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7

Durante unos segundos ningún gato se movió ni habló. Al cabo, Rengo gruñó:

—Cualquier clan ha podido ver esas nubes. No podemos estar seguros de que el mensaje sea para nosotros.

Sonaron maullidos esperanzados. Estrella Alta inspeccionó a los suyos, y luego dijo con calma:

—Sea lo que sea lo que el Clan Estelar haya planeado para nosotros, hoy regresaremos a casa. Puedo oler más lluvia en el aire. Es hora de partir.

Corazón de Fuego se sintió aliviado ante el tono práctico del líder. Lo último que necesitaban era un ataque de histeria por una profecía de mal agüero.

Estrella Alta abrió la marcha para salir al frío aire matinal. Corazón de Fuego y Látigo Gris lo siguieron. El líder tenía razón: el viento llevaba la promesa de más lluvia, y pronto.

—¿Quieres que nos adelantemos a reconocer el terreno? —se ofreció Corazón de Fuego.

—Sí, por favor. Avisadme si veis perros, Dos Patas o ratas. Mi clan es más fuerte esta mañana, pero al pasar por aquí la primera vez, tuvimos problemas con los perros. Debemos estar alerta.

Por la expresión preocupada del líder, Corazón de Fuego supo que la advertencia de Cascarón lo había perturbado más de lo que sugerían sus palabras. Tal vez el Clan del Viento fuese más fuerte, pero no estaba en condiciones de enfrentarse a atacantes.

Salió corriendo con Látigo Gris pisándole los talones. Se turnaron para regresar a contarle a Estrella Alta si el camino estaba libre, o para aconsejarle que se detuvieran mientras pasaba un Dos Patas con un perro. Los gatos obedecían a su líder sin rechistar, pero avanzaban lenta y pesadamente a pesar de la noche de descanso.

Para cuando el sol estuvo en lo alto, volvieron a formarse nubes oscuras y empezaron a caer las primeras gotas. El suelo comenzó a empinarse. Al atravesar un seto, Corazón de Fuego reconoció el sendero de tierra roja que iba del territorio de los Dos Patas a las tierras de caza del Clan del Viento. Se animó de golpe, e intercambió una mirada de triunfo con Látigo Gris. ¡Ya casi estaban!

Tras el seto sonaba el apagado sonido de pasos pesados. Corazón de Fuego dio media vuelta y regresó al campo. Los gatos del clan los habían alcanzado. Rengo encabezaba el grupo, y pareció sorprendido por la repentina aparición del joven.

—Por aquí —maulló éste, señalando el agujero a través de las hojas goteantes.

Estaba deseando ver la reacción de los miembros del clan cuando vislumbraran las tierras altas al otro lado. Con Rengo a la cabeza, todos los gatos empezaron a cruzar despacio.

Corazón de Fuego siguió al último, pero Rengo y otros dos guerreros ya habían saltado la zanja y atravesado el sendero, y estaban cruzando el seto del otro lado. Su ritmo se había acelerado; era evidente que sabían dónde estaban. Tuvo que correr para alcanzarlos. Los siguió a través del seto, y se mantuvo a su lado mientras saltaban hacia la larga cuesta que conducía a las tierras altas y a su hogar.

Al pie de la ladera, Rengo y sus guerreros se detuvieron a esperar al resto del clan. Cerraron los ojos contra la lluvia, pero mantuvieron la cabeza alta. Corazón de Fuego vio cómo les subía y bajaba el pecho al aspirar los familiares aromas procedentes de las tierras altas.

El joven volvió corriendo hacia el clan, en busca de Flor Matinal. La descubrió caminando al lado de un guerrero atigrado que llevaba en la boca a su pequeño. Cada pocos pasos, la reina carey estiraba el cuello para olfatear al bultito mojado. Ya no tardaría mucho en poder acomodar a su cachorro en la maternidad del Clan del Viento.

Corazón de Fuego se reunió con Látigo Gris en la retaguardia. Se miraron con alegría, pero no hablaron, demasiado cautivados por la emoción del clan al regresar a su hogar.

Al aproximarse a lo alto, algunos guerreros echaron a correr. En la cima de la ladera dibujaron unas orgullosas siluetas contra el cielo tormentoso, mientras el viento les ondulaba el pelaje. Ante ellos se extendían sus antiguos terrenos de caza. De repente, dos aprendices salieron corriendo, pasaron ante Corazón de Fuego y saltaron al familiar brezo.

