—¡Otro día soleado! —ronroneó Corazón de Fuego, sintiendo cómo brillaba su pelo rojizo al débil sol matinal.
Gracias al buen tiempo, había estado visitando a Princesa casi a diario. Para verla, se escabullía entre patrullas, partidas de caza y sesiones de entrenamiento. Ahora iba con su amigo por la corta senda que llevaba a la hondonada arenosa, donde estarían esperándolos Carbonilla y Fronde.
—¡Ojalá esté despejado el resto de la estación sin hojas! —exclamó Látigo Gris.
Corazón de Fuego sabía cuánto odiaba su amigo la lluvia; cuando a Látigo Gris se le mojaba el pelo, se le adhería al cuerpo y seguía húmedo mucho después de que el de Corazón de Fuego, más corto, ya se hubiese secado.
Llegaron al borde de la hondonada justo cuando Carbonilla atacaba un montón de hojas escarchadas, que echaron a volar en todas direcciones. La gata saltó y se retorció para atrapar una que bajaba revoloteando al suelo.
Los dos amigos intercambiaron una mirada divertida.
—Al menos Carbonilla ya ha calentado y estará preparada para la tarea de hoy —observó Látigo Gris.
Fronde se puso en pie y miró a su mentor con los ojos muy abiertos.
—Buenos días, Látigo Gris —maulló—. ¿Cuál es la tarea de hoy?
—Una misión de caza —respondió, y bajó a la hondonada seguido de Corazón de Fuego.
—¿Dónde? —preguntó Carbonilla, corriendo hacia ellos—. ¿Qué vamos a cazar?
—Iremos a las Rocas Soleadas —contestó su mentor, compartiendo de repente su entusiasmo—. Y cazaremos todo lo que podamos.
—A mí me gustaría atrapar un campañol —declaró la aprendiza—. Nunca lo he probado.
—Me temo que todo lo que consigamos hoy irá directo a los veteranos —advirtió Látigo Gris—. Pero si se lo pides a alguno con educación, estará encantado de compartirlo.
—De acuerdo —maulló Carbonilla—. ¿Por dónde se va a las Rocas Soleadas? —Saltó hasta un extremo de la hondonada y examinó el bosque, con la cola muy tiesa.
—¡Por aquí! —indicó Corazón de Fuego, yendo al extremo contrario.
—Vale.
Carbonilla volvió a bajar a la hondonada, la cruzó y corrió al lado de Corazón de Fuego, levantando hojas caídas por todas partes.
Látigo Gris dio un brinco y atrapó una que volaba ante su nariz. La clavó en el suelo con un ronroneo de satisfacción, y entonces vio que Fronde lo estaba mirando sin parpadear.
—Nunca has de perder una oportunidad de practicar tus habilidades de caza —se apresuró a instruirlo el joven mentor.
Los cuatro recorrieron los senderos de olor familiar hasta las Rocas Soleadas. Para cuando salieron a terreno despejado, el sol se había elevado por encima de los árboles. Ante ellos, una ladera rocosa brotaba del blando suelo; su superficie lisa estaba surcada de grietas, y los gatos tuvieron que entornar los ojos para mirarla. Tras la sombra del bosque, la cara plana de roca reflejaba el sol con un brillo deslumbrante.
—Éstas son las Rocas Soleadas —anunció Corazón de Fuego parpadeando—. ¡Vamos!
—¡Mmrr! ¡Qué agradable! —exclamó Carbonilla mientras subía la cuesta corriendo detrás de él.
Corazón de Fuego pensó que la gata tenía razón. Tras el helado suelo forestal, la piedra resultaba reconfortantemente suave y caliente.
Descansaron en lo alto, donde el lado opuesto descendía abruptamente hacia el bosque. Corazón de Fuego oyó el quedo borboteo del río que discurría junto a la frontera del Clan del Río y que venía de las tierras altas. Tocaba las Rocas Soleadas antes de internarse en el territorio del Clan del Río. Apenas podía oírlo; quizá había descendido el cauce por el tiempo seco.
