concentrarnos en fortalecer al clan. La estación sin hojas siempre trae la amenaza de la neumonía.

Corazón de Fuego comprendió la preocupación de Fauces Amarillas. Ella volvió a alzar la mirada.

—¿Qué quieres?

—Oh, nada; sólo tengo dolor de barriga, pero no importa si estás ocupada.

—¿Es muy fuerte?

—No —admitió el joven guerrero, incapaz de mirarla a los ojos.

—Pues entonces vuelve cuando lo sea.

La curandera continuó con sus mezclas. Corazón de Fuego se volvió para marcharse, pero Fauces Amarillas le dijo:

—Asegúrate de que Látigo Gris se queda en el dormitorio, ¿lo harás? Es un guerrero muy fuerte; si estuviera descansando, a estas alturas ya habría mejorado de su catarro.

Corazón de Fuego sacudió la cola nerviosamente. ¿Había adivinado Fauces Amarillas que Látigo Gris estaba escapándose del campamento? Esperó, con el corazón desbocado, por si la gata decía algo más, pero la vieja estaba concentrada de nuevo en sus hierbas, de modo que se marchó en silencio.

Estaba oscureciendo y sabía que le quedaba poco tiempo para cazar. Atrapó rápidamente una musaraña, un pinzón y un ratón, pero vaciló antes de regresar al campamento. Sus temores por Látigo Gris se le antojaban más importantes que lo que pudiera decirle Tormenta Blanca si no añadía algo al montón de comida a tiempo. Tomó una decisión: si Látigo Gris no atendía a razones, quizá lo hiciera Corriente Plateada.

Dejó sus presas bajo la raíz de un árbol y las cubrió con hojas. Por segunda vez en el mismo día, volvió a las Rocas Soleadas. La lluvia que había estado amenazando toda la jornada empezó a caer por fin. El agua golpeaba firmemente los helechos cuando Corazón de Fuego bajó la oscura ladera hacia el río.

Incluso con la lluvia, le resultó fácil encontrar el rastro de la gata. Lo siguió hasta donde había descubierto a la parejita. Se acercó a la orilla sigilosamente. Las negras aguas corrían turbulentas, y Corazón de Fuego sintió un escalofrío. Su pelaje no contaba con la protección oleosa para el agua que tenían los gatos del Clan del Río, y la estación sin hojas no era una buena época para remojones.

De repente, se quedó paralizado. ¡Olía a guerreros del Clan del Río!

Se agazapó para mirar a la otra ribera. Vio a Corriente Plateada abriéndose paso entre las ramas colgantes de un sauce. La seguían dos gatos de su clan. Uno de ellos, un guerrero de omóplatos enormes y las orejas destrozadas por mil batallas, olfateó el aire recelosamente y miró alrededor.

Corazón de Fuego sintió que la sangre le rugía en los oídos. ¿Habría captado su olor?