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6

A modo de advertencia, Corazón de Fuego pegó su cuerpo al de Látigo Gris, que se había acercado hasta él. Si querían sobrevivir, no tenían que mostrarse como una amenaza.

Los guerreros del Clan del Viento permanecieron firmes sin mover un músculo. «¡Están esperando una señal de su líder! —comprendió Corazón de Fuego—. Todavía siguen el código guerrero aunque tengan que vivir así».

Desde detrás de la hilera de guerreros, un macho blanco y negro se abrió paso hasta el frente. Sobresaltado, Corazón de Fuego reconoció al gato de larga cola que había visto en su sueño. Aquél debía de ser Estrella Alta, el líder.

Estrella Alta olfateó el aire, pero Corazón de Fuego y Látigo Gris se encontraban a favor del viento: la incesante brisa se llevaba su olor. Cuando el gato blanco y negro avanzó hacia ellos, Corazón de Fuego aspiró la pestilencia rancia a carroña que emanaba de su pelaje. Al igual que Látigo Gris, Corazón de Fuego se mantuvo absolutamente inmóvil, con la mirada baja, mientras Estrella Alta los rodeaba olisqueándolos.

Al cabo, éste se volvió hacia sus guerreros. Corazón de Fuego lo oyó murmurar:

—Clan del Trueno.

Los guerreros se tranquilizaron, pero siguieron formando una línea defensiva para proteger al resto de los gatos.

Estrella Alta se volvió hacia sus visitantes y se sentó, enroscando limpiamente la cola alrededor de las patas.

—Esperaba al Clan de la Sombra —gruñó. Sus ojos ardían con hostilidad—. ¿Por qué estáis aquí?

—Hemos venido en vuestra busca —maulló Corazón de Fuego, sintiendo que se le quebraba la voz de la tensión—. Estrella Azul y los otros dirigentes del clan quieren que regreséis.

La voz del líder siguió sonando cautelosa:

—Esa tierra ya no es segura para los míos.

En sus ojos había una expresión acorralada que provocó una punzada de pesar en Corazón de Fuego.

—El Clan de la Sombra ha desterrado a Estrella Rota —explicó—. Él ya no supone ninguna amenaza.

Los guerreros que estaban detrás de Estrella Alta se miraron entre sí. Murmullos de sorpresa brotaron por todo el clan.

—Debéis regresar lo antes posible —los instó Corazón de Fuego—. Los clanes de la Sombra y del Río han empezado a cazar en las tierras altas. De camino aquí, vimos una partida de caza del Clan del Río cerca de la antigua madriguera de tejón.

Estrella Alta erizó el pelo de rabia.

—Pero son muy malos cazadores de conejos —señaló Látigo Gris—. Creo que volvieron a su casa con el estómago vacío.

Estrella Alta y sus guerreros ronronearon divertidos. Su buen humor animó a Corazón de Fuego, aunque podía ver lo débiles que estaban. Para aquel clan, el trayecto de vuelta a las tierras altas resultaría largo y penoso.

—¿Podemos viajar con vosotros? —sugirió respetuosamente.

Los ojos de Estrella Alta relucieron. Sabía que la pregunta era una diplomática oferta de ayuda. Miró fijamente a Corazón de Fuego.

—Sí —respondió al fin—. Gracias.

Corazón de Fuego cayó en la cuenta de que no se había presentado.

—Éste es Látigo Gris —maulló, ladeando la cabeza—. Y yo soy Corazón de Fuego. Somos guerreros del Clan del Trueno.

—Corazón de Fuego —repitió Estrella Alta pensativo. La luz del sol estaba inundando el túnel a través del agujero del techo, haciendo que el pelaje anaranjado del joven brillara en la penumbra—. Ese nombre te queda muy bien.

Otro monstruo pasó rugiendo por encima. Ambos jóvenes se encogieron. El líder los miró risueño y sacudió la cola. Debía de ser una señal, pues la línea de guerreros se deshizo.

