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Corazón de Fuego se estremeció. Su pelaje rojizo todavía tenía la ligereza apropiada para la estación de la hoja verde; pasarían varias lunas antes de que fuese lo bastante espeso para aislarlo de un frío como aquél. Movió las patas delanteras sobre la dura tierra. El cielo empezaba a aclararse conforme despuntaba la aurora. Pero, aunque tenía las patas congeladas, Corazón de Fuego no pudo reprimir una sensación de orgullo. Después de muchas lunas como aprendiz, por fin se había convertido en guerrero.

Reprodujo mentalmente la victoria del día anterior en el campamento del Clan de la Sombra: los relucientes ojos del líder Estrella Rota mientras retrocedía lanzando amenazas, antes de desaparecer en el bosque en pos de sus traicioneros camaradas. Los restantes gatos del Clan de la Sombra estaban muy agradecidos al Clan del Trueno por haberlos ayudado a librarse de su cruel líder y por haberles prometido una tregua mientras se recuperaban. Estrella Rota no sólo había llevado el caos a su propio clan, también había expulsado al Clan del Viento de su propio campamento y de los territorios de los clanes. Estrella Rota había sido una oscura sombra en el bosque desde antes de que Corazón de Fuego abandonara su vida como gato doméstico para unirse al Clan del Trueno.

Pero había otra sombra que enturbiaba los pensamientos de Corazón de Fuego: Garra de Tigre, el lugarteniente del Clan del Trueno. El joven se estremeció al pensar en el gran guerrero atigrado que había aterrorizado a su propio aprendiz, Cuervo. Al final, Corazón de Fuego y Látigo Gris habían ayudado al atemorizado aprendiz a escapar al territorio de Dos Patas que había más allá de las tierras altas. Después de eso, le contaron a todo el mundo que el Clan de la Sombra había matado a Cuervo.

Si lo que Cuervo decía sobre Garra de Tigre era verdad, era mejor que el lugarteniente creyera que su aprendiz había muerto, pues éste sabía un secreto que su mentor estaba dispuesto a mantener oculto a cualquier precio. Cuervo le contó a Corazón de Fuego que el poderoso guerrero atigrado había asesinado a Cola Roja, antiguo lugarteniente del Clan del Trueno, con la esperanza de ocupar su puesto… cosa que finalmente acabó sucediendo.

Sacudió la cabeza para librarse de esos negros pensamientos y lanzó una ojeada a Látigo Gris, que estaba sentado junto a él y había ahuecado su denso pelaje gris para protegerse del frío. Supuso que su amigo también estaría deseando ver los primeros rayos de sol, pero no lo dijo. La tradición del clan exigía silencio aquella noche. Era su vigilia: la noche en que un nuevo guerrero protegía al clan y reflexionaba sobre su nuevo nombre y estatus. Hasta la noche anterior, Corazón de Fuego era conocido por su nombre de aprendiz, Zarpa de Fuego.

Medio Rabo fue uno de los primeros en despertar. Corazón de Fuego vio al viejo gato moviéndose entre las sombras del dormitorio de los veteranos. Luego miró hacia la guarida de los guerreros, situada al otro lado del claro. A través de las ramas que protegían la guarida, reconoció los anchos omóplatos de Garra de Tigre, que dormía.

Al pie de la Peña Alta, el liquen que cubría la entrada del refugio de Estrella Azul se movió, y Corazón de Fuego vio salir a la líder de su clan. La gata se detuvo y alzó la cabeza para olfatear el aire. Luego se separó sigilosamente de la sombra de la Peña Alta; su largo pelaje gris azulado relucía a la luz del alba. «Debo prevenirla sobre Garra de Tigre», pensó Corazón de Fuego. Estrella Azul había llorado la muerte de Cola Roja con el resto del clan, creyendo que había muerto en la batalla a manos de Corazón de Roble, el lugarteniente del Clan del Río. Corazón de Fuego había vacilado en otras ocasiones, pues sabía lo importante que era Garra de Tigre para la líder, pero el peligro era demasiado grande. Estrella Azul debía saber que en su clan se escondía un asesino desalmado.

Garra de Tigre salió del dormitorio de los guerreros y se reunió con Estrella Azul al borde del claro. Le dijo algo entre murmullos, sacudiendo la cola.

