Mientras se hundía en el arroyo consiguió mantener clavada una zarpa en la rama. Sintió como si estuviera peleando con un enemigo armado de púas; las ramitas lo azotaban y arañaban mientras su aliento formaba burbujas en la oscura agua. Sacó la cabeza a la superficie brevemente pero, antes de que pudiera tomar aire, la rama giró y volvió a sumergirlo.
El terror le infundió una extraña calma, como si el tiempo se hubiera ralentizado. Parte de su mente le decía que soltara la rama y luchara por salir a la superficie, pero él sabía que, si hacía tal cosa, pondría su vida en peligro: la corriente era demasiado fuerte para que pudiese nadar. Con la potencia del agua, lo único que podía hacer era clavar bien las uñas y resistir. «¡Que el Clan Estelar me ayude!», rogó desesperado.
Sus sentidos estaban empezando a fundirse en una tentadora oscuridad cuando la rama giró de nuevo y lo sacó a la superficie. Escupiendo medio ahogado, se aferró a la rama, con el agua formando remolinos a ambos lados. No conseguía ver la orilla e intentó sobresalir más del agua, pero el pelaje empapado le pesaba demasiado y las patas se le estaban entumeciendo de frío. No sabía cuánto más podría aguantar.
Justo cuando sentía que estaba a punto de ceder, algo frenó la rama de golpe, ésta se estremeció de arriba abajo y Corazón de Fuego casi salió despedido. Mientras se agarraba desesperadamente, oyó que un gato gritaba su nombre y vio que el otro extremo de la rama estaba atascado contra una roca que sobresalía del arroyo.
Rabo Largo estaba encima de la roca, inclinándose hacia él.
—¡Muévete, minino casero! —gruñó.
Con la última gota de energía que le quedaba, Corazón de Fuego avanzó por la rama tambaleándose. Las ramitas le azotaban la cara. Sintió que la rama daba una sacudida y saltó hacia la roca; sus patas delanteras la arañaron, mientras que las traseras pataleaban en el agua. Apenas había tocado la piedra cuando la rama se soltó bajo sus patas y fue barrida por la corriente.
Corazón de Fuego pensó que se iría tras ella: la roca era muy lisa y sus patas no encontraban dónde aferrarse. Entonces, Rabo Largo estiró la cabeza y lo agarró por el pescuezo. Con esa ayuda, Corazón de Fuego consiguió subir, hasta que por fin alcanzó lo alto de la roca. Temblando y tosiendo, escupió mucha agua antes de poder levantar la vista.
—Gracias, Rabo Largo —dijo al cabo sin aliento.
El rostro del otro guerrero era inexpresivo.
—No ha sido nada.
Garra de Tigre apareció por detrás de la roca.
—¿Estás herido? ¿Puedes caminar?
Tembloroso, Corazón de Fuego se puso en pie. Chorreaba agua, y se la sacudió de encima.
—E… estoy bien, Garra de Tigre —tartamudeó.
El lugarteniente retrocedió para esquivar la llovizna de gotitas que despedía el pelaje de Corazón de Fuego.
—Ten cuidado. Ya estamos bastante mojados —gruñó. Luego se acercó al joven guerrero para olisquearlo rápidamente—. Regresa al campamento —ordenó—. De hecho, regresaremos todos. Nadie puede cruzar este arroyo; tú lo has demostrado, por lo menos.
Corazón de Fuego asintió y siguió al lugarteniente en silencio hacia el bosque. Sintiendo más frío y cansancio de lo que recordaba haber sentido en toda su vida, lo único que quería era enroscarse a dormir al sol.
Pero, aunque sentía las patas como piedras mojadas, su cerebro era un remolino de temor y sospecha. Garra de Tigre le había mandado subir a la rama, cuando cualquiera habría visto que era peligroso. Corazón de Fuego no podía evitar preguntarse si el lugarteniente habría liberado la rama a propósito, para asegurarse de que él caía al arroyo crecido.
