Corazón de Fuego intentó ocultar su desconfianza mientras guiaba a los tres guerreros por el túnel hasta el interior del campamento. Los clanes no solían visitar el territorio de los demás, y se preguntó qué sería tan urgente que no podía esperar hasta la siguiente Asamblea.
Alertada por Nimbo, Estrella Azul ya estaba sentada al pie de la Peña Alta, y la aprensión de Corazón de Fuego aumentó al ver que Garra de Tigre estaba junto a ella.
—Gracias, Nimbo. —Estrella Azul despachó al aprendiz mientras Corazón de Fuego se acercaba con los recién llegados—. Lleva tu presa a los veteranos.
Nimbo pareció decepcionado porque lo echaran, pero se marchó sin protestar.
Leopardina se aproximó a la líder e inclinó la cabeza respetuosamente.
—Estrella Azul, venimos a tu campamento en son de paz —empezó—. Hay algo de lo que debemos hablar.
Garra de Tigre soltó un leve gruñido de incredulidad, como si prefiriera estar despellejando a los intrusos, pero Estrella Azul no le hizo caso.
—Creo adivinar qué os ha traído aquí —maulló—. Pero ¿de qué hay que hablar? Lo hecho, hecho está. Cualquier castigo a Látigo Gris es asunto de su propio clan.
Corazón de Fuego advirtió que los ojos de su líder se desviaban hacia Vaharina y Pedrizo. Era la primera vez que la veía con los guerreros del Clan del Río desde que ella le confesó que eran hijos suyos. El joven supo que no se estaba imaginando la melancolía de su mirada azul mientras los observaba.
—Lo que dices es cierto —coincidió Leopardina—. Los dos jóvenes fueron insensatos, pero Corriente Plateada está muerta y el Clan del Río no es quién para decidir el castigo de Látigo Gris. Hemos venido hasta aquí por los cachorros.
—¿Qué ocurre con ellos? —preguntó Estrella Azul.
—Son cachorros del Clan del Río. Hemos venido para llevarlos a su casa.
—¿Cachorros del Clan del Río? —La líder entornó los ojos—. ¿Por qué dices eso?
—¿Y cómo conocéis su existencia? —quiso saber Garra de Tigre, levantándose con ojos llameantes—. ¿Habéis estado espiándonos? ¿O es que os lo ha contado alguien?
Se volvió hacia Corazón de Fuego mientras hablaba, pero el joven ni se inmutó. Vaharina guardó silencio y no lo traicionó ni con una simple mirada. Garra de Tigre no podía saber con seguridad que él se lo había contado a Vaharina, y él se negó a lamentar lo que había hecho. El Clan del Río tenía derecho a saberlo.
—Siéntate, Garra de Tigre —murmuró Estrella Azul. Lanzó una mirada a Corazón de Fuego, y éste comprendió que la líder imaginaba lo que había hecho, con tanta certeza como si lo hubiera visto cruzando el río. Pero ella no tenía intención de delatarlo—. Quién sabe, a lo mejor una patrulla del Clan del Río presenció lo sucedido. Tales cosas no se pueden ocultar durante mucho tiempo. Pero, Leopardina —continuó, volviéndose hacia la lugarteniente—, los cachorros también son en parte del Clan del Trueno. Una de nuestras reinas está cuidando bien de ellos. ¿Por qué debería entregároslos?
—Los cachorros pertenecen al clan de la madre —explicó Leopardina—. Si Corriente Plateada hubiera vivido, nuestro clan los habría criado sin saber quién era el padre, y eso los hace nuestros por derecho.
—Estrella Azul, ¡no puedes darles los cachorros! —Corazón de Fuego no pudo contenerse—. Para Látigo Gris, son lo único por lo que vivir.
En la garganta de Garra de Tigre resonó un nuevo gruñido, pero fue la líder quien respondió.
—Corazón de Fuego, guarda silencio. Esto no es de tu incumbencia.
—Sí que lo es —se atrevió a replicar—. Látigo Gris es mi amigo.
