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Leopardina alzó la cabeza y aulló al viento:

—¡Garra Blanca! ¡No!

Látigo Gris retrocedió torpemente hasta que tuvo las cuatro patas sobre suelo firme. Tenía el pelaje mojado y erizado, y los ojos dilatados de espanto.

—He intentado agarrarlo… él ha perdido pie solo… Yo no pretendía… —Las palabras le salieron a trompicones y entrecortadas.

Corazón de Fuego corrió hacia su amigo y pegó la nariz a su costado para consolarlo, pero Látigo Gris se apartó a ciegas.

Uno por uno, los otros gatos se alejaron del borde y miraron a Látigo Gris. Los guerreros del Clan del Río tenían los ojos entornados de furia y los omóplatos tensos. Sauce y Tormenta Blanca fueron instintivamente hacia Látigo Gris, y tomaron posiciones defensivas a ambos lados del joven.

Leopardina gruñó desde lo más hondo de la garganta, pero era una advertencia a sus propios gatos. Debían permanecer donde estaban. La lugarteniente miró a Garra de Tigre directamente a los ojos.

—Esto ha sido más que una escaramuza fronteriza —murmuró—. Regresaremos con nuestro clan. Habrá que solucionar este asunto en otro momento y de otra manera.

Garra de Tigre le devolvió una mirada desafiante. No mostró ningún temor; se limitó a hacer un leve gesto de asentimiento. Leopardina agitó la punta de la cola y dio media vuelta para marcharse. Los gatos de su clan la siguieron, y toda la patrulla desapareció entre los arbustos.

Las amenazadoras palabras de Leopardina inquietaron a Corazón de fuego. Un mal presentimiento lo invadió como una sombra fría, pues comprendió que aquella reyerta podría significar el inicio de una guerra.

—Deberíamos irnos —maulló Rengo, cojeando—. Vuestros dos guerreros nos han servido bien, y mi clan os da las gracias.

Pero ese agradecimiento formal sonó hueco después de la tragedia que acababan de presenciar. Garra de Tigre asintió, y los dos guerreros del Clan del Viento se encaminaron hacia su propio territorio. Corazón de Fuego se despidió de Bigotes con un quedo maullido cuando el gato pasó por su lado. Bigotes le lanzó una breve mirada y siguió adelante.

Corazón de Fuego reparó en que Arenisca se hallaba en el borde de la quebrada, mirando fijamente el torrente que corría al fondo. Parecía tener las patas congeladas sobre el suelo y los ojos clavados en el abrupto precipicio. El joven supuso que acababa de comprender lo cerca que había estado de compartir el destino de Garra Blanca. Se disponía a acercarse a la gata cuando Garra de Tigre gruñó:

—¡Seguidme!

El guerrero atigrado salió corriendo entre los árboles, y el resto de la patrulla fue tras él, pero Corazón de Fuego vaciló junto a Látigo Gris.

—¡Vamos! —lo instó—. ¡No deberíamos quedarnos rezagados!

Látigo Gris se encogió de hombros, con los ojos empañados de dolor, y empezó a andar detrás de los demás, arrastrando las patas como si fueran de piedra.

Pronto, los gatos que iban delante desaparecieron de su vista, pero Corazón de Fuego podía localizarlos por su olor. Garra de Tigre los conducía de vuelta a su territorio, justo a través de la estrecha zona boscosa del Clan del Río. Corazón de Fuego supuso que en esos momentos no había por qué preocuparse de las patrullas. El daño estaba hecho. Sería absurdo tomar la ruta larga que pasaba por los Cuatro Árboles.

Garra de Tigre había detenido al grupo y estaba esperándolos en el límite del territorio del Clan del Río.

—Creía que os había dicho que me siguierais —gruñó.

—Látigo Gris estaba… —empezó Corazón de Fuego.

—Cuanto antes llegue Látigo Gris al campamento, mejor —lo interrumpió Garra de Tigre.

Látigo Gris no dijo nada, pero a Corazón de Fuego le irritó el áspero tono del lugarteniente.

—¡La muerte de Garra Blanca no ha sido culpa de Látigo Gris!

Garra de Tigre se volvió.

—Lo sé —maulló—. Pero ya no tiene remedio. Vamos, ¡y esta vez no os quedéis atrás!

Se puso en marcha de un salto, cruzando las marcas olorosas que delimitaban el territorio del Clan del Trueno.

Corazón de Fuego había esperado ese momento desde que salieron del refugio del Clan del Viento entre aquellos Senderos Atronadores. Ahora, apenas se dio cuenta de que dejaba atrás las marcas, pues tenía un ojo puesto en Látigo Gris.

La lluvia amainó mientras seguían la familiar senda al campamento. Cuando la patrulla apareció por el túnel de aulagas, algunos gatos salieron de sus guaridas para recibirlos con la cola bien alta.

