Los gatos que rodeaban la Gran Roca lanzaron maullidos de incredulidad e indignación. Todos los músculos de Corazón de Fuego lo incitaban a retroceder hasta los arbustos y esconderse de aquella furia. Tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para quedarse donde estaba. Tormenta de Arena se pegó a su costado, tan asustada como él, y al joven lo reconfortó su calidez.
Desde lo alto de la Gran Roca, Estrella Alta se volvió bruscamente para encararse con Estrella Azul.
—¿Es eso cierto? —gruñó.
La líder no le contestó de inmediato. Con gran dignidad, se plantó ante Estrella Nocturna. La luz de la luna brillaba sobre su pelaje, volviéndolo de plata; Corazón de Fuego podría haber creído que un guerrero del Clan Estelar había bajado desde el Manto Plateado para unirse a ellos. Estrella Azul esperó hasta que el estruendo se apagó.
—¿Cómo sabes eso? —le preguntó fríamente a Estrella Nocturna cuando su voz pudo volverse a oír—. ¿Es que habéis estado espiando nuestro campamento?
—¡Espiando! —le espetó Estrella Nocturna—. No hay ninguna necesidad de espiar cuando tus aprendices chismorrean a sus anchas. Mis guerreros lo oyeron en la última Asamblea. ¿Te atreves a decirme que están equivocados?
Mientras el líder hablaba, Corazón de Fuego recordó haber visto a Zarpa Rauda con los aprendices del Clan de la Sombra al final de la última Asamblea. No era de extrañar que el joven pareciera culpable: ¡había estado contándoles a sus amigos lo del prisionero del Clan del Trueno, poco después de que Estrella Azul hubiese ordenado a todo su clan que guardara el secreto!
Estrella Azul vaciló, y Corazón de Fuego sintió una punzada de compasión por ella. Muchos de su propio clan estaban disgustados con su decisión de refugiar al ciego Cola Rota. ¿Cómo iba a defenderse delante de los otros clanes?
Estrella Alta adoptó una postura de ataque, con las orejas agachadas.
—¿Es eso cierto? —repitió.
Durante un momento, Estrella Azul no habló. Al cabo, levantó la cabeza, desafiante.
—Sí, es cierto —maulló.
—¡Traidora! —bufó el líder del Clan del Viento—. Tú sabes lo que nos hizo Estrella Rota.
Estrella Azul sacudió la punta de la cola. Incluso desde donde estaba, debajo de la roca, Corazón de Fuego vio la tensión de la líder y supo que estaba luchando por mantenerse tranquila.
—¡Nadie se atreve a llamarme traidora! —siseó.
—Yo me atrevo —replicó Estrella Alta—. No eres más que una traidora al código guerrero si estás dispuesta a dar cobijo a ese… ¡montón de excrementos de zorro!
Por todo el claro, los gatos del Clan del Viento se pusieron en pie, maullando para apoyar a su líder.
—¡Traidora! ¡Traidora!
Al pie de la Gran Roca, Garra de Tigre y Rengo, el lugarteniente del Clan del Viento, se mostraron los afilados colmillos cara a cara, con el lomo erizado y la nariz apenas a un ratón de distancia.
Corazón de Fuego también se levantó; su instinto de lucha había dado energía a sus patas. Entrevió a Sauce gruñéndoles a las reinas del Clan del Viento con quienes había estado compartiendo lenguas unos momentos antes. Un par de guerreros del Clan de la Sombra avanzaban amenazadoramente hacia Cebrado, y Musaraña se colocó a su lado de un salto, lista para atacar.
—¡Alto! —bramó Estrella Azul desde la Gran Roca—. ¿Cómo podéis romper la tregua de esta manera? ¿Vais a exponeros a la ira del Clan Estelar?
Mientras hablaba, la luna empezó a oscurecerse. Todos los gatos del claro se quedaron inmóviles. Al alzar la vista, Corazón de Fuego vio que un jirón de nube estaba pasando por delante de la luna. Se estremeció. ¿Sería una advertencia del Clan Estelar porque los clanes parecían a punto de romper la sagrada tregua? Las nubes habían cubierto la luna en otra Asamblea, una señal del Clan Estelar que llevó a concluir la reunión.
Cuando la nube se alejó, la luna volvió a brillar. El momento álgido ya había pasado. La mayoría de los gatos se sentaron, aunque siguieron fulminándose con la mirada. Tormenta Blanca se interpuso entre Garra de Tigre y Rengo, y empezó a susurrar acaloradamente al oído del lugarteniente.