—Nos marcharemos de inmediato —anunció poniéndose en pie—. ¿Estamos todos listos para el viaje? —preguntó cuando los guerreros empezaron a moverse entre las reinas y los veteranos.

—Todos excepto el cachorro de Flor Matinal —respondió un guerrero marrón moteado—. Es demasiado pequeño.

—Entonces cargaremos con él por turnos —decidió Estrella Alta.

Los gatos del clan se acercaron, con los ojos apagados de dolor y agotamiento. Una reina color carey llevaba delicadamente por el pescuezo a un cachorro diminuto. La criaturita apenas tenía los ojos abiertos.

—¿Preparados? —preguntó Estrella Alta.

Un macho negro con una pata deforme miró alrededor y respondió por todos:

—Preparados.

Corazón de Fuego y Látigo Gris se volvieron para regresar a la entrada del túnel, y allí esperaron mientras los gatos salían parpadeando a la luz del sol. Algunos veteranos bizquearon tanto rato, con la cara crispada contra el débil sol, que Corazón de Fuego supuso que no habían estado fuera del túnel desde hacía bastante tiempo. Estrella Alta fue el último en salir, y se colocó a la cabeza de su clan.

—¿Queréis que os llevemos por dónde hemos venido? —le preguntó Corazón de Fuego—. Creo que es un atajo.

—¿Es seguro?

Corazón de Fuego volvió a ver la expresión acorralada en los ojos del líder.

—Al venir no hemos tenido ningún problema —respondió Látigo Gris.

Estrella Alta sacudió la cola resueltamente, como si estuviese alejando cualquier duda.

—Bien —declaró—. Tú ven conmigo, Látigo Gris. Enséñame el camino. Corazón de Fuego, tú ve junto al clan. Avisa a mi lugarteniente si ves problemas.

—¿Quién es?

Estrella Alta señaló con la cabeza al macho negro.

—Rengo —maulló.

El guerrero se volvió al oír su nombre y plantó las orejas.

Corazón de Fuego inclinó la cabeza a modo de saludo. Dejó a Látigo Gris con Estrella Alta y se unió al resto de los gatos.

Cuando el clan pasó por debajo del Sendero Atronador en arco, Corazón de Fuego todavía pudo oler el fuego, pero cuando llegaron al descampado no se veía a ningún Dos Patas. Látigo Gris fue derecho al túnel en que habían pasado la noche. Estrella Alta entró primero; mientras, Corazón de Fuego esperó al final hasta que todo el clan hubo desaparecido en su interior. Sólo quedaba Rengo.

—¿Estás seguro de que esto sale a la luz del día? —maulló con cautela el macho negro.

—Sólo pasa por debajo de un Sendero Atronador. ¿Nunca habéis usado este túnel? —preguntó Corazón de Fuego sorprendido.

—Cuando nuestros guerreros cruzan un Sendero Atronador, prefieren ver adónde se encaminan —gruñó Rengo. Corazón de Fuego asintió, y el lugarteniente añadió—: Ve tú primero.

El joven se metió en el agujero negro. Al salir por el otro lado, encontró a los gatos mirando fijamente el campo que conducía al último Sendero Atronador. Vio que Estrella Alta consultaba brevemente con Látigo Gris antes de internarse en la extensión de hierba larga y quebradiza. Corazón de Fuego continuó con el resto del clan flanqueando uno de los lados, mientras Rengo cojeaba firmemente al otro lado.

Antes de llegar a la mitad del campo, quedó patente que a muchos gatos les estaba costando mantener el ritmo.

—¡Estrella Alta! —maulló Rengo—. ¡Debemos ir más despacio!

Corazón de Fuego miró por encima del hombro, y vio que algunos gatos estaban rezagándose. Entre ellos se encontraba Flor Matinal, con la cría colgando de la boca. Fue hasta ella. La gata resollaba tremendamente. Debía de haber dado a luz hacía poco tiempo.

—Deja que lo lleve yo —se ofreció Corazón de Fuego—. Sólo hasta que hayas recuperado el aliento.

