Garra de Tigre se había adelantado, y cuando Corazón de Fuego y Carbonilla llegaron al campamento con los cachorros, todo el clan sabía lo ocurrido. Los guerreros y aprendices habían congregado delante de sus guaridas, observando en silencio. Corazón de Fuego casi podía oler su espanto e incredulidad.
Estrella Azul se hallaba en la entrada de la maternidad, como si los estuviese aguardando. Corazón de Fuego casi esperaba que los rechazara, negándose a cuidar a los cachorros de otro clan, pero la líder se limitó a maullar quedamente:
—Pasemos adentro.
En el centro del zarzal todo era penumbra y quietud. Pecas estaba ovillada alrededor de sus pequeños, dormidos en un montón de pelaje gris y leonado, con el pelo blanco de Pequeño Nimbo reluciendo entre ellos como un retazo nevado. Cerca de Pecas, en un lecho de musgo tapizado de mullidas plumas, estaba Flor Dorada de costado, amamantando a sus recién nacidos. Uno era de color rojizo claro como su madre, y el otro era un atigrado oscuro.
—Flor Dorada —murmuró Estrella Azul—. Tengo que preguntarte una cosa. ¿Podrías hacerte cargo de dos cachorros más? Su madre acaba de morir.
Flor Dorada levantó la cabeza, y su expresión de desconcierto se suavizó al ver a las dos criaturitas indefensas que colgaban de la boca de Corazón de Fuego y Carbonilla. Habían empezado a retorcerse débilmente, soltando débiles maullidos de miedo y hambre.
—Supongo… —comenzó la reina.
—Espera —interrumpió Cola Pintada; había entrado en la maternidad justo detrás de Corazón de Fuego—. Antes de que aceptes nada, pídele a Estrella Azul que te cuente de quién son estos cachorros.
Corazón de Fuego sintió una punzada de nerviosismo. Aunque Cola Pintada era una buena madre, tenía un temperamento feroz, y el joven supuso que no veía con agrado a unos cachorros que no eran ni de un clan ni de otro.
—No pensaba ocultarle algo así —replicó la líder con calma—. Flor Dorada, estos pequeños son hijos de Látigo Gris. Su madre era Corriente Plateada… una gata del Clan del Río.
A Flor Dorada se le dilataron los ojos de asombro, y Pecas, despertada de su siesta, movió las orejas.
—Látigo Gris debe de haber estado escapándose durante lunas para verla —siseó Cola Pintada—. ¿Qué gato leal haría algo así? Los dos han traicionado a sus clanes. La sangre que corre por las venas de estos cachorros no es buena.
—Tonterías —espetó Estrella Azul, con el pelo erizado de repente. Corazón de Fuego se estremeció; casi nunca había visto a su líder tan enfadada—. Pensemos lo que pensemos sobre Látigo Gris y Corriente Plateada, sus hijos son inocentes. ¿Te harás cargo de ellos, Flor Dorada? Sin una madre morirán.
Flor Dorada vaciló, y al cabo soltó un largo suspiro.
—¿Cómo voy a decir que no? Tengo leche de sobra.
Cola Pintada resopló con desaprobación, y se puso de espaldas mientras Corazón de Fuego y Carbonilla depositaban delicadamente a los cachorros en el lecho de la gata. La reina rojizo claro se inclinó hacia delante para guiarlos hacia su vientre. Los lastimeros quejidos terminaron cuando los pequeños se acurrucaron junto a su cálido cuerpo y encontraron un lugar donde mamar.
—Gracias, Flor Dorada —ronroneó Estrella Azul.
Corazón de Fuego advirtió que la líder estaba contemplando a los cachorros con expresión nostálgica. Se preguntó si estaría pensando en sus propios cachorros perdidos, y de nuevo lo invadieron las dudas sobre qué les habría sucedido realmente. ¿Sería posible que fueran Vaharina y Pedrizo, vivos y sanos en el Clan del Río? ¿Tendría idea de eso Estrella Azul?
Sus pensamientos se interrumpieron cuando Carbonilla dio media vuelta bruscamente y salió de la maternidad. Corazón de Fuego fue tras ella y la encontró sentada fuera, con la cabeza apoyada entre las patas delanteras.
—¿Qué te ocurre? —preguntó el joven guerrero.
—Corriente Plateada ha muerto —respondió la aprendiza con voz casi inaudible—. Yo la he dejado morir.
—¡Eso no es cierto!
Carbonilla levantó la cabeza parpadeando. Sus ojos eran lagos azules de desdicha.
—Se supone que soy curandera. Se supone que salvo vidas.
—Has salvado a los dos cachorros —le recordó Corazón de Fuego, acercándose para restregar la cara contra su mejilla.
—Pero no he salvado a Corriente Plateada.
Una oleada de compasión invadió a Corazón de Fuego. Comprendía cómo se sentía Carbonilla, y quería decirle que se equivocaba al culparse, pero no encontraba las palabras apropiadas. Sintiéndose impotente y triste, empezó a darle tiernos lametones.
—¿Qué ocurre?
Al alzar la cabeza, Corazón de Fuego vio a Fauces Amarillas delante de ellos, con un ceño de desconcierto en su ancha cara gris.