—¿Habéis encontrado al Clan del Viento? ¿Están a salvo? —quiso saber Musaraña.

Corazón de Fuego asintió con un gesto, pues se sentía vacío para responder. Musaraña dejó caer la cola, y los otros gatos se quedaron en el borde del claro. La expresión de los recién llegados les decía que había sucedido algo grave.

—Venid conmigo —ordenó Garra de Tigre a los jóvenes guerreros, guiándolos hacia la guarida de Estrella Azul.

Corazón de Fuego se mantuvo pegado a su amigo.

Un cálido maullido los recibió desde las sombras al otro lado del liquen. Los tres guerreros se abrieron paso hasta la acogedora cueva.

—¡Bienvenidos! —exclamó la gata levantándose y ronroneando—. ¿Habéis encontrado al Clan del Viento? ¿Los habéis traído de regreso?

—Sí, Estrella Azul —contestó Corazón de Fuego en voz baja—. Están todos a salvo en su campamento. Estrella Alta me ha pedido que te dé las gracias.

—Bien, bien. —Se le ensombrecieron los ojos al advertir la expresión severa de Garra de Tigre—. ¿Qué ha pasado?

—Que Corazón de Fuego decidió volver a casa a través del territorio del Clan del Viento —gruñó el lugarteniente.

Látigo Gris levantó la mirada por primera vez.

—No fue sólo Corazón de Fuego quien lo deci… —empezó.

—Los ha descubierto una patrulla del Clan del Río —lo interrumpió Garra de Tigre—. Si mi patrulla no hubiese oído sus chillidos, no habrían conseguido llegar a casa.

—De modo que los has rescatado —maulló Estrella Azul relajándose—. Gracias, Garra de Tigre.

—No es tan sencillo —replicó el lugarteniente—. Estaban peleando junto al precipicio. Un guerrero del Clan del Río que estaba enzarzado con Látigo Gris cayó por el borde.

Corazón de Fuego advirtió que su amigo se encogía.

Estrella Azul abrió los ojos como platos.

—¿Está muerto? —preguntó horrorizada.

—¡Ha sido un accidente! —se apresuró a exclamar Corazón de Fuego—. ¡Látigo Gris nunca mataría a un gato por un rifirrafe fronterizo!

—Dudo mucho que Leopardina lo vea así. —Garra de Tigre se volvió hacia Corazón de Fuego sacudiendo la cola—. ¿En qué estabas pensando? ¡Atravesar el territorio del Clan del Río! Y con gatos del Clan del Viento. Les has mandado el mensaje de que somos aliados, lo cual sólo servirá para unir más a los clanes del Río y de la Sombra.

—¿El Clan del Viento estaba con vosotros? —Estrella Azul parecía cada vez más alarmada.

—Sólo dos guerreros. Estrella Alta les había ordenado que nos escoltaran a casa. Estábamos cansados… —murmuró Corazón de Fuego.

—No deberíais haber estado en territorio del Clan del Río —gruñó Garra de Tigre—. Y menos con gatos del Clan del Viento.

—No era una alianza. ¡Nos estaban escoltando a casa!

—¿Y el Clan del Río sabe eso? —resopló el lugarteniente.

—Sabía que íbamos a buscar al Clan del Viento para traerlos de vuelta. Lo aceptaron en la Asamblea. No deberían habernos atacado… era una misión especial, como el viaje a las Rocas Altas.

—¡Ellos no aceptaron que pasarais por su territorio! —bufó Garra de Tigre—. Todavía no comprendes las costumbres de los clanes, ¿verdad?

Estrella Azul se puso en pie. Miró a los tres gatos con ojos centelleantes, pero su voz sonó tranquila.

—No deberíais haber entrado en una zona de caza ajena. Ha sido peligroso.

Miró severamente a los jóvenes guerreros. Corazón de Fuego buscó un reproche más duro en su mirada, pero no lo encontró. Se sintió dividido entre la gratitud y la culpabilidad. Él había causado un conflicto con el Clan del Río que podría amenazar la seguridad de su clan durante muchas lunas.

Estrella Azul continuó, sacudiendo la cola con impaciencia.

—Por otro lado, lo habéis hecho muy bien al encontrar al Clan del Viento y devolverlos a su hogar. Pero tendremos que prepararnos para un posible ataque del Clan del Río. Necesitamos entrenar a más guerreros. Corazón de Fuego y Látigo Gris, Escarcha dice que dos de sus hijos están casi listos para empezar el entrenamiento. Quiero que cada uno de vosotros tome un aprendiz.

Corazón de Fuego se sintió aturdido. ¡Qué honor! No podía creerlo, especialmente en ese momento. Lanzó una mirada furtiva a Garra de Tigre, que estaba tan rígido como una roca.

Látigo Gris levantó la cabeza.