Corazón de Fuego reprimió el impulso de saludar con un maullido. Cada vez había más luz en el cielo, pero no se atrevía a romper el voto de silencio hasta que el sol se hallara por encima del horizonte. La impaciencia se agitaba en su pecho como un pájaro enjaulado. Debía hablar con Estrella Azul en cuanto pudiese. Pero, de momento, lo único que pudo hacer fue saludar con una respetuosa inclinación de la cabeza cuando pasó junto a él con Garra de Tigre.

Látigo Gris le dio un empujoncito y señaló hacia arriba con la nariz. En el horizonte se divisaba un resplandor naranja.

—Os alegra ver amanecer, ¿no, compañeros?

El maullido de Tormenta Blanca pilló desprevenido a Corazón de Fuego. No había advertido que se acercaba el gran guerrero blanco. Los dos jóvenes le respondieron asintiendo con la cabeza.

—Está bien; ahora ya podéis hablar. Vuestra vigilia ha terminado —anunció Tormenta Blanca con voz amable.

El día anterior había luchado codo con codo junto a Corazón de Fuego y Látigo Gris en la batalla contra el Clan de la Sombra. Ahora los miraba con un nuevo respeto.

—Gracias, Tormenta Blanca —respondió Corazón de Fuego. Se levantó y estiró sus patas entumecidas, una por una.

Látigo Gris también se incorporó.

—¡Brrrr! —exclamó, sacudiéndose el frío—. ¡Pensaba que nunca saldría el sol!

Desde la entrada del dormitorio de los aprendices, una voz despectiva resopló:

—¡Ha hablado el gran guerrero!

Era Arenisca; tenía el pelaje anaranjado claro erizado con hostilidad. Polvoroso se encontraba junto a ella. Con su pelaje atigrado oscuro, parecía la sombra de Arenisca. El aprendiz hinchó el pecho de modo rimbombante y dijo burlón:

—¡Me sorprende que semejantes héroes puedan sentir frío!

Arenisca ronroneó de risa.

Tormenta Blanca les lanzó una mirada severa, y luego les dijo a Corazón de Fuego y Látigo Gris:

—Id a buscar algo de comer; y después, descansad. —El gran guerrero se dirigió entonces hacia la guarida de los aprendices—. Vosotros dos, vamos —ordenó a Polvoroso y Arenisca—. Es la hora de vuestro entrenamiento.

—¡Espero que Tormenta Blanca los tenga cazando ardillas azules todo el día! —le susurró Látigo Gris a su amigo mientras se encaminaban al rincón en que quedaban restos de comida de la noche anterior.

—Pero si no hay ardillas azules —repuso Corazón de Fuego, confundido.

—¡Precisamente por eso! —contestó Látigo Gris, con un brillo malicioso en sus ojos ámbar.

—La verdad es que no puedes culparlos. Polvoroso y Arenisca empezaron el entrenamiento antes que nosotros. Si hubieran participado en la batalla de ayer, probablemente también los habrían nombrado guerreros.

—Supongo —dijo Látigo Gris encogiéndose de hombros—. ¡Eh, mira! —exclamó al llegar al montón de caza—. ¡Un ratón para cada uno y un pinzón para compartir!

Ambos amigos recogieron su comida y se miraron. De pronto los ojos de Látigo Gris centellearon de placer.

—Supongo que ahora tenemos que llevarnos esto a la parte de los guerreros —maulló.

—Supongo que sí —ronroneó Corazón de Fuego, y lo siguió hasta la extensión de ortigas donde a menudo veían compartir su comida a Tormenta Blanca, Garra de Tigre y los otros guerreros.

—¿Y ahora qué? —inquirió Látigo Gris tras engullir el último bocado—. No sé tú, pero yo podría dormir durante media luna.

—Yo también.

Se levantaron para encaminarse al dormitorio de los guerreros. Corazón de Fuego asomó la cabeza entre las ramas que colgaban bajas: Musaraña y Rabo Largo aún dormían en la otra punta de la guarida.

Entró y encontró una zona musgosa en un extremo. El olor le indicó que ningún guerrero la usaba para dormir. Látigo Gris se acomodó junto a él.