Se estiró, disfrutando de la calidez de la roca bajo su cuerpo y el suave sol sobre la piel. Cerró los ojos, sintiéndose orgulloso de estar allí, un lugar al que generaciones de gatos del Clan del Trueno habían acudido a calentarse, y que habían conservado a base de batallas.
Látigo Gris se unió a él.
—Vamos —les dijo a los aprendices—. Aprovechad el sol mientras podáis. Nos esperan bastantes días fríos y húmedos.
Los dos hermanos se tumbaron junto a sus mentores y ronronearon cuando el calor impregnó su piel.
—¿Es aquí dónde murió Cola Roja? —preguntó Fronde.
—Sí.
—¿Y dónde Garra de Tigre vengó su muerte matando a Corazón de Roble? —quiso saber Carbonilla.
Corazón de Fuego sintió una punzada al recordar el relato de Cuervo sobre lo ocurrido: que Cola Roja había sido el responsable de la muerte de Corazón de Roble, y que luego Garra de Tigre había matado a Cola Roja, el lugarteniente de su propio clan. El joven apartó aquellos inquietantes pensamientos y respondió simplemente:
—Éste es el lugar.
Los dos aprendices guardaron silencio y miraron la pendiente con temor reverencial.
Corazón de Fuego oyó un ruido e irguió las orejas.
—Chist —siseó—. ¿Qué podéis oír?
Ambos aprendices estiraron las orejas hacia delante.
—Oigo como si estuvieran escarbando —susurró Fronde.
—Tal vez sea un campañol —murmuró Látigo Gris—. ¿Podríais decir de dónde procede el sonido?
—¡De ahí! —exclamó Carbonilla, levantándose de un salto.
El ruido se volvió más frenético y luego desapareció.
—Creo que te ha oído —apuntó Corazón de Fuego.
Ella pareció abatida y Fronde ronroneó, divertido por la torpeza de su hermana.
—No pasa nada —dijo Látigo Gris—. Ahora ya sabéis que es mejor moverse con sigilo y despacio, sobre todo para atrapar un campañol. ¡Son muy rápidos!
—Quedaos quietos y escuchad —indicó Corazón de Fuego—. La próxima vez que oigamos algo, averiguad dónde está y moveos hacia allí muy despacio. Es probable que un ratón pueda oír incluso el roce de vuestro pelo, así que dejadle creer que no es más que el viento que sopla sobre la roca.
Los gatos se quedaron donde estaban, hasta que volvieron a oír que escarbaban. Con las orejas erguidas, Corazón de Fuego se levantó y avanzó cautelosamente, poniendo una pata delante de la otra sin hacer el menor ruido. Alcanzó el borde de una pequeña grieta que atravesaba la superficie rocosa y se detuvo. El ruido continuó. El joven guerrero se abalanzó para meter una zarpa en la hendidura. Sacó un grueso campañol que se escondía en las sombras y lo lanzó sobre la brillante piedra. El roedor chilló al aterrizar, pero el golpe lo dejó aturdido y Corazón de Fuego acabó con él rápidamente.
—¡Uau! —exclamó Carbonilla—. ¡Yo quiero hacer eso!
—No te preocupes, tendrás muchas oportunidades. Ahora regresemos al bosque —repuso Látigo Gris.
—¿No vamos a cazar nada más? —protestó la gata.
—¿Has oído chillar al campañol? —le preguntó Corazón de Fuego, y ella asintió—. Bueno, pues también lo han oído las demás criaturas de por aquí. Las presas estarán escondidas durante un rato. Debí matarlo antes de que pudiera hacer ningún sonido.
Látigo Gris movió los bigotes, divertido.
—Yo no pensaba decir nada —ronroneó.