—¡Silencio! —bufó Garra de Tigre—. ¿Es que tu líder tiene que decirte las cosas dos veces? Látigo Gris es un traidor a su clan. No tiene derecho a los cachorros ni a ninguna otra cosa.
A Corazón de Fuego lo invadió la rabia. ¿Es que Garra de Tigre no tenía el menor respeto por el tremendo dolor de Látigo Gris? Se volvió hacia el lugarteniente, y no saltó sobre él únicamente porque los gatos de otro clan estaban observando la escena. Garra de Tigre le enseñó los colmillos gruñendo.
Estrella Azul sacudió la cola con furia en dirección a los dos.
—¡Ya basta! —ordenó—. Leopardina, admito que el Clan del Río tiene ciertos derechos sobre los cachorros. Pero el Clan del Trueno también los tiene. Además, los cachorros son muy pequeños y están muy débiles. Todavía no pueden viajar, especialmente a través del río. Sería demasiado peligroso.
Leopardina empezó a erizar el pelo y sus ojos se convirtieron en simples rendijas.
—Eso no son más que excusas.
—No —replicó Estrella Azul—. No son excusas. ¿Pondrías en peligro la vida de esas criaturas? Pensaré en lo que me has dicho y lo discutiré con mis guerreros. Tendrás nuestra respuesta en la próxima Asamblea.
—Ahora salid de nuestro campamento —gruñó Garra de Tigre.
Leopardina vaciló, como si quisiera decir algo más, pero era evidente que Estrella Azul la había despachado. Tras unos momentos de tensión, la lugarteniente volvió a inclinar la cabeza y dio media vuelta para marcharse, con Vaharina y Pedrizo a la zaga. Garra de Tigre cruzó el claro junto a ellos hasta llegar al túnel.
Al quedarse solo con Estrella Azul, Corazón de Fuego sintió que su ira se iba desvaneciendo, pero no pudo evitar repetir sus súplicas.
—¡No podemos permitir que se lleven a los cachorros! Para Látigo Gris sería desgarrador.
Al ver la mirada de desolación de Estrella Azul, se preguntó si no habría ido demasiado lejos, pero ella contestó con voz suave:
—Sí, lo sé. Y daría mucho por quedarnos con esos cachorros. Pero ¿hasta dónde llegará el Clan del Río para conseguirlos? ¿Lucharán? ¿Cuántos guerreros del Clan del Trueno arriesgarán su vida por criaturas que son en parte de otro clan?
Corazón de Fuego sintió un hormigueo de miedo ante la imagen que Estrella Azul había bosquejado. Clanes en guerra por unos cachorritos llorosos… o el Clan del Trueno dividido porque sus guerreros peleaban entre sí. ¿Era ése el destino que el Clan Estelar había decretado para su clan cuando Jaspeada le advirtió que el agua podía apagar el fuego? A lo mejor no era la inundación lo que podía destruir al Clan del Trueno, sino los gatos procedentes del territorio que había junto al río.
—Ten coraje —lo animó Estrella Azul—. Esto todavía no conduce a una batalla. He logrado ganar algo de tiempo hasta la próxima Asamblea, y quién sabe qué puede ocurrir antes de eso.
Corazón de Fuego no compartía la confianza de su líder. El problema de los cachorros no desaparecería. Pero él no pudo hacer otra cosa que inclinar la cabeza respetuosamente y retirarse a la guarida de los guerreros.
«Y ahora —pensó desesperado—, ¿qué voy a decirle a Látigo Gris?».
Para cuando el Manto Plateado se extendió sobre el cielo, todo el Clan del Trueno parecía saber a qué habían ido los gatos del Clan del Río. Corazón de Fuego supuso que el lugarteniente se lo había contado a sus guerreros preferidos, que habían propagado la noticia entre el resto del clan.
Como la líder había predicho, las opiniones estaban divididas. Muchos gatos pensaban que, cuanto antes se libraran de aquellos cachorros híbridos, mejor. Pero aún había unos cuantos dispuestos a luchar, aunque sólo fuera porque entregar a los cachorros significaría una victoria para el Clan del Río.
