Corazón de Fuego atravesó corriendo la cortina de liquen. Garra de Tigre y Estrella Azul estaban enzarzados en el suelo de la guarida. La gata arañaba sin cesar el omóplato del lugarteniente, pero éste pesaba mucho más y la tenía inmovilizada. Garra de Tigre estaba mordiendo la garganta de la líder, a la que daba potentes zarpazos.
—¡Traidor! —bramó Corazón de Fuego.
Se abalanzó sobre Garra de Tigre, apuntando a sus ojos. El lugarteniente retrocedió y se vio obligado a soltar el cuello de Estrella Azul. Corazón de Fuego notó cómo rasgaba una oreja del atigrado, rociando sangre.
Estrella Azul fue tambaleándose hacia un rincón de la guarida, con expresión desconcertada. Corazón de Fuego no sabía si estaba muy malherida. Sintió un dolor brutal cuando Garra de Tigre le rajó el costado con un golpe de sus poderosas patas traseras. El joven resbaló en la arena, perdió el equilibrio y cayó al suelo con el lugarteniente encima de él.
Los ojos ámbar de Garra de Tigre llamearon en los suyos.
—¡Excremento de ratón! —siseó—. ¡Voy a arrancarte el pellejo! Llevo mucho tiempo esperando esto.
El joven guerrero reunió hasta la última gota de destreza y energía. Sabía que Garra de Tigre podía matarlo, pero a pesar de eso se sentía extrañamente libre. Las mentiras y la necesidad de engañar habían terminado. Los secretos —de Estrella Azul y Garra de Tigre— estaban todos expuestos. Sólo quedaba el evidente peligro de la batalla.
Apuntó a la garganta del lugarteniente, pero éste ladeó la cabeza y las zarpas del joven rasparon inofensivamente el denso pelaje atigrado. La maniobra aflojó la presión de Garra de Tigre y Corazón de Fuego rodó a un lado, esquivando por los pelos una dentellada letal en el cuello.
—¡Minino casero! —se mofó Garra de Tigre, flexionando las ancas para saltar de nuevo—. Ahora sabrás cómo pelea un guerrero de verdad.
Y se lanzó sobre el joven, quien se apartó en el último momento. Garra de Tigre intentó girar, pero patinó sobre una mancha de sangre y cayó torpemente de lado.
Corazón de Fuego vio la oportunidad y lanzó un zarpazo al estómago del lugarteniente. Brotó la sangre, empapando el pelaje del atigrado. Éste soltó un maullido estridente. Corazón de Fuego se abalanzó sobre él, arañándole más la barriga y clavándole los colmillos en el cuello. Garra de Tigre se debatió en vano para liberarse; sus sacudidas se fueron debilitando conforme manaba la sangre.
El joven guerrero le soltó el cuello, plantándole una zarpa sobre una pata delantera y la otra en el pecho.
—¡Estrella Azul! —llamó—. ¡Ayúdame a sujetarlo!
La gata estaba encorvada detrás de él, en su lecho tapizado de musgo. Le goteaba sangre por la frente, pero eso no alarmó a Corazón de Fuego tanto como la expresión de sus ojos. Parecían ausentes y empañados mientras miraba horrorizada ante sí, como si estuviera presenciando la destrucción de todo por lo que había trabajado siempre.
Cuando Corazón de Fuego habló, la líder saltó como si la hubieran despertado de un sueño. Moviéndose con la lentitud de una pesadilla, cruzó la guarida y se colocó sobre las patas traseras de Garra de Tigre, aprisionándolo. Incluso con heridas que habrían atontado a un gato menor, el lugarteniente seguía revolviéndose. Sus ojos ámbar ardían de aversión mientras insultaba a Corazón de Fuego y Estrella Azul.
Una sombra atravesó la entrada de la guarida y se oyó una respiración ronca y entrecortada. Corazón de Fuego volvió la cabeza, esperando encontrarse con uno de los invasores, pero se trataba de Látigo Gris, que sangraba abundantemente por un costado y una pata delantera, y escupió sangre al balbucear:
—E… Estrella Azul, hemos… —Se detuvo con los ojos como platos—. Corazón de Fuego, ¿qué está pasando?
—Garra de Tigre ha atacado a Estrella Azul —explicó el joven—. Siempre hemos tenido razón. Es un traidor. Ha traído a los proscritos hasta aquí para asaltarnos.
