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12

Corazón de Fuego alzó la cabeza, dispuesto a hablar, pero Carbonilla se le adelantó.

—Es culpa mía, Garra de Tigre —declaró, mirando con audacia al enorme atigrado—. Estábamos cazando en el arroyo congelado que hay cerca de la hondonada de entrenamiento, en la zona del remanso profundo. Incluso eso estaba congelado. Yo resbalé y Látigo Gris acudió a ayudarme, pero el hielo no era lo bastante grueso para aguantar su peso, se rompió y él cayó al agua. —Mientras Garra de Tigre observaba sus ojos claros y brillantes, añadió—: Allí es realmente hondo. Ha tenido que sacarlo Corazón de Fuego.

El aludido se encogió al recordar que se había quedado paralizado de horror al ver que su amigo desaparecía en el río.

Garra de Tigre asintió y se volvió hacia Látigo Gris.

—Será mejor que vayas a ver a Fauces Amarillas antes de que mueras congelado —le sugirió y, poniéndose en pie, se alejó.

Corazón de Fuego soltó un silencioso suspiro de alivio.

Látigo Gris no se lo pensó dos veces. La larga carrera a casa no había logrado que parasen de castañetearle los dientes, de modo que se dirigió a la cueva de Fauces Amarillas. Fronde lanzó una mirada a Carbonilla y se encaminó hacia su guarida, arrastrando la cola de agotamiento.

Corazón de Fuego miró a su aprendiza.

—¿Es que Garra de Tigre no te asusta? —le preguntó con curiosidad.

—¿Por qué debería asustarme? —replicó ella—. Es un gran guerrero. Yo lo admiro.

«Por supuesto, ¿por qué no iba a admirarlo?», pensó el gato.

—Mientes muy bien —gruñó con severidad, tratando de actuar como un mentor.

—Bueno, procuro no hacerlo. Es que he pensado que la verdad no sería muy útil ahora.

Corazón de Fuego tuvo que admitir que tenía algo de razón. Sacudió la cabeza despacio.

—Ve a calentarte.

—¡Sí, Corazón de Fuego! —Inclinó la cabeza y salió corriendo tras Fronde.

El joven mentor se encaminó al refugio de los guerreros. Le preocupaba la facilidad con que se le había ocurrido a Carbonilla la historia sobre el remojón de Látigo Gris. Pero también creía que la gata era bienintencionada e íntegra. Pensó en Cuervo, otro gato bueno. ¿La historia de que Garra de Tigre había matado a Cola Roja sería sólo eso, una historia que se le había ocurrido en el calor del momento? Rechazó tal idea. Cuando Cuervo habló con él, estaba aterrorizado. Era evidente que sí creía en su propia historia. ¿Por qué, si no, habría tenido tanto miedo como para abandonar el clan?

Tomó unas cuantas piezas de carne fresca y las llevó junto a la mata de ortigas. Se acomodó al lado y empezó a comerse un ratón pensativamente. Le preocupaba el tono de admiración de Carbonilla al hablar de Garra de Tigre. Parecía que sólo él sospechaba que en el lugarteniente del clan había más cosas de las que se veían a simple vista. La actitud de Estrella Azul hacia Garra de Tigre no había cambiado en absoluto. Lo trataba con el mismo respeto y confianza que le había mostrado siempre. Frustrado, Corazón de Fuego arrancó otro trozo de carne de su pieza.

Un sonoro estornudo le hizo levantar la mirada. Látigo Gris se dirigía hacia él.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Corazón de Fuego cuando llegó, oliendo a uno de los brebajes de Fauces Amarillas.

Su amigo se sentó pesadamente y tosió.

—Te he guardado un poco de comida —maulló Corazón de Fuego, empujando hacia él un grueso tordo y un campañol.

—Fauces Amarillas dice que tengo que quedarme en el campamento. Al parecer, me he resfriado —explicó Látigo Gris con voz apagada.

—No me extraña. ¿Qué te ha dado?

—Matricaria y lavanda. —Se tumbó de costado y empezó a mordisquear el tordo—. Con esto tendré bastante —masculló—. No tengo mucha hambre.

Corazón de Fuego lo miró sorprendido. Jamás habría pensado que oiría a Látigo Gris decir algo así.

