Cuando el sol empezó a ponerse en el bosque, Corazón de Fuego estaba esperando junto al pino donde Carbonilla había enterrado su primer lote de presas. Oyó pisadas, y al volverse vio que los dos aprendices se dirigían hacia él. Ambos traían piezas colgando de la boca. Fronde apenas podía con la suya, de tan grande que era. El mentor sintió una oleada de alivio, ni siquiera Garra de Tigre podría criticar los esfuerzos de los aprendices.
—Os ayudaré a cargar con esto —se ofreció, retirando la capa de agujas de pino del escondrijo de Carbonilla.
Desenterró las capturas, las tomó entre los dientes y se encaminó de vuelta al campamento.
Cuando llegaron al claro del campamento, algunos gatos ya estaban recogiendo su parte del montón de carne fresca. Garra de Tigre debía de estar aguardando su regreso, pues se les acercó en cuanto dejaron sus presas al lado del resto.
—¿Han cazado todo esto ellos solos? —inquirió, empujando la pila de piezas con su enorme zarpa.
—Por supuesto —respondió Corazón de Fuego.
—Bien. Ven a reunirte conmigo y con Estrella Azul. Tráete algo de carne; nosotros ya estamos comiendo.
Los aprendices contemplaron a Corazón de Fuego con admiración: era un privilegio comer con la líder y su lugarteniente. Sin embargo, el joven guerrero no compartía su emoción, pues había esperado poder informar a solas a Estrella Azul. Lo último que deseaba era comer junto con Garra de Tigre.
—Por cierto, ¿has visto a Látigo Gris? —preguntó el lugarteniente—. Se supone que debe permanecer en el campamento mientras esté resfriado, pero no lo he visto desde que el sol estaba en lo más alto.
Corazón de Fuego sintió cierta inquietud y movió las patas. ¿Látigo Gris habría ido de nuevo en busca de paz y tranquilidad?
—No, no lo he visto —admitió—. A lo mejor está con Fauces Amarillas.
—A lo mejor —repitió Garra de Tigre, y se marchó a donde estaba Estrella Azul, comiéndose una rolliza paloma.
Corazón de Fuego lo siguió, tratando de sofocar su creciente inquietud por las desapariciones de Látigo Gris. Había escogido un pequeño pinzón al pasar ante el montón de carne fresca, pero deseó haber elegido un campañol. ¿Cómo iba a dar su informe con la boca llena de plumas?
—Bienvenido, Corazón de Fuego —lo saludó Estrella Azul cuando se sentó delante de ella.
El joven dejó el pinzón en el suelo, pero decidió no empezar a comer.
—Garra de Tigre dice que tus aprendices han atrapado muchas piezas —maulló la líder con mirada amistosa.
Sentado junto a ella, Garra de Tigre lo miró de un modo más severo y crítico, y Corazón de Fuego sacudió la cola instintivamente.
—Sí. Nunca habían cazado con niebla, pero eso no los ha amilanado —explicó—. He observado cómo Fronde capturaba un ratón de campo. Su técnica de acechar es excelente.
—Y ¿qué hay de Carbonilla? —preguntó Estrella Azul.
El joven advirtió un destello acerado en los ojos de la gata. ¿Estaba preocupada por las capacidades de su aprendiza?
—Sus habilidades cazadoras están progresando bien —respondió—. Posee mucho entusiasmo, eso es indudable, y no parece tenerle miedo a nada.
—¿No te preocupa que eso pueda volverla temeraria?
—Es rápida e inquisitiva, lo que la convierte en buena alumna. Creo que eso compensará su… su ansiedad —declaró, tras buscar frenéticamente la palabra correcta.
Estrella Azul agitó la cola.
—Su ansiedad, como tú lo llamas, me inquieta —maulló, lanzando una mirada a Garra de Tigre—. Carbonilla necesitará una orientación cuidadosa en su entrenamiento.
Corazón de Fuego se sintió desmoralizado. ¿Estrella Azul estaba descontenta con su trabajo como mentor?
Los ojos de la líder se suavizaron.
—Siempre he sabido que Carbonilla iba a suponer un desafío. Pero es evidente que se está convirtiendo en una gran cazadora. Has hecho un buen trabajo con ella, Corazón de Fuego. Con los dos aprendices, en realidad. —El joven se animó de inmediato, y la líder continuó—: He advertido que te has encargado del entrenamiento de Fronde sin que nadie te lo pidiera. Quiero que por ahora sigas siendo el mentor de ambos hermanos.
Garra de Tigre apartó la mirada, pero a Corazón de Fuego no se le escapó la furia que destellaba en sus ojos.
—Gracias, Estrella Azul —maulló.
