Cuando Carbonilla terminó de curar las heridas de Corazón de Fuego, éste fue a reunirse con Látigo Gris. Su amigo estaba encorvado en el dormitorio de los guerreros, con expresión acongojada.
Alzó la vista cuando entró Corazón de Fuego.
—Lo lamento —maulló el guerrero gris—. Debería haber estado aquí, pero tenía que ver a Corriente Plateada. La noche de la Asamblea ni siquiera pude acercarme a ella.
Corazón de Fuego suspiró. Durante un momento había considerado la posibilidad de compartir con su amigo sus sospechas sobre Vaharina y Pedrizo, pero comprendió que Látigo Gris ya tenía bastantes preocupaciones.
—No pasa nada. Cualquiera de nosotros podría haber estado fuera, patrullando o cazando. Pero si estuviera en tu pellejo, no me alejaría del campamento en los próximos días y me aseguraría de que Garra de Tigre me viera.
Su amigo arañó distraídamente un pedazo de musgo, y Corazón de Fuego supuso que ya había quedado con Corriente Plateada para verse otra vez.
—Hay algo más que quiero contarte —añadió el joven guerrero, decidiendo no discutir sobre aquel tema en ese momento—. Sobre Fronde. —Le explicó rápidamente cómo el aprendiz y él habían salido temprano, y cómo Fronde había captado el olor del grupo de gatos invasores—. Y también ha peleado estupendamente —señaló—. Creo que es hora de que se convierta en guerrero.
Látigo Gris asintió con un ronroneo.
—¿Estrella Azul lo sabe?
—Todavía no. Tú eres el mentor de Fronde. Deberías recomendárselo.
—Pero no estaba presente en la batalla.
—Eso no importa. —Corazón de Fuego le dio un empujoncito—. Vamos, iremos a hablar con Estrella Azul ahora.
La líder y la mayoría de los guerreros seguían en el claro, mientras Fauces Amarillas y Carbonilla distribuían telarañas para detener las hemorragias y semillas de adormidera para aliviar el dolor. Pecas había sacado a sus cachorros para que vieran lo que sucedía, y Pequeño Nimbo estaba fisgoneando por todas partes, dándole la tabarra a un guerrero tras otro con preguntas sobre el combate. Fronde también estaba allí, lavándose a conciencia. Corazón de Fuego se sintió aliviado al ver que no parecía demasiado malherido.
Los dos amigos se dirigieron hacia Estrella Azul, y Corazón de Fuego volvió a relatar la destreza de Fronde al captar el olor de sus enemigos y su valentía en la batalla.
—Gracias a Fronde hemos podido dar la voz de alarma con tiempo —concluyó.
—Pensamos que debería convertirse en guerrero —añadió Látigo Gris.
La líder asintió pensativa.
—Estoy de acuerdo. Hoy Fronde ha demostrado ser muy valioso. —Se puso en pie para situarse en medio de sus gatos y levantó la voz—: ¡Que todos lo bastante mayores para cazar sus propias presas vengan aquí, bajo la Peña Alta, para una reunión del clan!
Flor Dorada salió al instante de la maternidad, seguida de Cola Pintada, y Orejitas llegó desde la guarida de los veteranos cojeando lentamente. Cuando estuvieron todos congregados alrededor de Estrella Azul, ella maulló:
—Fronde, ven aquí.
El aprendiz alzó la mirada, sorprendido, y se acercó nervioso a la líder. Corazón de Fuego se dio cuenta de que no tenía la menor idea de lo que le esperaba.
—Fronde, eres tú quien ha puesto sobre aviso al clan esta mañana, y en la batalla has luchado con valentía —dijo Estrella Azul—. Ha llegado la hora de que te conviertas en guerrero.
El aprendiz se quedó con la boca abierta. Sus ojos centellearon de emoción cuando la digna gata empezó a pronunciar las palabras rituales.
—Yo, Estrella Azul, líder del Clan del Trueno, solicito a mis antepasados guerreros que observen a este aprendiz. Ha entrenado duro para comprender el sistema de vuestro noble código, y os lo encomiendo a su vez como guerrero. —Clavó en Fronde sus ojos azules—. Fronde, ¿prometes respetar el código guerrero y proteger y defender a este clan, incluso a costa de tu vida?
El recién ungido se estremeció levemente, pero la voz no le tembló al responder:
—Lo prometo.
—Entonces, por los poderes del Clan Estelar, te doy tu nombre guerrero: Fronde, a partir de este momento serás conocido como Fronde Dorado. El Clan Estelar se honra con tu clarividencia y tu determinación, y te damos la bienvenida como guerrero de pleno derecho del Clan del Trueno.
