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24

Corazón de Fuego saltó de un pasadero al siguiente para atravesar el río, que fluía veloz. Las aguas habían vuelto a su cauce y las piedras eran claramente visibles de nuevo. Era el día siguiente de la muerte de Corriente Plateada; el cielo estaba gris con una fina llovizna, como si el Clan Estelar también llorara la desaparición de la gata.

Corazón de Fuego iba a comunicar la noticia de la muerte de Corriente Plateada al Clan del Río, aunque no había pedido permiso a Estrella Azul para hacerlo. Se había escabullido sin decírselo a nadie, porque pensaba que el clan de Corriente Plateada tenía derecho a saber qué le había ocurrido. Y porque sospechaba que no todos los miembros del Clan del Trueno estarían de acuerdo con él.

Al alcanzar la orilla opuesta, Corazón de Fuego levantó la cabeza buscando olores recientes en el aire. Captó uno casi al instante, y un segundo después un atigrado pequeño apareció entre los helechos que crecían por encima del camino.

El atigrado vaciló, con expresión de sorpresa, antes de bajar a la ribera para enfrentarse a Corazón de Fuego.

—Tú eres Corazón de Fuego, ¿verdad? —maulló—. Te reconozco de la última Asamblea. ¿Qué estás haciendo en nuestro lado del río?

Intentó sonar seguro de sí mismo, pero Corazón de Fuego detectó nerviosismo en su voz. Era un gato muy joven; el guerrero del Clan del Trueno supuso que era un aprendiz, inquieto por estar lejos del campamento sin su mentor.

—No he venido a pelear ni a espiar —aseguró Corazón de Fuego—. Necesito hablar con Vaharina. ¿Podrías ir a buscarla?

El aprendiz volvió a dudar, como si quisiera protestar. Luego, la costumbre de obedecer las órdenes de los guerreros se impuso, y se marchó por la orilla en dirección al campamento del Clan del Río. Corazón de Fuego lo observó irse y ascendió por la ribera hasta un sitio donde esconderse entre los helechos hasta que llegara Vaharina.

No pasó mucho tiempo antes de que la reina apareciera. Corazón de Fuego vislumbró su familiar silueta gris corriendo hacia él. «Familiar por Estrella Azul», comprendió con un sobresalto. La hija de su líder era prácticamente su doble. Para alivio del joven, Vaharina venía sola. Cuando ella se detuvo para olfatear el aire, él la llamó quedamente.

—¡Vaharina! ¡Aquí arriba!

Ella agitó las orejas. Al cabo de unos momentos se abría paso entre los helechos para reunirse con él.

—¿Qué ocurre? —maulló preocupada—. ¿Se trata de Corriente Plateada? No la veo desde ayer.

Corazón de Fuego sintió como si se le hubiese atascado un hueso en la garganta. Tragó saliva, inquieto.

—Vaharina —empezó—, tengo una mala noticia. Lo lamento muchísimo… Corriente Plateada ha muerto.

Vaharina clavó en él sus ojos azules, dilatados y llenos de incredulidad.

—¿Muerto? ¡No puede ser! —exclamó, y antes de que Corazón de Fuego pudiera contestar, añadió con más dureza—: ¿Es que algún guerrero del Clan del Trueno la ha atrapado en vuestro territorio?

—No, no —se apresuró a responder el joven gato—. Corriente Plateada estaba en las Rocas Soleadas con Látigo Gris, y empezó a dar a luz a los cachorros. Algo salió mal… había mucha sangre. Hicimos todo lo que pudimos, pero… Oh, Vaharina, cuánto lo siento.

Los ojos de Vaharina se inundaron de pena al oír las explicaciones. Soltó un gemido largo y quedo con la cabeza hacia atrás y las garras hundidas en la tierra. Corazón de Fuego se le acercó más para consolarla, y notó su cuerpo rígido de tensión. No había nada que él pudiera decir para mejorar las cosas.

Por fin el terrible quejido se apagó y Vaharina se relajó un poco.

—Sabía que de esa relación no saldría nada bueno —murmuró. En su voz no había ira ni acusación; sólo una tristeza abatida—. Le decía a Corriente Plateada que no se reuniera con Látigo Gris, pero jamás me escuchaba. Y ahora… No puedo creer que no vaya a verla nunca más.

—Látigo Gris la enterró junto a las Rocas Soleadas. Si te encuentras allí conmigo algún día, te enseñaré el lugar.

Vaharina asintió.

—Me gustaría, Corazón de Fuego.

—Los cachorros están vivos —añadió el joven guerrero, para aliviar un poco el dolor de la reina.

—¿Los cachorros? —Vaharina se irguió, de nuevo a la defensiva.

—Son dos. Les irá bien.