Estrella Alta se quedó de piedra.

—¡Alto! —aulló—. ¡Podría haber patrullas de caza de otros clanes!

En cuanto lo oyeron, los aprendices frenaron en seco y regresaron a toda máquina con el clan, con los ojos todavía brillantes de júbilo.

Desde una cresta sembrada de rocas, Corazón de Fuego vio la hondonada en el suelo que escondía el campamento del Clan del Viento. Con un ronroneo encantado, Flor Matinal tomó a su cachorro de la boca del guerrero y se dirigió enseguida hacia allí. Estrella Alta sacudió la cola, y tres guerreros corrieron a escoltarla mientras desaparecía en el campamento.

El líder se detuvo mientras el resto de su clan se apresuraba a desaparecer en los protectores arbustos de abajo. Se volvió hacia Corazón de Fuego y Látigo Gris con ojos resplandecientes.

—Mi clan os agradece vuestra ayuda —maulló—. Ambos habéis demostrado que sois guerreros dignos del Clan Estelar. El Clan del Viento ha vuelto a casa, y es hora de que vosotros volváis a la vuestra.

Corazón de Fuego sintió una punzada de decepción. Habría querido ver a Flor Matinal instalada en la maternidad con su cachorro. Pero Estrella Alta tenía razón: no era necesario que siguieran allí más tiempo.

—Podría haber grupos de caza hostiles por aquí —continuó el líder—. Bigotes y Rengo os escoltarán hasta los Cuatro Árboles.

Corazón de Fuego inclinó la cabeza.

—Gracias, Estrella Alta.

El líder llamó a sus guerreros y les dio las órdenes oportunas. Luego volvió de nuevo sus ojos cansados a los jóvenes.

—Habéis servido bien a mi clan. Decidle a Estrella Azul que el Clan del Viento no olvidará que fue el Clan del Trueno quien lo trajo de vuelta a casa.

Rengo se puso en marcha en dirección a los Cuatro Árboles. Corazón de Fuego y Látigo Gris siguieron detrás de él, con Bigotes al lado. Avanzaron muy juntos por un estrecho sendero a través de una masa de aulagas que proporcionaba una buena protección contra la lluvia.

De repente, Bigotes se detuvo y olfateó el aire.

—¡Conejo! —exclamó jubilosamente antes de internarse en la aulaga.

Rengo se paró a esperar. Corazón de Fuego pudo ver un centelleo en los cansados ojos del lugarteniente. Se oyeron pasos apresurados en la distancia y el susurro de la aulaga; luego, el silencio.

Al cabo de un momento, Bigotes regresó con un conejo entre las fauces.

Látigo Gris se inclinó hacia Corazón de Fuego:

—Un poquito mejor que los guerreros del Clan del Río, ¿eh?

Corazón de Fuego coincidió con un ronroneo.

Bigotes dejó la presa en el suelo.

—¿Alguien tiene hambre?

Comieron el conejo, agradecidos. Cuando se hubo terminado su parte, Corazón de Fuego se incorporó relamiéndose. La comida lo había reanimado, pero empezaba a sentir las patas doloridas y un frío agotador en los huesos. Si seguían la ruta por la que habían llegado, pasando por los Cuatro Árboles, aún les quedaba un largo camino por delante. ¿Y si tomaban un atajo por los terrenos de caza del Clan del Río? Después de todo, estaban realizando una misión acordada por todos los clanes, al menos en la Asamblea. ¿Podría el Clan del Río oponerse si atravesaban su territorio? No es que fueran a cazar allí…

Corazón de Fuego miró a sus compañeros y dijo como tanteo:

—¿Sabéis?, sería más rápido si siguiéramos el río.

Látigo Gris, que estaba lavándose una pata, levantó la vista.

—Pero eso significaría entrar en el territorio del Clan del Río.

—Podríamos seguir el desfiladero —explicó Corazón de Fuego—. El Clan del Río no caza allí; es demasiado escarpado para que puedan llegar al agua.

Látigo Gris bajó la pata suavemente.

—Me duelen hasta las uñas —murmuró—. No me importaría tomar una ruta más corta. —Esperanzado, volvió sus ojos amarillos al lugarteniente del Clan del Viento.

