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10

Despertó al amanecer con la imagen de su hermana todavía clara en su mente. Salió del dormitorio con la esperanza de que la rutina del día lo distrajera. Hacía otra mañana fría y helada. Tormenta Blanca y Rabo Largo aguardaban cerca de la entrada del campamento, preparándose para salir de patrulla. Musaraña fue a reunirse con ellos, y saludó a Corazón de Fuego con un alegre maullido al pasar por su lado. Tormenta Blanca llamó a Arenisca, que salió corriendo de su guarida a tiempo de seguir a la patrulla que iba abandonando el campamento. Era una escena que Corazón de Fuego había presenciado en muchas ocasiones, pero, por una vez, no deseó acompañarlos mientras se internaban ruidosamente en el fresco bosque.

Cruzó el claro, preguntándose si Carbonilla estaría ya despierta. Pecas estaba saliendo por la estrecha entrada de la maternidad. La siguió un cachorro moteado, y luego otro. Un tercero, gris claro con manchas más oscuras que los demás, salió trastabillando y cayó al suelo.

Pecas lo agarró por el pescuezo y volvió a levantarlo con delicadeza. La ternura de su acción hizo que Corazón de Fuego rememorara su sueño. Probablemente su madre había hecho lo mismo con él. Sabía que el cuarto cachorro de Pecas había muerto al poco de nacer, y ahora la gata parecía querer más a los que quedaban.

Sintió una punzada de envidia al pensar que allí todos los gatos compartían algo que él no compartía: todos habían nacido en el clan. Él siempre había estado orgulloso de su lealtad al clan que lo había aceptado y le había dado una vida que jamás habría conocido como gato doméstico, y seguía sintiendo esa lealtad —moriría por proteger al clan—, pero nadie entendía ni respetaba sus raíces domésticas. Tuvo la certeza de que la gata que había visto el día anterior sí las entendería y respetaría. Con angustia, se preguntó qué recuerdos podrían compartir.

Oyó los pasos de Látigo Gris a su espalda. Se volvió para saludar a su amigo, estirando la cabeza para tocarle la nariz, y le preguntó:

—¿Hoy podrías llevarte a Carbonilla?

Látigo Gris lo miró con curiosidad.

—¿Por qué?

—Oh, nada importante —respondió tan despreocupadamente como pudo—. Sólo querría comprobar algo que vi ayer. Pero vigila a Carbonilla; no atiende demasiado a las órdenes. No le quites ojo o saldrá corriendo en todas direcciones.

Látigo Gris movió los bigotes divertido.

—¡Parece bastante revoltosa! Aun así, será bueno para Fronde. Él nunca sale corriendo a ningún sitio sin pensarlo detenidamente primero.

—Gracias, amigo.

Corazón de Fuego se fue a toda prisa hacia la entrada del campamento, antes de que su amigo recordara preguntarle adónde iba.

Cuando vio las viviendas de Dos Patas entre los árboles, se agazapó. Abrió la boca para aspirar el frío aire de la mañana. No había señales de patrullas del clan, y tampoco olor a Dos Patas, así que se relajó un poco.

Se acercó lentamente a la valla tras la que había desaparecido la gata. Una vez allí, vaciló y miró alrededor, olfateando el aire una vez más. Luego saltó a uno de los postes de la valla. No había Dos Patas a la vista, sólo un jardín vacío con sus plantas de fuerte aroma.

Se sintió desprotegido en el poste. La rama de un árbol colgaba sobre su cabeza. Había perdido todas las hojas, pero sería más fácil ocultarse allí. Trepó en silencio y se tumbó a esperar, pegándose a la áspera corteza.

Vio una portezuela abatible en la entrada de la casa. De cachorro, él usaba una igual. Clavó la mirada en la portezuela, con la esperanza de que la cara de su hermana apareciera en cualquier momento. El sol se elevaba poco a poco en el cielo matinal, pero Corazón de Fuego empezó a tener frío. La rama húmeda estaba absorbiendo todo el calor de su cuerpo. A lo mejor, los Dos Patas tenían a su hermana encerrada en casa. Después de todo, no tardaría mucho en dar a luz. Se lamió una pata y se preguntó si debería regresar al campamento.

De repente, oyó un fuerte golpe y vio a su hermana salir por la portezuela abatible. Se le erizó el lomo de expectación, y tuvo que obligarse a no saltar directamente al jardín. Sabía que la asustaría, como había sucedido el día anterior. Ahora olía a gato del bosque, no a un amistoso gato doméstico.

Aguardó hasta que ella llegó al final del césped; entonces fue sigilosamente hasta el extremo de la rama y se deslizó al poste. En silencio, saltó a los arbustos de abajo. El aroma de la gata le recordó su sueño.