—¿Estás seguro? —preguntó—. Hay mucho.

Su amigo se quedó mirando el tordo y no contestó.

—¿Estás seguro o no?

—¿Qué? —Látigo Gris se volvió hacia él con mirada ausente—. Ah, sí, claro.

«Debe de tener fiebre», supuso Corazón de Fuego, sacudiendo la cabeza. Bueno, al menos su amigo seguía allí, gracias a aquella gata del Clan del Río.

Unos días más tarde, al despertar, descubrió que la primera niebla de la estación sin hojas había invadido el dormitorio. Cuando salió al claro, apenas logró ver el otro extremo. Oyó unas pisadas que corrían hacia él, y Musaraña surgió de entre la bruma.

—Garra de Tigre quiere verte —maulló.

—Bien, gracias —respondió Corazón de Fuego, alarmado. El día anterior se había escapado para visitar a Princesa. ¿Lo habría advertido el lugarteniente?

—¿Qué ocurre? —preguntó Látigo Gris a su espalda con voz asmática. Se sentó a su lado, estornudó y bostezó.

—Garra de Tigre quiere verme. —Miró a su amigo—. Deberías estar durmiendo. —Estaba empezando a preocuparse por él; a esas alturas, ya debería haberse recuperado—. ¿Ayer descansaste?

—Todo lo que pude entre toser y estornudar —se lamentó Látigo Gris.

—Entonces, ¿por qué no estabas en tu cama cuando volví de… de entrenar? —En realidad, había pasado la tarde hablando con Princesa.

—¿Crees que aquí puedo tener paz y silencio? —replicó Látigo Gris señalando el dormitorio con la cabeza—. ¡Los guerreros no hacen más que entrar y salir! He encontrado un sitio más tranquilo; eso es todo.

Corazón de Fuego fue a preguntarle dónde, pero Látigo Gris habló primero:

—¿Qué querrá Garra de Tigre?

Corazón de Fuego sintió un hormigueo en las patas.

—Será mejor que vaya a averiguarlo.

Tan sólo podía ver las siluetas del lugarteniente Garra de Tigre y de Tormenta Blanca a través de la neblina, sentados bajo la Peña Alta. Cuando se les acercó, dejaron de hablar y Garra de Tigre se volvió hacia él.

—Es hora de evaluar a Carbonilla y Fronde —gruñó.

—¿Ya? —maulló Corazón de Fuego sorprendido. Los aprendices no llevaban mucho tiempo entrenando.

—Estrella Azul quiere ver cómo progresa su entrenamiento. Sobre todo ahora que Látigo Gris está demasiado enfermo para ocuparse de Fronde. Si Fronde se está quedando rezagado, Estrella Azul debe saberlo para poder adjudicarle otro mentor.

Corazón de Fuego sacudió la cola con irritación. Sin duda, Látigo Gris se recuperaría pronto. Sería injusto confiarle su primer aprendiz a otro guerrero.

—He estado llevando a Fronde conmigo y Carbonilla todos los días —se apresuró a decir.

Garra de Tigre lanzó una mirada a Tormenta Blanca y asintió.

—Sí, pero ésta es tu primera vez como mentor. Es mucha carga para ti, y el clan necesita guerreros bien entrenados.

«Lo sé, y sólo soy un gato doméstico, no un guerrero nacido en un clan», pensó el joven con amargura. Se miró las patas, ardiendo de resentimiento. Nadie le había pedido que se encargara de Fronde, y había estado esforzándose mucho con los dos aprendices.

Garra de Tigre continuó:

—Manda a Carbonilla y Fronde en misión de caza a través del pinar, hasta las viviendas de Dos Patas. No les quites ojo, obsérvalos cazar e infórmame luego. Me interesa ver cuántas piezas añaden al montón de carne fresca.

—Si las habilidades de Carbonilla van a la par con su entusiasmo, esta noche habrá mucho que comer —comentó Tormenta Blanca—. He oído que es una aprendiza muy bien dispuesta.

—Sí, lo es —admitió Corazón de Fuego, aunque apenas estaba prestando atención.

