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—¡Corre! —ordenó Corazón de Fuego a su aprendiz—. ¡Corre como nunca en tu vida!

Él ya había salido disparado entre los árboles, sin esperar a ver si Nimbo podía seguir su ritmo. No había más que una leve esperanza de adelantarse a Garra de Tigre y los proscritos y alertar al clan.

«Garra de Tigre ha mandado a dos patrullas fuera esta mañana —pensó Corazón de Fuego, reprimiendo el pánico—. Y a mí me ha dicho que siguiera a Nimbo. Ha dejado el campamento sin apenas guerreros para defenderlo. ¡Ha estado planeando esto cuidadosamente!».

Voló a través del bosque, tensando y estirando sus potentes músculos en cada salto. Pero cuando alcanzó el barranco, descubrió que no había corrido lo bastante deprisa: por el túnel de aulagas estaban desapareciendo las colas de los últimos proscritos.

Lanzándose por la pronunciada pendiente del barranco, con Nimbo descendiendo tras él, Corazón de Fuego lanzó un maullido:

—¡Clan del Trueno! ¡Enemigos! ¡Nos atacan!

Se abalanzó hacia el túnel, y en ese momento oyó otro maullido procedente del campamento.

—¡A mí, Clan del Trueno!

Era el conocido grito de guerra, pero la voz era la de Garra de Tigre. Una idea se coló en la confundida mente de Corazón de Fuego: ¿y si se había equivocado? ¿Y si los proscritos no estaban siguiendo a Garra de Tigre sino persiguiéndolo?

Irrumpió en el claro en el preciso instante en que Garra de Tigre se volvía contra los invasores, que se dispersaron maullando ante su ataque. La verdad es que parecía que el lugarteniente estuviese intentando echar del campamento a los enemigos, pero Corazón de Fuego se encontraba lo bastante cerca para ver que ni siquiera había desenvainado las uñas. Vaya, vaya. La valerosa defensa de Garra de Tigre no era más que una pantomima. Él había llevado a aquellos gatos hasta allí, pero era lo suficientemente astuto como para ocultar su propia traición.

No había tiempo para seguir pensando. Fuera como fuese que hubieran llegado, los proscritos estaban atacando el campamento. Corazón de Fuego se volvió rápidamente hacia Nimbo.

—Ve en busca de las patrullas y diles que regresen —ordenó—. Tormenta Blanca está por la frontera con el Clan del Río, y Tormenta de Arena ha ido a las Rocas de las Serpientes.

—Sí, Corazón de Fuego —respondió Nimbo, y salió corriendo por el túnel.

El joven guerrero saltó sobre el invasor más cercano, un atigrado con manchas oscuras, y le arañó el costado. Gruñendo, el oponente se retorció hacia él, con las zarpas abiertas para atacar. Intentó inmovilizar a Corazón de Fuego contra el suelo, pero el joven guerrero le aporreó la barriga con las patas traseras y el proscrito se alejó aullando.

Se levantó penosamente y adoptó una postura de ataque, sacudiendo la cola y erizando el pelaje mientras miraba alrededor en busca de otro intruso. Delante de la entrada de la maternidad, Látigo Gris estaba peleando con un gato de pelo claro; los dos rodaban a un lado y otro intentando agarrarse con las uñas y los dientes. Pecas y Cola Pintada luchaban contra un guerrero que las doblaba en tamaño. Cerca de la guarida de los guerreros, Musaraña hundía sus garras delanteras en el bíceps de un atigrado enorme, mientras que con las traseras le despellejaba el costado.

Entonces Corazón de Fuego se quedó helado de espanto: al otro lado del claro, Cola Rota se había abalanzado sobre su guardián, Manto Polvoroso, para clavarle los colmillos en el cuello. Manto Polvoroso se debatía furiosamente para liberarse, pero Cola Rota aguantaba; a pesar de estar ciego, seguía siendo un guerrero formidable. Corazón de Fuego descubrió con pavor que Cola Rota no estaba luchando por el Clan del Trueno —el clan que se había arriesgado tanto para defenderlo cuando estaba herido y solo—, sino al lado de sus viejos compañeros de exilio, los gatos que habían dejado el Clan de la Sombra junto con él.

Una imagen asaltó su mente: Garra de Tigre y Cola Rota sentados juntos y compartiendo lenguas. Eso no había sido una muestra de la compasión del lugarteniente: ¡Garra de Tigre había estado tramando aquello con el antiguo tirano del Clan de la Sombra!

Pero ahora no había tiempo de pensar en todo eso. Empezó a cruzar el claro para ayudar a Manto Polvoroso, pero antes de llegar a la mitad fue derribado por un proscrito. Le ardió el costado por un zarpazo. Unos ojos verdes lo miraron con odio a sólo un ratón de distancia. Corazón de Fuego enseñó los colmillos e intentó morder el bíceps de su enemigo, pero éste lo rechazó de un golpe. Unas garras le rasgaron la oreja. Tenía el estómago expuesto, y no lograba zafarse. De pronto, el asaltante lanzó un gritó y lo soltó. Corazón de Fuego entrevió al joven aprendiz Espino, con los dientes clavados en la cola del proscrito. El enemigo arrastró por el suelo a Espino hasta que éste abrió la boca, y entonces el otro huyó.

Resollando, Corazón de Fuego se levantó con dificultad.

—Gracias, Espino —dijo sin aliento—. Bien hecho.

El aprendiz asintió brevemente antes de correr hacia donde seguía peleando Látigo Gris, delante de la maternidad. Corazón de Fuego volvió a mirar alrededor. Manto Polvoroso había desaparecido y Cola Rota se había internado más en el claro, a trompicones, lanzando un extraño y pavoroso maullido. Incluso ciego, el antiguo líder del Clan de la Sombra poseía un poder terrorífico que parecía impulsado por algo que no era mortal.

El claro bullía con gatos enzarzados en combate, pero cuando Corazón de Fuego se preparaba para unirse de nuevo a la batalla, advirtió algo que le provocó un escalofrío más helado todavía por la columna vertebral. ¿Dónde estaba Estrella Azul?

En un segundo, Corazón de Fuego descubrió que tampoco veía a Garra de Tigre por ninguna parte. Su instinto le decía que el peligro se cernía sobre ellos. Rodeó a Sauce, que se había aferrado al lomo de un proscrito mucho más grande que ella y le estaba clavando los dientes en la oreja, y se dirigió a la guarida de Estrella Azul. Al acercarse, oyó la voz de la líder en el interior:

—Ya nos preocuparemos por eso más tarde, Garra de Tigre. Ahora el clan nos necesita.

Durante unos instantes no hubo respuesta. De pronto volvió a oírse la voz de Estrella Azul, sorprendida:

—¡Garra de Tigre! ¿Qué estás haciendo?

A lo que respondió un gruñido:

—Dale recuerdos al Clan Estelar de mi parte, Estrella Azul.

—Garra de Tigre, ¿qué es esto? —El maullido de la gata sonó más cortante, con un matiz de ira, no de miedo—. Soy la líder de tu clan, ¿o es que ya lo has olvidado?

—No por mucho tiempo —gruñó el lugarteniente—. Voy a matarte, y te mataré de nuevo. Tantas veces como haga falta para que te reúnas con el Clan Estelar para siempre. ¡Ya es hora de que yo lidere este clan!

La protesta de Estrella Azul fue interrumpida por el sonido de fuertes pasos en el suelo de la guarida, seguidos de un gruñido escalofriante.