Flor Matinal lo miró con recelo, pero sus ojos se dulcificaron al cruzarse con los de él. Dejó al cachorro en el suelo; Corazón de Fuego lo tomó cuidadosamente y caminó junto a la gata, para que ésta no perdiera de vista su preciosa carga.

Estrella Alta redujo el paso, pero sólo un poco. A pesar de su evidente cansancio y de que se le marcaban las costillas, estaba alimentado por una feroz energía que proporcionaba rapidez a sus patas.

Corazón de Fuego comprendía en parte la razón de su urgencia. El sol ya estaba ascendiendo en el horizonte. Algunos de los gatos del Clan del Viento estaban enfermos, otros eran viejos, y todos estaban debilitados por el hambre. Si querían atravesar el Sendero Atronador sin perder a ningún miembro, tendrían que hacerlo deprisa, antes de que los monstruos llegaran en tropel.

Para cuando Corazón de Fuego y Flor Matinal alcanzaron el seto, el clan estaba reunido alrededor de su líder.

—Cruzaremos el Sendero Atronador por aquí —anunció Estrella Alta por encima del ruido de un monstruo que pasaba.

El líder pasó por debajo del seto. Rengo, Látigo Gris y un joven guerrero lo siguieron.

Flor Matinal se inclinó hacia Corazón de Fuego y recuperó a su pequeño. Ya había dejado de resollar, y al tomar al cachorro de la boca de Corazón de Fuego, le rozó la mejilla con agradecimiento. El joven bajó la cabeza y siguió a Látigo Gris.

Estrella Alta y Rengo estaban mirando en silencio el ancho camino grisáceo. Látigo Gris estaba junto a ellos, y señaló con la cola al joven guerrero.

—Éste es Bigotes —le dijo a Corazón de Fuego.

Un monstruo pasó a toda velocidad, tragándose casi las palabras de Látigo Gris y levantando un polvo irritante.

Con los ojos llorosos, Corazón de Fuego saludó a Bigotes y devolvió su atención al Sendero Atronador.

—Deberíamos intentar cruzar en pequeños grupos —propuso—. Látigo Gris y yo nos quedaremos con cualquiera que necesite ayuda. —Miró al líder—. Si tú estás de acuerdo, Estrella Alta.

Éste asintió.

—Primero pasará el grupo más fuerte —maulló.

Los demás gatos empezaron a aparecer a través del seto. Al poco rato, todos estaban apiñados junto a ellos, apretados contra las punzantes ramitas, tan lejos del Sendero Atronador como les era posible.

Corazón de Fuego y Látigo Gris se acercaron al borde, esperando un hueco en la fila de monstruos. El Sendero Atronador estaba mucho más concurrido que cuando lo habían cruzado por la noche.

Bigotes guió al primer grupo.

—¿Quieres que crucemos contigo? —se ofreció Corazón de Fuego.

Podía oler el miedo del joven macho marrón, pero éste negó con la cabeza. Los gatos que estaban junto a él observaron el Sendero Atronador a un lado y al otro. Todo estaba tranquilo, y el grupo corrió al otro lado sin problema.

Después fue el turno de dos guerreros, acompañados por un par de esqueléticos veteranos.

—¡Ahora! —ordenó Corazón de Fuego después de que un monstruo pasara ante ellos.

Los cuatro gatos saltaron al Sendero Atronador vacío. Los veteranos esbozaron una mueca de dolor al pisarlo, pues tenían las zarpas sensibles por la humedad del túnel. Conteniendo el aliento, Corazón de Fuego los animó mentalmente mientras se acercaban al otro extremo. Un monstruo corría hacia ellos.

—¡Cuidado! —maulló Látigo Gris, e incluso los dos ancianos salieron disparados, con el pelo erizado, y se abalanzaron al arcén un segundo antes de que el monstruo pasara volando.

Luego cruzaron dos grupos más grandes; ya sólo quedaba uno. Únicamente cuando todos estuvieran a salvo, Estrella Alta y Rengo cruzarían. Flor Matinal se detuvo con su pequeño al lado de Corazón de Fuego. Junto a ella temblaban tres gatos muy viejos.