Mientras tanto, Látigo Gris guardaba silencio, pensativo en la guarida de los guerreros. Sólo salió de allí una vez para visitar la maternidad. Cuando Corazón de Fuego le llevó carne fresca, giró la cabeza. Por lo que el joven guerrero sabía, no había comido nada desde la muerte de Corriente Plateada, y parecía demacrado y enfermo.
—¿Hay algo que pueda hacer por Látigo Gris? —le preguntó Corazón de Fuego a la curandera al día siguiente. Había ido a verla nada más despertarse—. No come nada, no puede dormir…
La vieja gata negó con la cabeza.
—No hay ninguna hierba que cure un corazón destrozado —murmuró—. Sólo el tiempo lo conseguirá.
—Me siento tan impotente… —admitió él.
—Tu amistad lo ayuda —respondió Fauces Amarillas con voz cascada—. Puede que ahora no se dé cuenta, pero algún día…
Se interrumpió al ver aparecer a Carbonilla. La aprendiza dejó un puñado de hierbas a los pies de la vieja curandera.
—¿Son éstas? —preguntó.
Fauces Amarillas olfateó brevemente las hierbas.
—Sí, éstas —maulló—. Tú no puedes comer nada antes de la ceremonia —añadió—, pero yo sí comeré. Estoy demasiado vieja y achacosa para ir hasta las Rocas Altas y volver sin algo que me sustente. —Se inclinó ante las hierbas y empezó a engullirlas.
—¿Las Rocas Altas? —repitió Corazón de Fuego—. ¿Ceremonia? Carbonilla, ¿qué está pasando?
—Esta noche hay media luna —maulló la joven gata alegremente—. Me voy con Fauces Amarillas a la Boca Materna para convertirme en una aprendiza como es debido. —Y se retorció de alegría.
Corazón de Fuego sintió una oleada de alivio; parecía que Carbonilla había superado su desesperación tras la muerte de Corriente Plateada y estaba deseando iniciar su vida como curandera. Sus ojos habían recuperado su antiguo fulgor, pero en sus profundidades azules había una nueva sabiduría y seriedad.
«Carbonilla está creciendo», pensó Corazón de Fuego, con una extraña sensación de pena. La entusiasta y a veces atolondrada aprendiza estaba madurando, transformándose en una gata de gran fuerza interior. El joven guerrero sabía que debía alegrarse por el camino que el Clan Estelar había escogido para ella, pero una parte de él deseaba que pudieran seguir saliendo juntos a cazar.
—Iré con vosotras, si os parece bien —se ofreció—. Por lo menos hasta los Cuatro Árboles.
—Oh, ¿de verdad, Corazón de Fuego? ¡Gracias! —exclamó Carbonilla.
—Pero no más allá de los Cuatro Árboles —intervino Fauces Amarillas, poniéndose en pie y relamiéndose la boca—. Esta noche en la Boca Materna es solamente para curanderas.
Se sacudió con brío y abrió la marcha entre los helechos en dirección al claro.
Al seguir a Carbonilla, Corazón de Fuego vio a Nimbo lavándose junto al tocón de árbol que había delante de la guarida de los aprendices. El aprendiz blanco se levantó de un brinco en cuanto lo vio y corrió hacia él.
—¿Adónde vais? —preguntó—. ¿Puedo acompañaros?
Corazón de Fuego lanzó una mirada a Fauces Amarillas y, como la vieja curandera no puso objeciones, contestó:
—De acuerdo. Será un buen ejercicio para ti, y podemos cazar en el camino de vuelta.
Mientras ascendían el barranco tras las gatas, Corazón de Fuego le explicó a Nimbo adónde iban, y cómo Fauces Amarillas y Carbonilla continuarían solas hasta las Rocas Altas. En lo más profundo de una caverna conocida como la Boca Materna se hallaba la Piedra Lunar, que relucía con una blancura deslumbrante cuando la luna incidía sobre ella. La ceremonia de Carbonilla tendría lugar bajo aquella luz sobrenatural.
—¿Y qué ocurre entonces? —preguntó Nimbo con curiosidad.
—Las ceremonias son secretas —gruñó Fauces Amarillas—. Así que no le preguntes nada a Carbonilla cuando regrese. No le está permitido contártelo.
