—Bueno, lugarteniente —le dijo Tormenta Blanca suavemente al oído—. ¿Qué te gustaría que hiciera ahora?
Corazón de Fuego notó que su oferta era sincera, y le dirigió una mirada agradecida al guerrero blanco. Sabía que Tormenta Blanca había esperado convertirse en lugarteniente, y su apoyo sería muy valioso en los días venideros.
—Sí… ahora… —empezó, tratando de pensar frenéticamente cuáles eran las prioridades más urgentes. Con un sobresalto, advirtió que estaba imaginando qué habría hecho Garra de Tigre—. Comida. Todos necesitamos comer. Nimbo, empieza a llevar carne fresca a los veteranos. Di a los otros aprendices que ayuden a las reinas en la maternidad —añadió, y Nimbo salió disparado con una sacudida de la cola—. Musaraña, Cebrado, escoged dos o tres guerreros cada uno y salid en patrullas de caza. Repartíos el territorio entre los dos. Necesitaremos más carne fresca enseguida. Y mientras tanto, estad ojo avizor por si veis a esos proscritos o a Garra de Tigre.
Musaraña se marchó tras asentir con calma, llamando a Fronde Dorado y Sauce mientras salía. Pero Cebrado se quedó mirándolo con mala cara tanto rato que el joven lugarteniente empezó a preguntarse qué haría si el guerrero oscuro se negaba a obedecerlo. Sostuvo la mirada de ojos claros sin arredrarse, y por fin Cebrado se alejó, diciéndoles a Manto Polvoroso y Rabo Largo que lo siguieran.
—Tendrás que vigilarlos de cerca —observó Tormenta Blanca viéndolos marchar—. Son los antiguos simpatizantes de Garra de Tigre.
—Sí, lo sé. Pero desde luego han demostrado que son más leales al clan que a Garra de Tigre, ¿no? Espero que me acepten si no les toco las narices.
Tormenta Blanca soltó un gruñido evasivo.
—¿Yo puedo hacer algo? —preguntó Látigo Gris.
—Sí. —Corazón de Fuego le dio un lametón breve y amistoso en la oreja—. Ve a acostarte y descansa. Ayer te hirieron gravemente. Te traeré una pieza de carne fresca.
—De acuerdo, Corazón de Fuego. —Látigo Gris le devolvió el lametón y desapareció en la guarida de los guerreros.
Corazón de Fuego se acercó al montón de carne fresca, donde encontró a Carbonilla sacando una urraca de la menguante pila.
—Voy a llevarle esto a Estrella Azul —dijo la aprendiza—. Tengo que volver a examinar su herida. Y luego le llevaré algo a Fauces Amarillas.
—Buena idea —maulló Corazón de Fuego, empezando a sentirse más confiado, pues parecía que sus órdenes estaban devolviendo las cosas a la normalidad—. Dile a la curandera que, si necesita ayuda para recolectar hierbas, puede contar con Nimbo en cuanto acabe con los veteranos.
—Vale. —Carbonilla rió entre dientes—. Desde luego, sabes cómo hacer que tus aprendices trabajen, Corazón de Fuego.
Mordió la urraca, y la soltó de inmediato con una arcada de asco. La carne del ave se separó de los huesos, dejando a la luz una masa viviente de gusanos blancos. Un hedor repugnante alcanzó a Corazón de Fuego, que se estremeció.
Carbonilla retrocedió, pasándose la lengua por la boca una y otra vez, mientras miraba fijamente el cadáver putrefacto. Su pelaje gris oscuro se había erizado y tenía los ojos como platos.
—Carroña —susurró—. Carroña entre la carne fresca. ¿Qué significa esto?
Corazón de Fuego no podía imaginarse cómo había llegado hasta allí aquella urraca podrida. Ningún gato la habría llevado al campamento; hasta los aprendices más jóvenes lo sabían bien.
—¿Qué significa esto? —repitió Carbonilla.