Las palabras del lugarteniente le habían acelerado el corazón. «¿Por qué vuelve a mandarme a la zona de Dos Patas?», pensó. Su propia evaluación como aprendiz había seguido la misma ruta, y Garra de Tigre lo había visto charlando con un viejo amigo, un gato doméstico; luego se lo contó a Estrella Azul, y ésta se cuestionó la lealtad de Corazón de Fuego al clan. Sintió que el lomo se le empezaba a erizar. ¿Era ésa la forma que tenía el lugarteniente de insinuarle que lo había visto hablando con Princesa?

Corazón de Fuego giró la cabeza y se lamió el lomo para alisarse el pelo con la lengua. Luego volvió a sentarse bien erguido y sugirió con calma:

—Las Rocas Soleadas serían un lugar igual de bueno para poner a prueba las dotes de los aprendices. Tal vez el sol haya disuelto algo de la niebla por allí.

—No —gruñó Garra de Tigre—. La patrulla de la aurora ha encontrado olor del Clan del Río en las Rocas Soleadas. A lo mejor están volviendo a cazar por allí. —Sus ojos llamearon de ira, y entreabrió los labios para mostrar unos afilados colmillos—. Habrá que echarlos antes de entrenar más en ese lugar. De momento, el pinar será más seguro para una evaluación.

Tormenta Blanca mostró su conformidad asintiendo, y Corazón de Fuego movió las orejas nerviosamente al oír las noticias. ¡El Clan del Río en las Rocas Soleadas! Qué suerte que no los hubiese visto una patrulla cuando Látigo Gris se cayó al río.

—Y con respecto a la niebla —prosiguió el lugarteniente como si nada—, cazar en condiciones difíciles puede hacer más interesante la prueba.

—Muy bien, Garra de Tigre —maulló Corazón de Fuego, bajando respetuosamente la cabeza ante los dos guerreros—. Se lo diré a Carbonilla y Fronde. Empezaremos de inmediato.

Cuando les explicó lo de la evaluación a los aprendices, Carbonilla irguió la cola y corrió en círculos, muy emocionada.

—¡Una evaluación! ¿Crees que estamos preparados?

—Por supuesto —respondió el joven mentor, ocultando sus dudas—. Habéis estado trabajando duro y aprendiendo rápido.

—Pero ¿la niebla no hará más difícil cazar? —preguntó Fronde.

—Hay ventajas en la quietud del aire —respondió Corazón de Fuego.

Fronde pareció pensativo, pero sus ojos empezaron a brillar.

—Costará más captar el olor de las presas, pero a las presas también les costará más captar nuestro olor —razonó.

—Exacto —aprobó Corazón de Fuego.

—¿Nos vamos ya? —preguntó Carbonilla.

—En cuanto queráis. Pero tomaos vuestro tiempo; esto no es una carrera… —Sus palabras cayeron en saco roto con la aprendiza, que ya iba disparada hacia la salida del campamento—. ¡Tenéis hasta la puesta de sol! —le dijo a gritos.

Fronde le lanzó una mirada y se dispuso a seguir a su hermana con un pequeño suspiro.

Corazón de Fuego localizó a los dos aprendices a través del pinar; la elástica capa de agujas de pino resultaba extrañamente blanda bajo el suelo congelado del bosque. Siguió el rastro de Carbonilla hasta que la vio acechando ansiosamente entre los árboles, luego detectó el olor de Fronde y fue tras él. Los rastros olorosos se cruzaban aquí y allá. Él podía captar dónde habían corrido los aprendices, dónde se habían sentado, incluso dónde habían estado juntos en una ocasión.

No tardó en encontrar un sitio donde Carbonilla había hecho una captura. Se la había llevado con ella; al seguir el rastro, notó el olor de la presa mezclado con el de la gata. Luego descubrió dónde Fronde había atrapado un tordo. Había plumas esparcidas por todas partes. Los aprendices estaban cazando bien. Corazón de Fuego lo supo con certeza cuando captó un fuerte aroma a carne fresca. Escarbando entre las agujas de pino al pie de un árbol, descubrió unas presas escondidas debajo; Carbonilla las había dejado allí para recogerlas más tarde. El mentor sintió una oleada de orgullo ante su trabajo. La aprendiza había cazado mucho, y ahora se dirigía al robledal que había detrás de las viviendas de Dos Patas.