A continuación, Estrella Azul se aproximó a Fronde Dorado y posó el hocico en lo alto de la cabeza inclinada del joven. Él le lamió el omóplato respetuosamente, y luego fue a colocarse entre Corazón de Fuego y Látigo Gris.
Los gatos presentes corearon el nombre del nuevo guerrero.
—¡Fronde Dorado! ¡Fronde Dorado!
Empezaron a apiñarse a su alrededor, felicitándolo y deseándole lo mejor. Escarcha, su madre, pegó el hocico a su costado, mientras sus ojos azules resplandecían encantados.
—Esta noche deberás velar y guardar el campamento tú solo —maulló Tormenta de Arena, dando un empujoncito juguetón a Fronde Dorado—. ¡Gracias, Clan Estelar! ¡El resto podemos disfrutar de una noche libre!
Fronde Dorado estaba demasiado abrumado para responder adecuadamente, pero soltó un ronroneo profundo y feliz y dijo:
—G… gracias, Látigo Gris. Y a ti, Corazón de Fuego.
Corazón de Fuego sintió una oleada de orgullo al verlo convertido en guerrero por fin, casi como si Fronde Dorado hubiera sido su propio aprendiz. Lo compensó un poco por el hecho de que jamás viviría lo mismo con Carbonilla. El Clan Estelar tenía reservado un destino diferente para ella. Ahora que la ceremonia había finalizado, Corazón de Fuego sintió todo el cansancio del día. Estaba a punto de irse al dormitorio de los guerreros cuando reparó en que Carbonilla se acercaba cojeando a su hermano.
—¡Felicidades, Fronde Dorado! —exclamó la gata. Sus ojos azules centelleaban mientras le cubría las orejas de lametones.
Su hermano dejó de ronronear y sus ojos se ensombrecieron.
—Tú deberías haber estado conmigo —murmuró, tocándole delicadamente la pata lisiada.
—No; yo estoy bien como estoy —replicó ella—. Tú tendrás que ser guerrero por los dos. ¡Y yo tendré que conformarme con ser la mejor curandera que este bosque haya visto jamás!
Corazón de Fuego observó a la gata gris con admiración. Sabía que a Carbonilla la alegraba de verdad ser la aprendiza de Fauces Amarillas. Llegaría a ser una buena curandera. Pero también habría sido una buena guerrera. Corazón de Fuego pensó que se requería un talante especial para no envidiar el triunfo de su hermano. Como siempre que veía la lesión de Carbonilla, se acordó de Garra de Tigre. Estaba convencido de que el lugarteniente había causado el accidente de su antigua aprendiza, y recientemente había intentado ahogarlo a él. Aun así, Garra de Tigre había combatido con la potencia del Clan Estelar. Sin él, podrían haber perdido la batalla. «Si demuestro su traición, ¿quién defenderá entonces al Clan del Trueno?», se preguntó.
Después del ataque enemigo, Corazón de Fuego se sintió aliviado al ver que Látigo Gris cumplía la promesa de mantenerse cerca del campamento, patrullando, cazando o ayudando a Fauces Amarillas y Carbonilla a reponer sus existencias. Garra de Tigre no decía nada, pero Corazón de Fuego esperaba que lo hubiese notado.
Sin embargo, la tercera mañana se despertó al percibir movimiento en el lecho contiguo al suyo. Abrió los ojos a tiempo de ver cómo Látigo Gris se escabullía de la guarida.
—¿Látigo Gris? —masculló, pero su amigo se marchó sin responder.
Cuidando de no molestar a Tormenta de Arena, que dormía al otro lado, Corazón de Fuego se levantó. Salió al claro bizqueando y vio que Látigo Gris desaparecía por el túnel de aulagas. También vio a Cebrado junto al montón de carne fresca, con un campañol en la boca. Tenía los ojos fijos en la entrada del túnel.
Corazón de Fuego sintió un peso frío en el estómago. Si Cebrado había visto marcharse a Látigo Gris, eso significaba que Garra de Tigre lo sabría al cabo de poco tiempo. Y entonces el lugarteniente querría saber dónde había estado el guerrero gris exactamente. Podría incluso seguirlo y sorprenderlo con Corriente Plateada.
Casi sin pensar, Corazón de Fuego echó a andar. Se obligó a adoptar un paso brioso pero sin especial urgencia. Al pasar ante el montón de carne fresca, exclamó:
—¡Buenos días, Cebrado! Nos vamos a cazar. Ya sabes: ¡al gato que madruga el Clan Estelar lo ayuda!