En la cima de la Gran Roca, Estrella Doblada se adelantó para situarse junto a Estrella Azul. Parecía tranquilo. Corazón de Fuego pensó que, de los cuatro clanes, el del Río era el que tenía menos razones para odiar a Cola Rota. Éste jamás había invadido su territorio ni les había robado sus cachorros.
—Estrella Azul —empezó el líder del Clan del Río—, cuéntanos por qué has hecho eso.
—Cola Rota está ciego —contestó ella, elevando la voz para que todos los presentes pudieran oírla—. Es un gato viejo y vencido. Ya no supone ningún peligro, nunca más. ¿Es que vosotros lo dejaríais morir de hambre en el bosque?
—¡Sí! —exclamó Estrella Nocturna, con voz chillona e insistente—. ¡Ninguna clase de muerte sería demasiado cruel para él! —Su boca despidió gotitas de espuma. Acercó la cabeza agresivamente a Estrella Alta y gruñó—: ¿Vas a perdonar al gato que os expulsó de vuestro territorio?
Corazón de Fuego se preguntó por qué Estrella Nocturna estaría tan nervioso, tan empeñado en espolear el odio de Estrella Alta de aquel modo. Ahora era líder de un clan: ¿qué daño podía hacerle un prisionero ciego?
Estrella Alta se apartó del líder del Clan de la Sombra, desconcertado por su furia.
—Ya sabes cuánto significa esto para nuestro clan —maulló—. Jamás perdonaremos a Estrella Rota.
—Pues entonces os diré que cometéis un error —repuso Estrella Azul—. El código guerrero nos dice que mostremos compasión. Estrella Alta, ¿no recuerdas lo que el Clan del Trueno hizo por vosotros cuando estabais derrotados y lejos de vuestro hogar? Os buscamos y os devolvimos a casa, y después luchamos a vuestro lado contra el Clan del Río. ¿Has olvidado lo que nos debéis?
Lejos de apaciguar a Estrella Alta, las palabras de la líder lo enfurecieron más. El líder del Clan del Viento se le encaró con el pelo erizado.
—¿Es que el Clan del Trueno pretende ser nuestro dueño? —espetó—. ¿Por eso nos trajisteis a casa, para que nos sometiéramos a vuestros deseos y aceptáramos vuestras decisiones sin cuestionarlas? ¿Es que crees que el Clan del Viento no tiene honor?
Estrella Azul inclinó la cabeza ante su ira.
—Tienes razón en que ningún clan puede ser dueño de otro. Eso no es lo que pretendía decir. Pero, por favor, recuerda cómo te sentías cuando eras débil e intenta mostrar compasión ahora. Si condenamos a Cola Rota a morir solo en el bosque, no seremos mejores que él.
—¿Compasión? —bufó Estrella Nocturna—. ¡No nos cuentes historias para cachorros! ¿Qué compasión mostró Estrella Rota jamás? —inquirió, y se oyeron maullidos de aprobación—. Debes echarlo ahora mismo de tu campamento, Estrella Azul, o tendrás que explicarnos por qué.
La líder entornó los ojos hasta que no fueron más que unas relucientes rendijas azules.
—¡No me digas cómo dirigir mi clan!
—Pues te diré una cosa —gruñó Estrella Nocturna—: si el Clan del Trueno sigue acogiendo a Estrella Rota, tendréis problemas. El Clan de la Sombra se encargará de eso.
—Y el Clan del Viento —apostilló Estrella Alta.
Estrella Azul guardó silencio durante un momento. Sabía lo peligroso que era enemistarse con dos clanes al mismo tiempo, especialmente cuando algunos de sus propios gatos estaban descontentos con su decisión de cuidar de Cola Rota.
—El Clan del Trueno no acepta órdenes de otros clanes —maulló por fin—. Hacemos lo que consideramos correcto.
—¿Correcto? —repitió despectivo Estrella Nocturna—. Dar asilo a ese sanguinario…
—¡Ya basta! —lo cortó Estrella Azul—. No discutamos más. Hay otros temas que comentar en esta Asamblea, ¿o es que lo habéis olvidado?