—Nosotros iremos con vosotros —maulló Corazón de Fuego. Miró a su amigo, quien asintió—. Dinos cuándo es seguro cruzar, Látigo Gris.

Se inclinó para agarrar al cachorro de Flor Matinal, pero ella retrocedió agachando las orejas. Corazón de Fuego miró sus asustados ojos color ámbar y lo comprendió. Flor Matinal y su cachorro vivirían juntos o morirían juntos.

—¡Ahora!

Al oír el grito, Corazón de Fuego y Flor Matinal empezaron a cruzar. Los viejos los seguían caminando a duras penas, con Látigo Gris a su lado. El tiempo pareció detenerse mientras los ancianos renqueaban lentamente con sus patas entumecidas y llenas de cicatrices. «Si ahora viene un monstruo, nos hará picadillo», se dijo Corazón de Fuego. El lado opuesto aún estaba a varios saltos de conejo.

—Vamos —los instó Látigo Gris.

Los viejos intentaron apresurarse, pero uno tropezó y Látigo Gris tuvo que empujarlo con el hocico para que volviera a ponerse en pie.

Corazón de Fuego oyó el rugido distante de un monstruo.

—¡Continúa! —le siseó a Flor Matinal—. Nosotros llevaremos a los veteranos.

La gata avanzó a trompicones. Su cachorro chillaba al rozar contra el duro suelo. Corazón de Fuego y Látigo Gris empujaron los esqueléticos cuerpos de los ancianos para que siguieran adelante. El ruido del monstruo que se aproximaba era cada vez más fuerte.

Corazón de Fuego agarró por el pescuezo al viejo más cercano y tiró de él, antes de volver para arrastrar al segundo más cerca del arcén. El monstruo se acercaba a toda velocidad. Corazón de Fuego cerró los ojos y se preparó.

Hubo un chirrido y un olor acre que le irritó la garganta, y luego un rugido cada vez más apagado conforme el monstruo se alejaba. Corazón de Fuego abrió los ojos y miró alrededor. Látigo Gris estaba agazapado en medio del Sendero Atronador, ileso, pero con las pupilas tan dilatadas como lunas llenas. Había un veterano encogido entre ellos; los otros dos temblaban cerca de la cuneta. El monstruo se alejaba como un rayo, zigzagueando. Los había esquivado a todos. «¡Gracias, Clan Estelar!».

Estremeciéndose, Corazón de Fuego tomó aire.

—Vamos —le dijo al último veterano—. Ya casi estamos.

Estrella Alta cruzó deprisa junto con Rengo y reunió a su tembloroso clan en la cuneta.

Bigotes tocó la nariz de Corazón de Fuego con la suya.

—Habríais muerto por nosotros —murmuró—. El Clan del Viento nunca olvidará esto.

La voz de Estrella Alta sonó detrás de ellos.

—Bigotes tiene razón; os honraremos a los dos en nuestras historias. Ahora debemos continuar —añadió—. Nos espera un largo viaje.

Mientras los gatos se preparaban para ponerse en marcha, Corazón de Fuego se acercó a Flor Matinal. La gata estaba ocupada lamiendo a su cachorro.

—¿Tu pequeño se encuentra bien? —le preguntó el joven.

—Oh, sí —respondió ella.

—¿Y tú?

Flor Matinal no respondió.

Corazón de Fuego se volvió hacia una reina gris, la cual contestó a la pregunta que él le hizo sin palabras.

—No te preocupes —maulló—. Ahora llevaré yo al pequeño.

El clan siguió el seto a lo largo del Sendero Atronador antes de tomar el camino que iba a través del bosque. Los aromas forestales parecieron sosegar a los gatos del Clan del Viento, pero la jornada se había cobrado su peaje: caminaban más despacio que nunca. Y cuando alcanzaron la valla del extremo más lejano, Corazón de Fuego tuvo que emplear todas sus fuerzas para ayudarlos a saltarla.