De pronto, Corazón de Fuego comprendió que la gata no estaba pensando en cómo la presa agusanada había terminado materialmente en el montón de carne fresca.
—¿Crees que es un augurio? —preguntó con voz quebrada—. ¿Un mensaje del Clan Estelar?
—Podría ser. —Carbonilla se estremeció y se quedó mirándolo con sus grandes ojos azules—. El Clan Estelar no me ha hablado todavía, desde la ceremonia en la Piedra Lunar. No sé si esto es un augurio o no, pero si lo es…
—Debe de ser por Estrella Azul —terminó él. Se le erizó el pelo: aquélla era la primera señal de los nuevos poderes de Carbonilla como aprendiza de curandera—. Tú ibas a llevarle la urraca. —Sintió un escalofrío de espanto al pensar qué podía significar el presagio. ¿Acaso el Clan Estelar intentaba decir que el liderazgo de Estrella Azul se estaba descomponiendo desde el interior, incluso aunque la amenaza exterior de Garra de Tigre había desaparecido?—. No —maulló con firmeza—. Eso no puede ser cierto. Los problemas de Estrella Azul han terminado. Algún gato ha sido descuidado y ha traído carroña por equivocación, eso es todo.
Pero ni siquiera él creía sus propias palabras, y sabía que Carbonilla tampoco.
—Se lo preguntaré a Fauces Amarillas —maulló la gata, sacudiendo la cabeza con desconcierto—. Ella lo sabrá.
Tomó un campañol del montón de carne fresca y empezó a cruzar el claro todo lo deprisa que le permitía su cojera.
Corazón de Fuego le dijo mientras se alejaba:
—No se lo cuentes a nadie excepto a Fauces Amarillas. El clan no debe saberlo. Yo enterraré esto.
Ella sacudió la cola para indicarle que lo había oído y desapareció entre los helechos.
El joven lugarteniente miró alrededor para asegurarse de que nadie había oído la conversación ni visto la urraca putrefacta. Le subió la bilis a la garganta al agarrar al ave por la punta del ala y arrastrarla hasta el borde del claro. No empezó a relajarse hasta que reunió la tierra suficiente para cubrir aquella repulsiva cosa.
Incluso entonces, no pudo sacárselo de la cabeza. Si la urraca podrida y llena de gusanos era realmente un presagio, ¿qué nuevos desastres tenía preparados el Clan Estelar para el Clan del Trueno y su líder?
Cuando el sol llegó a su cénit, el clan volvía a estar en calma. Las patrullas de caza habían regresado, todos los gatos estaban bien alimentados, y Corazón de Fuego empezó a pensar que era hora de ir a la guarida de Estrella Azul para ver si le explicaba cómo dirigir al clan.
Un movimiento en el túnel de aulagas atrajo su atención. Aparecieron cuatro guerreros del Clan del Río, los mismos que se habían unido a la batalla el día anterior: Leopardina, Vaharina, Pedrizo y Prieto.
Leopardina tenía una herida recién curada en uno de sus omóplatos moteados, y Prieto tenía desgarrada la punta de una oreja, prueba de cómo habían peleado con el Clan del Trueno para expulsar a los proscritos. Corazón de Fuego quiso creer que sólo habían ido a ver si todos los guerreros del Clan del Trueno se encontraban bien, pero en lo más profundo sabía que su misión estaba relacionada con los cachorros de Látigo Gris. Intentando disimular el peso que sentía en el corazón, cruzó el claro e inclinó la cabeza ante Leopardina, no como la señal respetuosa de un guerrero a un lugarteniente, sino como el recibimiento cortés entre iguales.
—Saludos —maulló Leopardina, con mirada de sorpresa ante la nueva actitud de Corazón de Fuego—. Necesitamos hablar con tu líder.