Estrella Nocturna y Estrella Alta intercambiaron una mirada y, mientras vacilaban, Estrella Doblada se adelantó para informar sobre las inundaciones y el daño sufrido en el campamento del Clan del Río. Lo dejaron hablar, aunque a Corazón de Fuego le pareció que pocos gatos escuchaban. La hondonada era un hervidero de especulaciones sobre Cola Rota.
Tormenta de Arena se pegó más a Corazón de Fuego y le susurró al oído:
—Sabía que tendríamos problemas por Cola Rota en cuanto Estrella Nocturna ha empezado a hablar.
—Lo sé. Pero Estrella Azul no puede echarlo ahora. Daría la impresión de que está cediendo. Ningún gato la respetaría después de eso.
Tormenta de Arena coincidió con un quedo ronroneo. Corazón de Fuego intentó concentrarse en el resto de la Asamblea, pero le resultó difícil. No cesaba de advertir miradas hostiles en todas partes, tanto de gatos del Clan del Viento como de la Sombra, y deseó que la reunión terminara.
Pareció que pasaba una eternidad antes de que la luna empezara a descender y los gatos se dispusieran a regresar a casa. En un acuerdo tácito, los guerreros del Clan del Trueno se dirigieron deprisa hacia Estrella Azul en cuanto ella saltó de la Gran Roca y la rodearon en un círculo protector. Corazón de Fuego supuso que todos dudaban de que la tregua se mantuviera. Entonces vio a Bigotes, que pasaba a su lado para reunirse con un grupo del Clan del Viento. Sus miradas se cruzaron y Bigotes se detuvo.
—Lamento todo esto, Corazón de Fuego —maulló quedamente—. Yo no he olvidado cómo nos ayudasteis a volver a casa.
—Gracias, Bigotes. Ojalá…
Se interrumpió al ver que Garra de Tigre se abría paso por el círculo de guerreros, fulminándolo con la mirada y enseñándole los colmillos a Bigotes, que retrocedió hacia los gatos de su clan. Corazón de Fuego se preparó para una reprimenda, pero el lugarteniente pasó de largo.
—Espero que estés satisfecha —gruñó Garra de Tigre a Estrella Azul, ocupando su sitio junto a ella—. Ahora hay dos clanes que ansían nuestra sangre. Deberíamos habernos deshecho de esa sabandija hace mucho tiempo.
A Corazón de Fuego lo sorprendió la hostilidad del lugarteniente hacia el prisionero del Clan del Trueno. No hacía mucho, lo había visto compartiendo lenguas con Cola Rota, como si hubiera aceptado que el antiguo líder se quedara en el campamento. Aunque tal vez no era tan extraño que estuviera alterado —como lo estaban todos— por el enfrentamiento con los clanes del Viento y de la Sombra.
—Garra de Tigre, éste no es lugar para que discutamos entre nosotros —dijo la líder con calma—. Cuando regresemos al campamento…
—¿Y cómo pretendéis regresar? —la interrumpió Estrella Nocturna, abriéndose paso entre los guerreros del Clan del Trueno—. No por donde habéis venido, espero. Si ponéis una pata en territorio del Clan de la Sombra, os destrozaremos. —Dio media vuelta y se internó en las sombras sin esperar respuesta.
Estrella Azul pareció confundida. Corazón de Fuego sabía que no había otro camino para volver al campamento del Clan del Trueno, a menos que se aventuraran a cruzar el arroyo a nado. Se estremeció al pensar en la turbulenta corriente que casi le cuesta la vida. ¿Tendrían que quedarse en los Cuatro Árboles hasta que la inundación remitiera? Entonces captó el olor del Clan del Río, y al darse la vuelta vio a Estrella Doblada, que se acercaba con varios guerreros.
—He oído eso —dijo el atigrado claro a Estrella Azul—. Estrella Nocturna se equivoca. En momentos como éste, todos los gatos deberían ayudarse mutuamente.
Lanzó una mirada a Corazón de Fuego mientras hablaba, y el joven supuso que el líder recordaba como él y Látigo Gris habían ayudado a su clan compartiendo las presas. Pero ninguno de los gatos presentes del Clan del Trueno, excepto Estrella Azul, sabía nada de eso, y Corazón de Fuego oyó algunos murmullos inquietos de los guerreros que lo rodeaban.
—Puedo ofreceros una ruta para regresar a casa —continuó Estrella Doblada—. Para llegar hasta aquí, hemos atravesado el río por el puente de los Dos Patas. Si vais por allí, podéis proseguir por nuestro territorio y luego cruzar más abajo… Junto a los pasaderos hay un árbol muerto que ha quedado atascado.