Corazón de Fuego tomó el campañol entre los dientes y todos empezaron a bajar la cuesta para dirigirse al bosque. Después de la calidez de las Rocas Soleadas, el bosque parecía gélido, incluso con el sol casi en lo más alto. Corazón de Fuego captó marcas recientes en la frontera del Clan del Río. Más allá, el terreno descendía hasta encontrarse con el río.
Una hoja bajó revoloteando hacia Fronde, que saltó y la atrapó entre las patas. Aterrizó muy ufano.
—¡Bien hecho! —aprobó Látigo Gris—. ¡No tendrás ningún problema con los campañoles!
El aprendiz pareció doblemente complacido.
—¡Buena captura, Fronde! —maulló Carbonilla, y le dio un empujoncito con el hocico antes de volverse para mirar la pendiente boscosa.
—Hoy el río está muy silencioso —barbotó Corazón de Fuego con la boca ocupada por el campañol.
—Eso es porque está congelado —repuso Carbonilla emocionada—. ¡Puedo verlo entre los árboles!
Corazón de Fuego soltó su presa.
—¿Congelado? ¿Completamente?
Miró al final de la ladera. Al fondo relucía el río, helado e inmóvil. ¿Tendría razón Carbonilla? Sintió un hormigueo de ilusión. Él nunca había visto el río congelado por completo.
—¿Podemos echar un vistazo? —preguntó la aprendiza, y sin esperar respuesta pasó ante las marcas olorosas.
La emoción de Corazón de Fuego se transformó en pánico al ver cómo la pequeña gata gris desaparecía en territorio del Clan del Río. No podía llamarla, pues no quería alertar a las patrullas rivales que estuvieran por la zona, pero tenía que hacerla regresar. Dejó el campañol donde lo había soltado y corrió tras su aprendiza, con Látigo Gris y Fronde a la zaga.
Alcanzaron a Carbonilla en la orilla del río. Estaba casi totalmente congelado, aparte de un estrecho canal de agua oscura que fluía rápidamente entre dos anchas franjas de hielo. Corazón de Fuego se acordó de Garra Blanca con un estremecimiento. Estaba a punto de proponer que se fueran cuando reparó en que Látigo Gris había erguido las orejas.
—Ratón de agua —susurró el guerrero gris.
Cierto: un pequeño roedor correteaba a lo largo del hielo, cerca de la ribera.
Corazón de Fuego lanzó una mirada a los aprendices, temiendo que intentaran cazar aquella diminuta pieza, aunque ninguno de ellos se movió. El guerrero se sintió aliviado un momento, pero le dio un vuelco el corazón al ver que Látigo Gris se lanzaba al hielo a velocidad de cazador.
—¡Vuelve! —bufó.
Era demasiado tarde. Bajo las patas de Látigo Gris, el hielo crujió de un modo terrorífico y se rompió. Con un alarido de sorpresa, Látigo Gris cayó al agua. Pataleó como un loco antes de desaparecer en las frías y oscuras profundidades del río.
Fronde se quedó horrorizado y Carbonilla lanzó un maullido de desesperación. Corazón de Fuego no la hizo callar. Estaba rígido de miedo, con la vista clavada en el agua, en busca de su amigo. ¿Estaría atrapado debajo de la capa helada? El joven guerrero bajó al hielo. Estaba frío y resbaladizo; era imposible correr sobre él. Volvió a saltar a la ribera, presa del pánico, hasta que una empapada cabeza gris emergió del agua a cierta distancia.
Su alivio se transformó en alarma cuando vio que Látigo Gris iba río abajo, arrastrado por las gélidas aguas. Sus patas se debatían inútilmente, y sus intentos de nadar se veían frustrados por la fuerza de la corriente. Corazón de Fuego corrió a lo largo de la orilla, abriéndose paso entre los helechos, pero Látigo Gris estaba cada vez más lejos.