La siguió. Justo más allá del límite del pinar, captó el olor de Fronde. Era muy fuerte, lo que significaba que el aprendiz andaba cerca. Avanzó sigilosamente y se asomó tras un roble joven. Fronde estaba agazapado bajo un zarzal enredado, bien camuflado entre las sombras. Corazón de Fuego sólo podía ver su cola, moviéndose de un lado a otro.

Fronde tenía los ojos clavados en un ratón de campo que correteaba alrededor de las raíces de un árbol. Estaba tomándose su tiempo. «Bien», pensó el guerrero. Observó cómo el aprendiz avanzaba lentamente, adelantando una pata cada vez. Las hojas que pisaba apenas emitían sonido. Fronde era tan silencioso como el propio ratón, que continuaba buscando comida sin sospechar nada. Corazón de Fuego lo observó conteniendo la respiración, y recordó su primera misión de caza.

Fronde se fue acercando. El leve roce de sus zarpas sobre las hojas se confundía con los sonidos del bosque, y Corazón de Fuego se encontró animándolo mentalmente. El aprendiz ya estaba a un conejo de distancia del ratón, con el cuerpo pegado al suelo forestal, cuando el roedor subió corriendo a una raíz y miró alrededor. Se quedó paralizado. Algo iba mal.

«¡Ahora!», pensó Corazón de Fuego. Fronde dio un salto y cayó sobre el roedor, aferrándolo con las zarpas delanteras. El ratón no tuvo tiempo de debatirse y el aprendiz acabó con él de un solo mordisco.

Fronde levantó la cabeza y Corazón de Fuego pudo ver su cara de satisfacción mientras aspiraba el aroma de su presa. Cuando se alejó corriendo entre los árboles, el mentor tuvo ganas de correr a informar a Garra de Tigre sobre sus aprendices.

—¡Hola!

La vocecilla le hizo dar un brinco y se volvió de golpe.

—¿Cómo lo estamos haciendo? —preguntó Carbonilla, mirándolo con la cabeza ladeada.

—¡Se supone que no debes preguntar esas cosas! —bufó Corazón de Fuego, y se lamió el pelo erizado—. No puedes hablar conmigo. Te estoy evaluando, ¿recuerdas?

—Oh —maulló la aprendiza—. Lo lamento.

Corazón de Fuego suspiró. Él jamás se habría atrevido a acercarse a Garra de Tigre durante su evaluación. No quería que Carbonilla lo obedeciera por miedo, como había hecho Garra de Tigre con Cuervo, pero no le importaría que le mostrara un poco de respeto de vez en cuando. En ocasiones no se sentía mentor en absoluto.

La gata miró un momento al suelo y levantó la vista hacia él con expresión confundida.

—¿Es verdad que naciste cerca de aquí, en una casa de Dos Patas? —maulló.

La pregunta lo pilló desprevenido. Lanzó una mirada nerviosa hacia la valla de Dos Patas, esperando que el olor desconocido de Carbonilla y Fronde mantuviera a Princesa dentro de su jardín.

—¿Por qué lo preguntas? —replicó, evitando responder.

—Garra de Tigre lo mencionó, eso es todo.

Parecía sinceramente curiosa, pero él sintió un pálpito oscuro y amenazador al oír el nombre del lugarteniente. ¿Qué más le habría estado contando a Carbonilla sobre él?

—Nací como gato doméstico —admitió con firmeza—. Pero ahora soy un guerrero. Mi vida está con el clan. Mi antigua vida no era mala, pero se terminó, y me alegro por ello.

—Ah, vale —maulló la aprendiza con despreocupación—. ¡Nos vemos luego! —Dio media vuelta y salió corriendo entre los árboles.

El joven se quedó solo en la arboleda, y el corazón le latió con fuerza al mirar hacia la valla de Dos Patas. Una luna atrás, sus palabras a Carbonilla —que se alegraba de que su antigua vida hubiese terminado— habrían sido absolutamente ciertas. Ahora ya no estaba tan seguro. Sintió un estremecimiento ante la certeza de que, últimamente, algunos de sus momentos más felices los había vivido intercambiando recuerdos con su dulce hermana, una gata doméstica.