Corazón de Fuego oyó cómo la respiración de su amigo se relajaba hasta convertirse en ronquidos largos y apagados. Él se sentía igual de agotado, pero seguía ansioso por hablar con Estrella Azul. Desde donde se hallaba, con la cabeza pegada al suelo, podía ver la entrada del campamento. Se quedó mirándola fijamente, esperando el regreso de su líder, pero los ojos se le fueron cerrando poco a poco, y al final cedió al deseo de dormir.

Oía un rugido cercano, semejante al viento entre los árboles. El hedor acre del Sendero Atronador le anegaba la nariz, junto con un nuevo olor, más penetrante y aterrador. ¡Fuego! Las llamas lamían el cielo negro, lanzando cenizas ardientes a la noche sin estrellas. Para su asombro, siluetas de gatos pasaban rápidamente ante el fuego. ¿Por qué no se alejaban de él?

Un gato se detenía y lo miraba directamente. Sus ojos nocturnos relucían en la oscuridad, y levantaba su larga y recta cola como si lo saludara.

Corazón de Fuego se estremecía al recordar las palabras de Jaspeada, la anterior curandera del Clan del Trueno, quien le había dicho antes de su prematura muerte: «¡Sólo el fuego puede salvar a nuestro clan!». ¿Tendría alguna relación con aquellos extraños gatos que no mostraban miedo al fuego?

—¡Despierta, Corazón de Fuego!

El joven alzó la cabeza; el gruñido de Garra de Tigre lo había sacado de su sueño.

—¡Estabas maullando dormido! —exclamó el lugarteniente.

Todavía aturdido, el joven se incorporó y sacudió la cabeza.

—S… sí, Garra de Tigre.

Con cierta alarma, se preguntó si habría repetido las palabras de Jaspeada en voz alta. Ya le había ocurrido con anterioridad: tener sueños tan vívidos que hasta podía saborearlos, y que después habían sucedido en la realidad. Desde luego, no quería que Garra de Tigre sospechase que él tenía poderes que el Clan Estelar solía conceder únicamente a los gatos curanderos.

La luna brillaba a través del frondoso muro de la guarida. Corazón de Fuego comprendió que había dormido todo el día.

—Látigo Gris y tú os uniréis a la patrulla nocturna —le dijo Garra de Tigre—. ¡Daos prisa!

Luego, el atigrado oscuro se volvió y salió del refugio.

Corazón de Fuego relajó su lomo erizado. Era evidente que el lugarteniente no sospechaba nada sobre su sueño. Pero, aunque su secreto seguía a salvo, estaba igualmente decidido a revelar la cruel verdad sobre el papel de Garra de Tigre en la muerte de Cola Roja.

Corazón de Fuego se relamió. Látigo Gris estaba a su lado, lavándose el costado. Acababan de compartir una comida junto al claro del campamento. El sol se había puesto, y Corazón de Fuego vio la luna, casi llena ya, reluciendo en un cielo despejado y frío. Los últimos días habían sido muy ajetreados. Daba la impresión de que cada vez que se tumbaban a descansar, Garra de Tigre los mandaba de patrulla o a cazar. El joven guerrero había estado alerta, buscando una oportunidad para hablar con Estrella Azul, pero cuando él no estaba cumpliendo una de las misiones de Garra de Tigre, la líder del clan parecía tener siempre al lado a su lugarteniente.

Empezó a lavarse la pata, escudriñando el campamento con los ojos, buscando esperanzado a Estrella Azul.

—¿A quién buscas? —preguntó Látigo Gris con la boca llena de pelo.

—A Estrella Azul —respondió bajando la pata.

—¿Por qué? —Látigo Gris dejó de lavarse y lo miró—. No le has quitado ojo desde nuestra vigilia. ¿Qué estás planeando?

—Tengo que contarle dónde está Cuervo, y prevenirla sobre Garra de Tigre.

—¡Le prometiste a Cuervo que le dirías a todo el mundo que estaba muerto! —se asombró Látigo Gris.

—Sólo le prometí que le diría a Garra de Tigre que estaba muerto. Estrella Azul debería conocer toda la historia. Tiene que saber de qué es capaz su lugarteniente.

Látigo Gris bajó la voz para sisear alarmado:

—Pero sólo tenemos la palabra de Cuervo de que Garra de Tigre mató a Cola Roja.

