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Estrella Azul condujo rápidamente a los suyos de regreso al campamento. El ruido que hicieron al llegar despertó a los gatos que se habían quedado allí. Mientras el grupo pasaba a través del túnel de aulagas, figuras somnolientas empezaron a salir de las guaridas.

—¿Qué noticias hay? —preguntó Medio Rabo.

—¿Ha acudido el Clan de la Sombra? —inquirió Sauce.

—Sí, estaban allí —respondió Estrella Azul, seria.

Pasó ante Sauce y saltó a la Peña Alta. No fue necesario que convocara una reunión: los gatos ya se estaban agrupando debajo de la roca. Garra de Tigre subió junto a la líder.

—Esta noche ha habido mucha tensión entre los clanes —empezó Estrella Azul—. Y he advertido una posible alianza entre Estrella Doblada y Nocturno.

Látigo Gris se apretujó en un pequeño espacio junto a Corazón de Fuego.

—¿De qué está hablando? —preguntó—. Pensaba que Nocturno había llegado a un acuerdo con nuestra líder.

—¿Nocturno? —graznó la anciana voz de Tuerta al fondo de la multitud.

—Ha sido designado nuevo líder del Clan de la Sombra —explicó Estrella Azul.

—Pero su nombre aún no ha sido aceptado por el Clan Estelar, ¿verdad?

—Piensa viajar a la Piedra Lunar mañana por la noche —respondió Garra de Tigre.

—Ningún líder puede hablar por su clan en una Asamblea sin haber recibido primero la aprobación del Clan Estelar —masculló Tuerta, lo bastante alto para que lo oyeran todos los gatos.

—Nocturno cuenta con el apoyo del Clan de la Sombra, Tuerta —declaró Estrella Azul—. No podemos pasar por alto lo que ha dicho esta noche —añadió, y la vieja gata soltó un resoplido contrariado. Luego, Estrella Azul levantó la cabeza para dirigirse a los suyos—: En la Asamblea he sugerido que buscáramos al Clan del Viento para traerlo de vuelta a casa. Pero Nocturno y Estrella Doblada no desean su regreso.

—Pero es poco probable que unan sus fuerzas, ¿verdad? —inquirió Látigo Gris—. Casi han tenido una discusión por los derechos de caza en el río.

Corazón de Fuego se volvió hacia su amigo.

—¿No has visto las miradas que han intercambiado al final de la reunión? Esos dos están desesperados por poner sus patas en el territorio del Clan del Viento.

—Pero ¿por qué? —preguntó Arenisca, que estaba sentada junto a su mentor, Tormenta Blanca.

Fue éste quien contestó:

—Sospecho que el Clan de la Sombra no está tan débil como pensábamos. Y Nocturno parece tener más ambición de lo que ningún gato imaginaba.

—Pero ¿por qué el Clan del Río querría cazar en los terrenos del Clan del Viento? ¡Siempre se han llenado bien la panza con los peces de su precioso río! —maulló Sauce—. Las tierras altas se hallan a mucha distancia y sólo hay unos pocos conejos congelados de frío.

La vieja Cola Moteada, que había sido una hermosa reina, alzó su voz cascada por la edad:

—En la Asamblea, algunos de los veteranos del Clan del Río han comentado que los Dos Patas habían ocupado parte de su río.

—Eso es cierto —coincidió Escarcha—. Dicen que los Dos Patas han estado viviendo en albergues junto al río, molestando a los peces. ¡Los del Clan del Río tienen que ocultarse entre los arbustos a observarlos con el estómago vacío!

Estrella Azul pareció cavilar.

—De momento, debemos cuidarnos de no hacer nada que pueda acercar más a los clanes de la Sombra y del Río. Ahora vayamos a descansar. Viento Veloz y Polvoroso, vosotros saldréis en la patrulla del amanecer.

Una brisa helada agitó las hojas secas de los árboles que se alzaban sobre ellos, y sin dejar de murmurar entre sí, se dirigieron a sus guaridas.

Por segunda vez en pocos días, Corazón de Fuego soñó. Se hallaba en la oscuridad. El rugido y el hedor del Sendero Atronador estaban muy cerca. Él mismo se sintió azotado y cegado por los monstruos de ojos deslumbrantes que pasaban rugiendo arriba y abajo. De repente, a través del estruendo, Corazón de Fuego oyó el penoso grito de un joven gato. El desesperado alarido se abrió paso entre el estrépito de los monstruos.