El sol ya había empezado a descender cuando Corazón de Fuego vio en la distancia la granja de Dos Patas. Olfateó el aire esperanzado, pero siguió sin captar ni rastro de su amigo Cuervo. Sintió una punzada de tristeza, y procuró no ceder a la persistente idea de que no debería haberlo mandado allí solo.

Sobre las Rocas Altas se amontonaron nubes, cada vez más negras conforme cubrían el sol poniente. Un viento frío alborotó el pelo de los gatos, arrastrando las primeras gotas de lluvia.

Corazón de Fuego miró a los gatos del Clan del Viento. No había forma de que lograran viajar en una noche larga y húmeda. Él también estaba cansado, y, por primera vez desde que tomó las hierbas de Fauces Amarillas, estaba sintiendo los efectos del hambre. Una mirada a Látigo Gris le dijo que su amigo sentía lo mismo. El gran guerrero gris iba arrastrando la cola, y tenía las orejas agachadas contra la lluvia.

—Estrella Alta —llamó Corazón de Fuego—. Quizá deberíamos detenernos pronto y buscar un refugio para la noche.

El líder del Clan del Viento se paró y aguardó hasta que Corazón de Fuego llegó a su lado.

—Estoy de acuerdo —maulló—. Aquí hay una zanja; podemos refugiarnos en ella hasta que salga el sol.

Corazón de Fuego y Látigo Gris intercambiaron una mirada.

—Será mejor que nos resguardemos en el seto —sugirió Corazón de Fuego—. En estas zanjas hay ratas.

Estrella Alta asintió.

—Muy bien.

Se volvió hacia su clan y anunció que pasarían allí la noche. Al instante, las reinas y veteranos se dejaron caer pesadamente, a pesar de la lluvia, mientras los guerreros y aprendices se reunían para formar grupos de caza.

Los dos jóvenes guerreros se les unieron.

—No sé si la caza será buena por aquí —maulló Corazón de Fuego—. Hay demasiados Dos Patas.

El estómago de Látigo Gris rugió como dándole la razón. Los otros guerreros se volvieron hacia él con expresión divertida pero comprensiva. Luego se quedaron inmóviles al oír un susurro en la hierba de detrás. Se les erizó el pelo y arquearon el lomo, sacando unas afiladas uñas, pero Corazón de Fuego y Látigo Gris volvieron la cabeza llenos de alegría. El viento les traía un aroma tan familiar como el de su propia guarida.

—¡Cuervo! —exclamó Corazón de Fuego con voz ahogada cuando un gato negro y lustroso emergió por entre la alta hierba.

Corrió hacia su viejo amigo y lo acarició con el hocico.

—¡Gracias al Clan Estelar que estás vivo! —ronroneó.

Luego retrocedió para examinar a Cuervo, sorprendido. ¿Qué había sucedido con el flacucho y temeroso aprendiz negro? Aquel gato estaba rollizo y lustroso, y su pelaje, antiguamente apagado, repelía ahora la lluvia como las hojas de acebo.

—¡Zarpa de Fuego! —maulló Cuervo encantado.

—Corazón de Fuego —lo corrigió Látigo Gris. Se acercó para tocar con su nariz la del gato negro—. ¡Ahora somos guerreros! Yo soy Látigo Gris.

—¿Conocéis a este gato? —gruñó Rengo.

Corazón de Fuego se estremeció ante la hostilidad de su voz. Miró a los erizados gatos y se maldijo por haber pronunciado el nombre de Cuervo. Sólo esperaba que los guerreros de Estrella Alta estuvieran demasiado distraídos para haberlo oído. Si el Clan del Viento lo mencionaba en una Asamblea, la noticia se propagaría por todos los clanes como un incendio. ¡Se suponía que Cuervo estaba muerto!

—¿Es un solitario? —inquirió Bigotes.

—Puede ayudarnos a encontrar comida —maulló Corazón de Fuego, lanzándole una mirada a Cuervo.

El gato negro asintió.

—¡Conozco los mejores lugares de aquí para cazar! —declaró. Ni siquiera se le había erizado el pelo bajo tantas miradas hostiles.