Látigo Gris siguió mirando sin pestañear, y luego se dio una sacudida como si acabara de salir de unas profundas aguas.
—Estamos perdiendo terreno —maulló—. Hay demasiados invasores. Estrella Azul, necesitamos tu ayuda.
La líder lo miró, pero no dijo ni una palabra. Corazón de Fuego notó que sus ojos seguían apagados y ausentes, como si descubrir la verdad sobre Garra de Tigre hubiera quebrado su ánimo irreparablemente.
—Yo iré —se ofreció el joven—. Látigo Gris, ayuda a Estrella Azul a sujetar a Garra de Tigre. Nos encargaremos de él cuando termine la batalla.
—Puedes intentarlo, minino casero —replicó el atigrado desdeñosamente.
Látigo Gris cruzó la guarida cojeando para ocupar el lugar de Corazón de Fuego, y plantó las zarpas sobre el pecho de Garra de Tigre. El joven guerrero vaciló un momento, no muy seguro de si el malherido Látigo Gris y la conmocionada Estrella Azul podrían con el lugarteniente. Pero éste seguía perdiendo sangre, y cada vez se revolvía más débilmente. Corazón de Fuego dio media vuelta deprisa y salió corriendo.
A primera vista el claro parecía repleto de proscritos, como si hubieran expulsado a todos los guerreros del Clan del Trueno. Luego vislumbró figuras familiares aquí y allá: Rabo Largo, retorciéndose bajo un atigrado enorme; Centón, esquivando por los pelos a un flacucho gato gris para girar sobre sí mismo y rajarle la nariz antes de lanzarse contra su barriga.
Corazón de Fuego procuró reunir todas sus fuerzas. La pelea con Garra de Tigre lo había dejado exhausto, y las heridas provocadas por sus zarpazos le ardían como fuego. No sabía cuánto tiempo podría resistir. Giró instintivamente cuando una gata canela intentó clavarle las garras en el lomo. Con el rabillo del ojo vio un cuerpo gris azulado y ágil que cruzaba el claro a toda prisa, maullando desafiante.
«¡Estrella Azul!», pensó pasmado, preguntándose qué habría ocurrido con Garra de Tigre. Pero entonces reparó en que la guerrera que había visto no era Estrella Azul. ¡Era Vaharina!
Con un esfuerzo formidable, consiguió zafarse de la gata canela y ponerse en pie penosamente. Por el túnel estaban llegando guerreros del Clan del Río. Leopardina, Pedrizo, Prieto… Tras ellos aparecieron Tormenta Blanca y el resto de su patrulla. Eran fuertes y estaban cargados de energía, y cayeron sobre los invasores con las uñas desenvainadas y sacudiendo la cola con furia.
Aterrorizados por la repentina aparición de refuerzos, los proscritos se batieron en retirada. La gata canela huyó con un maullido de espanto. Otros la imitaron. Corazón de Fuego los siguió un poco con pasos tambaleantes, bufando para que corrieran más deprisa, pero ya no era necesario. Sorprendidos cuando creían que su victoria era segura, y sin líder ahora que habían atrapado a Garra de Tigre, los proscritos ya no tenían razones para seguir luchando.
En sólo unos segundos todos desaparecieron. El único enemigo que quedaba era Cola Rota, que sangraba profusamente por la cabeza y los omóplatos. El gato ciego escarbaba la tierra, maullando quedamente como un cachorro enfermo.
Los guerreros del Clan del Río se estaban reagrupando entre murmullos de inquietud cuando Corazón de Fuego se les acercó renqueando.
—Gracias —maulló—. Jamás me he alegrado tanto de ver a ningún gato en toda mi vida.
—He reconocido a algunos antiguos guerreros del Clan de la Sombra —dijo Leopardina muy seria—. Los que se marcharon con Estrella Rota.
—Sí. —Corazón de Fuego todavía no quería decir nada sobre la implicación de Garra de Tigre—. ¿Cómo habéis sabido que necesitábamos ayuda? —preguntó.
—No lo sabíamos —respondió Vaharina—. Veníamos a hablar con Estrella Azul sobre…
—Ahora no —la interrumpió Leopardina, aunque Corazón de Fuego imaginó que Vaharina iba a decir «sobre los cachorros»—. El Clan del Trueno necesita tiempo para recuperarse. —Inclinó la cabeza cortésmente en dirección al joven guerrero—. Nos alegra haber sido de ayuda. Dile a tu líder que regresaremos pronto.