—¿Acaso dudas de su palabra? —Corazón de Fuego se escandalizó por el titubeo de su amigo.

—Mira, si Garra de Tigre mintió sobre haber matado a Corazón de Roble en venganza por la muerte de Cola Roja, eso significa que Cola Roja debió de matar a Corazón de Roble. Y no puedo creer que matara deliberadamente en una batalla al lugarteniente de otro clan. Eso va contra el código guerrero: luchamos para demostrar nuestra fuerza y para defender nuestro territorio, no para matarnos unos a otros.

—No estoy intentando acusar de nada a Cola Roja —protestó Corazón de Fuego—. El problema es Garra de Tigre.

Cola Roja había sido lugarteniente del Clan del Trueno. Corazón de Fuego no había llegado a conocerlo, pero sabía que todo el clan lo respetaba profundamente.

Látigo Gris habló sin mirarlo a los ojos:

—Lo que estás diciendo compromete el honor de Cola Roja. Y ningún otro gato del clan tiene problemas con Garra de Tigre. El único que lo temía era Cuervo.

Corazón de Fuego sintió un escalofrío de inquietud.

—Entonces, ¿crees que Cuervo se inventó toda la historia porque no se llevaba bien con su mentor? —maulló con escepticismo.

—No. Sólo creo que deberíamos ser prudentes.

Corazón de Fuego observó su expresión preocupada y reflexionó. Supuso que Látigo Gris tenía cierta razón: los dos eran guerreros desde hacía sólo unos días, así que no estaban en posición de empezar a lanzar acusaciones sobre el guerrero más experimentado del clan.

—Está bien —cedió al fin—. Puedes mantenerte al margen de esto.

Sintió un peso en el estómago cuando Látigo Gris asintió y continuó lavándose. Corazón de Fuego creía que su amigo se equivocaba al pensar que Cuervo era el único que tenía problemas con Garra de Tigre. Su instinto le decía que el lugarteniente no era de fiar. Tenía que compartir sus sospechas con Estrella Azul, por la seguridad de la líder y la del clan.

Un destello de pelo gris en el otro lado del claro le indicó que Estrella Azul había salido de su refugio… sola. Corazón de Fuego se puso en pie, pero la líder saltó a la Peña Alta y convocó al clan. El joven sacudió la cola con impaciencia.

Látigo Gris agitó las orejas emocionado al oír la llamada.

—¿Una ceremonia de nombramiento? —maulló—. Debe de ser que a Rabo Largo le adjudican su primer aprendiz. Ha estado soltando indirectas durante días.

Se alejó saltando para unirse a los gatos que se estaban reuniendo al borde del claro; Corazón de Fuego lo siguió con un hormigueo de frustración.

Un cachorro blanco y negro entró en el claro. Sus blandas zarpas no producían ningún sonido sobre la tierra endurecida. Se encaminó a la Peña Alta con la mirada baja, y Corazón de Fuego casi esperó verlo temblar: había algo en la curva de sus omóplatos que lo hacía parecer demasiado joven y tímido para ser aprendiz. «¡Rabo Largo no se sentirá muy impresionado!», pensó, recordando el menosprecio que el guerrero había mostrado hacia él cuando llegó al campamento por primera vez. Rabo Largo lo había ridiculizado cruelmente durante sus primeros días en el clan, burlándose de sus orígenes como gato doméstico. Corazón de Fuego le tenía antipatía desde entonces.

—De hoy en adelante —empezó Estrella Azul, mirando al cachorro—, hasta que se haya ganado su nombre de guerrero, este aprendiz se llamará Zarpa Rauda.

El cachorro blanco y negro contempló a su líder sin determinación en la mirada. Sus ojos ámbar estaban dilatados de nerviosismo.

Corazón de Fuego giró la cabeza cuando Rabo Largo se aproximó a su nuevo aprendiz.

—Rabo Largo —continuó la gata—, tú fuiste aprendiz de Cebrado. Él te enseñó bien, y te has convertido en un guerrero feroz y leal. Espero que transmitas algunas de esas cualidades a Zarpa Rauda.

Corazón de Fuego estudió el rostro de Rabo Largo, buscando una expresión de desdén mientras observaba a Zarpa Rauda. Pero los ojos del guerrero se suavizaron al cruzarse con los de su nuevo aprendiz, y ambos gatos se tocaron la nariz.