Antes de que Estrella Azul pudiera hablar, Garra de Tigre bufó:
—¿Y por qué deberíamos confiar en el Clan del Río?
Estrella Doblada no le prestó atención; sus ojos ámbar estaban fijos en los de Estrella Azul, a la espera de una respuesta. Ella inclinó la cabeza en señal de agradecimiento.
—Gracias, Estrella Doblada. Aceptamos vuestro ofrecimiento.
El líder del Clan del Río asintió y se dispuso a escoltarla fuera del claro. Los murmullos no cesaron del todo entre los guerreros del Clan del Trueno mientras Estrella Azul los precedía a través de los arbustos y ladera arriba para salir de la hondonada. Los gatos de los clanes de la Sombra y del Viento les bufaban, aunque los del Clan del Río los flanqueaban protectoramente. Corazón de Fuego advirtió, sobresaltado, que las divisiones del bosque habían variado en el lapso de una sola Asamblea.
Se sintió aliviado cuando alcanzaron lo alto de la cuesta y dejaron la hostil Asamblea a sus espaldas. Reparó en que Látigo Gris estaba intentando acercarse a Corriente Plateada, pero en su camino se interponía otra reina del Clan del Río, que daba lametones a Corriente Plateada de vez en cuando.
—¿Seguro que no estás cansada? —insistía la reina—. Es una caminata muy larga cuando estás embarazada.
—No, Verdeflor; me encuentro bien —contestó Corriente Plateada, lanzando una mirada de frustración a Látigo Gris por encima de la cabeza de su amiga.
Garra de Tigre se había colocado en la retaguardia de la patrulla del Clan del Trueno, y balanceaba la cabeza agresivamente a uno y otro lado, como si esperara que los del Clan del Río fueran a atacar en cualquier momento.
Estrella Azul, por el contrario, parecía bastante cómoda viajando con el otro clan. En cuanto estuvieron lejos de los Cuatro Árboles, dejó que Estrella Doblada se situara en cabeza y aminoró el paso para unirse a Vaharina.
—He oído que has tenido cachorros —maulló Estrella Azul con voz neutra—. ¿Se encuentran bien?
A Vaharina pareció sorprenderle que la líder del Clan del Trueno se dirigiera a ella.
—Dos… dos fueron arrastrados por la riada —balbuceó—. Corazón de Fuego y Látigo Gris los salvaron.
—Cuánto lo lamento. Debiste de pasar mucho miedo por ellos —murmuró Estrella Azul, con su mirada azul ablandada por la compasión—. Me alegra que mis guerreros pudieran ayudar. ¿Se han recuperado tus cachorros?
—Sí, ahora están bien. —Vaharina aún parecía desconcertada porque la líder del Clan del Trueno le hiciera preguntas tan atentas—. Todos están bien. Pronto serán aprendices.
—Seguro que se convertirán en estupendos guerreros —maulló Estrella Azul efusivamente.
Observando a su líder y a la reina del Clan del Río juntas, Corazón de Fuego no pudo evitar pensar que su pelaje gris azulado brillaba de un modo casi idéntico a la luz de la luna. Ambas poseían un cuerpo bien proporcionado y fuerte, y al ir a saltar sobre un tronco caído en el suelo, ambas flexionaron las patas con la misma economía de movimientos. Pedrizo, que iba detrás, era una copia de su hermana, con un tono plateado en el pelo y una destreza envidiable en sus movimientos.
«Si gatos de clanes diferentes pueden resultar tan parecidos, ¿por qué no pueden también pensar de un modo parecido?», se preguntó Corazón de Fuego. ¿Por qué tenía que haber tantas peleas entre ellos? Recordó con inquietud la hostilidad mostrada hacia su clan por los clanes del Viento y de la Sombra, y su encarnizamiento con la defensa que Estrella Azul había hecho de Cola Rota. Mientras avanzaba hacia el puente, alerta por si captaba olor de Dos Patas, Corazón de Fuego notó que fríos vientos de guerra empezaban a recorrer el bosque.
El segundo día después de la Asamblea, Corazón de Fuego se despertó en la guarida de los guerreros y descubrió que Látigo Gris ya se había marchado. El hueco en el musgo donde había dormido su amigo estaba bastante frío.