Rengo pareció pensativo.

—Estrella Alta nos ha ordenado acompañaros a los Cuatro Árboles —maulló.

—Si no queréis venir con nosotros, lo entenderemos —respondió Corazón de Fuego—. Sólo estaremos en territorio del Clan del Río un visto y no visto. No creo que vayamos a tener problemas.

Látigo Gris asintió, pero Rengo negó con la cabeza.

—No podemos dejar que entréis solos en territorio del Clan del Río. Estáis agotados. Si encontrarais algún problema, no estaríais en condiciones de enfrentaros a él.

—¡No vamos a tropezarnos con nadie! —Corazón de Fuego se había convencido, y estaba dispuesto a convencer también a Rengo.

Éste lo miró con ojos viejos y sabios.

—Si fuéramos por allí —reflexionó—, el Clan del Río sabría que el Clan del Viento ha regresado.

Corazón de Fuego irguió las orejas, entendiendo lo que quería decir.

—Y en cuanto hayan captado olor fresco del Clan del Viento, quizá no tengan tantas ganas de volver a cazar conejos en vuestro territorio.

Bigotes se relamió los últimos rastros de conejo del hocico y señaló:

—¡Eso significará que estaremos de vuelta en casa antes de que salga la luna!

—¡Tú sólo quieres asegurarte de conseguir un buen lecho en la guarida! —replicó Rengo. Su voz era severa, pero había un brillo bonachón en sus ojos.

—Entonces, ¿vamos a ir por territorio del Clan de Río? —preguntó Corazón de Fuego.

—Sí —decidió Rengo.

Cambió de dirección y guió a los gatos por una antigua senda de tejones que los alejaba de las áridas tierras altas. Pronto llegaron al territorio prohibido. Incluso a través del viento y la lluvia, Corazón de Fuego oyó el rugido del río, que resonaba más adelante.

Siguieron la senda. El camino fue encogiendo hasta quedar reducido a poco más que una tira de hierba al borde de una profunda quebrada. A un lado, la tierra se extendía hacia arriba, escarpada y rocosa; al otro, caía en picado. Corazón de Fuego podía ver el extremo opuesto de la garganta, a sólo unos zorros de distancia. El espacio parecía tentadoramente estrecho, y el joven se preguntó si podría salvarlo con un único salto. Tal vez si no estuviese tan hambriento y cansado… Sintió un hormigueo de miedo en las zarpas al pensar en la caída, pero no pudo resistirse a mirar por el borde.

Bajo sus patas, el suelo descendía en un precipicio cortado a pico. Había helechos aferrados a diminutos salientes; sus hojas relucían, pero no por la lluvia, sino por el agua en suspensión del torrente crecido que formaba espuma al fondo de la garganta.

Corazón de Fuego se separó del borde, con el lomo erizado de miedo. Más adelante, Rengo, Bigotes y Látigo Gris avanzaban pesadamente pero sin pausa, con la cabeza gacha. Tendrían que seguir ese sendero hasta llegar a la pequeña zona forestal que había entre ellos y el territorio del Clan del Trueno.

Corazón de Fuego trastabilló al correr para alcanzar a los otros. Rengo tenía las orejas desplegadas y la cola tan baja que casi la arrastraba por el suelo. Bigotes también estaba claramente nervioso; no dejaba de mirar la pendiente que se alzaba junto a ellos, como si oyera algo.

Corazón de Fuego no podía oír nada a excepción del rugido del río. Miró por encima del hombro con ansiedad, barriendo el espacio con los ojos. El recelo de los gatos del Clan del Viento lo estaba poniendo nervioso.

La escarpada ladera comenzó a allanarse, hasta que pudieron alejarse del borde del precipicio. La lluvia seguía resbalándoles por la cara. El cielo, cada vez más oscuro, le indicó a Corazón de Fuego que el sol se estaba poniendo, pero no tardarían mucho en alcanzar el bosque. Allí estarían más resguardados. La idea de comida y un lecho seco lo animó.

De repente, un aullido de advertencia resonó en la garganta de Rengo. Corazón de Fuego se quedó inmóvil y saboreó el aire. ¡Una patrulla del Clan del Río! A sus espaldas sonó un maullido agudo. Al volverse, descubrieron que seis guerreros se abalanzaban sobre ellos, y a Corazón de Fuego se le erizó el pelo de horror. La profunda quebrada con sus bravas aguas seguía peligrosamente cerca.