Corazón de Fuego se despertó con un sobresalto. Durante un momento pensó que lo había despertado el grito. Pero el único ruido eran los ronquidos apagados de los guerreros que dormían junto a él. Brotó un gruñido desde algún punto del centro de la guarida. Sonaba a Garra de Tigre. Corazón de Fuego se sentía demasiado inquieto para volver a dormirse, de modo que salió sigilosamente del refugio.

Fuera estaba oscuro, y las estrellas que salpicaban el cielo negro le indicaron que aún faltaba para el amanecer. Con el alarido del joven gato resonando en su mente, Corazón de Fuego se acercó a la maternidad aguzando el oído. Percibió pisadas más allá del muro del campamento. Olfateó el aire. Sólo eran Cebrado y Rabo Largo. Captó el olor de los dos guerreros, que estaban guardando el territorio del clan.

La tranquilidad del campamento dormido sosegó a Corazón de Fuego. «Todos los gatos deben de tener pesadillas con el Sendero Atronador», se dijo. Regresó en silencio al dormitorio y dio vueltas en su lecho para ponerse cómodo. Látigo Gris ronroneó en sueños mientras Corazón de Fuego se instalaba a su lado y cerraba los ojos.

Lo despertó el hocico de Látigo Gris, clavándose en su costado.

—Déjame en paz —refunfuñó Corazón de Fuego.

—¡Despierta! —siseó su amigo.

—¿Por qué? ¡No tenemos que patrullar! —protestó Corazón de Fuego.

—Estrella Azul quiere vernos en su refugio, ahora.

Aturdido, Corazón de Fuego se puso en pie y siguió a Látigo Gris. El sol empezaba a teñir el cielo de rosa y había escarcha en los árboles que rodeaban el campamento.

Ambos amigos cruzaron el claro hasta la guarida de Estrella Azul, y anunciaron su llegada maullando quedamente.

—¡Adelante! —respondió la voz de Garra de Tigre detrás del liquen que cubría la entrada.

Corazón de Fuego se alarmó al recordar su conversación con Estrella Azul de camino a la Asamblea. ¿Habría hablado ella con Garra de Tigre sobre sus acusaciones? Látigo Gris se internó en la guarida de la líder, y Corazón de Fuego lo siguió preocupado.

Estrella Azul estaba sentada en su lecho, con la cabeza alzada y los ojos brillantes. El lugarteniente se hallaba en medio del suave suelo arenoso. Corazón de Fuego procuró descifrar su expresión, pero los ojos del gran atigrado eran tan fríos e impenetrables como siempre.

Estrella Azul empezó sin rodeos:

—Corazón de Fuego, Látigo Gris, tengo una importante misión para vosotros.

—¿Una misión? —repitió Corazón de Fuego. El alivio y la emoción barrieron su nerviosismo.

—Quiero que localicéis al Clan del Viento y lo llevéis de vuelta a su territorio.

—Antes de que os entusiasméis demasiado, tened en cuenta que podría ser muy peligroso —gruñó Garra de Tigre—. No sabemos adónde ha ido el Clan del Viento, así que tendréis que seguir lo que quede de su rastro oloroso… probablemente hasta territorio hostil.

—Pero vosotros ya habéis atravesado sus tierras, cuando viajasteis conmigo hasta la Piedra Lunar —señaló Estrella Azul—. El olor del Clan del Viento os resultará familiar, al igual que el territorio de Dos Patas que hay más allá de las tierras altas.

—¿Iremos sólo nosotros dos? —preguntó Corazón de Fuego.

—Necesitamos a los otros guerreros aquí —maulló Garra de Tigre—. Se acerca la estación sin hojas y debemos acaparar tantas presas como podamos. Se avecinan lunas de poca caza.

Estrella Azul asintió.

—Garra de Tigre os ayudará a preparar el viaje.

Corazón de Fuego sintió un hormigueo de inquietud. La líder tenía tanta fe en su lugarteniente como siempre. ¿Por qué él era el único que no se fiaba de Garra de Tigre?

—Debéis marcharos tan pronto como podáis —continuó Estrella Azul—. Buena suerte.

—Los encontraremos —prometió Látigo Gris.

Con el pensamiento ocupado por el inminente viaje, Corazón de Fuego asintió.

Garra de Tigre los siguió fuera del refugio.