De pronto, Corazón de Fuego oyó un maullido procedente de la ribera opuesta y se detuvo. Río abajo, una esbelta gata atigrada gris había saltado al hielo. Caminó ligera sobre la lámina helada y se lanzó al agua más abajo de Látigo Gris. Asombrado, Corazón de Fuego la vio nadar enérgicamente contracorriente, manteniendo su posición en las gélidas aguas con movimientos seguros y firmes. Cuando Látigo Gris pasó a su lado, la gata lo atrapó con los dientes.
Para espanto de Corazón de Fuego, el impulso de Látigo Gris los sumergió a los dos. Echó a correr de nuevo, con los ojos fijos en el río. ¿Dónde estaban? Entonces, una cabeza atigrada apareció en medio de las rugientes aguas, avanzando contra las olas. La gata iba contra la corriente, tirando de Látigo Gris. Corazón de Fuego apenas podía creer que una gata tan delgada pudiera nadar cargando con semejante peso. Con las patas delanteras, la gata se agarró al hielo del lado de Corazón de Fuego, forzando el cuello para no perder a Látigo Gris. Resbalando, consiguió salir del río. Látigo Gris flotaba desmadejado en el agua, dando bandazos por el empuje de la corriente, pero la atigrada lo tenía bien sujeto.
Corazón de Fuego se deslizó por la ribera, cruzó el hielo y frenó en seco a su lado. Sin una palabra, agarró a su amigo con los dientes. Juntos, los dos gatos sacaron esforzadamente el empapado cuerpo del agua y lo arrastraron hasta la seguridad de la orilla.
Corazón de Fuego se inclinó sobre él para ver si respiraba. Sintió un gran alivio al ver que el lustroso costado de Látigo Gris subía y bajaba. Al cabo tosió, farfulló y escupió agua del río. Luego se quedó inmóvil.
—¡Látigo Gris! —maulló Corazón de Fuego alarmado.
—Estoy bien —respondió él, sin resuello pero con tono tranquilizador.
Corazón de Fuego soltó un suspiro y se sentó para observar a la atigrada gris. Tenía el olor del Clan del Río. Después de verla nadar, no le extrañó. Ella le devolvió la mirada fríamente, se sacudió y también se sentó, resollando para recuperar el aliento. El agua resbalaba por su reluciente pelaje como si estuviera hecho de plumas de pato.
Látigo Gris volvió la cabeza hacia su rescatadora.
—Gracias —dijo con voz quebrada.
—¡Idiota! —le espetó ella agachando las orejas—. ¿Qué estás haciendo en mi territorio?
—¿Ahogarme? —repuso Látigo Gris.
La atigrada movió las orejas y Corazón de Fuego vio un destello de risa en sus ojos.
—¿Y no podías ahogarte en tu propio territorio?
Látigo Gris torció el hocico.
—Ah, pero ¿quién me rescataría allí? —replicó con voz ronca.
Sonó un leve maullido detrás de Corazón de Fuego, que se volvió y descubrió a Carbonilla agazapada junto a una mata de hierba, a cierta distancia de la ribera.
—¿Dónde está Fronde? —preguntó el guerrero.
—Ya viene —respondió la aprendiza, señalando con la nariz.
Su hermano avanzaba nerviosamente por la orilla hacia ellos.
Corazón de Fuego suspiró y se volvió hacia su amigo.
—Bien, Látigo Gris, tenemos que salir de aquí.
—Lo sé. —Se puso en pie y se volvió hacia la atigrada gris—. Gracias de nuevo.
Ella inclinó la cabeza gentilmente, pero susurró:
—¡Deprisa, marchaos ya! —Miró por encima del hombro—. Si mi padre se entera de que he rescatado a un intruso del Clan del Trueno, me convierte en cama para cachorros.
—Entonces, ¿por qué me has salvado?
—Por instinto. No podría ver ahogarse a un gato. ¡Ahora marchaos!
Corazón de Fuego se levantó.
—Gracias. Habría echado de menos a esta bola de pelo si se hubiera ahogado.
Dio un empujoncito a su amigo. Éste ni siquiera se había sacudido la congelada agua de encima y estaba calado hasta los huesos.