—Parece que tu amigo perdido ha regresado —gruñó el lugarteniente sin volver la cabeza.
Corazón de Fuego se volvió y vio que Látigo Gris aparecía por detrás de la maternidad.
—Probablemente había ido a buscar algo de tranquilidad —sugirió—. Sigue teniendo fiebre, y no debe de ser fácil pasarse el día metido en el campamento.
—Fácil o no, debería concentrarse en ponerse mejor —replicó Garra de Tigre—. La estación sin hojas no es tiempo para la enfermedad en el campamento. Musaraña iba tosiendo en la patrulla de esta mañana. Espero que el Clan Estelar nos proteja de la neumonía esta estación. El año pasado perdimos cinco cachorros.
Estrella Azul asintió solemnemente.
—Roguemos que esta estación sin hojas no sea tan larga ni tan dura. Nunca es una buena época para los clanes. —Pareció pensativa un momento, y añadió a Corazón de Fuego—: Toma ese pinzón y ve a comértelo con Látigo Gris. Querrá saber cómo le ha ido a su aprendiz en la evaluación.
—Muy bien. Gracias —maulló el joven.
Agarró el pinzón y se encaminó a la mata de ortigas, donde Látigo Gris se había acomodado con un gran ratón. Su amigo se había zampado la mitad cuando él llegó; quizá su resfriado iba mejorando.
Cuando dejó el pinzón junto a Látigo Gris, éste estornudó.
—¿El resfriado no va mejor?
—No —contestó el guerrero gris—. Supongo que tendré que quedarme en el campamento un poco más.
Corazón de Fuego pensó que sonaba más alegre que antes, pero no quería revelar su creciente sospecha de que se traía algo entre manos.
—En la evaluación de hoy, Fronde lo ha hecho muy bien —dijo.
—¿En serio? —repuso Látigo Gris, y dio otro mordisco al ratón—. Eso es estupendo.
—Sí, es un gran cazador. —Y empezó a comerse el pinzón—. Látigo Gris —maulló tras un largo silencio—, ¿has salido del campamento en los últimos días?
El guerrero gris dejó de comer.
—¿Por qué lo preguntas?
Su amigo agitó la cola, incómodo.
—Bueno, no estabas aquí cuando volví de la última patrulla nocturna, y Garra de Tigre dice que hoy no te ha visto desde que el sol estaba en lo más alto.
—¿Garra de Tigre? —Pareció preocuparse.
—Le he dicho que probablemente habrías ido a buscar algo de tranquilidad, o que a lo mejor estabas con Fauces Amarillas —maulló Corazón de Fuego, y dio otro mordisco al pinzón—. ¿Tenía razón? —preguntó con plumas en la boca, deseando que la respuesta fuera sí y terminasen las sospechas.
Pero su amigo pasó por alto su pregunta y dijo:
—Bueno, gracias por cubrirme.
Y siguió comiendo.
Corazón de Fuego no le hizo más preguntas, aunque ardía de curiosidad. Cuando Látigo Gris se levantó y anunció que se marchaba al dormitorio, él seguía sin saber en qué andaba enredado su amigo.
—De acuerdo —maulló—. Creo que me quedaré aquí un poco más.
Látigo Gris asintió levemente y se marchó.
Corazón de Fuego se tumbó de espaldas para estirarse cuan largo era, arañando el suelo por encima de su cabeza, y se quedó un rato boca arriba, pensando. Por cómo olía, Látigo Gris se había lavado a fondo hacía poco. ¿Acaso intentaba ocultar algún olor? Entonces cayó en la cuenta de que su amigo prácticamente había admitido haber estado fuera del campamento. Pero ¿adónde habría ido que no podía, o no quería, contárselo? De repente sintió un picor en las patas: y ¿qué pasaba con sus propias visitas a Princesa? Y en territorio de Dos Patas, ¡nada menos! Él también se lavaba meticulosamente antes de volver al campamento, y jamás le mencionaba los encuentros a Látigo Gris.
Rodó sobre sí mismo y se sentó. Tenía algo enganchado en una de las garras. Levantó la pata y tiró con los dientes. Era un amento de sauce, viejo y marchito, pero un amento sin ninguna duda. ¿Qué estaba haciendo allí? En la parte forestal del Clan del Trueno no había sauces… De hecho, los únicos sauces que había visto en su vida crecían cerca del río, en territorio del Clan del Río. Contuvo la respiración, y el corazón empezó a martillearle. ¿Aquel amento habría llegado en el pelaje de Látigo Gris?
