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5

Corazón de Fuego aguardó hasta que lo único que podía oír era el latido de la sangre en sus oídos. Luego se acercó al borde del Sendero Atronador. Se extendía ante él, ancho y maloliente, pero silencioso. El joven gato salió disparado. Bajo sus zarpas, el suelo estaba frío y liso. No se detuvo hasta llegar a la hierba del extremo opuesto.

El aire estaba contaminado por el hedor acre del Sendero Atronador y sus monstruos, de modo que se encaminó al seto. Seguía sin haber ni rastro del Clan del Viento.

De repente, un monstruo pasó a sus espaldas, haciéndolo saltar en el aire del susto. Se metió bajo el seto y se agazapó allí, temblando, pensando frenéticamente qué hacer. Entonces lo percibió: un levísimo olor en el viento que había levantado el monstruo. ¡El Clan del Viento había estado allí!

Llamó a Látigo Gris tan fuerte como pudo. Hubo una pausa, y luego sonaron unas pisadas sobre el Sendero Atronador.

—¿Has encontrado el rastro? —resopló su amigo.

—No estoy seguro. He captado un olorcillo, pero no logro localizarlo.

Corazón de Fuego atravesó el seto, con Látigo Gris a la zaga. Levantó la nariz hacia el campo abierto que se desplegaba delante de ellos.

—¿Tienes idea de qué hay por ahí?

—No —contestó Látigo Gris—. No creo que ningún gato de clan haya llegado nunca tan lejos.

—Excepto el Clan del Viento —musitó Corazón de Fuego sombríamente.

Lejos de los mareantes gases del Sendero Atronador, de repente el rastro era muy claro. No cabía duda de que el Clan del Viento había ido por allí. Los dos amigos avanzaron resueltamente a través de la alta hierba para cruzar el campo.

—¡Corazón de Fuego! —llamó Látigo Gris.

—¿Qué ocurre?

—¡Mira!

Corazón de Fuego se detuvo y levantó la cabeza. Más adelante, vio un Sendero Atronador que se elevaba en el aire formando un arco, apoyado en gigantescas patas de piedra, e iluminado por los ojos de los monstruos que se movían sobre él. Otro Sendero Atronador discurría por debajo, desviándose hacia la oscuridad.

Látigo Gris señaló con la cabeza un alto cardo.

—¡Huele esto!

Corazón de Fuego inhaló. ¡Era una marca reciente del Clan del Viento!

—¡Deben de haberse instalado cerca de aquí! —murmuró Látigo Gris con incredulidad.

A Corazón de Fuego se le encogió el estómago con una punzada de emoción. Ambos se miraron en silencio un momento y, sin pronunciar palabra, avanzaron hacia los apestosos Senderos Atronadores.

Látigo Gris habló por fin:

—¿Por qué el Clan del Viento vendría a un lugar como éste?

—Supongo que ni siquiera Estrella Rota querría seguirlos hasta aquí —respondió Corazón de Fuego, ceñudo. Luego lo asaltó un pensamiento.

Látigo Gris se detuvo junto a él.

—¿Qué pasa?

—Si el Clan del Viento se ha ocultado tan cerca de los Senderos Atronadores —respondió lentamente—, deben de estar desesperados por esconderse. Es más probable que confíen en nosotros si llegamos a la luz del día que si aparecemos en medio de la oscuridad.

—¿Significa eso que podemos descansar? —preguntó Látigo Gris, sentándose pesadamente.

—Sólo hasta que se haga de día. Buscaremos algún sitio donde refugiarnos, y a ver si podemos dormir. ¿Tienes hambre? —añadió, y Látigo Gris negó con la cabeza—. Pues yo tampoco. No sé si es por esas hierbas o porque la peste del Sendero Atronador me da náuseas.

—¿Dónde dormimos? —Látigo Gris miró alrededor.

Corazón de Fuego ya había reparado en un agujero en el suelo.

—¿Qué es eso de ahí?

—¿Una madriguera? Es demasiado grande para un conejo. ¡Y no creo que haya una guarida de tejones aquí!

—Echemos un vistazo.