Vaharina parpadeó, sumida de pronto en sus pensamientos.

—¿Los aceptará el Clan del Trueno, cuando son en parte del Clan del Río?

—Una de nuestras reinas los está amamantando —la tranquilizó él—. El clan está enfadado con Látigo Gris, pero nadie la tomaría con los cachorros.

—Ya veo. —Vaharina guardó silencio un momento, todavía pensativa, y luego se levantó—. Debo regresar al campamento y contarle todo esto al clan. Ni siquiera saben lo de Látigo Gris. No puedo ni imaginar qué va a decir el padre de Corriente Plateada.

Corazón de Fuego la entendía. Había muchos padres que no se mantenían unidos a sus hijos, pero Estrella Doblada tenía un vínculo muy estrecho con Corriente Plateada. El dolor que sentiría por su muerte se vería mezclado con la furia porque su hija hubiera traicionado a su clan al emparejarse con Látigo Gris.

Vaharina le dio un breve lametón en la frente.

—Gracias —maulló—. Gracias por haber venido a contármelo.

Y luego se marchó, deslizándose rápidamente entre los helechos. Corazón de Fuego esperó hasta que la perdió de vista y luego bajó a la pedregosa orilla para volver a su territorio a través de los pasaderos.

Corazón de Fuego se despertó de hambre. Inspeccionando la guarida de los guerreros a través de la penumbra, descubrió que Látigo Gris ya había abandonado su lecho. «¡Oh, no! Ya se ha escapado otra vez para ir a ver a Corriente Plateada». Luego recordó lo sucedido.

El sol había salido dos veces tras la muerte de Corriente Plateada. La conmoción que había sufrido el clan por la aventura de Látigo Gris con la gata del Clan del Río estaba empezando a remitir, aunque ningún guerrero —excepto Corazón de Fuego y Fronde Dorado— hablaba con Látigo Gris ni salía a patrullar con él. Estrella Azul todavía no había anunciado cuál sería su castigo.

Se desperezó bostezando. Había pasado toda la noche despertándose, pues Látigo Gris no paraba de removerse y gemir, pero el abatimiento que sentía en su interior era mucho más profundo que aquello. No veía cómo el clan lograría recuperarse del golpe sufrido al descubrir la deslealtad de Látigo Gris. Había un ambiente de incertidumbre y desconfianza que enfriaba las conversaciones y acortaba los familiares rituales de compartir lenguas.

Sacudiéndose con determinación, Corazón de Fuego salió de entre las ramas y se encaminó al montón de carne fresca. El sol estaba saliendo, moteando el campamento con luz dorada. Al inclinarse para recoger un rollizo campañol, oyó que lo llamaban.

—¡Corazón de Fuego! ¡Corazón de Fuego!

El joven guerrero se volvió. Pequeño Nimbo cruzaba el claro corriendo en su dirección, procedente de la maternidad. Pecas y el resto de sus cachorros lo seguían más despacio, y, para sorpresa de Corazón de Fuego, Estrella Azul estaba con ellos.

—¡Corazón de Fuego! —resolló Pequeño Nimbo, frenando en seco delante de él—. ¡Voy a ser aprendiz! ¡Voy a ser aprendiz ya!

El guerrero dejó el campañol en el suelo. No pudo evitar animarse al ver la emoción del cachorro, aunque también sintió una punzada de culpabilidad por haber olvidado que Pequeño Nimbo estaba alcanzando su sexta luna de edad.

—Tú serás su mentor, ¿verdad que sí, Corazón de Fuego? —preguntó Estrella Azul al llegar a su lado—. Es hora de que tomes otro aprendiz. Hiciste un buen trabajo con Fronde Dorado, incluso aunque no era tu responsabilidad.

—Gracias —maulló el joven gato, inclinando la cabeza.

Pero no pudo evitar pensar con tristeza en Carbonilla. Jamás se libraría de la sensación de que en parte era responsable de su accidente, y decidió hacerlo mejor con Pequeño Nimbo.

—¡Trabajaré más duro que nadie! —prometió Pequeño Nimbo con los ojos muy abiertos—. ¡Seré el mejor aprendiz del mundo!

—Eso ya lo veremos —repuso Estrella Azul, mientras Pecas ronroneaba risueña.

—Ha estado dándome la tabarra día y noche —contó Pecas risueñamente—. Sé que lo hará lo mejor posible. Es fuerte e inteligente.

Los ojos de Pequeño Nimbo centellearon ante la alabanza. «Parece que ya ha superado la noticia de que es un gato doméstico —pensó Corazón de Fuego—. Pero es arrogante, y apenas sabe qué es el código guerrero, no hablemos ya de respetarlo. —Y volvió a preguntarse—: ¿Hice lo correcto al traerlo aquí?». Ser su mentor no iba a resultar fácil.

