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25

Corazón de Fuego se detuvo en la linde del arbolado.

—Espera —advirtió a Nimbo—. Estamos cerca de las viviendas de Dos Patas, así que debemos tener cuidado. ¿Qué puedes oler?

Nimbo alzó la nariz obedientemente para olfatear. Él y Corazón de Fuego acababan de realizar la primera expedición larga de su aprendizaje, recorriendo las fronteras del clan y renovando las marcas olorosas. Ahora se hallaban cerca del antiguo hogar de Corazón de Fuego cuando éste era un gato doméstico, delante del jardín en que vivía Princesa, la madre de Nimbo.

—Huelo a muchos gatos —maulló el aprendiz—. Pero no reconozco a ninguno.

—Muy bien. La mayoría son gatos caseros, y tal vez un solitario o dos. No son gatos de clan.

También había captado el olor de Garra de Tigre, pero no llamó la atención de Nimbo al respecto. Recordó aquel día, tiempo atrás, cuando el suelo estaba cubierto de nieve, en que siguió el rastro de Garra de Tigre hasta ese mismo lugar, y encontró el olor del lugarteniente mezclado con el de muchos gatos desconocidos.

Ahora el rastro de Garra de Tigre demostraba que había vuelto por allí. Corazón de Fuego seguía sin saber si se había reunido con los otros gatos o si sus olores únicamente se habían entrecruzado. Pero ¿por qué el lugarteniente se habría acercado tanto al poblado de Dos Patas, si despreciaba a los Dos Patas y todo lo relacionado con ellos?

—Corazón de Fuego, ¿podemos ir a ver a mi madre ahora? —preguntó Nimbo.

—¿Hay olor a perros? ¿U olor reciente de Dos Patas?

Nimbo volvió a olfatear y negó con la cabeza.

—Entonces adelante —maulló Corazón de Fuego.

Mirando cautelosamente alrededor, echó a andar por el espacio desarbolado. Nimbo lo siguió con precaución exagerada, como si quisiera mostrarle a su mentor lo rápido que aprendía.

Desde la ceremonia de nombramiento como aprendiz —el día anterior—, Nimbo había estado insólitamente callado. Era evidente que estaba esmerándose por ser un buen aprendiz, y escuchaba todo lo que decía Corazón de Fuego con atención. Pero el joven guerrero no dejaba de preguntarse cuánto duraría aquella humildad tan impropia de Nimbo. Tras ordenarle que esperara, saltó a la valla y observó el interior del jardín. Flores de colores vivos crecían contra la verja, y en el centro del recinto unos pelajes de Dos Patas colgaban de un árbol espinoso y sin hojas.

—¿Princesa? —llamó quedamente—. Princesa, ¿estás ahí?

Las hojas de un arbusto cercano a la casa se movieron, y la figura atigrada y blanca de Princesa apareció sobre el césped. Al ver a su hermano, ronroneó encantada.

—¡Corazón de Fuego!

La gata saltó a la valla, corrió a su lado y restregó la mejilla contra la de él.

—¡Corazón de Fuego, cuánto tiempo! —ronroneó—. Qué alegría verte.

—Te he traído a alguien —dijo él—. Mira hacia abajo.

Princesa se asomó por la valla hacia donde estaba Nimbo, que la miraba desde el suelo.

—¡Oh! —exclamó Princesa—. ¡No es posible que sea Pequeño Nimbo! ¡Cómo ha crecido!

Sin esperar a que se lo dijeran, Nimbo saltó hacia la valla, y sus zarpas resbalaron sobre la lisa madera. Corazón de Fuego se inclinó para agarrarlo del pescuezo e izarlo, de modo que pudiera sentarse junto a su madre.

Nimbo contempló a Princesa con sus ojos azules muy abiertos.

—¿De verdad eres mi madre? —preguntó.

—De verdad lo soy —ronroneó ella, mirando a su hijo con admiración—. ¡Oh, es fantástico volver a verte, Pequeño Nimbo!

—En realidad ya no me llamo Pequeño Nimbo —anunció muy ufano el peludo gatito blanco—. Ahora soy Nimbo, y soy aprendiz.

—¡Eso es maravilloso! —Princesa empezó a cubrirlo de lametones, ronroneando tan fuerte que apenas le quedaba aliento para hablar—. Oh, estás muy delgado… ¿Comes suficiente? ¿Has hecho amigos dónde vives ahora? Espero que hagas todo lo que te diga Corazón de Fuego.

Nimbo ni siquiera intentó responder al aluvión de preguntas. Se zafó de las caricias de su madre y retrocedió un poco por la valla para apartarse de ella.

—Pronto seré guerrero —alardeó—. Corazón de Fuego me está enseñando a combatir.

Princesa cerró los ojos un instante.

—Tendrás que ser muy valiente —murmuró.

Corazón de Fuego pensó que su hermana lamentaba la decisión de entregar su hijo al Clan del Trueno, pero luego la gata volvió a abrir los ojos y declaró:

—¡Estoy muy orgullosa de vosotros dos!