Un gato marrón oscuro aterrizó sobre él. Corazón de Fuego rodó para alejarse del precipicio, dando furiosos golpes con las patas traseras. Sintió que le clavaban los dientes en el bíceps, y se retorció bajo el peso del rabioso guerrero. Arañó desesperadamente el suelo empapado, tratando de liberarse. El enemigo le dio un zarpazo en el costado con sus afiladas uñas, y él mordió a su atacante. Cerró las mandíbulas con fuerza y oyó el chillido del guerrero, que le clavó las garras con más fiereza todavía.

—Ésta será la última vez que pises territorio del Clan del Río —bufó el gato marrón.

Corazón de Fuego era consciente de que alrededor sus compañeros peleaban con ferocidad. Sabía que estaban tan exhaustos como él por la larga caminata, y oyó que Látigo Gris maullaba violentamente. Bigotes bufaba de dolor y rabia. Y entonces, procedente del bosque que tenían detrás, el joven oyó otro sonido, un sonido cargado de furia… pero, aun así, motivo de júbilo. ¡El grito de guerra de Garra de Tigre! Corazón de Fuego olió a una patrulla del Clan del Trueno que se acercaba a toda prisa, dispuesta para la batalla: eran Garra de Tigre, Sauce, Tormenta Blanca y Arenisca.

Maullando y bufando, los gatos del Clan del Trueno se unieron al combate. El gato marrón soltó a Corazón de Fuego, quien se puso en pie de inmediato. Vio cómo Garra de Tigre inmovilizaba a un gato gris contra el suelo y le daba un mordisco de advertencia en la pata trasera. El oponente huyó chillando hacia los arbustos. Garra de Tigre se volvió y clavó sus ojos claros en Leopardina. La lugarteniente moteada del Clan del Río estaba luchando con Rengo. El guerrero lisiado no podía con la feroz gata. Corazón de Fuego se preparó para saltar en su rescate, pero Garra de Tigre se le adelantó. El guerrero oscuro se abalanzó sobre Leopardina y la agarró por los omóplatos. Con un potente gruñido, la separó del escuálido lugarteniente del Clan del Viento.

Corazón de Fuego oyó un violento maullido detrás de él. Al darse la vuelta, vio a Arenisca enzarzada con otra gata del Clan del Río. Retorciéndose y debatiéndose, rodaban agarradas por la hierba mojada, bufando y arañándose con fiereza. Corazón de Fuego soltó un grito ahogado. ¡Estaban rodando hacia el borde rocoso del precipicio!

El joven echó a correr. Con un potente golpe, separó a la guerrera de Arenisca y la apartó del borde. Arenisca resbaló hacia el precipicio. Corazón de Fuego se abalanzó sobre ella y la agarró con los dientes por el pescuezo. Arenisca chilló de rabia mientras él la arrastraba lejos de la quebrada, arañando el suelo embarrado. En cuanto Corazón de Fuego se detuvo, ella se puso en pie y le bufó, con los ojos llameantes de furia:

—¡Puedo ganar mis propias batallas sin que me ayudes!

Corazón de Fuego abrió la boca para explicarse, pero un terrible maullido hizo que ambos volviesen la cabeza. Látigo Gris estaba inclinado peligrosamente en el borde de la quebrada, estirando al máximo las patas traseras. Junto a él, una zarpa blanca se aferraba al borde. Látigo Gris se inclinó más con la boca abierta, tratando de agarrar la pata, pero ésta desapareció de la vista con una rapidez terrorífica. Látigo Gris chilló y chilló, y su voz resonó por toda la garganta.

Los gatos dejaron de pelear al oír la agónica llamada de Látigo Gris. Corazón de Fuego se quedó helado, resollando de la impresión y el cansancio. Los miembros del Clan del Río corrieron al borde del precipicio. Corazón de Fuego los siguió despacio y se asomó. Al fondo, a través del ensordecedor torrente, vio la cabeza oscura de un guerrero del Clan del Río, hundiéndose bajo la espumosa agua.

Con un escalofrío de espanto, Corazón de Fuego recordó las palabras del curandero del Clan del Viento: «Este día traerá una muerte innecesaria».