»Se ha ido a ver a Corriente Plateada», pensó con un suspiro de resignación. La verdad es que no era de extrañar, ahora que Látigo Gris sabía que Corriente Plateada iba a tener cachorros, pero eso significaba que él tendría que cubrir su ausencia una vez más.
Bostezando con ganas, salió entre las ramas del arbusto y se sacudió el musgo de encima mientras echaba un vistazo por el claro. El sol estaba asomando por encima del muro de helechos, proyectando largas sombras sobre el suelo desnudo. El cielo estaba nítido, sin nubes y azul. Los trinos que sonaban por todas partes prometían una caza fácil.
—¡Hola, Fronde! —saludó al aprendiz, que estaba parpadeando en la entrada de su guarida—. ¿Quieres ir a cazar?
Fronde se levantó de un salto y cruzó el claro corriendo.
—¿Ahora? —preguntó, con ojos relucientes y encantados.
—Sí, ahora —respondió Corazón de Fuego, compartiendo de pronto la ansiedad del joven gato—. No me iría nada mal un delicioso ratón fresco, ¿y a ti?
Fronde se colocó detrás de él mientras se dirigían al túnel de aulagas. Corazón de Fuego advirtió que ni siquiera había preguntado dónde estaba Látigo Gris. Con una punzada de inquietud, pensó que su amigo jamás se había tomado en serio sus obligaciones como mentor. Desde el principio, había sentido mayor interés por Corriente Plateada. Mientras tanto, era Corazón de Fuego quien se había encargado más o menos del entrenamiento de Fronde. El joven guerrero lo disfrutaba, y apreciaba al aprendiz canela, tan formal, pero le preocupaba que la lealtad al clan no significara más para Látigo Gris.
Dejó esos pensamientos a un lado y condujo a Fronde barranco arriba, evitando el fangoso lecho del arroyo, donde el desbordamiento todavía se estaba secando. Resultaba difícil estar triste o nervioso en un día tan radiante y cálido. Con las inundaciones remitiendo sin pausa, ya no había peligro de que el Clan del Trueno fuera expulsado de su campamento por una crecida del río.
Se detuvo en lo alto del barranco.
—Muy bien, Fronde. Aspira profundamente. ¿Qué puedes oler?
Fronde se detuvo con la cabeza muy tiesa, los ojos cerrados y la boca abierta para inhalar la brisa.
—Ratón —maulló al cabo—. Conejo, mirlo y… y otro pájaro que no conozco.
—Es un pájaro carpintero —explicó Corazón de Fuego—. ¿Algo más?
Fronde se concentró, y de pronto abrió los ojos alarmado.
—¡Zorro!
—¿Fresco?
El aprendiz olfateó de nuevo y entonces se relajó, algo avergonzado.
—No; rancio. De hace dos días o tres, creo.
—Bien, Fronde. Ahora tú irás por ahí, hasta los dos viejos robles —indicó Corazón de Fuego—, y yo iré por aquí.
Observó unos momentos al aprendiz, que se movía despacio bajo la sombra de los árboles, deteniéndose cada pocos pasos para olfatear el aire. Un aleteo bajo un arbusto distrajo a Corazón de Fuego; al girar la cabeza, vio un tordo que batía las alas para mantener el equilibrio mientras tiraba de un gusano. Se agazapó y fue hacia el pájaro lentamente. El tordo consiguió sacar al gusano del suelo y empezó a comérselo. El gato tensó los músculos para saltar.
—¡Corazón de Fuego! ¡Corazón de Fuego!
El angustiado maullido de Fronde rompió el silencio. Sus patas quebraban la hojarasca seca mientras corría entre los árboles hacia el joven guerrero. Corazón de Fuego se abalanzó sobre el tordo, pero éste ya estaba alerta. Voló hasta una rama baja, graznando de pánico, mientras las zarpas del joven guerrero se posaban sobre el suelo vacío.
—¿Qué crees que estás haciendo? —Se volvió furioso hacia el aprendiz—. Podría haber atrapado a ese tordo, pero ahora ¡ya me dirás! Todas las presas del bosque habrán…
—¡Corazón de Fuego! —repitió Fronde sin resuello, frenando en seco ante él—. ¡Vienen hacia aquí! ¡Primero los he olido, y luego los he visto!
—¿A quiénes has olido? ¿Quién viene?
Fronde tenía los ojos dilatados de terror.
—¡El Clan de la Sombra y el Clan del Viento! —exclamó—. ¡Vienen a invadir nuestro campamento!