—Pero ¡los hijos de Escarcha no han alcanzado las seis lunas de edad!

—No tardarán mucho en cumplirlas. Me preocupaban las divisiones de la última Asamblea, y hoy… —Estrella Azul dejó la frase en el aire, y Corazón de Fuego notó que Látigo Gris se miraba las patas una vez más.

Garra de Tigre observó duramente a la líder con sus ojos ámbar.

—¿No sería mejor pedir a guerreros más experimentados, como Rabo Largo o Cebrado, que tomaran otro aprendiz? —preguntó—. ¡Estos dos apenas son poco más que aprendices!

—Lo he considerado. Pero Rabo Largo estará bastante ocupado con Zarpa Rauda, y Cebrado se está encargando de convertir a Polvoroso en todo un guerrero.

—¿Y qué hay de Viento Veloz? —inquirió Garra de Tigre.

—Viento Veloz es un magnífico cazador y un guerrero leal, pero no creo que tenga la paciencia necesaria para ser mentor. El Clan del Trueno podrá usar sus habilidades en mejores cosas.

—¿Y crees que estos dos tienen lo necesario para entrenar guerreros? —maulló Garra de Tigre desdeñoso.

Corazón de Fuego se estremeció. El lugarteniente había hecho la pregunta mirándolo sólo a él. «¿Acaso cree que un gato doméstico no es apropiado para entrenar a gatos nacidos en un clan?», pensó con rabia.

Estrella Azul se volvió hacia el atigrado oscuro.

—Lo averiguaremos. No olvides que han traído de vuelta al Clan del Viento. Por supuesto —añadió—, confío en que tú supervisarás el entrenamiento.

Garra de Tigre asintió y la líder se volvió hacia los jóvenes.

—Id a comer algo —ordenó—. Luego descansad. Cuando la luna esté alta, se celebrará la ceremonia de nombramiento de los cachorros.

Los dos amigos salieron de la guarida. La lluvia se había transformado en una fina llovizna.

—Estoy muerto de hambre —maulló Corazón de Fuego. Captó el cálido aroma de carne fresca en el claro—. ¿Vienes por algo para comer?

Látigo Gris se quedó atrás, con ojos distantes y tristes. Negó lentamente con la cabeza.

—Sólo quiero dormir —masculló.

En cuanto tuvo el estómago lleno, Corazón de Fuego se encaminó al dormitorio de los guerreros. Látigo Gris estaba ovillado, con la cabeza metida entre las patas. A Corazón de Fuego le pesaban los párpados, pero seguía teniendo el pelo empapado, de modo que se obligó a lavarse a fondo antes de instalarse en su cálido lecho.

Sauce lo despertó con un suave toque.

—Es la hora de la ceremonia —susurró.

Corazón de Fuego levantó la cabeza y parpadeó.

—Gracias, Sauce —maulló mientras la gata salía de la guarida. Le dio un empujoncito a Látigo Gris y siseó—: Ceremonia.

Luego se levantó y estiró las patas hasta que le temblaron. ¡Estaba a punto de convertirse en mentor! Sintió un cosquilleo de emoción en las zarpas.

Su amigo se despertó y se desenroscó despacio, como un gato viejo. De repente, las patas de Corazón de Fuego parecieron recordar el largo viaje y empezaron a dolerle de nuevo.

Al menos había parado de llover. En silencio, los dos jóvenes avanzaron por el claro. La luna brillaba por encima de los árboles, volviendo de plata las ramas mojadas.

—¡Bien por traer a casa al Clan del Viento! —exclamó una alegre voz. Corazón de Fuego se volvió de un salto y descubrió a Medio Rabo detrás de él—. Una noche debes venir a contarles la historia a los veteranos.

Asintió abstraído y luego volvió a mirar al claro. Escarcha ya estaba sentada bajo la Peña Alta. A cada lado tenía a uno de sus hijos, una gatita gris oscuro y un gatito melado. La reina blanca dobló la cabeza para lamerlos detrás de las orejas. La pequeña gata gris sacudió la cabeza con impaciencia ante los mimos de su madre.

De nuevo, Corazón de Fuego sintió un cosquilleo de emoción.

Látigo Gris estaba sentado junto a él, mirando el suelo.

—¿No estás emocionado? —le preguntó.

Su amigo se encogió de hombros.

—Vamos, Látigo Gris, la muerte de Garra Blanca no ha sido culpa tuya. Era el peor lugar del mundo para un ataque, y los gatos del Clan del Río deberían haberlo sabido. Arenisca casi se cae también por el borde —añadió.

Lanzó una mirada a Arenisca, que estaba cerca de allí. Polvoroso, situado al lado de la gata, lo miró con envidia manifiesta. El joven guerrero no podía culparlo. Él estaba a punto de convertirse en mentor cuando a Polvoroso ni siquiera le habían dado su nombre de guerrero. Pero se estremeció cuando Polvoroso se inclinó hacia Arenisca y susurró, lo bastante alto para que él lo oyera:

—Lo lamento por el aprendiz de Corazón de Fuego. Imagínate, ¡un gato de clan entrenado por una mascota!