«No si Rabo Largo estaba mirando», concluyó. Después de todo, Rabo Largo lo había rescatado; por mucho que a Corazón de Fuego le desagradara, tenía que admitir que el atigrado claro se atenía estrictamente al código del clan cuando otro guerrero necesitaba su ayuda.
Sin embargo, Garra de Tigre podía haber soltado la rama sin que Rabo Largo lo viera, o quizá éste no había entendido qué estaba sucediendo. Le habría gustado preguntárselo, pero sabía que, si lo hacía, Garra de Tigre sería informado de su curiosidad.
Entonces miró al lugarteniente de soslayo, y vio que éste lo observaba con odio indisimulado. Al cruzar sus miradas, Garra de Tigre entornó los ojos como en una amenaza muda. Y en ese preciso momento, Corazón de Fuego supo con total certeza que el lugarteniente había intentado matarlo. En esa ocasión había fallado, pero ¿qué ocurriría en la siguiente? Su agotado cerebro se espantó por la respuesta más que obvia: la próxima vez, Garra de Tigre se aseguraría de no fallar.
Para cuando llegaron al campamento, el cálido sol de la estación de la hoja nueva había secado el pelaje de Corazón de Fuego, pero él estaba tan exhausto que apenas podía poner una pata delante de la otra.
Tormenta de Arena, que estaba disfrutando del sol delante de la guarida de los guerreros, se levantó de un salto en cuanto lo vio y corrió a su lado.
—¡Corazón de Fuego! —exclamó—. ¡Tienes un aspecto horrible! ¿Qué ha pasado?
—Poca cosa —masculló—. Estaba…
—A Corazón de Fuego le ha dado por nadar un poco; eso es todo —lo interrumpió Garra de Tigre. Lanzó una mirada al joven guerrero—. Vamos. Hemos de informar a Estrella Azul.
Se encaminó a la Peña Alta con Rabo Largo a la zaga. Mientras Corazón de Fuego se tambaleaba detrás de ellos, Tormenta de Arena avanzó a su lado, pegando su cálido cuerpo al de él para darle apoyo.
—¿Y bien? —preguntó la líder cuando los gatos se detuvieron ante ella—. ¿Habéis encontrado algún sitio por dónde cruzar?
Garra de Tigre negó con su enorme cabeza.
—Es imposible. El agua está demasiado alta.
—Pero todos los clanes deberían asistir a la Asamblea —señaló Estrella Azul—. El Clan Estelar se enfurecerá si no tratamos de hallar una ruta seca. Garra de Tigre, cuéntame exactamente adónde habéis ido.
El lugarteniente empezó a describir los sucesos de la mañana con todo detalle, incluyendo el intento de Corazón de Fuego de cruzar por la rama.
—Ha sido valiente pero insensato —gruñó—. He pensado que iba a pagar con su vida.
Tormenta de Arena miró impresionada a Corazón de Fuego. Sin embargo, éste sabía tan bien como Garra de Tigre que no había tenido elección a la hora de pasar por la rama.
—Ten más cuidado en el futuro, Corazón de Fuego —le aconsejó Estrella Azul—. Ve a ver a Fauces Amarillas por si te has resfriado.
—Estoy bien —contestó el joven—. Sólo necesito dormir; eso es todo.
La líder entornó los ojos.
—Eso era una orden, Corazón de Fuego.
Reprimiendo un bostezo, él inclinó la cabeza respetuosamente.
—Sí, Estrella Azul.
—Ven a nuestra guarida cuando termines —maulló Tormenta de Arena, dándole un lametazo—. Iré a buscarte algo de carne fresca.
Corazón de Fuego le dio las gracias y se encaminó con paso vacilante a la guarida de Fauces Amarillas. El claro estaba vacío, pero cuando llamó a la vieja curandera, ésta asomó la cabeza por la grieta de la roca.
—¿Corazón de Fuego? ¡Por el gran Clan Estelar, pero si pareces una ardilla caída del árbol! ¿Qué te ha pasado?