«¡Cuánto ha cambiado!», pensó Corazón de Fuego.

—¿Por qué habría de ayudarnos un solitario? —quiso saber Rengo.

—Los solitarios nos han ayudado en otras ocasiones —explicó Látigo Gris—. Uno nos salvó una vez del ataque de unas ratas.

Cuervo dio unos pasos adelante e inclinó respetuosamente la cabeza al dirigirse a los guerreros del Clan del Viento:

—¡Dejad que os ayude! Debo mi vida a Corazón de Fuego y Látigo Gris, y si ellos viajan con vosotros, entonces debéis de ser amigos.

Alzó los ojos y los posó sobre los gatos del Clan del Viento. Ellos le devolvieron la mirada, ya más cautelosa que hostil. Estaba lloviendo copiosamente y, con el pelo empapado, parecían más esqueléticos que nunca.

—Iré en busca de Centeno —propuso Cuervo—. Él también colaborará. —Se volvió y desapareció en la alta hierba.

Los ojos de Estrella Alta ardían de curiosidad, pero lo único que le preguntó a Corazón de Fuego fue:

—¿Podemos confiar en él?

El joven le sostuvo la mirada.

—Completamente.

Estrella Alta hizo una seña a sus guerreros. Éstos alisaron el pelo erizado y se sentaron a esperar.

Corazón de Fuego estaba casi calado hasta los huesos cuando reapareció Cuervo. Lo acompañaba Centeno. El joven saludó al solitario blanco y negro con un maullido amistoso. Era estupendo volver a verlo.

Centeno echó un vistazo a los empapados gatos y dijo:

—Debemos buscaros un refugio apropiado. ¡Seguidme!

Corazón de Fuego obedeció con presteza, contento de mover las patas, cada vez más agarrotadas. Látigo Gris fue detrás de él, pero los demás gatos vacilaron, con miedo y recelo en los ojos.

Estrella Alta dedicó un guiño a su clan.

—Tenemos que confiar en él —gruñó, antes de volverse para seguir al solitario.

Uno a uno, los felinos se pusieron en marcha detrás de su líder.

Centeno y Cuervo los guiaron a otro campo a través del seto. En un rincón lleno de hierbajos, entre zarzas y ortigas, había una vivienda de Dos Patas abandonada. Las paredes estaban llenas de agujeros, donde las piedras se habían desprendido, y sólo conservaba la mitad del techo.

Los gatos la miraron atemorizados.

—¡A mí no me meteréis ahí! —masculló uno de los veteranos.

—Los Dos Patas ya nunca vienen aquí —los tranquilizó Centeno.

—Nos ofrecerá cierta protección contra la lluvia —los animó Corazón de Fuego.

Uno de los aprendices susurró bastante alto:

—No me sorprende que quiera esconderse en una casa de Dos Patas: un minino de compañía siempre es un minino de compañía.

Corazón de Fuego erizó el pelo. Hacía muchas lunas que no oía ese insulto. La historia de un gato doméstico que se había unido a un clan debía de haber sido un jugoso cotilleo en las Asambleas. Por supuesto, el Clan del Viento lo sabía. Se volvió de golpe y fulminó al aprendiz con la mirada.

—Tú has pasado dos lunas viviendo en un túnel de los Dos Patas. ¿Te convierte eso en una rata?

El aprendiz se irguió, erizando el pelo, pero Látigo Gris se interpuso entre ambos.

—Vamos; cuanto más tiempo pasamos aquí fuera, más nos mojamos.

Los gatos murmuraron nerviosos entre sí, claramente reacios, pero tras una mirada a Corazón de Fuego, Flor Matinal recogió a su pequeño y entró en la casa de Dos Patas. La siguió la reina gris, empujando a su propio cachorro para resguardarlo de la lluvia. Poco a poco, los demás gatos fueron tras ellas, hasta que todos estuvieron dentro.