Cuando entró silenciosamente en la guarida de los guerreros, Látigo Gris ya estaba dormido. Se acostó a su lado, preguntándose si de verdad su amigo habría sido tan insensato como para volver a tierras del Clan del Río. La expresión en los ojos de Leopardina tras la muerte de Garra Blanca había dejado claro que quedaba una cuenta pendiente. Corazón de Fuego se estremeció y decidió averiguar adónde iba Látigo Gris y por qué.
Cuando se despertó, la guarida estaba húmeda y helada. Olfateó el aire, que le indicó que se avecinaba lluvia. Salió al claro bostezando. No había dormido bien, preocupado por Látigo Gris. Únicamente con pensar en su amigo solo en territorio del Clan del Río, lo recorrió un escalofrío.
—Hace frío, ¿verdad? —lo sobresaltó la voz de Viento Veloz.
Miró por encima del hombro sacudiendo la cola. El delgado guerrero atigrado estaba saliendo del dormitorio.
—Ah, sí —coincidió.
—¿Te encuentras bien? No habrás pillado el resfriado de tu amigo, ¿eh? Está mañana Musaraña estaba moqueando, y ayer Rabo Largo y Zarpa Rauda se pasaron todo el entrenamiento estornudando.
Corazón de Fuego negó con la cabeza.
—Estoy bien. Sólo me encuentro un poco cansado tras la evaluación de ayer.
—Ah. Estrella Azul pensaba que quizá lo estuvieras. Por eso me pidió que hoy te ayudara con el entrenamiento de Carbonilla y Fronde. ¿Te parece bien?
—Sí, gracias.
—Entonces perfecto. Me reuniré contigo en la hondonada después de comer algo. Si Zarpa Rauda ha enfermado, tendremos todo el sitio para nosotros. ¿Tienes hambre?
El joven negó con la cabeza, y Viento Veloz se marchó a rebuscar entre las sobras de la caza de la noche anterior.
Corazón de Fuego fue derecho a la hondonada arenosa y esperó a que llegaran los otros. No tenía la mente puesta en el entrenamiento; seguía pensando en Látigo Gris. Estaba convencido de que su amigo volvería a escaparse del campamento.
Un viento húmedo empezó a agitar las ramas sin hojas que colgaban sobre la hondonada cuando aparecieron Carbonilla y Fronde, seguidos de Viento Veloz.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Carbonilla, bajando a toda prisa a la hondonada.
Corazón de Fuego se quedó mirándola, en blanco. Aún no había pensado en eso.
—¿Cazar? —maulló Fronde esperanzado, corriendo detrás de su hermana.
Viento Veloz cruzó la hondonada y se les unió.
—¿Qué tal si practicamos algunas técnicas de acecho? —propuso.
—Buena idea —aprobó Corazón de Fuego.
—¿No será otra vez esa lección tan rollo de «el conejo te oye y el ratón te siente»? —protestó Carbonilla.
Viento Veloz la hizo callar con una mirada y se volvió hacia Corazón de Fuego. Con un respingo, éste se dio cuenta de que Viento Veloz estaba esperando a que empezara.
—Eh… comenzaré mostrándoos la mejor manera de… de acechar un conejo —balbuceó.
Se agachó y empezó a avanzar, rápido y ligero, hasta llegar al final de la hondonada. Allí se incorporó, pero al volverse vio que los tres gatos lo miraban burlonamente.
—¿Estás seguro de que eso engañaría a un conejo? —maulló Carbonilla, con un temblor de risa en los bigotes.
Corazón de Fuego se sintió confundido unos momentos, hasta que cayó en la cuenta de que acababa de demostrar su mejor técnica de acecho para pájaros. Un conejo habría oído el roce del pelo entre la maleza a tres zorros de distancia.
Abochornado, miró a Viento Veloz. El guerrero atigrado arrugó el entrecejo y dijo:
—¿Qué os parece si os enseño cómo acercarse sigilosamente a una musaraña?
Carbonilla clavó su brillante mirada en Viento Veloz. Corazón de Fuego suspiró y se dispuso a observar.
Para cuando el sol llegó a lo más alto, le seguía costando concentrarse en la sesión de entrenamiento. No dejaba de imaginarse a Látigo Gris escabulléndose del campamento, y se moría de ganas de seguirlo. Al final, su intranquilidad pudo con él. Se acercó a Viento Veloz y le susurró al oído:
—Me duele la barriga. ¿Puedes encargarte del entrenamiento lo que queda de día? Quiero ver si Fauces Amarillas me da algún remedio.
—Ya decía yo que parecías un poco distraído —contestó el atigrado—. Vuelve al campamento. Yo me llevaré a estos dos de caza.
—Gracias, Viento Veloz —maulló Corazón de Fuego, sintiendo cierta vergüenza de que el guerrero le hubiese creído tan fácilmente.