—No te preocupes, lo estás haciendo muy bien —susurró Rabo Largo al cachorro para infundirle ánimo.

«Sí, claro —pensó Corazón de Fuego con amargura—. Sólo porque Zarpa Rauda ha nacido en un clan. Desde luego, a mí no me recibió tan bien». Miró al resto del clan y sintió una punzada de resentimiento cuando todos empezaron a murmurar felicitaciones al nuevo aprendiz.

—¿Y a ti qué te pasa? —musitó Látigo Gris—. Algún día seremos nosotros quienes estemos ahí.

Corazón de Fuego asintió, animado de repente por la idea de tener su propio aprendiz, y dejó a un lado el resentimiento. Ahora formaba parte del Clan del Trueno, y sin duda eso era lo único que importaba, ¿no?

La noche siguiente había luna llena. Corazón de Fuego era consciente de que debería estar deseando asistir a su primera Asamblea como guerrero, pero seguía decidido a encontrar la oportunidad de contarle a Estrella Azul todo lo que sabía sobre Garra de Tigre, y ese pensamiento le pesaba en el estómago como una piedra fría.

—¿Tienes lombrices intestinales o algo así? —maulló Látigo Gris a su lado—. ¡Estás poniendo unas caras muy raras!

Corazón de Fuego miró a su amigo, deseando poder desahogarse con él, pero le había prometido dejarlo fuera de aquel asunto.

—Estoy bien —respondió—. Vamos. He oído la llamada de Estrella Azul.

Ambos se acercaron al grupo que se había reunido en el claro. Estrella Azul bajó la cabeza al verlos llegar; luego se volvió y condujo a los gatos fuera del campamento.

Corazón de Fuego se detuvo mientras los demás pasaban ante él para subir la escarpada senda que llevaba al bosque de más arriba. Aquel trayecto podría darle el tiempo suficiente para hablar con Estrella Azul, y quería reflexionar un momento.

—¿Vienes? —lo llamó Látigo Gris.

—¡Sí!

Corazón de Fuego flexionó sus potentes patas traseras y empezó a saltar de roca en roca, dejando atrás el campamento.

En lo alto se detuvo para recobrar el aliento, resollando. El bosque se extendía ante él. Bajo las patas notaba el crujido de las hojas secas recién caídas. El Manto de Plata resplandecía en el cielo como el rocío matinal esparcido sobre una piel negra.

Pensó en la primera vez que fue a los Cuatro Árboles con Garra de Tigre y Corazón de León. Éste, que había sido mentor de Látigo Gris y lugarteniente del clan entre Cola Roja y Garra de Tigre, era un guerrero rubio y bondadoso. Había muerto en combate y Garra de Tigre había ocupado su lugar. Corazón de Fuego visitó por primera vez los Cuatro Árboles cuando Corazón de León llevó a los aprendices a conocer el territorio del clan, a través del pinar, pasando por las Rocas Soleadas, y a lo largo de la frontera con el Clan del Río. Esa noche, Estrella Azul los guiaba directamente por el centro del territorio del Clan del Trueno. Corazón de Fuego la vio desaparecer en el sotobosque y corrió tras el grupo de gatos.

Estrella Azul abría la comitiva, junto con Garra de Tigre. Corazón de Fuego pasó por alto el maullido de sorpresa de Látigo Gris y alcanzó a la líder.

—Estrella Azul —exclamó jadeando al llegar a su lado—, ¿podría hablar contigo?

Ella lo miró y asintió.

—Guía tú al grupo, Garra de Tigre —maulló.

La líder redujo el paso y Garra de Tigre la dejó atrás. Sin hacer preguntas, los demás gatos siguieron al atigrado oscuro a través de la maleza.

Estrella Azul y Corazón de Fuego continuaron a un ritmo normal. Al cabo de un momento estaban solos.

El sendero salía de los helechos a un pequeño claro. La gata saltó sobre un árbol caído y se sentó en él, enroscando la cola alrededor de sus patas delanteras.

—¿Qué ocurre, Corazón de Fuego? —preguntó.

El joven vaciló, repentinamente atacado por las dudas. Estrella Azul era quien lo había animado a abandonar su vida de gato doméstico y unirse al clan. Desde entonces, había confiado en él una y otra vez, mientras otros gatos se cuestionaban su lealtad al clan, cuya sangre no compartía. ¿Qué diría cuando le contara que había mentido sobre Cuervo?