Corazón de Fuego barrió con la mirada el tenebroso refugio. El suelo estaba desnudo, excepto donde las malas hierbas se habían abierto paso por debajo de las paredes de piedra. El viento y la lluvia encontraban su camino por los huecos de los muros y el techo, pero estaba más seco y mucho más resguardado que cualquier sitio de fuera. Corazón de Fuego observó cómo los gatos olfateaban el lugar cautelosamente. Conforme empezaron a acomodarse, lejos de los agujeros goteantes y las corrientes de las grietas, miró a Látigo Gris, aliviado. Sólo Estrella Alta y Rengo seguían de pie.

—¿Qué pasa con la comida? —preguntó Rengo.

—Vosotros deberíais descansar —respondió Centeno—. Cuer…

Corazón de Fuego lo interrumpió antes de que acabase de pronunciar el nombre de Cuervo en voz alta.

—¿Por qué no nos enseñáis a Látigo Gris y a mí los mejores lugares para cazar por aquí?

—Rengo y Bigotes irán con vosotros —maulló Estrella Alta.

Corazón de Fuego no tenía claro si el líder seguía sin fiarse de los dos desconocidos o si estaba decidido a demostrar que su clan podía cuidar de sí mismo.

Los seis gatos se internaron de nuevo en la lluvia. Resultaría duro cazar, pero Corazón de Fuego estaba muerto de hambre. El hambre siempre lo volvía mejor cazador. Esa noche, los campañoles y ratones no tendrían ni una sola oportunidad.

—¡Enseñadme dónde están! —les dijo a Centeno y Cuervo.

Los dos solitarios los condujeron a una pequeña arboleda. Corazón de Fuego aspiró una bocanada del familiar aroma. Adoptó la posición de acecho y empezó a avanzar entre los helechos.

Cuando la partida de caza regresó, todos sus componentes traían presas. Esa noche, los gatos del clan se dieron un festín junto con sus nuevos aliados. Todos, desde el más viejo hasta el más joven, comieron hasta hartarse, y luego se acurrucaron juntos para compartir lenguas acicalándose mutuamente. Mientras, el viento y la lluvia azotaban las paredes del refugio.

Cuando se hizo noche cerrada, Centeno se puso en pie.

—Me marcho. ¡Hay ratas que cazar! —anunció.

Corazón de Fuego se levantó y le tocó la nariz con la suya.

—Gracias de nuevo —ronroneó—. Es la segunda vez que nos ayudas.

—Gracias por enviar a Cuervo conmigo —replicó Centeno—. Se está convirtiendo en un gran cazador de ratas. Y es bueno compartir la comida con un camarada de vez en cuando.

—¿Cuervo es feliz aquí?

—Pregúntaselo tú mismo —repuso Centeno, y desapareció en la noche.

Corazón de Fuego se acercó a Estrella Alta, que estaba lavándose las patas. Al joven no se le escapó lo hinchadas y doloridas que parecían.

—Si estás de acuerdo, nosotros vigilaremos esta noche —se ofreció, señalando con la cola a Látigo Gris y Cuervo.

Estrella Alta lo miró agradecido; el agotamiento empañaba sus ojos.

—Gracias —contestó.

Corazón de Fuego parpadeó respetuosamente y fue a hablar con Látigo Gris y Cuervo.

Su oferta había sido sincera, pero también significaba que podría estar a solas con sus dos amigos. Estaba desesperado por tener a Cuervo fuera del alcance de los oídos de los demás gatos y preguntarle cómo le había ido. Látigo Gris y Cuervo se le acercaron en cuanto los llamó.

Los condujo a un rincón del refugio, lo bastante cerca de la entrada para vigilar y lo bastante lejos para poder hablar en privado.

—Entonces, ¿qué te pasó después de que te dejáramos? —le preguntó a Cuervo en cuanto se pusieron cómodos.

—Crucé directamente el territorio del Clan del Viento, como tú sugeriste.

—Y ¿qué me dices de los perros de los Dos Patas? —inquirió Látigo Gris—. ¿Estaban sueltos?

—Sí, pero fue fácil evitarlos.