—Lo haré. Y gracias de nuevo.
Observó cómo se marchaban los gatos del Clan del Río, y luego miró alrededor, sintiendo que se encorvaba de cansancio. El claro estaba alfombrado de sangre y pelo. Fauces Amarillas y Carbonilla habían empezado a examinar a los heridos. Aunque Corazón de Fuego no había reparado en ellas durante la batalla, las dos lucían marcas de garras enemigas.
Respiró hondo. Era hora de ocuparse de Garra de Tigre, pero no sabía si tendría las fuerzas necesarias. Las heridas le latían de dolor, y todos sus músculos se quejaban con cada paso. Mientras cojeaba hacia la guarida de Estrella Azul, una voz sonó a sus espaldas.
—¡Corazón de Fuego! ¿Qué ha pasado?
Al volverse vio a Tormenta de Arena, recién llegada a la cabeza de su patrulla de caza, con Nimbo jadeando justo detrás de ella. La guerrera miró el claro como si no pudiera creer lo que veía.
Corazón de Fuego negó con la cabeza desalentado.
—Los proscritos de Cola Rota —gruñó.
—¿Otra vez? —espetó Tormenta de Arena indignada—. A lo mejor ahora Estrella Azul se piensa mejor lo de darle asilo a Cola Rota.
—Es más complicado que eso. —Corazón de Fuego se sentía incapaz de explicárselo en ese momento—. Tormenta de Arena, ¿querrías hacer algo por mí sin preguntarme nada?
Ella lo miró recelosa.
—Depende de lo que sea.
—Ve a la guarida de Estrella Azul y ocúpate de lo que encuentres allí. Será mejor que te lleves a otro guerrero contigo… Fronde Dorado, ¿te importa? Estrella Azul os dirá qué tenéis que hacer.
«Bueno, eso espero», añadió para sí mismo mientras Tormenta de Arena, todavía ceñuda, hacía un ademán a Fronde Dorado y se encaminaba a la Peña Alta. Aparte de todo lo sucedido, lo que más perturbaba a Corazón de Fuego era que Estrella Azul parecía haber perdido las ganas de liderar al clan.
Se quedó aturdido en el centro del claro, observando cómo Fauces Amarillas examinaba a Cola Rota para luego llevarlo hacia su guarida, medio a empujones y medio a rastras. El antiguo líder del Clan de la Sombra estaba apenas consciente; un hilo de sangre le bajaba por la comisura de la boca. «Es evidente que Fauces Amarillas sigue preocupándose por él —pensó Corazón de Fuego confundido—. Incluso después de todo esto, ella no puede olvidar que es hijo suyo».
Al apartar su atención de la vieja curandera, vio a Tormenta de Arena saliendo de la guarida situada bajo la Peña Alta. La seguía Garra de Tigre, que avanzaba trabajosamente, dando tumbos. Tenía el pelo apelmazado con tierra y sangre, y un ojo medio cerrado. Se detuvo con un traspié y se derrumbó delante de la roca.
Fronde Dorado le pisaba los talones, alerta a cualquier señal de que el lugarteniente pretendiera atacar o huir. Tras él apareció Estrella Azul. Iba cabizbaja, arrastrando la cola por el suelo. Corazón de Fuego se temió lo peor. La fuerte líder que tanto respetaba parecía haberse esfumado, dejando en su lugar a una gata frágil y herida.
Por último salió Látigo Gris, renqueando; se dejó caer de costado a la sombra de la Peña Alta. Carbonilla corrió hacia él para inspeccionar sus heridas con un ceño de inquietud.
Estrella Azul alzó la cabeza y miró alrededor.
—Venid aquí, todos —dijo con voz ronca, llamándolos con un movimiento de la cola.
Mientras el resto del clan se reunía, Corazón de Fuego se acercó a Carbonilla.
—¿Puedes darle algo a Garra de Tigre para sus heridas? —preguntó a la aprendiza—. ¿Algo que mitigue su dolor? —Quería derrotar a Garra de Tigre más que ninguna otra cosa, pero no soportaba ver cómo un guerrero que había sido grande se desangraba hasta morir en el suelo.
Carbonilla levantó la vista de Látigo Gris. Para alivio de Corazón de Fuego, no cuestionó su petición de que tratara al traicionero lugarteniente.