—Voy a convocar una reunión —maulló Estrella Azul, encaminándose a la Peña Alta.

Tras lanzar una mirada a Corazón de Fuego, Pequeño Nimbo fue tras ella, y el resto de los cachorros lo siguieron a trompicones.

—Corazón de Fuego —dijo Pecas—, hay algo que quiero pedirte.

El joven guerrero reprimió un suspiro.

—¿Qué? —Era obvio que no iba a poder comerse el campañol antes de la ceremonia de Pequeño Nimbo.

—Se trata de Látigo Gris. Sé por lo que está pasando, pero nunca sale de la maternidad. Es como si pensara que Flor Dorada no puede cuidar de sus cachorros como es debido. Está siempre por medio.

—¿Tú se lo has dicho?

—Le he soltado indirectas. Cola Pintada ha llegado a preguntarle si también estaba esperando cachorros. Pero él no se entera de nada.

Corazón de Fuego lanzó una última mirada de pena al campañol.

—Hablaré con él, Pecas. ¿Está ahora en la maternidad?

—Sí, lleva ahí toda la mañana.

—Haré que salga para asistir a la reunión.

Corazón de Fuego cruzó el claro, y al alcanzar la maternidad oyó que Estrella Azul convocaba al clan desde la Peña Alta.

Al entrar, se sobresaltó al ver salir a Garra de Tigre. Se apartó para dejar pasar al lugarteniente, preguntándose qué estaría haciendo allí, hasta que recordó que uno de los cachorros de Flor Dorada era un atigrado oscuro. Garra de Tigre debía de ser el padre de la camada.

La maternidad estaba calentita, y llena de reconfortante olor a leche. Flor Dorada se hallaba en su lecho, con Látigo Gris inclinado sobre ella, olfateando el montón de cachorros.

—¿Están tomando bastante leche? —preguntó ansioso—. Son muy pequeños.

—Eso es porque son muy jóvenes —respondió Flor Dorada con paciencia—. Crecerán.

Corazón de Fuego se acercó a contemplar a los cuatro cachorros que mamaban afanosamente en la calidez del cuerpo de su madre. El atigrado oscuro era idéntico a Garra de Tigre. Los dos de Látigo Gris eran más pequeños, pero ahora que tenían el pelaje seco y ahuecado se parecían a cualquier cachorro sano. Uno era del mismo gris oscuro que Látigo Gris, mientras que el otro tenía el pelo plateado de su madre.

—Son preciosos —susurró Corazón de Fuego.

—Más de lo que Látigo Gris se merece —resopló Cola Pintada antes de marcharse a la reunión convocada por Estrella Azul.

—No le hagas caso a Cola Pintada —maulló Flor Dorada cuando la reina mayor se hubo ido. Se inclinó sobre los cachorros y tocó al plateado con la nariz—. Esta cachorrita será tan hermosa como su madre, Látigo Gris.

—Pero ¿y si mueren? —espetó él.

—No van a morir —replicó Corazón de Fuego—. Flor Dorada está cuidando de ellos.

La gata contemplaba a los cuatro cachorros con igual amor y admiración, pero Corazón de Fuego advirtió que parecía cansada y tensa. A lo mejor cuatro crías eran demasiado para ella. Corazón de Fuego apartó esa idea; pensó que el vínculo entre una madre y sus hijos era fuerte, pero la lealtad al clan también lo era, y Flor Dorada daría todo lo que pudiera a aquellos pequeños, porque eran en parte del Clan del Trueno y porque ella tenía un corazón tierno.

—Vamos. —El joven guerrero dio un empujoncito a su amigo—. Estrella Azul ha convocado una reunión. Va a nombrar aprendiz a Pequeño Nimbo.

Látigo Gris vaciló un segundo, y Corazón de Fuego pensó que iba a rechazar acompañarlo. Pero luego se puso en pie y dejó que lo guiara hacia la entrada, aunque sin dejar de volverse hacia sus cachorros.

En el claro, el resto del clan ya estaba congregado. Corazón de Fuego oyó cómo Sauce anunciaba feliz a Musaraña y Viento Veloz:

—Pronto tendré que mudarme a la maternidad. Voy a tener cachorros.

Viento Veloz la felicitó con un murmullo, mientras Musaraña le daba un alegre lametón en las orejas. Corazón de Fuego se preguntó quién sería el padre, y al mirar alrededor vio cómo Tormenta Blanca observaba orgullosamente la escena desde lejos. La noticia de los cachorros de Sauce tranquilizó a Corazón de Fuego. No importaba a cuántos desastres tuvieran que enfrentarse: la vida del clan seguía adelante.