Nimbo se puso todavía más tieso, disfrutando con la atención de su madre. Luego giró la cabeza para darse unos rápidos lametones con su lengüecita rosa, y Corazón de Fuego aprovechó que estaba distraído para susurrarle a su hermana:

—Princesa, ¿alguna vez has visto gatos desconocidos por aquí?

—¿Gatos desconocidos?

Pareció perpleja, y él pensó si tenía sentido hacerle esa pregunta. Princesa no distinguiría proscritos o solitarios de gatos comunes del Clan del Trueno.

Luego su hermana se estremeció.

—Sí, los he oído maullar por la noche. Mi Dos Patas se levanta para gritarles.

—¿No habrás visto a un atigrado oscuro muy grande? —preguntó Corazón de Fuego, con el pulso acelerado—. Un gato con el hocico lleno de cicatrices.

Princesa negó con la cabeza.

—Sólo los he oído; jamás los he visto.

—Si ves al atigrado oscuro, mantente alejada de él. —No sabía qué estaba haciendo Garra de Tigre tan lejos del campamento, si es que realmente se trataba de él, pero no quería que su hermana se acercara al lugarteniente, por si acaso.

Al oír eso, Princesa pareció tan asustada que Corazón de Fuego cambió de tema, animando a Nimbo a describir su ceremonia de nombramiento, y la expedición que habían realizado a lo largo de las fronteras. Princesa volvió a mostrarse alegre enseguida, y soltaba exclamaciones de admiración por todo lo que le contaba su hijo.

Hacía rato que el sol había alcanzado su cénit cuando Corazón de Fuego maulló:

—Nimbo, es hora de regresar a casa.

El aprendiz abrió la boca como dispuesto a protestar, pero se contuvo a tiempo.

—Sí, Corazón de Fuego —contestó dócilmente, y le dijo a Princesa—: ¿Por qué no vienes con nosotros? Yo podría cazar ratones para ti, y tú podrías dormir en mi guarida.

Princesa ronroneó divertida.

—Casi me apetece —respondió con sinceridad—. Pero la verdad es que soy más feliz como gata doméstica. Yo no quiero aprender a luchar, ni dormir fuera cuando hace frío. Tendrás que venir a visitarme de nuevo, y pronto.

—Sí, lo haré, te lo prometo —maulló Nimbo.

—Yo lo traeré —dijo Corazón de Fuego—. Y, Princesa… —añadió mientras se preparaba para saltar al suelo—, si ves algo raro por aquí, por favor, cuéntamelo.

El joven guerrero hizo una parada en el camino de vuelta para cazar. Cuando llegaron al barranco, el sol estaba a punto de ponerse, bañando el bosque en luz roja y proyectando largas sombras en el suelo.

Nimbo cargaba muy orgulloso con una musaraña que pensaba llevar a los veteranos. Eso le ocupaba la boca y había puesto punto final a su incesante parloteo. Corazón de Fuego se sentía agotado tras toda una jornada en su compañía, aunque tenía que admitir que estaba más impresionado de lo que esperaba. El valor de Nimbo y su inteligencia prometían que algún día se convertiría en un guerrero excepcional.

Cuando descendían el umbroso barranco en dirección al túnel, Corazón de Fuego se detuvo. Notó el cosquilleo de un olor poco familiar, arrastrado por la brisa que soplaba sobre el bosque.

Nimbo también se detuvo y depositó la musaraña en el suelo.

—Corazón de Fuego, ¿qué es eso? —Paladeó el aire y soltó un grito ahogado—. Me lo has enseñado esta mañana. ¡Es el Clan del Río!

—Muy bien —maulló el guerrero. Había reconocido el olor un segundo antes de que hablara Nimbo. Al mirar hacia lo alto del barranco, distinguió a tres gatos que empezaban a bajar a través de las rocas—. Sí, es el Clan del Río. Y parece que vienen hacia aquí. Nimbo, ve al campamento y cuéntaselo a Estrella Azul. Y asegúrate de que entienda que no se trata de un ataque.

—Pero yo quiero… —El aprendiz se interrumpió al ver el ceño de su mentor—. Perdón, Corazón de Fuego. Ya voy. —Y se encaminó a la entrada del túnel, no sin recoger antes la musaraña.

El joven guerrero se quedó donde estaba. Se cuadró y esperó mientras los tres gatos se acercaban. Reconoció a Leopardina, Vaharina y Pedrizo. Cuando se encontraban a sólo dos colas de distancia, preguntó:

—Clan del Río, ¿qué queréis? ¿Por qué estáis en nuestro territorio?

Aunque tenía que desafiarlos por haber entrado en sus tierras sin ser invitados, procuró no sonar demasiado hostil. No quería crear nuevos problemas.

Leopardina se detuvo, con Vaharina y Pedrizo justo detrás de ella.

—Venimos en son de paz —anunció la lugarteniente—. Hay cuestiones que nuestros clanes deben resolver. Estrella Doblada nos ha mandado para hablar con vuestra líder.