¿Cómo podía atraer su atención sin asustarla? Pensó, tratando de recordar el nombre que le habían puesto a su hermana. Sólo se acordaba de su propio nombre de gato doméstico. Desde su escondrijo, dijo suavemente:

—¡Soy yo, Colorado!

La gata se quedó inmóvil y miró alrededor. Corazón de Fuego respiró hondo y salió de entre los arbustos.

A la gata se le dilataron los ojos de terror. El joven sabía el aspecto que tenía para ella: musculoso y salvaje, con los penetrantes olores del bosque en la piel. La gata erizó el pelo y bufó con ferocidad. Él no pudo evitar sentirse impresionado por su coraje.

De pronto, recordó el nombre de su hermana.

—¡Princesa! Soy yo, Colorado, ¡tu hermano! ¿Te acuerdas de mí?

La gata siguió tensa. Corazón de Fuego supuso que se estaba preguntando cómo era que aquel extraño gato conocía esos nombres. Se agachó para adoptar una postura sumisa, y se le llenó el pecho de esperanza al ver que la expresión de su hermana iba cambiando de asustada a curiosa.

—¿Colorado? —Princesa olfateó el aire, con los ojos muy abiertos y cautelosos.

Corazón de Fuego dio un paso adelante con cuidado. Ella no se movió, de modo que el joven se acercó un poco más. Su hermana se mantuvo firme, hasta que él estuvo a sólo un ratón de distancia.

—No hueles como Colorado —maulló la gata.

—Ya no vivo con Dos Patas. Estoy viviendo en el bosque con el Clan del Trueno. Ahora tengo su olor.

«Probablemente nunca haya oído hablar de los clanes», pensó, recordando su propia inocencia cuando conoció a Látigo Gris en el bosque.

Princesa estiró el cuello y, cautelosamente, frotó el hocico contra la mejilla de él.

—Pero el aroma de nuestra madre sigue ahí —murmuró, casi para sí misma.

Esas palabras alegraron a Corazón de Fuego, hasta que la gata entornó los ojos y dio un paso atrás, agachando las orejas con desconfianza.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó.

—Te vi ayer en el bosque. Tenía que volver para hablar contigo.

—¿Por qué?

Corazón de Fuego la miró sorprendido.

—Porque eres mi hermana. —Ella debía de sentir algo por él, ¿no?

Princesa lo examinó un momento. Para alivio de él, su expresión recelosa se desvaneció.

—Estás muy delgado —dijo con seriedad.

—Quizá más delgado que un gato doméstico, pero no para un gato de clan… del bosque. Tu olor apareció anoche en mis sueños. Soñé contigo y con nuestros hermanos, y… —Hizo una pausa—. ¿Dónde está madre?

—Sigue con sus dueños.

—¿Y qué hay de…?

Princesa adivinó la pregunta:

—¿… nuestros hermanos? La mayoría viven cerca de aquí. De vez en cuando los veo en sus jardines.

Guardaron silencio unos momentos, y luego Corazón de Fuego preguntó:

—¿Te acuerdas del relleno tan blando de la cesta de madre?

Sintió cierta culpabilidad por esa debilidad de gato doméstico, pero Princesa ronroneó:

—Oh, sí. Ojalá pudiera tenerlo para mis propios hijos.

La incomodidad de Corazón de Fuego se desvaneció. Era estupendo poder hablar de un recuerdo tan tierno sin sentir vergüenza.

—¿Va a ser tu primera camada?

Princesa asintió. Corazón de Fuego sintió una corriente de solidaridad. Aunque tenían la misma edad, su hermana le parecía muy joven e ingenua.

—Todo irá bien —aseguró, recordando el alumbramiento de Pecas—. Parece que tus Dos Patas te tratan bien. Estoy seguro de que tus hijos serán sanos y fuertes.

Princesa se le acercó más, apretándose contra él. El joven guerrero sintió que se le ensanchaba el corazón de la emoción. Por primera vez desde que era un cachorro, comprendió lo que los gatos de clan tenían garantizado: la cercanía del parentesco, un vínculo común determinado por el nacimiento y la herencia.

De repente, deseó que su hermana conociera la vida que llevaba ahora.

—¿Has oído hablar de los clanes?

Princesa lo miró desconcertada.

—Antes has mencionado el Clan del Trueno.

Él asintió.

—En total hay cuatro clanes. En el clan todos cuidan de todos. Los gatos más jóvenes cazan para los más viejos, los guerreros protegen los terrenos de caza frente a los otros clanes. Yo entrené durante la estación de la hoja verde para convertirme en guerrero. Ahora tengo mi propia aprendiza.

Por la expresión confundida de su hermana, Corazón de Fuego vio que no estaba entendiendo todo lo que le contaba, pero aun así sus ojos brillaban encantados mientras él hablaba.

—Suena como si disfrutaras con tu vida —maulló admirada.