—Pero todo el mundo sabe que recibirá poderes especiales del Clan Estelar —apuntó Corazón de Fuego.
—¡Hala, poderes especiales! —A Nimbo se le pusieron los ojos como platos, y observó a Carbonilla como si esperara que fuera a lanzar profecías a troche y moche.
—No te preocupes; seguiré siendo la misma Carbonilla de siempre —lo tranquilizó ella con un ronroneo risueño—. Eso no cambiará jamás.
El sol empezó a calentar con más intensidad mientras se dirigían a los Cuatro Árboles. Corazón de Fuego agradeció la estupenda sombra que proporcionaban los árboles, y el frescor de la alta hierba y los helechos cuando los rozaba. Todos sus sentidos estaban alerta. Mantuvo a Nimbo ocupado, olfateando el aire e informando de qué olores distinguía. Corazón de Fuego no había olvidado el ataque de los clanes de la Sombra y del Viento. El Clan del Trueno los había derrotado una vez, pero eso no significaba que no fueran a intentar acabar con Cola Rota de nuevo. Además de eso, estaba casi seguro de que habría problemas con el Clan del Río por los cachorros de Látigo Gris. Suspiró. En una hermosa mañana como aquélla, con el verde follaje de los árboles y las presas saltando prácticamente en los arbustos a la espera de que las atraparan, costaba pensar en ataques y muerte.
A pesar de sus preocupaciones, alcanzaron los Cuatro Árboles sin el menor contratiempo. Mientras descendían entre los arbustos hacia la hondonada, Corazón de Fuego aminoró la marcha para adaptarse al paso irregular de Carbonilla.
—¿Estás segura de lo que vas a hacer? —le preguntó en voz baja—. ¿Es lo que realmente quieres?
—¡Por supuesto! ¿Es que no lo ves, Corazón de Fuego? —Los ojos de la gata, repentinamente serios, buscaron los del joven—. Tengo que aprender todo lo que pueda para que ningún gato muera porque yo no sepa salvarlo, como sucedió con Corriente Plateada.
El joven guerrero se estremeció. Le habría gustado poder persuadir a su amiga de que la muerte de Corriente Plateada no había sido culpa suya, pero sería malgastar saliva en el intento.
—¿Y eso te hará feliz? Ya sabes que las curanderas no pueden tener hijos —le recordó, pensando en cómo Fauces Amarillas se había visto obligada a renunciar a Cola Rota y a mantener en secreto su vínculo con él.
Carbonilla ronroneó para tranquilizarlo.
—Mis cachorros serán todos los gatos del clan —declaró—. Incluso los guerreros. ¡Fauces Amarillas dice que a veces tienen tanto sentido común como los recién nacidos! —Dio un paso para acercarse al joven y restregó su cara contra la de él afectuosamente—. Pero tú siempre serás mi mejor amigo, Corazón de Fuego. Nunca olvidaré que fuiste mi primer mentor.
Él le lamió la oreja.
—Adiós, Carbonilla —maulló quedamente.
—No me marcho para siempre —protestó ella—. Volveré mañana a la puesta de sol.
Pero Corazón de Fuego sabía que, en cierto modo, Carbonilla se estaba marchando para siempre. Cuando regresara, tendría nuevos poderes y responsabilidades, y éstos no se los habría dado un líder de clan, sino el mismísimo Clan Estelar. Cruzaron juntos la hondonada, bajo los cuatro gigantescos robles, y ascendieron la ladera más alejada, donde ya los esperaban Fauces Amarillas y Nimbo. Los extensos y desiertos páramos se desplegaron ante ellos; un viento frío doblaba las robustas matas de brezo.
—¿El Clan del Viento no os atacará si cruzáis su territorio? —preguntó Nimbo con inquietud.
—Todos los clanes pueden pasar sin percances de camino a las Rocas Altas —le contó Fauces Amarillas—. Y ningún guerrero se atrevería a atacar a curanderos. ¡El Clan Estelar lo prohíbe! —Volviéndose hacia Carbonilla, preguntó—: ¿Estás preparada?
—Sí, ya voy.