—Claro —respondió—. Iré también a por algo para Látigo Gris. —Y se marchó cojeando a la guarida de la curandera.
Los gatos del clan habían ocupado su lugar cuando Carbonilla regresó. Corazón de Fuego vio cómo se miraban unos a otros, preguntándose intranquilos qué significaría aquello.
Carbonilla avanzó con un puñado de hierbas en la boca. Dejó unas cuantas al lado de Garra de Tigre, y le dio el resto a Látigo Gris. El lugarteniente olfateó las hojas recelosamente y luego empezó a masticarlas.
Estrella Azul lo observó un momento antes de hablar.
—Os presento a Garra de Tigre, ahora prisionero. Él…
Un coro de murmullos inquietos la interrumpió. Los gatos del clan se miraron conmocionados e indignados. Corazón de Fuego advirtió que no comprendían qué estaba sucediendo.
—¿Prisionero? —repitió Cebrado—. Garra de Tigre es tu lugarteniente. ¿Qué ha hecho?
—Te lo diré. —La voz de Estrella Azul sonaba más firme, pero Corazón de Fuego notó el esfuerzo que le estaba costando—. Hace unos momentos, en mi guarida, Garra de Tigre me ha atacado. Me habría matado si Corazón de Fuego no hubiera entrado a tiempo.
Los sonidos de protesta e incredulidad aumentaron. Al fondo de la multitud, un veterano soltó un maullido escalofriante. Cebrado se puso en pie. Era uno de los mayores partidarios de Garra de Tigre, como Corazón de Fuego sabía, pero incluso él parecía inseguro.
—Debe de haber algún error —espetó.
Estrella Azul levantó la barbilla.
—¿Es que crees que no sé cuándo un gato intenta matarme? —inquirió secamente.
—Pero Garra de Tigre…
Corazón de Fuego saltó.
—¡Garra de Tigre es un traidor! —bufó—. Él ha traído a los proscritos hasta aquí.
Cebrado se volvió hacia él.
—Garra de Tigre jamás haría algo así. ¡Demuéstralo, minino casero!
El joven guerrero miró a Estrella Azul. Ella asintió y lo llamó a su lado con un gesto.
—Corazón de Fuego, cuéntale al clan lo que sabes. Todo.
El joven se acercó lentamente a donde estaba la líder. Ahora que había llegado el momento de desvelarlo todo, se sentía extrañamente reacio. Era como si fuese a demoler la Peña Alta y ya nada fuera a ser lo mismo.
—Gatos del Clan del Trueno… —empezó. Su voz sonó tan aguda como la de un cachorro, así que hizo una pausa para controlarla—. Gatos del Clan del Trueno, ¿recordáis el día que murió Cola Roja? Garra de Tigre os contó que Corazón de Roble lo había matado, pero mentía. Fue él quien mató a Cola Roja.
—¿Cómo lo sabes? —Era Rabo Largo, con su habitual expresión de desprecio—. Tú no estabas en aquella batalla.
—Lo sé porque hablé con alguien que sí estaba —replicó Corazón de Fuego con firmeza—. Cuervo me lo contó.
—¡Oh, qué gran prueba! —gruñó Cebrado—. Cuervo está muerto. Puedes decir que te contó cualquier cosa y nadie podrá demostrar que es falso.
Corazón de Fuego dudó. Había guardado el secreto de la huida de Cuervo para protegerlo de Garra de Tigre, pero ahora que éste se había convertido en prisionero, quizá ya no hubiera peligro. Y necesitaba confesar toda la verdad.
—Cuervo no está muerto —explicó con calma—. Yo me lo llevé de aquí después de que Garra de Tigre intentara asesinarlo por saber demasiado.
Más escándalo: todos los gatos preguntaron y protestaron entre maullidos. Mientras Corazón de Fuego aguardaba a que se tranquilizaran, miró de reojo a Garra de Tigre. Las hierbas de Carbonilla estaban surtiendo efecto, y el enorme atigrado había empezado a recuperar algo de su fuerza. Se sentó sobre las patas traseras y se quedó mirando fijamente a la multitud, como desafiando a cualquiera a acercarse. La noticia sobre Cuervo debía de haberle impactado, pero no lo demostró ni con un simple movimiento de los bigotes.
Tormenta Blanca levantó la voz:
—¡Silencio! Dejad hablar a Corazón de Fuego.
El joven inclinó la cabeza como agradecimiento al veterano guerrero.