—¿Qué es eso que he oído sobre Látigo Gris y una reina del Clan del Río?
Carbonilla ni siquiera pareció reparar en la presencia de su mentora. Fue Corazón de Fuego quien tuvo que explicarlo todo.
—Carbonilla ha estado maravillosa —le contó a la vieja curandera—. Esos cachorros habrían muerto de no ser por ella.
Fauces Amarillas asintió.
—He visto a Garra de Tigre —dijo con voz cascada—. Fronde me estaba acompañando a las Rocas Soleadas cuando nos hemos tropezado con él. Garra de Tigre está furioso por lo de los cachorros, pero no está furioso contigo, Carbonilla —añadió—. Sabe que tú has cumplido con tu obligación, como haría cualquier curandero.
Carbonilla levantó la mirada al oír aquello.
—Jamás seré curandera —replicó con amargura—. Soy una inútil. He dejado que Corriente Plateada muriera.
—¿Qué? —gruñó Fauces Amarillas iracunda, arqueando su escuálido cuerpo—. Eso es lo más descerebrado que he oído en mi vida.
—Fauces Amarillas… —Corazón de Fuego empezó a protestar por el duro tono de la vieja curandera, pero ella no le hizo caso.
—Has hecho todo lo que has podido, Carbonilla. Ningún gato puede hacer más.
—Pero no ha sido suficiente —señaló la aprendiza con voz apagada—. Si tú hubieras estado allí, la habrías salvado.
—¡Oh! Y eso te lo ha contado el Clan Estelar, ¿no? Carbonilla, a veces los gatos mueren, y nadie puede hacer nada al respecto. —Soltó un maullido asmático, medio carcajada y medio reprimenda—. Ni siquiera yo.
—Pero la he perdido, Fauces Amarillas.
—Lo sé. Y ésa es una lección muy dura. —Ahora había compasión en el tono de la vieja gata—. Pero yo también he perdido gatos… más de los que quisiera contar. Como cualquier curandero del mundo. Vives con eso y sigues adelante. —Empujó a Carbonilla con el hocico, marcado con cicatrices de guerra, y siguió empujando hasta que la gatita se puso en pie precariamente—. Vamos. Hay trabajo que hacer. Orejitas se está quejando de nuevo de sus articulaciones doloridas.
Guió a Carbonilla hacia su guarida, y se detuvo para mirar a Corazón de Fuego por encima del hombro.
—No te preocupes —le dijo—. Estará bien.
El joven guerrero observó cómo las dos gatas cruzaban el claro y desaparecían en la guarida de la vieja curandera.
—Puedes confiar en Fauces Amarillas —aseguró un maullido pausado. Al volverse, Corazón de Fuego vio a Estrella Azul—. Conseguirá que Carbonilla lo supere.
La líder estaba sentada justo delante de la maternidad, con la cola pulcramente enroscada alrededor de las patas. Peso a todo el alboroto producido por la muerte de Corriente Plateada y el descubrimiento de la relación ilícita de Látigo Gris, parecía tan tranquila como siempre.
—Estrella Azul —maulló el joven, dubitativo—, ¿qué le ocurrirá ahora a Látigo Gris? ¿Será castigado?
Ella pareció pensativa.
—Todavía no puedo darte una respuesta —admitió—. Necesito debatirlo con Garra de Tigre y los demás guerreros.
—Látigo Gris no pudo evitarlo —espetó él lealmente.
—No pudo evitarlo… ¿cuando traicionó a su clan y el código guerrero para estar con Corriente Plateada? —Los ojos de la gata centellearon, pero su tono no mostraba tanta furia como Corazón de Fuego habría esperado—. Te prometo una cosa —añadió—: no haré nada hasta que la conmoción disminuya. Debemos sopesar todo el asunto con mucho cuidado.
—Tú no estás realmente sorprendida, ¿verdad? —se atrevió a preguntar el joven guerrero—. ¿Es que ya te habías imaginado lo que estaba pasando?
Casi esperaba que Estrella Azul no respondiera. Ella lo inmovilizó varios segundos con su penetrante mirada azul. En sus ojos había sabiduría, incluso dolor.
—Sí, lo sospechaba —maulló al fin—. Una de las obligaciones de un líder es saber las cosas. Y yo no estoy exactamente ciega en las asambleas.
—Entonces… ¿por qué no le pusiste freno?
—Tenía la esperanza de que Látigo Gris recordase la lealtad a su propio clan. Sabía que, incluso aunque no lo hiciera, algo terminaría acabando con la historia, para los dos. Aunque no sé cómo habría soportado Látigo Gris ver cómo sus propios hijos crecían en otro clan.
—Tú eso lo comprendes, ¿verdad? —Las palabras le salieron antes de pensar lo que estaba diciendo—. Eso te sucedió a ti.
Estrella Azul se puso tensa. Corazón de Fuego se encogió ante el repentino fulgor de ira en sus ojos azules. Después la gata se relajó, y la ira fue reemplazada por una expresión distante de recuerdos y pérdida.
—Lo has adivinado —murmuró—. Pensé que podrías adivinarlo. Sí, tienes razón, Vaharina y Pedrizo son hijos míos.