—¿Recordáis cómo llegar al territorio del Clan del Viento?

—Oh, sí, Garra de Tigre, estuvimos allí hace sólo…

Corazón de Fuego lo interrumpió apresuradamente:

—Hace sólo unas lunas.

Le lanzó una mirada de advertencia a su amigo. Había estado a punto de descubrir su itinerario de varias noches atrás con Cuervo.

Garra de Tigre vaciló y Corazón de Fuego contuvo la respiración. ¿El lugarteniente había reparado en el fallo de Látigo Gris?

—¿Y recordáis el olor del clan? —continuó el atigrado oscuro.

Corazón de Fuego dio las gracias en silencio al Clan Estelar.

Los jóvenes guerreros asintieron, y Corazón de Fuego empezó a verse a sí mismo saliendo a toda prisa entre la espinosa aulaga, en busca del clan perdido.

—Necesitaréis hierbas para tener más fuerzas y adormecer el hambre. Que Fauces Amarillas os las dé antes de partir. —Garra de Tigre hizo una pausa—. Y no olvidéis que Nocturno tiene previsto ir esta noche a la Piedra Lunar. Manteneos fuera de su camino.

—Sí, Garra de Tigre —contestó Corazón de Fuego.

—Ni siquiera sabrá que estamos ahí —aseguró Látigo Gris.

—Eso espero de vosotros. Bien, ¡marchaos!

Sin una palabra más, dio media vuelta para alejarse.

—Podría habernos deseado buena suerte —se lamentó Látigo Gris.

—Probablemente piense que no la necesitamos —bromeó Corazón de Fuego, mientras cruzaban el claro hacia la guarida de Fauces Amarillas.

Pero, al mismo tiempo, pensó que Garra de Tigre parecía tratarlos con tanto respeto como a cualquier otro guerrero. ¿Sería posible que no fuese el traidor que Cuervo creía?

Todavía hacía frío, pese a que ya había salido el sol, pero ninguno de los amigos se estremeció. Corazón de Fuego notaba cómo su pelaje había empezado a espesarse conforme se acortaban los días.

La guarida de Fauces Amarillas se hallaba al final de un túnel entre los helechos. En un rincón de un pequeño claro umbroso había una gran roca hendida. Allí había vivido Jaspeada antes que Fauces Amarillas. Al recordar a la dulce curandera parda, Corazón de Fuego se emocionó. Jaspeada había sido asesinada por un guerrero del Clan de la Sombra, y Corazón de Fuego la echaba muchísimo de menos.

—¡Fauces Amarillas! —llamó Látigo Gris—. ¡Venimos por hierbas para viaje!

Oyeron un maullido ronco, procedente de las sombras del centro de la roca, y Fauces Amarillas salió retorciéndose por la grieta.

—¿Adónde vais? —preguntó la vieja curandera.

—Tenemos que encontrar al Clan del Viento y devolverlo a su hogar —le contó Corazón de Fuego, incapaz de ocultar el orgullo en su voz.

—¡Vuestra primera misión como guerreros! —exclamó ella con voz ronca—. ¡Felicidades! Os traeré las hierbas que necesitáis.

Regresó al cabo de unos momentos, sujetando un pequeño paquete de hojas secas entre los dientes.

—¡Que lo disfrutéis! —ronroneó, dejando la carga en el suelo.

Corazón de Fuego y Látigo Gris mascaron obedientemente las hojas, que eran muy poco apetecibles.

—¡Puaj! —bufó Látigo Gris—. Están igual de malas que la última vez.

Corazón de Fuego asintió arrugando la cara. Jaspeada les había dado las mismas hierbas cuando fueron a la Piedra Lunar con Estrella Azul.

Látigo Gris se tragó el último bocado y le dio a Corazón de Fuego en el omóplato con la nariz.

—Vamos, ¡eres más lento que una babosa! ¡En marcha! Adiós —se despidió de Fauces Amarillas por encima del hombro, mientras salía del claro.

—Espérame —maulló Corazón de Fuego, corriendo tras su amigo.

—¡Adiós! ¡Buena suerte, jovencitos! —exclamó Fauces Amarillas a sus espaldas.

Mientras atravesaba el túnel corriendo, Corazón de Fuego oyó el susurro de los helechos bajo la brisa matinal. Parecían murmurar: «¡Buena suerte! ¡Que tengáis un buen viaje!».