A Corazón de Fuego le sorprendió la tranquilidad con que su amigo desechó el tema de los perros.

—¿Fácil? —repitió.

—Los olí a mucha distancia. Lo único que tuve que hacer fue esperar hasta la aurora, y en cuanto volvieron a estar atados, localicé a Centeno. Se ha portado muy bien conmigo. Creo que le gusta tenerme cerca. —De repente, su expresión se ensombreció—. Lo cual es mucho más de lo que nunca hizo Garra de Tigre —añadió amargamente—. ¿Qué le contasteis a él?

Corazón de Fuego reconoció la expresión atormentada de Cuervo al hablar de su antiguo mentor.

—Le dijimos que te había matado una patrulla del Clan de la Sombra —contestó en voz baja.

Dos aprendices del clan iban hacia ellos. Corazón de Fuego movió las orejas para indicar a sus amigos que tenían público.

—Oh, sí —exclamó Cuervo levantando la voz—. Los solitarios nos comemos a los aprendices de clan siempre que logramos atrapar uno.

Los aprendices le lanzaron una mirada desdeñosa.

—No nos asustas —maullaron.

—¿En serio? —ronroneó Cuervo—. Bueno, en cualquier caso, supongo que vuestra carne sería dura y fibrosa.

—¿Cómo es que sois tan buenos amigos de un solitario? —le preguntó un aprendiz a Corazón de Fuego.

—Un guerrero inteligente hace amigos en cualquier sitio. Si no fuera por este solitario, seguiríamos ateridos y hambrientos en vez de secos y alimentados. —Entornó los ojos a modo de advertencia, y los aprendices se marcharon.

—De modo que el Clan del Trueno piensa que estoy muerto —maulló Cuervo. Se miró las patas—. Bueno, probablemente sea lo mejor. —Alzó los ojos y miró a sus amigos—. Me alegro mucho de volver a veros —añadió.

Corazón de Fuego ronroneó y Látigo Gris le dio un empujoncito afectuoso con la pata trasera.

—Pero parecéis cansados —continuó Cuervo—. Deberíais dormir un poco. Yo vigilaré esta noche. Puedo descansar mañana.

Se levantó y lamió delicadamente la cabeza de sus viejos amigos. Luego fue hacia la entrada del refugio, se sentó allí y se quedó mirando la lluvia.

Corazón de Fuego miró a Látigo Gris.

—¿Estás cansado?

—Agotado —admitió el guerrero gris; luego apoyó la cabeza en las patas y cerró los ojos.

Corazón de Fuego lanzó una última mirada a Cuervo, sentado solo en la entrada. Ahora sabía que había hecho lo correcto al ayudarlo a abandonar el Clan del Trueno. Quizá Estrella Azul tenía razón al decir que Cuervo estaría mejor sin el clan. «Cada gato tiene su propio destino», pensó. Cuervo era feliz, y eso era lo único que importaba.

Cuando Corazón de Fuego se despertó, Cuervo se había ido. Ya era de día. Las nubes grises de tormenta habían empezado a alejarse. Coloreadas por el fulgor rosado del sol naciente, parecían flores flotando en un estanque. Corazón de Fuego se quedó mirándolas por un agujero del techo mientras los gatos del clan se levantaban y terminaban las sobras de la noche anterior.

Un macho marrón de cola corta se unió a Corazón de Fuego para observar las nubes. El joven pegó un brinco cuando el otro dejó escapar un curioso maullido. El sonido atrajo a todos los gatos hacia ellos, murmurando nerviosos.

—¿Qué ocurre, Cascarón? —quiso saber Flor Matinal—. ¿Te ha hablado el Clan Estelar?

Corazón de Fuego comprendió que aquel gato debía de ser el curandero del clan. Se puso tenso instintivamente al ver cómo se erizaba el lomo de Cascarón.

—¡Las nubes están teñidas de sangre! —exclamó con voz ronca, con los ojos dilatados y vidriosos—. Es una señal de nuestros antepasados. Se avecinan problemas. Este día traerá una muerte innecesaria.