Corazón de Fuego vaciló, preguntándose cuánto explicar. Tardaría el resto del día en contar toda la historia de la traición de Garra de Tigre, y en describir cómo él mismo se había convertido en lugarteniente. En una brevísima pausa decidió no contarle nada a la patrulla visitante. Incluso el Clan del Río, pese a que ahora se mostraba amigable, podría sentirse tentado de atacar a un clan que parecía debilitado. No faltaba mucho para la siguiente Asamblea; ése sería el momento apropiado para que lo supieran. Volvió a inclinar la cabeza y fue en busca de Estrella Azul.
Para su alivio, la líder estaba sentada en su guarida, comiendo una pieza de carne fresca. Volvía a parecer más la de siempre desde el ataque de Garra de Tigre. Cuando el joven lugarteniente se anunció en la entrada de la guarida, la gata alzó la vista, tragándose lo que le quedaba de ratón. Luego se relamió.
—¿Corazón de Fuego? Pasa. Tenemos muchas cosas que hablar.
—Sí, Estrella Azul —maulló él—, pero no ahora. Los guerreros del Clan del Río están aquí.
—Ah. —La líder se levantó estirándose—. Los esperaba, aunque no tan pronto.
Precedió a Corazón de Fuego hasta donde aguardaba la patrulla. Para entonces, Látigo Gris ya estaba allí y parecía estar intercambiando noticias con Vaharina. Corazón de Fuego esperó que no le estuviese contando demasiado, mientras se acomodaba a una distancia respetuosa.
Otros gatos se habían ido congregando alrededor; sus caras traslucían curiosidad por la razón de la visita del Clan del Río.
Después de que Estrella Azul saludara a los recién llegados, Leopardina empezó:
—Hemos hablado sobre los hijos de Corriente Plateada, y hemos decidido que pertenecen al Clan del Río. Ayer murieron dos de nuestros cachorros; habían nacido prematuramente. Su madre, Verdeflor, ha aceptado amamantar a estos recién nacidos. Creemos que puede ser una señal del Clan Estelar. Los cachorros estarán bien cuidados.
—¡Aquí ya están bien cuidados! —exclamó Corazón de Fuego.
Leopardina lo miró de reojo, pero siguió hablándole directamente a Estrella Azul.
—Estrella Doblada nos ha mandado a recogerlos. —Su voz sonaba tranquila pero resuelta, demostrando que creía sinceramente en el derecho de su clan a llevarse los cachorros.
—Además —terció Vaharina—, ahora los cachorros ya son más grandes, y el río ha descendido lo suficiente para cruzarlo sin ningún riesgo. Soportarán el viaje hasta nuestro campamento.
—Sí —maulló Leopardina, con una mirada de aprobación a la joven guerrera—. Podríamos habérnoslos llevado antes, pero a nosotros nos importa su bienestar tanto como a vosotros.
Estrella Azul se levantó. Aunque se movía con rigidez y seguía pareciendo agotada, al menos había recuperado la autoridad de una líder.
—Los cachorros son en parte del Clan del Trueno —le recordó a Leopardina—. Ya os dije que sabríais mi decisión en la próxima Asamblea.
—No eres tú quien debe decidir —respondió la lugarteniente con frialdad.
Ante sus palabras, los gatos congregados elevaron maullidos de protesta.
—¡Qué descaro! —bufó Tormenta de Arena, sentada cerca de Corazón de Fuego—. ¿Quién cree que es, viniendo aquí y diciéndonos qué hacer?
El joven lugarteniente se aproximó a la líder y le susurró al oído:
—Estrella Azul, se trata de los hijos de Látigo Gris. No puedes permitir que se los lleven.
Ella agitó las orejas.
—Podéis decirle a Estrella Doblada —dijo sosegadamente a los visitantes— que el Clan del Trueno luchará para conservar a estos pequeños.
Leopardina enseñó los dientes en un gruñido incipiente, mientras los gatos del Clan del Trueno maullaban en señal de aprobación.
Entonces un grito se elevó por encima del resto:
—¡No!