—Habla —ordenó la líder, mientras las pisadas de los otros gatos del clan se apagaban en la distancia.

Corazón de Fuego respiró hondo.

—Cuervo no está muerto —dijo por fin.

Estrella Azul sacudió la cola con sorpresa, pero escuchó en silencio al joven guerrero.

—Látigo Gris y yo lo llevamos al territorio de caza del Clan del Viento —continuó—. Yo… creo que quizá se haya juntado con Centeno.

Centeno era un solitario: no era un gato del bosque, pero tampoco un gato doméstico. Vivía en una granja de Dos Patas que se hallaba de camino a las Rocas Altas, un lugar sagrado para todos los gatos del bosque.

La líder miró a las profundidades del bosque. El joven la observó con inquietud, intentando descifrar su expresión. ¿Estaba enfadada? No logró ver furia en sus enormes ojos azules.

Tras unos largos instantes, Estrella Azul habló:

—Me alegra saber que Cuervo sigue vivo. Espero que sea más feliz viviendo con Centeno de lo que lo era en el bosque.

—P… pero ¡él nació en el Clan del Trueno! —tartamudeó Corazón de Fuego, asombrado por la calma con que Estrella Azul había aceptado la partida de Cuervo.

—Eso no significa necesariamente que sea apto para la vida del clan —señaló ella—. Después de todo, tú no has nacido dentro de un clan y, aun así, te has convertido en un buen guerrero. Tal vez Cuervo encuentre su camino en otra parte.

—Pero él no abandonó el clan porque quisiera —protestó el joven—. Le resultaba imposible quedarse.

—¿Imposible? —La gata le clavó su mirada azul—. ¿Qué quieres decir?

El joven miró al suelo.

—¿Y bien? —lo instó ella.

Corazón de Fuego tenía la boca seca.

—Cuervo conocía un secreto sobre Garra de Tigre —respondió con voz ronca—. Yo… creo que Garra de Tigre estaba planeando matar a Cuervo. O, si no, poner al clan en su contra.

Estrella Azul sacudió la cola, poniéndose repentinamente tensa.

—¿Y por qué crees eso? —preguntó—. ¿Cuál era el secreto que Cuervo conocía?

Corazón de Fuego contestó a su pesar, sosteniendo la severa mirada de la líder tanto como se atrevió:

—Que Garra de Tigre mató a Cola Roja en la batalla contra el Clan del Río.

Estrella Azul entornó los ojos.

—¡Un guerrero jamás mataría a otro de su propio clan! Incluso tú deberías saber eso… ya llevas viviendo con nosotros suficiente tiempo.

Él se encogió ante sus palabras, agachando las orejas. Era la segunda vez aquella noche que Estrella Azul aludía a sus orígenes de gato doméstico.

—Garra de Tigre nos comunicó que fue Corazón de Roble, el lugarteniente del Clan del Río, quien mató a Cola Roja —prosiguió la gata—. Cuervo debió de equivocarse. ¿Realmente llegó a ver cómo Garra de Tigre mataba a Cola Roja?

Corazón de Fuego movió la cola nerviosamente, agitando las hojas que había tras él.

—Eso me dijo.

—¿Y sabes que, al afirmar eso, estás cuestionando el honor de Cola Roja, porque debió de ser él el responsable de la muerte de Corazón de Roble? Un lugarteniente nunca mataría a otro en combate; no si pudiera evitarlo. Y Cola Roja era el guerrero más honorable que he conocido jamás.

Los ojos de Estrella Azul se empañaron de tristeza, y Corazón de Fuego se sintió consternado por haber dañado el recuerdo del antiguo lugarteniente, aunque no hubiese sido a propósito.

—No puedo dar cuenta de los actos de Cola Roja —murmuró—. Sólo sé que Cuervo cree realmente que Garra de Tigre fue el responsable de la muerte de Cola Roja.

La gata suspiró y relajó el lomo.

—Todos sabemos que Cuervo tenía una imaginación muy viva —maulló dulcemente, con ojos comprensivos—. Resultó muy malherido en aquella batalla, y se marchó antes de que el enfrentamiento terminara. ¿Estás seguro de que Cuervo no completó por su cuenta las partes que se había perdido?