Y sin esperar respuesta, entró en el túnel. En cuanto dejó atrás el claro, apretó el paso y subió el barranco corriendo. Ya no se veía a Látigo Gris por ninguna parte, aunque su olor era fuerte e iba derecho a las Rocas Soleadas.
«Pero si había aceptado reunirse con Corriente Plateada sólo en los Cuatro Árboles…», pensó.
Avanzó a toda prisa, desatendiendo los tentadores sonidos y olores de presas del sotobosque. Tenía la esperanza de alcanzar a su amigo y hacerlo cambiar de rumbo antes de que se encontrara con Corriente Plateada, por si Garra de Tigre ya estuviera en el bosque, pero para cuando llegó a las Rocas Soleadas no vio ni rastro de su amigo. Se detuvo en el lindero del bosque y aspiró el fragante aire. Látigo Gris estaba cerca, eso seguro, y también captó el olor de Corriente Plateada, pero ambos olores quedaban solapados por algo que le puso el pelo de punta: ¡olor a sangre!
En ese momento, de las rocas que tenía delante brotó un gemido débil y sobrecogedor, el inconfundible sonido de un gato sufriendo.
—¡Látigo Gris!
Corazón de Fuego salió disparado y saltó a la superficie escarpada de la roca más cercana. Lo que vio desde la cima lo hizo frenar en seco.
Abajo, en una profunda torrentera entre aquella roca y la siguiente, se hallaba tendida Corriente Plateada. Mientras Corazón de Fuego la observaba espantado, un fuerte espasmo recorrió el cuerpo de la gata, y sus patas dieron una sacudida. La gata soltó otro gemido desgarrador.
—¡Látigo Gris! —llamó Corazón de Fuego con voz estrangulada.
Su amigo estaba agachado junto a Corriente Plateada, lamiéndole el costado jadeante. Alzó la cabeza al oír la voz de su amigo.
—¡Corazón de Fuego! Son los cachorros… ya vienen, pero todo va mal. ¡Ve a buscar a Fauces Amarillas!
—Pero… —Corazón de Fuego se mordió la lengua. Sus patas ya estaban moviéndose para bajar de la roca y recorrer de nuevo la extensión de campo abierto que llevaba a los árboles.
El joven guerrero corrió como no había corrido jamás, pero aun así, una parte pequeña y racional de su mente le decía que aquello era el fin. Ahora todos los gatos del clan se enterarían de lo de Látigo Gris y Corriente Plateada. ¿Qué les harían Estrella Azul y Estrella Doblada cuando todo hubiese terminado?
Llegó al campamento y descendió el barranco como un rayo, casi derribando a Carbonilla en la entrada del túnel. Ella retrocedió con un maullido de protesta, al desparramarse las hierbas que había recolectado.
—Corazón de Fuego, ¿qué…?
—¿Dónde está Fauces Amarillas? —preguntó él resollando.
—¿Fauces Amarillas? —Carbonilla se puso más seria al percibir su desesperación—. Ha ido a las Rocas de las Serpientes. Es el mejor sitio para encontrar milenrama.
Corazón de Fuego se preparó para seguir corriendo, pero luego se detuvo, frustrado. Tardaría mucho tiempo en recoger a Fauces Amarillas en las Rocas de las Serpientes. ¡Corriente Plateada necesitaba ayuda inmediatamente!
—¿Qué ocurre? —inquirió Carbonilla.
—Hay una gata… Corriente Plateada… en las Rocas Soleadas. Va a tener cachorros, pero algo está yendo mal.
—¡Oh, que el Clan Estelar la ayude! —exclamó Carbonilla—. Yo iré. Espera aquí… necesito recoger algunas cosas.
Desapareció en el túnel de aulagas. El joven esperó, arañando el suelo con impaciencia, hasta que por fin vio movimiento en el túnel. Pero no era Carbonilla, sino Fronde Dorado.
—Carbonilla me ha mandado que vaya en busca de Fauces Amarillas —informó a Corazón de Fuego al pasar por su lado, y se fue barranco arriba.
Por fin reapareció Carbonilla. Llevaba en la boca un fardo de hierbas envueltas en hojas. Agitó la cola al acercarse a Corazón de Fuego, indicándole que le mostrara el camino.
Cada paso de la caminata fue un tormento para el joven guerrero. Carbonilla hacía todo lo que podía, pero su pata herida ralentizaba su marcha. El tiempo parecía eternizarse. Con una punzada de horror, Corazón de Fuego recordó su sueño: una gata plateada sin rostro que iba desvaneciéndose, dejando a sus cachorros gimiendo impotentes en la oscuridad. ¿Sería Corriente Plateada?