A Corazón de Fuego se le erizó el pelo. Se trataba de Látigo Gris, que se adelantó para colocarse al lado de Estrella Azul.
Corazón de Fuego se estremeció al advertir las miradas recelosas que le lanzaba el Clan del Trueno al verlo pasar. Pero Látigo Gris parecía haberse endurecido contra su hostilidad. Tras mirar a la patrulla del Clan del Río y luego a los gatos de su propio clan, maulló:
—Leopardina tiene razón. Los cachorros pertenecen al clan de su madre. Creo que deberíamos dejarlos ir.
Corazón de Fuego se quedó de piedra. Quiso protestar, pero no encontraba las palabras adecuadas. El resto del clan guardó el mismo silencio, excepto Fauces Amarillas, que masculló:
—Está loco.
—Látigo Gris, piénsalo mejor —lo instó Estrella Azul—. Si permito que Leopardina se lleve a los cachorros, los habrás perdido para siempre. Crecerán en otro clan. No te reconocerán como su familia. Y puede que algún día incluso tengas que luchar contra ellos.
Corazón de Fuego notó la pesadumbre en su voz, y vio cómo sus ojos iban de Vaharina a Pedrizo. Sus palabras estaban cargadas de un conocimiento tan amargo que el joven lugarteniente se preguntó cómo ningún gato de los presentes comprendía la verdad sobre los cachorros que su líder había perdido mucho tiempo atrás.
—Lo entiendo, Estrella Azul —admitió Látigo Gris—. Pero ya he causado bastantes problemas a este clan. No le pediré que luche por mis hijos. —Hizo una pausa y luego se dirigió a Leopardina—: Si Estrella Azul está de acuerdo, yo llevaré los cachorros a los pasaderos a la puesta de sol. Te doy mi palabra.
—Látigo Gris, no… —saltó Corazón de Fuego.
El guerrero gris volvió sus ojos amarillos hacia su amigo. En ellos había dolor y una desdicha inmensurables, pero también una determinación que le hizo comprender que Látigo Gris tenía en mente algo que él desconocía.
—No… —repitió quedamente, pero su amigo no respondió.
Tormenta de Arena pegó su hocico al pelaje de Corazón de Fuego, murmurando unas palabras de consuelo, pero el joven se sentía demasiado paralizado para reaccionar. Advirtió apenas que Carbonilla empujaba suavemente a la joven guerrera susurrando:
—Ahora no, Tormenta de Arena. No hay nada que podamos decir. Déjalo solo.
Estrella Azul inclinó la cabeza largo rato. Corazón de Fuego notó cómo las fuerzas que la gata había reunido a toda prisa empezaban a menguar por la confrontación, y lo desesperadamente que necesitaba descansar. Por fin la líder habló.
—Látigo Gris, ¿estás seguro?
El guerrero gris levantó la barbilla.
—Bastante seguro.
—En ese caso —repuso la líder—, accedo a tus demandas, Leopardina. Látigo Gris llevará los cachorros a los pasaderos a la puesta de sol.
Leopardina pareció asombrada por haber llegado a un acuerdo tan rápidamente. Intercambió una mirada con Prieto, casi como si se preguntara si podría ser una artimaña.
—Entonces aceptamos vuestra palabra —maulló la lugarteniente, volviéndose hacia la líder—. En el nombre del Clan Estelar, procurad mantenerla.
Inclinó la cabeza ante Estrella Azul y guió a su patrulla fuera del campamento. Corazón de Fuego los observó marcharse, y se volvió de nuevo hacia Látigo Gris para seguir suplicándole, pero su amigo ya se había ido a la maternidad.
Mientras el sol descendía por detrás de los árboles, Corazón de Fuego aguardaba junto al túnel de aulagas. Las hojas susurraban por encima de su cabeza y el aire estaba lleno de los cálidos aromas del final de la estación de la hoja nueva, pero él apenas era consciente de lo que lo rodeaba. No hacía más que pensar en Látigo Gris. De ninguna manera dejaría que su amigo renunciara a sus cachorros sin intentar detenerlo por última vez.