El agujero era más grande que una madriguera de tejón, era liso y estaba revestido de piedra. Corazón de Fuego lo olfateó, puso las patas delanteras en el borde y se asomó cautelosamente. Un túnel de piedra descendía bajo el suelo.

—Siento una corriente de aire —maulló, y el eco de su voz se alejó en las sombras—. Debe de salir de algún sitio. —Sacó la cabeza y señaló con la nariz hacia la maraña de Senderos Atronadores.

—¿Está vacío? —preguntó Látigo Gris.

—Huele como si lo estuviera.

—Pues entonces vamos.

Látigo Gris fue el primero en entrar. A poca distancia, el túnel se enderezó.

Corazón de Fuego se detuvo a olfatear el aire húmedo. No pudo captar nada aparte de los gases del Sendero Atronador. Un ruido estruendoso resonó sobre sus cabezas, y al joven le temblaron las patas cuando el suelo empezó a vibrar. ¿Es que tenían el Sendero Atronador encima de ellos? Esponjó el pelaje para protegerse de la implacable corriente de aire y sintió que Látigo Gris lo rozaba: su amigo estaba dando vueltas, preparándose para dormir. Corazón de Fuego se ovilló a su lado. Cerró los doloridos ojos y pensó en la suave brisa del bosque, el susurro de las hojas. Además de agotamiento, sintió cierta añoranza por estar en casa y en su guarida, antes de sumergirse en la oscuridad que inundó su mente.

Cuando volvió a abrir los ojos, se veía una luz grisácea al final del túnel. El alba debía de estar cerca. Le dolían los huesos por culpa del suelo duro y frío. Dio un empujoncito a Látigo Gris, que gruñó:

—¿Ya es de día?

—Casi —respondió Corazón de Fuego poniéndose en pie.

Látigo Gris se desperezó y se levantó también.

—Deberíamos ir hacia allí —maulló Corazón de Fuego, doblando el cuello en dirección opuesta a la de la luz—. Creo que este túnel llega justo debajo de un Sendero Atronador. Podría llevarnos más cerca de… —Enmudeció. No tenía palabras para describir el entramado de Senderos Atronadores que habían visto por la noche.

Látigo Gris asintió, y juntos se internaron silenciosamente en la oscuridad.

Al poco, Corazón de Fuego vislumbró una luz más adelante. Apretaron el paso y acabaron corriendo por una cuesta corta y empinada que los condujo a un mundo sumergido en la grisácea luz del amanecer.

Habían salido cerca de una extensión de hierba sucia y estéril. Senderos Atronadores la cercaban por dos lados, y otro formaba un arco por encima. Una hoguera ardía en medio de la hierba. Había unos pocos Dos Patas tumbados a su alrededor. Uno de ellos se estiró y rodó sobre sí mismo, y otro gruñó enfadado en sueños, pero el ruido y hedor de los Senderos Atronadores no parecía molestarlos.

Corazón de Fuego los observó con cautela, y se quedó de piedra al ver otra cosa: siluetas oscuras que se movían de acá para allá delante del fuego. ¡Gatos! ¿Podría tratarse del Clan del Viento? Miró la hoguera, y el recuerdo de su sueño le inundó la mente: el estruendo del Sendero Atronador, la visión de las llamas y los gatos, y la voz de Jaspeada murmurando: «El fuego salvará al clan».

Se le aflojaron las patas de la emoción. ¿Significaba eso que el destino del Clan del Trueno estaba ligado al del Clan del Viento?

—¡Corazón de Fuego! ¡Corazón de Fuego!

La voz de Látigo Gris lo devolvió a la realidad. Respiró hondo para tranquilizarse.

—Debemos encontrar a Estrella Alta y hablar con él —maulló.

—Entonces, ¿crees que éstos son el Clan del Viento? —preguntó Látigo Gris.

—Ya has olido su marca… ¿quiénes podrían ser si no?

Látigo Gris lo miró, con ojos relucientes de triunfo.

—¡Los hemos encontrado!

Corazón de Fuego asintió. No señaló que encontrar al Clan del Viento era sólo la mitad de su misión. También tendrían que convencerlos de que era seguro regresar a casa.

Látigo Gris se preparó para saltar.

—¡En marcha!

—Espera —lo detuvo Corazón de Fuego—. No debemos asustarlos.