Antes de que Corazón de Fuego pudiera responder, un aullido resonó a través del bosque, y Garra de Tigre surgió de la vegetación de un salto. Lanzó una breve mirada recelosa al joven antes de dirigirse a Estrella Azul:

—Te estamos esperando en la frontera.

Ella asintió.

—Diles que llegaremos enseguida.

Garra de Tigre inclinó la cabeza, se volvió y se internó de nuevo corriendo entre la maleza.

Mientras lo observaba desaparecer, las palabras de Estrella Azul resonaron en la cabeza de Corazón de Fuego. La líder estaba en lo cierto: Cuervo poseía una gran imaginación. Recordó su primera Asamblea, cuando los aprendices de todos los clanes se quedaron prendados del relato de Cuervo mientras éste les contaba la batalla con el Clan del Río. Y en aquella ocasión no había mencionado a Garra de Tigre.

Corazón de Fuego dio un salto cuando Estrella Azul se puso en pie.

—¿Vas a traer a Cuervo de vuelta al clan? —preguntó, repentinamente temeroso de haberle causado aún más problemas a su amigo.

La líder lo miró a los ojos sin pestañear.

—Lo más probable es que Cuervo sea más feliz donde está ahora —repuso quedamente—. De momento, dejaremos que el clan siga creyendo que ha muerto.

El joven le devolvió la mirada, impresionado. ¡Estrella Azul iba a mentir al clan!

—Garra de Tigre es un gran guerrero, pero es muy orgulloso —continuó la gata—. Para él, será más fácil aceptar que su aprendiz murió luchando que el hecho de que huyera. Y también será mejor para Cuervo.

—¿Porque Garra de Tigre podría ir a buscarlo? —se atrevió a preguntar Corazón de Fuego. ¿Sería posible que Estrella Azul creyera lo que él le había contado, aunque sólo fuera un poquito?

La líder negó con la cabeza en un arrebato de impaciencia.

—No. Quizá Garra de Tigre sea ambicioso, pero no es un asesino. Cuervo estará mejor siendo recordado como un héroe muerto que como un cobarde vivo.

Volvieron a oír la llamada del lugarteniente. Estrella Azul bajó del tronco y se internó en los helechos. Corazón de Fuego salvó el tronco de un salto y corrió tras ella.

La alcanzó en la orilla del arroyo. La observó cruzar, brincando de piedra en piedra hasta el otro lado. La siguió cautamente, con la cabeza dándole vueltas. La historia sobre la muerte de Cola Roja había sido un peso sobre sus hombros durante días. Ahora que finalmente se lo había contado a Estrella Azul, nada había cambiado. Era obvio que la líder no consideraba a Garra de Tigre capaz de matar a sangre fría. Y lo peor de todo era que el propio Corazón de Fuego había empezado a dudar de que Cuervo le hubiera contado la verdad. Llegó a la ribera opuesta y corrió a través del sotobosque.

Frenó en seco detrás de Estrella Azul cuando alcanzaron al resto de los gatos del clan. El grupo se había detenido en lo alto de la ladera que llevaba a los Cuatro Árboles, los gigantescos robles donde los gatos de los cuatro clanes se reunían en paz cada luna llena.

Se le erizó el pelo al sentir que Garra de Tigre lo observaba. ¿Acaso el guerrero oscuro sospechaba de qué habían hablado él y Estrella Azul? Sacudió la cabeza para aclararse las ideas. Sin duda, Garra de Tigre estaría interesado en saber qué le había dicho a la líder; era el lugarteniente, así que querría conocer cualquier cosa que pudiese afectar al clan. Se volvió de nuevo hacia Garra de Tigre; el atigrado oscuro estaba mirando ladera abajo, con las orejas tiesas y alertas. Los gatos que lo rodeaban movieron las patas, expectantes. El lugarteniente lanzó una ojeada a cada uno, agrupándolos en silencio con su firme mirada ámbar.

Estrella Azul levantó la nariz y olfateó el aire. Corazón de Fuego percibió que a su alrededor se tensaban los músculos y se erizaban los pelajes. Entonces, la líder hizo una señal con la cola y todos los gatos descendieron la ladera hacia la Asamblea.