Por fin, Látigo Gris salió de la maternidad; delante de él, sus cachorros avanzaban con sus patitas cortas e inestables. El pequeño gris oscuro ya daba señales de ir a convertirse en un robusto guerrero, mientras que la gatita de pelaje plateado era una copia de su madre y una promesa de su misma belleza y agilidad.
Flor Dorada los siguió fuera de la maternidad y bajó la cabeza para tocar con su nariz las de los cachorros.
—Adiós, queridos míos —maulló tristemente.
Los dos pequeños empezaron a maullar desconcertados cuando Látigo Gris los apartó, y los propios hijos de Flor Dorada se restregaron contra su madre como si quisieran reconfortarla.
—Látigo Gris… —empezó Corazón de Fuego, avanzando cuando su amigo se acercó con los cachorros.
—No digas nada —lo interrumpió—. Enseguida lo entenderás. ¿Quieres venir conmigo a los pasaderos? Necesito que me ayudes a cargar con los cachorros.
—Por supuesto, si es lo que quieres. —Corazón de Fuego estaba dispuesto a aceptar cualquier cosa que le diera la mínima oportunidad de que Látigo Gris cambiara de idea.
Los dos guerreros caminaron juntos a través del bosque, como habían hecho tantas veces antes. Cada uno cargaba con un cachorro; las criaturitas maullaban y se retorcían como si quisieran andar por sí mismas. Corazón de Fuego no sabía cómo su amigo iba a soportar perderlos. ¿Estrella Azul se habría sentido así cuando miró a sus propios hijos por última vez antes de que Corazón de Roble se los llevara?
Para cuando alcanzaron los pasaderos, la luz rojiza del crepúsculo se estaba difuminando. La luna estaba empezando a salir, y el río era una cinta de plata que reflejaba el cielo pálido. El murmullo líquido de la corriente llenaba el aire, y la alta hierba de la ribera resultaba refrescante bajo las patas de Corazón de Fuego.
El joven lugarteniente depositó a su cachorro en una mullida mata de hierba, y Látigo Gris colocó al otro a su lado cuidadosamente. Luego retrocedió un paso o dos, indicando a Corazón de Fuego con la cabeza que lo siguiera.
—Tenías razón —maulló—. No puedo renunciar a mis hijos.
Corazón de Fuego sintió una repentina oleada de alegría. ¡Látigo Gris había cambiado de opinión! Podían llevarse los cachorros a casa y enfrentarse a la amenaza de Clan del Río, fuera lo que fuese. Pero se le heló la sangre cuando su amigo añadió:
—Voy a irme con ellos. Son lo único que me queda de su madre, y ella me dijo que los cuidara. Me moriría si me separara de ellos.
Corazón de Fuego se quedó mirándolo sin pestañear, con la boca desencajada.
—¿Qué? ¡No puedes hacer eso! —exclamó con voz estrangulada—. Tú perteneces al Clan del Trueno.
Látigo Gris negó con la cabeza.
—Ya no. No me quieren desde que se enteraron de mi relación con Corriente Plateada. No volverán a confiar en mí. Y yo ni siquiera sé si quiero que vuelvan a confiar en mí. Creo que ya no me queda lealtad de clan.
Sus palabras se clavaron en el estómago de Corazón de Fuego como las garras de un enemigo que intentara despedazarlo.
—¿Y qué pasa conmigo? Yo sí te quiero en el clan. Yo te confiaría mi vida, y jamás te traicionaría.
Los ojos amarillos de Látigo Gris rebosaban de pesar.
—Lo sé —murmuró—. Ningún gato ha tenido nunca un amigo como tú. Yo daría mi vida por ti; lo sabes.
—Entonces quédate.