—Cuervo dice que Corazón de Roble murió cuando una roca le cayó encima. Cola Roja escapó de la caída de la roca y corrió junto a Garra de Tigre. Éste se abalanzó sobre él y lo mató.
—Es cierto —intervino Látigo Gris alzando la cabeza. Seguía tendido a la sombra, mientras Carbonilla le aplicaba hierbas en las heridas—. Yo estaba presente cuando Cuervo le contó todo eso a Corazón de Fuego.
—Y yo he hablado con gatos del Clan del Río —añadió el joven guerrero—. Todos repiten la misma historia: que Corazón de Roble murió por el impacto de una roca.
Corazón de Fuego esperaba más estruendo todavía, pero eso no sucedió. Un silencio sobrecogedor se abatió sobre el clan. Los gatos se miraban unos a otros, como si en la cara de sus amigos pudieran encontrar una razón para aquellas revelaciones tan horribles.
—Garra de Tigre esperaba convertirse entonces en lugarteniente —continuó—. Pero Estrella Azul escogió a Corazón de León en su lugar. Después Corazón de León murió luchando contra el Clan de la Sombra, y por fin Garra de Tigre logró su ambición. Pero el puesto de lugarteniente no era suficiente para él. Yo… creo que incluso le tendió una trampa a Estrella Azul junto al Sendero Atronador, pero fue Carbonilla quien cayó en ella.
Lanzó una mirada a Carbonilla y vio cómo se le dilataban los ojos y se le abría la boca de sorpresa.
Estrella Azul también parecía atónita.
—Corazón de Fuego me confesó sus sospechas —murmuró la líder con voz temblorosa—. Pero yo… fui incapaz… de creerlo. Confiaba en Garra de Tigre. —Bajó la cabeza—. Estaba equivocada.
—Pero ¿cómo iba a esperar convertirse en líder si te mataba? —preguntó Musaraña—. El clan jamás lo habría apoyado.
—Pienso que por eso planeó este ataque —aventuró Corazón de Fuego—. Supongo que pretendía hacernos creer que uno de los proscritos había matado a Estrella Azul. —Su voz se endureció al añadir—: Después de todo, ¿quién esperaría que Garra de Tigre, el lugarteniente leal, le hiciera el menor daño a su líder? —Guardó silencio. Le temblaba todo el cuerpo, y se sentía tan débil como un cachorro recién nacido.
—Estrella Azul —dijo Tormenta Blanca—, ¿qué le pasará ahora a Garra de Tigre?
Su pregunta generó un crescendo de maullidos furiosos entre el clan.
—¡Mátalo!
—¡Déjalo ciego!
—¡Destiérralo al bosque!
Estrella Azul permaneció inmóvil y con los ojos cerrados. Corazón de Fuego notaba el dolor que la recorría en oleadas, el amargo golpe de la traición al descubrir que el lugarteniente en quien confiaba desde hacía mucho tenía un corazón negro.
—Garra de Tigre —maulló Estrella Azul por fin—. ¿Tienes algo que decir en tu defensa?
El lugarteniente giró la cabeza hacia la gata y clavó en ella su mirada amarilla, llena de odio.
—¿Quieres que me defienda ante ti, patética imitación de guerrera? ¿Qué clase de líder eres? Mantienes la paz con los otros clanes. ¡Los ayudas! ¡Apenas castigaste a Corazón de Fuego y Látigo Gris por haber alimentado al Clan del Río, y los mandaste a buscar al Clan del Viento para devolverlo a su hogar! Yo jamás habría mostrado esa blandura propia de mininos caseros. Yo habría recuperado los antiguos días del Clan del Tigre. ¡Y habría hecho grande al Clan del Trueno!
—¿Y cuántos gatos habrían muerto para eso? —murmuró Estrella Azul, casi para sí misma. Corazón de Fuego se preguntó si estaría pensando en Garra de Cardo, el guerrero arrogante y sanguinario al que no había querido dejar el puesto de lugarteniente que era para ella—. Si no tienes nada más que decir, entonces te condeno al exilio —anunció la líder con la voz quebrada. Cada palabra parecía costarle un esfuerzo—. Abandonarás el territorio del Clan del Trueno ahora mismo, y si algún gato te ve aquí después de la salida del sol de mañana, tiene mi permiso para matarte.