Una voz de Dos Patas llamó desde la casa. Corazón de Fuego corrió a esconderse debajo del arbusto más cercano.

—Debería irme —dijo Princesa—. Se preocuparán si no vuelvo, y tengo muchas boquitas que alimentar. Noto cómo se mueven dentro de mí. —Se miró el vientre hinchado con ternura.

Su hermano se asomó por debajo del arbusto.

—Vete, entonces. Yo también tengo que regresar con mi clan. Pero volveré a visitarte.

—¡Sí, me encantaría! —exclamó Princesa por encima del hombro. Ya iba de camino a la vivienda de Dos Patas—. ¡Adiós!

—Nos veremos pronto —se despidió Corazón de Fuego.

Su hermana desapareció de la vista, y la portezuela abatible se cerró tras ella.

En cuanto el jardín quedó en silencio, Corazón de Fuego se arrastró entre los arbustos hasta la valla, la saltó y corrió al bosque. Evocó muchos aromas de su infancia, y de repente le parecieron más reales que los olores del bosque que lo rodeaba.

Se detuvo en lo alto del barranco, mirando hacia el campamento del clan. Todavía no se sentía preparado para regresar. Le preocupaba que le resultara extraño. «Iré a cazar», decidió. Carbonilla estaría segura con Látigo Gris durante un buen rato, y el clan recibiría bien un extra de presas. Dio media vuelta y se internó de nuevo en el bosque.

Cuando por fin volvió al campamento, llevaba en la boca un campañol y una paloma torcaz. El sol se estaba poniendo, y los gatos empezaban a reunirse para la comida vespertina. Látigo Gris estaba solo junto a la mata de ortigas, con un grueso pinzón delante. Corazón de Fuego lo saludó con un gesto de camino al montón de carne fresca.

Garra de Tigre estaba sentado bajo la Peña Alta, y tenía entornados sus ojos ámbar.

—He visto que Carbonilla ha pasado el día con Látigo Gris —maulló cuando Corazón de Fuego depositó sus piezas en el montón—. ¿Dónde estabas?

El joven le devolvió la mirada.

—Me ha parecido un buen día para cazar… demasiado bueno para desperdiciarlo —contestó, nervioso—. En este momento, el clan necesita toda la carne que pueda conseguir.

Garra de Tigre asintió, con los ojos ensombrecidos de sospecha.

—Sí, pero también necesitamos guerreros. El entrenamiento de Carbonilla es responsabilidad tuya.

—Ya lo sé. —Corazón de Fuego inclinó la cabeza respetuosamente—. Mañana me ocuparé de ella.

—Muy bien.

El lugarteniente giró la cabeza y echó una mirada al campamento. Corazón de Fuego recogió un ratón y se lo llevó para comérselo junto a Látigo Gris.

—¿Has encontrado lo que buscabas? —le preguntó Látigo Gris distraído.

—Sí. —Corazón de Fuego se sintió apenado al ver el dolor que reflejaban los ojos de su amigo—. ¿Estás pensando en ese guerrero del Clan del Río?

—Intento no hacerlo —respondió en voz baja—. Pero cuando estoy solo no puedo evitar recordar la predicción de Cascarón de una muerte innecesaria, y de que se avecinaban problemas…

—Toma —lo interrumpió Corazón de Fuego, empujando el ratón hacia su amigo—. Parece que ese pinzón es casi todo plumas, y yo no tengo mucha hambre. ¿Quieres que los cambiemos?

Látigo Gris le lanzó una mirada agradecida. Los dos amigos intercambiaron las presas y empezaron a comer.

Mientras mordisqueaba el pinzón, Corazón de Fuego echó un vistazo al claro y vio a Carbonilla y Fronde delante de la guarida de los aprendices. Polvoroso estaba entretenido destripando un conejo. Los ojos de Corazón de Fuego se cruzaron con los de Arenisca, pero ella apartó la vista.

Carbonilla estaba junto al viejo tocón de árbol donde él había comido tantas veces como aprendiz. Estaba charlando entusiasmada con Fronde, que asentía de vez en cuando mientras le arrancaba las plumas a un gorrión. Al ver a los dos jóvenes —hermano y hermana— juntos y tan a gusto, Corazón de Fuego volvió a acordarse de Princesa y, por primera vez, las escenas familiares de su clan hicieron que se sintiera incómodo. Había tenido buen cuidado de lavarse bien antes de regresar al campamento, para borrar el olor de su hermana, pero era ese aroma el que seguía percibiendo mientras el sol desaparecía tras el lejano horizonte. Había encontrado la cercanía que tanto añoraba, pero eso había dado forma a una soledad que, hasta entonces, había permanecido en su corazón como algo difuso y sin nombre. ¿Los recuerdos profundamente arraigados que compartía con Princesa serían más fuertes que su lealtad al clan?