—No puedo. Eso es lo único que no puedo hacer por ti. Pertenezco al lugar de donde sean mis cachorros, y ellos pertenecen al Clan del Río. Oh, Corazón de Fuego… —Su voz se transformó en un lamento angustiado—. ¡Me estoy partiendo en dos!
El joven lugarteniente se pegó más a su amigo, lamiéndole la oreja y notando el temblor que recorría su poderoso cuerpo gris. Habían vivido muchas cosas juntos. Látigo Gris era el primer gato de clan con el que había hablado en su vida, cuando él era un gato doméstico perdido en el bosque. Había sido su primer amigo en el Clan del Trueno. Habían entrenado juntos y habían sido nombrados guerreros a la vez. Habían cazado en los calurosos días de la estación de la hoja verde, cuando el aire estaba cargado de aromas y del zumbido de las abejas, y durante una gélida estación sin hojas, cuando el mundo entero estaba congelado. Juntos habían descubierto la verdad sobre Garra de Tigre, arriesgándose a sufrir la ira de Estrella Azul por hacerlo.
Y ahora todo eso estaba tocando a su fin.
Pero lo peor era que Corazón de Fuego no lograba encontrar las palabras para llevarle la contraria a su amigo. Era cierto que los gatos del clan seguían desconfiando del guerrero gris por su amor hacia Corriente Plateada, y no mostraban señales de aceptar totalmente a sus hijos. Si hubieran tenido que pelear por ellos, lo habrían hecho únicamente por el honor del clan. Corazón de Fuego no veía futuro para su amigo y los cachorros dentro del clan.
Al final, Látigo Gris se separó para llamar a sus pequeños. Éstos se acercaron a trompicones, maullando con su vocecillas agudas.
—Es la hora —dijo Látigo Gris en voz queda—. Te veré en la próxima Asamblea.
—No será lo mismo.
Látigo Gris le sostuvo la mirada un largo instante.
—No, no será lo mismo.
Luego dio media vuelta y llevó a uno de los cachorros a la orilla y a través de los pasaderos, saltando de una piedra a otra con el pequeño bien sujeto por el pescuezo. En la ribera opuesta, una silueta gris surgió entre los juncos y esperó mientras Látigo Gris iba a por el segundo cachorro.
Corazón de Fuego reconoció a Vaharina, la mejor amiga de Corriente Plateada. Sabía que la joven reina querría a aquellos cachorros tanto como a los suyos propios. Pero ningún gato tendría sentimientos más fuertes por Látigo Gris que los que había tenido él durante cuatro largas estaciones.
«Nunca más —lloraba su corazón—. No más patrullas ni peleas en broma. Se acabó compartir lenguas tras un día de caza. No más risas ni peligros enfrentados uno al lado del otro. Se acabó».
No había nada que pudiera hacer o decir. Se quedó mirando con impotencia cómo Látigo Gris y el segundo cachorro llegaban al otro lado del río. Vaharina tocó con su nariz la del guerrero gris, y luego se agachó para olfatear a los cachorros. Ella agarró a uno y Látigo Gris al otro, y los cuatro desaparecieron entre los juncos.
Corazón de Fuego se quedó donde estaba largo rato, observando el agua plateada que pasaba ante la orilla. Cuando la luna ya estaba por encima de los árboles, se obligó a levantarse y regresó al bosque.
Sintió más tristeza y soledad que nunca, pero al mismo tiempo notaba una oleada de energía que le brotaba desde lo más profundo. Había desvelado la verdad sobre Garra de Tigre e impedido que el antiguo lugarteniente siguiera causando destrucción en el seno del clan. Estrella Azul lo había honrado al elegirlo a él como segundo al mando. Podría seguir adelante, guiado por su líder y con Jaspeada y el Clan Estelar vigilándolo.
Apretó el paso inconscientemente, y para cuando alcanzó el barranco estaba corriendo. Bajo la violácea luz nocturna, su pelaje del color de las llamas era un borrón en su ansiedad por regresar al Clan del Trueno y su nueva vida como lugarteniente.