Justo entonces, uno de los Dos Patas se incorporó de repente y empezó a gritar a los desgreñados gatos que rodeaban la hoguera. El ruido despertó a los otros Dos Patas, que se le unieron con voces furiosas y ásperas.

Los gatos del Clan del Viento se dispersaron. Olvidando toda precaución, Corazón de Fuego y Látigo Gris corrieron tras ellos. Corazón de Fuego sintió cómo se le erizaba el pelo de miedo mientras corría directo hacia la hoguera y los Dos Patas. Su instinto le decía que se mantuviera alejado, pero no se atrevía a perder de vista a los gatos del Clan del Viento, que huían del lugar.

Uno de los Dos Patas se levantó tambaleante, alzándose imponente delante de él. Corazón de Fuego frenó con un patinazo, levantando una nube de polvo. Algo estalló a su lado arrojando fragmentos afilados, pero no atravesaron su denso pelaje. Echó un vistazo atrás para comprobar cómo estaba Látigo Gris. Se sintió aliviado al ver a su amigo justo detrás, con los ojos dilatados del susto y el pelo erizado.

Se internaron en la seguridad de las sombras que había debajo del Sendero Atronador elevado. Delante de ellos, Corazón de Fuego vio que los gatos del Clan del Viento se detenían cerca de una de las grandes columnas de piedra. Y luego, uno por uno, desaparecieron bajo el suelo.

—¿Adónde han ido? —preguntó Látigo Gris extrañado.

—¿A otro túnel? Venga, averiguémoslo.

Con cuidado, los dos amigos se acercaron al lugar por donde se habían esfumado los del Clan del Viento. Al aproximarse, vieron un agujero en la tierra. Como el sitio en que habían descansado por la noche, tenía una entrada redonda, estaba revestido de piedra y se hundía en una completa oscuridad.

Corazón de Fuego abrió la marcha, con todos los sentidos alerta para detectar una posible patrulla del Clan del Viento. El suelo estaba mojado y resbaladizo, y el sonido de agua goteando resonaba a su alrededor. Cuando el túnel se enderezó, Corazón de Fuego plantó las orejas y abrió la boca. El aire húmedo olía a rancio y amargo; era peor que el túnel en que ellos habían dormido. Allí, los gases del Sendero Atronador se mezclaban con el olor a miedo de los gatos del Clan del Viento.

Estaba demasiado oscuro para ver algo, pero tras unos cuantos pasos, los bigotes de Corazón de Fuego percibieron un recodo en el túnel. El joven gato sacudió la cola y tocó levemente a Látigo Gris con la punta. En medio de aquella negrura no podía ver a su amigo, pero éste debió de notar la señal, pues se detuvo a su lado; juntos, se asomaron por la esquina.

Delante de ellos, el túnel estaba iluminado por un estrecho agujero en el techo, que llevaba al erial de encima. Corazón de Fuego vio a muchos gatos apiñados bajo la luz grisácea: guerreros y veteranos, reinas y cachorros; todos penosamente flacos. Una brisa fría soplaba implacablemente a través del agujero del techo, alborotando el fino pelo de los esqueléticos cuerpos. Corazón de Fuego sintió un escalofrío cuando la brisa le llevó un hedor a enfermedad y carroña.

El túnel se estremeció de pronto cuando un monstruo pasó rugiendo por encima. Látigo Gris y Corazón de Fuego, que ya estaban en tensión, pegaron un brinco, pero los gatos del Clan del Viento no reaccionaron. Continuaron apretujados unos contra otros, con los ojos entornados, insensibles a cuanto los rodeaba.

Cuando el ruido se apagó, Corazón de Fuego respiró hondo y dobló la esquina para situarse bajo la tenue luz.

Un macho gris del Clan del Viento se volvió de golpe, con el pelo erizado, y maulló para dar la voz de alarma al resto del clan. En un solo y perfecto movimiento, los guerreros formaron una línea en el túnel delante de las reinas y los veteranos, arqueando el lomo y bufando con fiereza.

Horrorizado, Corazón de Fuego vio el resplandor de uñas desenvainadas y colmillos afilados como espinas. Aquellos gatos medio muertos de hambre estaban preparados para atacar.