Con Látigo Gris a su lado, se dirigió a la primera fila, justo bajo la Peña Alta. Allí estaba Pequeño Nimbo, sentado muy tieso y con aires de importancia, junto a Pecas. Garra de Tigre se hallaba muy cerca, con una expresión sombría de desaprobación. Corazón de Fuego se preguntó qué habría pasado para que el lugarteniente mostrara de nuevo su habitual mal genio.

—Gatos del Clan del Trueno —empezó Estrella Azul desde la cima de la Peña Alta—, os he convocado aquí por dos razones, una buena y otra mala. Comenzaremos con la mala. Todos sabéis lo sucedido hace unos días, cuando murió Corriente Plateada del Clan del Río y nosotros acogimos a sus cachorros, que también son de Látigo Gris.

Un rumor hostil recorrió la multitud de gatos. Látigo Gris se encogió, estremeciéndose, y Corazón de Fuego se pegó a él para reconfortarlo.

—Muchos gatos me han preguntado cuál sería el castigo de Látigo Gris —continuó Estrella Azul—. He reflexionado detenidamente sobre eso, y he decidido que la muerte de Corriente Plateada ya es castigo suficiente. ¿Qué podría ser peor que lo que ya ha sufrido?

Su desafío desató maullidos de protesta. Rabo Largo exclamó:

—¡No lo queremos en el clan! ¡Es un traidor!

—Si llegas a ser líder, Rabo Largo, estas decisiones serán tuyas —repuso Estrella Azul con frialdad—. Hasta entonces, respetarás las mías. Y yo digo que no habrá castigo. Sin embargo, Látigo Gris, no asistirás a las asambleas durante tres lunas. Esto no es para castigarte, sino para evitar el peligro de que algún gato furioso del Clan del Río se vea tentado de romper la tregua por lo que tú has hecho.

Látigo Gris bajó la cabeza.

—Lo comprendo, Estrella Azul. Gracias.

—No me des las gracias —contestó la líder—. Pero trabaja duro y lucha bien por tu clan a partir de ahora. Algún día serás un buen mentor para esos cachorros.

Corazón de Fuego notó que su amigo se animaba un poco al oír eso, como si de repente tuviera una esperanza a la que aferrarse. Sin embargo, Garra de Tigre frunció el entrecejo todavía más, y Corazón de Fuego supuso que habría deseado un castigo más duro para él.

—Ahora puedo ocuparme de una tarea más agradable —maulló Estrella Azul—. Pequeño Nimbo ha cumplido su sexta luna y ya está listo para convertirse en aprendiz.

Bajó de la roca e indicó al cachorro que se acercara. Pequeño Nimbo fue hacia ella saltando. Estaba temblando de emoción, con la cola recta y tiesa y los bigotes vibrando. Sus ojos azules relucían como estrellas gemelas.

—Corazón de Fuego —llamó Estrella Azul—, estás preparado para tomar otro aprendiz, y Pequeño Nimbo es hijo de tu hermana. Tú serás su mentor.

Corazón de Fuego se levantó, pero antes de que pudiera ir hacia la Peña Alta, Pequeño Nimbo corrió a su encuentro y levantó la cabeza para entrechocar las narices.

—¡Todavía no! —masculló el joven guerrero con los dientes apretados.

—Corazón de Fuego, tú ya sabes qué significa ser uno de nosotros, a pesar de haber nacido fuera del clan —continuó Estrella Azul, pasando por alto la acción impulsiva de Pequeño Nimbo—. Confío en que transmitirás todo lo que has aprendido a Nimbo y lo ayudarás a convertirse en un guerrero del que el clan se sienta orgulloso.

—Sí, Estrella Azul. —Corazón de Fuego inclinó la cabeza respetuosamente, y al fin dejó que Nimbo tocara su nariz con la de él.

—¡Nimbo! —maulló triunfalmente el nuevo aprendiz—. ¡Ahora soy Nimbo!

—¡Nimbo! —Corazón de Fuego sintió una oleada de orgullo por el hijo de su hermana mientras los miembros del clan se aproximaban para felicitar al nuevo aprendiz.

Corazón de Fuego reparó en que los más efusivos eran los veteranos, pero también en que algunos se mantenían a distancia. Garra de Tigre ni siquiera se movió de donde estaba, al pie de la Peña Alta, y Rabo Largo fue a sentarse junto a él. Corazón de Fuego retrocedió para que los otros gatos se acercaran a su nuevo aprendiz, y entonces Cebrado pasó a su lado de camino a la guarida de los guerreros.

Oyó el maullido bajo y asqueado del guerrero:

—¡Traidores y mininos caseros! ¿Es que en este clan ya no quedan gatos decentes?