Pero, por una vez, Arenisca no reaccionó. Sólo le lanzó una mirada incómoda a Corazón de Fuego.

Éste se volvió de nuevo hacia Látigo Gris.

—Estrella Azul no te culpa —insistió—. Ella sabe que eres un buen guerrero. Va a confiarte tu primer aprendiz.

Su amigo levantó la vista y respondió con amargura:

—Sólo lo hace porque el clan necesita más guerreros. ¿Y por qué? Pues ¡porque yo le he dado al Clan del Río una excusa para odiarnos!

Corazón de Fuego se quedó impactado por la dureza de aquella autoinculpación. El maullido de Estrella Azul los llamó antes de que pudiera decir nada más. Se encaminó hacia su líder con Látigo Gris a la zaga.

Cuando llegaron al centro del claro, la líder observó a los gatos congregados.

—Con la luna alta, nos reunimos para nombrar a dos nuevos aprendices —dijo—. Vosotros dos, acercaos.

La gatita gris se separó de su madre y corrió al centro del claro, con la esponjosa cola tiesa y los ojos azules bien abiertos. El gatito melado la siguió más despacio. Tenía las orejas erguidas y el entrecejo fruncido con seriedad mientras se acercaba al pie de la Peña Alta.

A Corazón de Fuego empezó a martillearle el corazón. ¿Cuál de los dos le confiarían? El macho de expresión solemne sería más fácil de entrenar, pero había algo en el patoso entusiasmo de la gatita que le recordó a sí mismo el día que se unió al clan.

—De hoy en adelante —maulló Estrella Azul, mirando a la pequeña gata gris—, hasta que se haya ganado su nombre de guerrera, esta aprendiza se llamará Carbonilla.

—¡Carbonilla! —La gatita no pudo evitar repetir su nombre en voz alta.

Al oír un siseo de advertencia de Escarcha, la pequeña bajó la cabeza a modo de disculpa.

—Corazón de Fuego —continuó Estrella Azul—, estás preparado para encargarte de tu primer aprendiz. Tú empezarás el entrenamiento de Carbonilla —anunció, y al joven se le hinchó el pecho de orgullo—. Eres afortunado, Corazón de Fuego, de haber tenido más de un mentor. Espero que transmitas todo lo que te enseñé a esta joven aprendiza —prosiguió la líder, y de pronto el joven se sintió algo abrumado; aquellas palabras tenían el peso de una responsabilidad para la que no sabía si estaba listo—, y que compartas con ella las habilidades que aprendiste de Garra de Tigre y Corazón de León.

Ante la mención de Corazón de León, el joven se imaginó que el guerrero dorado lo miraba desde el Manto de Plata con ojos alentadores y cálidos. Alzó la cabeza y le devolvió la mirada a Estrella Azul tan firmemente como pudo.

La líder se volvió hacia el cachorro melado.

—Y este aprendiz será conocido como Fronde —agregó.

El pequeño no se movió ni emitió sonido alguno.

—Látigo Gris, tú entrenarás a Fronde. Corazón de León, nuestro amigo perdido, fue tu mentor. Espero que su destreza y sabiduría pasen a este aprendiz a través de ti.

Látigo Gris levantó bien la cabeza y, por un momento, un brillo de orgullo asomó a sus ojos. Dio unos pasos adelante y tocó con la nariz la de su nuevo aprendiz. Fronde le devolvió el toque educadamente. Sólo sus ojos, que relucían como estrellas, revelaban que el joven gatito estaba tan emocionado como su hermana.

Corazón de Fuego vio que se tocaban con la nariz y comprendió que él debería haber hecho lo mismo. Se acercó deprisa a Carbonilla. Ella adelantó la cabeza bruscamente y sus narices chocaron. La gatita volvió a tocarle la nariz, esta vez con menos torpeza, pero al joven le lagrimearon los ojos de dolor. Carbonilla procuró que no se le movieran los bigotes de la risa, y él sintió una oleada de vergüenza. «Soy mentor», se recordó a sí mismo.

Miró alrededor, al clan reunido. Todos los gatos parecían asentir con aprobación. Pero entonces sus ojos se encontraron con los de Garra de Tigre. Desde el borde del claro, la mirada ámbar del lugarteniente parecía burlarse de él.

Rápidamente volvió a mirar a Carbonilla, quien lo estaba observando con orgullo no disimulado. De pronto, el joven notó un hormigueo en la piel. Más que nada en el mundo, quería ser un gran guerrero y un buen mentor, pero resultaba penosamente claro que Garra de Tigre esperaba que fracasara.