Atravesó la hondonada cojeando, para que pareciese que se sentía mal. En cuanto estuvo a salvo entre los árboles, echó a correr y regresó disparado al campamento. Al volver el día anterior, Látigo Gris había aparecido por detrás de la maternidad. Corazón de Fuego sabía por experiencia que aquél era el mejor lugar para abandonar los límites del campamento sin que nadie lo notara. Era allí por donde Fauces Amarillas había escapado cuando el clan sospechó de la vieja curandera por la muerte de Jaspeada.
Rodeó la parte externa del campamento y olfateó el muro de helechos. Dio un respingo cuando captó la esencia de Látigo Gris. Era indudable que su amigo había salido a hurtadillas por allí, y a menudo, por cómo olía. Por lo menos el olor no era reciente, lo que significaba que ese día no había pasado.
Se agazapó detrás de un árbol cercano y se puso cómodo para esperar. El bosque se fue oscureciendo cada vez más conforme el cielo empezaba a cubrirse de nubes de tormenta. Las sombras ocultaban a Corazón de Fuego a la perfección, y se aseguró de situarse de cara al viento para que Látigo Gris no lo detectara. Ahora sí que le dolía la barriga, tensa de culpabilidad y aprensión. Casi esperaba que su amigo no apareciera ese día, o que lo guiase a algún sitio tranquilo dentro de las fronteras del clan.
Le dio un vuelco el corazón cuando oyó un ruido en la pared de helechos. Una nariz gris estaba abriéndose paso entre las frondas. Corazón de Fuego agachó la cabeza mientras su amigo miraba alrededor cautelosamente. Tras unos momentos, el joven guerrero gris se puso en marcha en dirección a la hondonada de entrenamiento.
Corazón de Fuego sintió una leve esperanza. Quizá Látigo Gris estaba mejor de su resfriado y había decidido unirse a la sesión de entrenamiento. Echó a andar detrás de él, manteniendo una distancia segura, fiándose más del olfato que de la vista para localizarlo.
Pero cuando el rastro se desvió del sendero que llevaba a la hondonada, Corazón de Fuego supo que sus esperanzas habían sido en vano. Con una terrible sensación de amenaza, vio más adelante la peculiar ladera de roca gris, entre los árboles: las Rocas Soleadas. Irguió las orejas y abrió la boca, saboreando la brisa en busca del olor de gatos enemigos. Al borde de los árboles, vislumbró a un gato gris de anchos omóplatos que pasaba ante las rocas en dirección a la frontera del Clan del Río. No había duda de adónde se encaminaba Látigo Gris.
En cuanto su amigo estuvo fuera de la vista, Corazón de Fuego se adelantó para mirar la cuesta que llevaba al río. Por el movimiento de la maleza, pudo adivinar dónde estaba Látigo Gris. Sólo esperaba que no hubiera patrullas del Clan del Río vigilando también.
Descendió entre las frondas. El río ya no estaba congelado; podía oír cómo el agua lamía la orilla y chapoteaba sobre las piedras. Aminoró el paso al llegar al final de los helechos y atisbó el espacio abierto.
Látigo Gris estaba sentado sobre los guijarros. Miraba alrededor con las orejas erguidas, pero, por la postura relajada de sus omóplatos, Corazón de Fuego supo que no estaba buscando presas.
En la distancia sonó una extraña llamada felina. ¿Una patrulla del Clan del Río? A Corazón de Fuego se le erizó el pelo y se le tensaron los músculos instintivamente, pero Látigo Gris no se movió. Entonces se oyó un susurro entre los helechos del extremo opuesto del río. Látigo Gris continuó donde estaba. Corazón de Fuego contuvo la respiración cuando apareció una cabeza en la orilla más lejana. Sin hacer apenas ruido, una gata gris surgió de la vegetación y se metió en el río. Corazón de Fuego sintió que se le paraba el corazón. ¡Era Corriente Plateada, la gata que había rescatado a su amigo!
Ella cruzó el río sin ninguna dificultad. Látigo Gris se levantó y maulló encantado, pisoteando los guijarros de expectación. Con la cola bien erguida, fue al borde del agua cuando la gata salió a la ribera.
Corriente Plateada se sacudió el agua del pelaje, y los dos gatos grises entrechocaron la nariz delicadamente. Él frotó el hocico contra la mandíbula de ella, que alzó la cabeza con alegría. Luego se puso de puntillas y enroscó su esbelto cuerpo alrededor de Látigo Gris. El joven guerrero no parecía nada molesto por mojarse, pues ronroneó tan fuerte que Corazón de Fuego lo oyó mientras Corriente Plateada presionaba su pelaje empapado contra él.