En cuanto tuvieron a la vista las Rocas Soleadas, Corazón de Fuego se adelantó. Al llegar al pie de la roca, vio a otro gato en la cima, observando la torrentera donde estaban Látigo Gris y Corriente Plateada. Sintió que unas zarpas heladas le oprimían el corazón. Era el inconfundible corpachón y el pelaje oscuro de Garra de Tigre. Cebrado debía de haberle informado, y el lugarteniente habría seguido el rastro oloroso de Látigo Gris. Corazón de Fuego había pasado junto a él en su veloz regreso al campamento sin siquiera darse cuenta.
—Corazón de Fuego —gruñó Garra de Tigre, volviéndose cuando el joven subió a la roca—. ¿Qué sabes tú sobre esto?
El joven miró hacia abajo. La gata seguía tendida de costado, pero los intensos jadeos que sacudían su cuerpo se habían transformado en débiles espasmos. Había dejado de gemir. Corazón de Fuego supuso que estaba exhausta. Látigo Gris se había acurrucado junto a ella. De su pecho brotaba un sonido quedo y melódico, y tenía los ojos fijos en el rostro de la gata. Corazón de Fuego supuso que ninguno de los dos había advertido la presencia de Garra de Tigre.
Antes de que pudiera responder a la pregunta del lugarteniente, Carbonilla rodeó el pie de la roca y se deslizó por la torrentera para llegar hasta Corriente Plateada. Dejó el fardo de hierbas y olfateó a la reina gris.
—¡Corazón de Fuego! —llamó al cabo de un momento—. ¡Baja aquí! ¡Te necesito!
Haciendo caso omiso de un furioso bufido de Garra de Tigre, Corazón de Fuego saltó a la torrentera, lastimándose las zarpas con la roca pelada. En cuanto tocó el suelo, Carbonilla salió a su encuentro. Cargaba con un cachorro diminuto; éste tenía los ojos cerrados, las orejas pegadas a la cabeza y el pelo gris oscuro adherido al cuerpo.
—¿Está muerto? —susurró el joven guerrero.
—¡No! —Carbonilla dejó el cachorro en el suelo y le dio un empujoncito hacia Corazón de Fuego—. ¡Ponte a lamerlo! ¡Que entre en calor y la sangre le empiece a circular!
Dicho esto, dio media vuelta en el estrecho espacio y regresó con Corriente Plateada. Corazón de Fuego no podía ver lo que estaba sucediendo, porque el cuerpo de la aprendiza se lo tapaba, pero oyó cómo Carbonilla maullaba tranquilizadoramente, y una pregunta angustiada de Látigo Gris.
Corazón de Fuego se inclinó sobre el cachorro y pasó la áspera lengua por aquel cuerpecillo. Durante mucho rato no reaccionó, y comenzó a pensar que Carbonilla se había equivocado y el cachorro estaba muerto. Después, un leve temblor recorrió de arriba abajo al gatito, que abrió los ojos.
—¡Está vivo! —exclamó Corazón de Fuego con voz ahogada.
—Ya te lo había dicho —replicó Carbonilla—. Sigue lamiéndolo. Hay otro en camino, y saldrá en cualquier momento. Muy bien, Corriente Plateada… lo estás haciendo muy bien.
Garra de Tigre había bajado de la roca y se hallaba en la entrada de la torrentera con cara de pocos amigos.
—Ésa es una gata del Clan del Río —siseó—. ¿Alguno de vosotros va a explicarme qué está pasando aquí?
Antes de que alguien pudiera contestar, Carbonilla lanzó un grito triunfal.
—¡Lo has hecho, Corriente Plateada!
Al cabo de unos momentos apareció con un segundo cachorrito en la boca. Lo depositó delante de Garra de Tigre.
—Toma. Lámelo.
El lugarteniente la miró iracundo.
—Yo no soy curandero.
Carbonilla se volvió hacia él y lo fulminó con la mirada.
—Pero tienes lengua, ¿no? Pues utilízala, ¡inútil montón de pelo! ¿Acaso quieres que el cachorro muera?
Corazón de Fuego se estremeció, pensando que Garra de Tigre se abalanzaría sobre la aprendiza y la destriparía con sus potentes zarpas. En cambio, el atigrado oscuro bajó su enorme cabeza y se puso a lamer al segundo cachorro.
Carbonilla regresó de inmediato junto a Corriente Plateada. Corazón de Fuego la oyó maullar:
—Tienes que tomar esta hierba. Látigo Gris, encárgate de que tome tanta como pueda. Debemos detener la hemorragia.
Corazón de Fuego dejó un momento sus vigorosos lametazos. El cachorro ya respiraba con normalidad y parecía fuera de peligro. Deseaba saber qué estaba ocurriendo en la torrentera.