—¿Matarme? —gruñó desafiante Garra de Tigre—. Me gustaría ver cómo lo intenta alguien.
—Corazón de Fuego te ha vencido —señaló Látigo Gris.
Garra de Tigre volvió su mirada ámbar hacia su enemigo, y el joven sintió que se le erizaba el pelo ante el puro odio que reflejaban sus ojos.
—Vuelve a cruzarte en mi camino, apestosa bola de pelo, y veremos cuál de los dos es más fuerte —le espetó.
Corazón de Fuego se levantó de un salto. La rabia le daba energía.
—Cuando quieras, Garra de Tigre —bufó.
—No —gruñó Estrella Azul—. No más peleas. Garra de Tigre, aléjate de nuestra vista.
El atigrado oscuro se puso en pie lentamente. Movió su enorme cabeza de un lado a otro mientras examinaba a los gatos reunidos.
—No creáis que estoy acabado —siseó—. Seré líder igualmente. Y cualquiera que venga conmigo será bien tratado. ¿Cebrado?
Corazón de Fuego alargó el cuello para mirar al principal partidario de Garra de Tigre. Esperó que Cebrado se levantara para irse con el antiguo lugarteniente, pero el lustroso atigrado se quedó donde estaba, encorvado de tristeza.
—Yo confiaba en ti, Garra de Tigre —masculló—. Pensaba que eras el mejor guerrero del bosque. Pero tú conspiraste con ese… ese tirano —añadió, y Corazón de Fuego supo que estaba hablando de Cola Rota— y no me dijiste nada. ¿Y ahora esperas que vaya contigo? —Apartó la vista.
Garra de Tigre se encogió de hombros.
—Necesitaba la ayuda de Cola Rota para contactar con los gatos proscritos. Si prefieres tomarte esto como algo personal, es tu problema —gruñó—. ¿Rabo Largo?
Rabo Largo dio un respingo nervioso.
—¿Qué te acompañe, Garra de Tigre? ¿Al exilio? —Le tembló la voz—. Yo no… no puedo. ¡Soy leal al Clan del Trueno!
«Y también eres un cobarde», añadió Corazón de Fuego en silencio, al captar el olor a miedo de Rabo Largo, que retrocedió para ocultarse entre la multitud de gatos.
Por primera vez, un destello de incertidumbre cruzó por la cara de Garra de Tigre conforme los pocos guerreros en que confiaba le iban dando la espalda.
—¿Y tú qué, Manto Polvoroso? —preguntó—. Conmigo tendrás beneficios mucho más provechosos de los que jamás obtendrás en el Clan del Trueno.
El joven atigrado marrón se levantó lentamente y se abrió paso entre los gatos que lo rodeaban hasta llegar a Garra de Tigre.
—Yo te admiraba —maulló con voz clara y firme—. Quería ser como tú. Pero Cola Roja fue mi mentor, y a él le debo más que a ningún otro gato. Y tú lo mataste. —Le temblaban las patas de furia, pero prosiguió—. Tú lo mataste y traicionaste al clan. Preferiría morir a seguirte. —Dicho eso, dio media vuelta y se alejó.
Entre los gatos presentes brotó un murmullo apreciativo, y Corazón de Fuego oyó cómo Tormenta Blanca susurraba:
—Bien dicho, jovencito.
—Garra de Tigre —dijo Estrella Azul—. Ya basta. Vete de una vez.
El traidor se irguió al máximo; sus ojos brillaban con fría rabia.
—Me voy, pero volveré. Podéis estar seguros. ¡Me vengaré de todos vosotros!
Se separó de la Peña Alta con pasos desiguales. Al llegar cerca de Corazón de Fuego se detuvo y le enseñó los dientes con un gruñido.
—Y en cuanto a ti… —siseó—. Mantén los ojos bien abiertos. Mantén los oídos alerta. Mira continuamente a tus espaldas. Porque un día te encontraré y te dejaré convertido en carroña.
—Tú ya eres carroña —replicó Corazón de Fuego, procurando ocultar el miedo que le subía por la columna vertebral.
Garra de Tigre bufó, y luego se alejó. Los gatos del clan se apartaron para dejarlo pasar, siguiéndolo con la mirada en su avance. El gran guerrero no tenía el paso completamente firme —pese a las hierbas de Carbonilla, las heridas debían de dolerle—, pero no se detuvo ni miró atrás. El túnel de aulagas se lo tragó, y desapareció.