Carbonilla le dio a Corazón de Fuego un último lametón y siguió a la vieja curandera por la retorcida hierba de los páramos.
El joven guerrero la observó alejarse con el corazón en un puño. Sabía que su amiga estaba en el inicio de una vida nueva y más feliz, pero aun así sintió una punzada de pena agridulce al pensar en la vida que podría haber tenido.
Corazón de Fuego contempló cómo el sol ascendía por encima de los árboles.
—Garra de Tigre quiere que hoy mande a Nimbo a cazar solo —le contó a Látigo Gris.
El guerrero gris levantó la cabeza sorprendido.
—Qué pronto, ¿no? Si apenas acaba de convertirse en aprendiz.
Corazón de Fuego se encogió de hombros.
—Garra de Tigre piensa que ya está preparado. Pero me ha dicho que lo siga para ver cómo lo hace. ¿Te gustaría venir a echarme una mano?
Era la mañana siguiente del regreso de Carbonilla de la Boca Materna. Corazón de Fuego se la había encontrado cuando descendía por el barranco al atardecer. Aunque Carbonilla lo saludó cariñosamente, los dos sabían que ella no podía contarle lo que había vivido. Su rostro conservaba una expresión extasiada, y la misma luna parecía brillar en sus ojos. Él procuró no sentir que la había perdido por un camino desconocido.
Ahora estaba sentado junto a la mata de ortigas, disfrutando de un jugoso ratón. Látigo Gris, cerca de él, había escogido una urraca del montón de carne fresca, pero apenas la había tocado.
—No, gracias, Corazón de Fuego —contestó—. Le he prometido a Flor Dorada que pasaría a ver a los cachorros. Ya han abierto los ojos —añadió con un deje de orgullo.
Corazón de Fuego imaginó que Flor Dorada preferiría que Látigo Gris se mantuviera lejos, pero también sabía que jamás podría convencer a su amigo de dejar a sus cachorros.
—De acuerdo —repuso—. Te veré más tarde.
Tras engullir el último bocado de ratón, fue en busca de Nimbo.
Garra de Tigre había pasado la mañana muy atareado, mandando a Tormenta Blanca con una patrulla a renovar las marcas olorosas en la frontera con el Clan del Río, y a Tormenta de Arena con otro grupo a cazar cerca de las Rocas de las Serpientes, por lo que había olvidado decirle a Corazón de Fuego dónde debía ir Nimbo a su misión de caza. El joven guerrero no sintió la necesidad de recordárselo.
—Puedes ir hacia las viviendas de Dos Patas —indicó a Nimbo—. Así no tropezarás con las otras patrullas. Tú no me verás, pero yo te estaré vigilando. Me reuniré contigo junto a la valla de Princesa.
—¿Puedo hablar con ella si está allí? —preguntó el aprendiz.
—Está bien, siempre que para entonces ya hayas cazado muchas presas. Pero no puedes ir a buscarla en los jardines de Dos Patas. Ni dentro de sus casas.
—No lo haré.
A Nimbo le brillaban los ojos, y su pelaje níveo estaba esponjado de emoción. Corazón de Fuego no pudo evitar recordar lo nervioso que estaba él antes de su primera evaluación; Nimbo, por el contrario, rebosaba de seguridad en sí mismo.
—Pues entonces ya puedes marcharte —maulló el joven guerrero—. Procura llegar allí para cuando el sol esté en lo más alto. —Y vio cómo el aprendiz salía disparado hacia el túnel—. ¡Tómatelo con calma! —gritó—. ¡Tienes un largo camino por delante!
Pero Nimbo no redujo el paso mientras desaparecía por la aulaga. Encogiéndose de hombros, más divertido que molesto, Corazón de Fuego buscó con la mirada a Látigo Gris, pero no lo vio por ningún lado. Había dejado su urraca medio comida junto a la mata de ortigas. «Debe de estar ya en la maternidad», pensó, y dio media vuelta para seguir los pasos de Nimbo.