—Vamos, volvamos al campamento —le dijo—. ¡Te estás quedando helado!
—Vale, ya voy —maulló Látigo Gris. Pero antes de seguirlo, se volvió hacia la gata—. ¿Cómo te llamas? Yo soy Látigo Gris.
—Me llamo Corriente Plateada —contestó ella, y saltó de nuevo al hielo y por encima del canal de agua hasta el extremo opuesto.
Los jóvenes guerreros condujeron a sus aprendices entre los helechos, en dirección a la frontera. Corazón de Fuego advirtió que su amigo miraba por encima del hombro más de una vez.
Carbonilla también lo notó. La pequeña gata gris lo miró con ojos maliciosos.
—¡Qué bonita era esa gata del Clan del Río!
Látigo Gris le dio un coscorrón juguetón en la oreja y ella se alejó corriendo.
—¡No te separes de nosotros! —le ordenó Corazón de Fuego sin levantar mucho la voz, pues todavía estaban en territorio rival. Le lanzó una mirada furiosa y Carbonilla se paró a esperarlos.
De no haber sido por la aprendiza, ni siquiera estarían allí, y Látigo Gris no habría estado a punto de ahogarse. Corazón de Fuego miró a su mojado amigo. Incluso después de haberse sacudido, su pelaje seguía goteando, y estaba empezando a formársele hielo en la punta de los bigotes.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó.
—B… b… bien —respondió, castañeteando los dientes.
—Lo siento —maulló quedamente Carbonilla, poniéndose a la altura de Corazón de Fuego, que suspiró.
—No es culpa tuya.
Se sentía abrumado de inquietud. ¿Cómo iban a explicar aquello al clan? Nada de carne fresca para los veteranos —ya no había tiempo de regresar por el campañol— y un calado Látigo Gris. Se estremeció al pensar lo cerca que había estado de perder a su mejor amigo. Gracias al Clan Estelar, Corriente Plateada había estado allí para salvarlo.
—El arroyo que hay cerca de la hondonada arenosa todavía lleva agua —maulló Fronde pensativo.
—¿Qué? —respondió Corazón de Fuego sorprendido, abandonando sus lúgubres pensamientos.
—Probablemente el clan dé por hecho que Látigo Gris se ha caído en ese arroyo —continuó el aprendiz.
—Podríamos decir que nos estaba enseñando a atrapar peces —añadió Carbonilla.
—No estoy seguro de que algún gato se crea que Látigo Gris se ha mojado las patas a propósito con este tiempo —señaló Corazón de Fuego.
—Bueno, ¡pues yo no quiero que el resto del clan sepa que me ha rescatado una gata del Clan del Río! —declaró Látigo Gris con un destello de su antiguo humor—. Y no podemos permitir que sepan que hemos estado de nuevo en territorio ajeno.
Corazón de Fuego asintió.
—Vamos. Hagamos el resto del camino corriendo; eso ayudará a Látigo Gris a entrar en calor.
Los gatos cruzaron a toda prisa la frontera y dejaron atrás las Rocas Soleadas. Cuando el sol empezó a descender por detrás de los árboles, los cuatro gatos llegaron a la entrada del campamento.
A Látigo Gris se le había secado un poco el pelo, pero de los bigotes y la cola le colgaban gotitas congeladas.
Corazón de Fuego precedió al grupo por el túnel de aulagas. Se le cayó el alma a los pies cuando vio a Garra de Tigre sentado en el claro, observándolos.
El lugarteniente clavó sus penetrantes ojos en él.
—¿Nada de carne fresca? —gruñó—. Pensaba que hoy ibais a enseñar a cazar a estos dos. Y tú pareces medio ahogado, Látigo Gris. Debes de haberte caído a un río para estar tan mojado. —De pronto se le dilataron las aletas de la nariz, y se levantó muy erguido—. ¡No me digáis que habéis estado otra vez en territorio del Clan del Río!