—Aguanta, Corriente Plateada —gruñó Carbonilla.
—¡Corriente Plateada! —exclamó Látigo Gris con un maullido de pánico.
Al captar la congoja de su amigo, Corazón de Fuego ya no pudo quedarse donde estaba. Dejó al cachorro para colocarse junto a la aprendiza. Llegó a tiempo de ver cómo Corriente Plateada levantaba la cabeza para lamer débilmente la cara de Látigo Gris.
—Adiós, Látigo Gris —susurró la gata—. Te quiero. Cuida de nuestros cachorros.
Entonces, el cuerpo de la atigrada gris dio una sacudida convulsa. Quedó con la cabeza atrás, la boca entreabierta, e inmóvil.
—¡Corriente Plateada! —llamó Carbonilla.
—No, Corriente Plateada, no —maulló Látigo Gris muy bajito—. No te vayas. No me abandones. —Se inclinó sobre el cuerpo inerte, acariciándolo delicadamente con el hocico. La gata no se movió—. ¡Corriente Plateada! —El guerrero gris se levantó sobre las patas traseras y echó la cabeza atrás. Sus maullidos de dolor quebraron la quietud del aire—. ¡Corriente Plateada!
Carbonilla siguió inclinada sobre el cuerpo de la gata unos instantes más, zarandeándola con delicadeza, pero al final aceptó la derrota. Se incorporó y se quedó mirando al infinito, con sus ojos azules llenos de desolación.
Corazón de Fuego se levantó para acercarse a la aprendiza.
—Carbonilla, los cachorros se hallan fuera de peligro —murmuró.
Ella lo miró de un modo que le heló el alma.
—Pero su madre ha muerto. La he perdido, Corazón de Fuego.
El eco de las rocas repitió los sobrecogedores lamentos de Látigo Gris. Garra de Tigre se abrió paso entre los demás gatos y golpeó al guerrero gris detrás de la oreja con una de sus enormes zarpas.
—Ya basta de lloriqueos.
Látigo Gris enmudeció, aunque Corazón de Fuego pensó que fue más por la conmoción y el agotamiento que por obediencia al lugarteniente.
Garra de Tigre los miró a todos con ojos llameantes.
—Y ahora, ¿alguien va a contarme qué ocurre? Látigo Gris, ¿tú conoces a esta gata del Clan del Río?
Látigo Gris alzó la vista. Sus ojos se habían quedado apagados y fríos como guijarros.
—Yo la amaba —susurró.
—¿Qué…? ¿Estos cachorros son tuyos? —preguntó el lugarteniente, pasmado.
—Míos y de Corriente Plateada. —En Látigo Gris brotó un leve destello de desafío—. Sé lo que vas a decir, Garra de Tigre. No te molestes. No me importa. —Se volvió de nuevo hacia Corriente Plateada, presionando la nariz contra su pelaje y hablándole en tiernos murmullos.
Mientras tanto, Carbonilla se había sobrepuesto lo bastante para examinar a los dos cachorros.
—Creo que sobrevivirán —maulló, aunque pareció menos convencida que al principio—. Debemos llevarlos al campamento de inmediato, y buscar una reina que los amamante.
El lugarteniente se volvió bruscamente hacia ella.
—¿Estás loca? ¿Por qué debería criarlos el Clan del Trueno? Son cachorros híbridos. Ningún clan los querrá.
Carbonilla no le hizo caso.
—Corazón de Fuego, tú carga con ése —ordenó—. Yo llevaré el otro.
El joven guerrero agitó los bigotes a modo de asentimiento, pero, antes de recoger al cachorro, se acercó a Látigo Gris para restregarse contra su ancho omóplato.
—¿Quieres venir con nosotros?
Su amigo negó con la cabeza.
—Tengo que quedarme para enterrar a Corriente Plateada —susurró—. Aquí, entre el Clan del Río y el del Trueno. Después de esto, ni siquiera su propio clan querrá llorar su muerte.
Corazón de Fuego sintió que se le partía el alma por su amigo, pero no había mucho más que pudiera hacer para ayudarlo.
—Volveré pronto —prometió. Más quedo, aunque lo tenía sin cuidado que Garra de Tigre pudiese oírlo, añadió—: Yo lloraré su muerte contigo, Látigo Gris. Corriente Plateada era valiente, y sé que te amaba.
Su amigo no respondió. Corazón de Fuego tomó el cachorro por el pescuezo, y dejó a Látigo Gris junto a la gata a la que había amado más que a su clan, más que al honor y más que a su propia vida.