El rastro del aprendiz era intenso, y mostraba que había rastreado el bosque arriba y abajo a la búsqueda de presas. Un revoltijo de plumas sueltas indicaba un tordo abatido, y unas gotitas de sangre en el suelo señalaban que un ratón había caído bajo las garras de Nimbo. No muy lejos del lindero del pinar, Corazón de Fuego encontró el lugar en que el aprendiz había enterrado las piezas para recogerlas más tarde.
Impresionado porque Nimbo cazara tan bien al inicio de su entrenamiento, Corazón de Fuego apretó el paso para alcanzarlo y observar cómo acechaba a las presas. Pero antes de alcanzar las viviendas de Dos Patas, vio a Nimbo, volviendo deprisa sobre su propio rastro oloroso, con el lomo erizado y un fulgor desencajado en los ojos.
—¡Nimbo!
El aprendiz corrió a su encuentro, con un repentino hormigueo de miedo. Frenó en seco, esparciendo agujas de pino y casi chocando contra su mentor.
—¡Pasa algo malo! —exclamó sin resuello.
—¿Qué dices? —Unas garras heladas atenazaron el estómago de Corazón de Fuego—. No se trata de Princesa, ¿verdad?
—No, no es eso. Pero he visto a Garra de Tigre acompañado por unos gatos muy raros.
—¿Dónde? ¿Dónde viven los Dos Patas? —maulló Corazón de Fuego bruscamente—. ¿Dónde captamos su olor el día que visitamos a Princesa?
—Ahí precisamente. —Nimbo agitó los bigotes—. Estaban todos apiñados, muy juntos, justo donde empiezan los árboles. He intentado acercarme para oír qué estaban diciendo, pero me daba miedo que vieran mi pelo blanco. Así que he venido a buscarte.
—Has hecho lo correcto —aprobó Corazón de Fuego, pensando deprisa—. ¿Cómo eran esos gatos? ¿Tenían olor de algún clan?
—No —respondió Nimbo arrugando la nariz—. Olían a carroña.
—¿Y no los has reconocido?
El aprendiz negó con la cabeza.
—Estaban muy flacos, como si pasaran mucha hambre. Tenían todo el pelo tiñoso. ¡Eran horribles, Corazón de Fuego!
—Y estaban hablando con Garra de Tigre.
El aprendiz frunció el entrecejo. Ése era el detalle que le preocupaba. Se imaginaba quiénes eran los gatos raros: los antiguos guerreros del Clan de la Sombra a los que habían expulsado de su hogar junto con Cola Rota. Ya habían causado problemas antes, y, que él supiera, en esos momentos no había otros proscritos en el bosque. Pero era un misterio qué estaban haciendo con Garra de Tigre.
—De acuerdo —le dijo a Nimbo—. Sígueme. Y sé tan silencioso como si estuvieras acechando un ratón.
Se encaminó con sigilo a donde vivían los Dos Patas, avanzando paso a paso sobre las agujas de pino, levemente quebradizas. Mucho antes de alcanzar el lindero del bosque, captó el intenso hedor de aquellos gatos. El único que podía identificar era el de Garra de Tigre, y como si pensar en él lo hubiera convocado, el lugarteniente apareció ante su vista en ese momento, saltando entre los árboles en dirección al campamento.
Bajo los pinos no había maleza donde esconderse. Lo único que Corazón de Fuego y Nimbo pudieron hacer fue agacharse en uno de los profundos surcos excavados por el monstruo Cortatroncos, y rogar al Clan Estelar que no los vieran.
Un grupo de guerreros escuálidos corrió tras Garra de Tigre. Tenían la boca abierta de ansiedad y los ojos llameantes. Todos estaban tan absortos en la carrera que ni siquiera repararon en Corazón de Fuego y Nimbo, agazapados en su escondrijo a apenas unos conejos de distancia.
El joven guerrero levantó la cabeza y los observó hasta que se perdieron de vista. Por un momento se quedó helado de horror e incredulidad. Advirtió que el grupo era más numeroso que el que había dejado el Clan de la Sombra con Cola Rota unas lunas atrás. Garra de Tigre debía de haber reclutado a más solitarios de algún lugar. ¡Y ahora los estaba conduciendo directamente al campamento del Clan del Trueno!