La gata se le acercó mientras él empezaba a explicárselo. Carbonilla salió cojeando detrás de ella y se sentó junto al joven; se le dilataron los ojos azules al oír cómo había estado a punto de morir ahogado.
Al verla, Corazón de Fuego no pudo evitar recordar cómo ella había resultado herida junto al Sendero Atronador… ¿Otro accidente orquestado por Garra de Tigre? Eso por no mencionar el asesinato a sangre fría de Cola Roja. Mareado de agotamiento, el joven se preguntó cómo podría detener al lugarteniente antes de que otro gato muriera por su despiadada ambición.
—Muy bien —dijo Fauces Amarillas con voz cascada, interrumpiendo sus angustiados pensamientos—. Eres un gato fuerte y probablemente no te hayas resfriado, pero te examinaremos para comprobarlo. Carbonilla, ¿qué deberíamos buscar cuando un gato se da un buen remojón?
La gatita se irguió con la cola enroscada alrededor de las patas. Con los ojos clavados en Fauces Amarillas, recitó:
—Dificultades respiratorias, náuseas, sanguijuelas en la piel.
—Bien —gruñó Fauces Amarillas—. Adelante.
Con cuidado, Carbonilla olfateó a Corazón de Fuego de arriba abajo, separándole el pelo con una zarpa para asegurarse de que no se le había pegado ninguna sanguijuela.
—¿Respiras bien, Corazón de Fuego? —preguntó dulcemente—. ¿Sientes náuseas?
—No; todo está bien. Sólo quiero dormir durante una luna.
—Yo creo que Corazón de Fuego se encuentra bien, Fauces Amarillas —informó la joven gata. Restregó la mejilla contra la del guerrero y le dio un par de lametones—. Pero no vuelvas a saltar por encima de ningún río, ¿eh?
Fauces Amarillas soltó un ronroneo gutural.
—Perfecto, Corazón de Fuego, ahora ya puedes irte a dormir.
Carbonilla agitó las orejas sorprendida.
—¿Tú no vas a examinarlo también? ¿Y si a mí se me ha escapado alguna cosa?
—No hace falta —respondió la curandera—. Confío en ti, Carbonilla. —La vieja gata se desperezó arqueando su huesudo lomo, y luego se relajó—. Hay algo que quiero decirte desde hace un tiempo —continuó—. Por aquí veo a tantos gatos con cerebro de ratón que es un auténtico placer encontrar a alguien con sentido común. Has aprendido rápidamente, y eres muy buena con los enfermos.
—¡Gracias, Fauces Amarillas! —exclamó Carbonilla, con los ojos como platos ante el elogio de la curandera.
—Silencio, que no he terminado. Ya me estoy haciendo vieja, y es hora de que empiece a pensar en buscar un aprendiz. Carbonilla, ¿qué te parecería convertirte en la próxima curandera del Clan del Trueno?
La gata se puso en pie de un salto. Sus ojos centelleaban, y ella temblaba de emoción.
—¿Lo dices en serio? —susurró.
—Por supuesto —gruñó Fauces Amarillas—. Yo no hablo por el placer de oír mi propia voz, como hacen otros gatos.
—En ese caso, la respuesta es sí —murmuró Carbonilla, levantando la cabeza con dignidad—. ¡Me gustaría más que cualquier otra cosa en el mundo!
Corazón de Fuego sintió que el pulso se le aceleraba de alegría. Se había preocupado mucho por Carbonilla; al principio cuando pensaba que podía morir, y luego cuando quedó claro que su pata herida le impediría convertirse en guerrera. Recordaba que ella se angustiaba pensando qué podría hacer con su vida. Y ahora parecía que Fauces Amarillas había encontrado la solución perfecta. Ver a la joven gata tan feliz e ilusionada por el futuro era más de lo que Corazón de Fuego había esperado jamás.
El joven regresó a la guarida de los guerreros con paso más ligero, compartió algo de carne fresca con Tormenta de Arena y luego se fue a dormir. Cuando despertó, la luz era rojiza por los rayos del sol poniente.
Látigo Gris le estaba dando unos empujoncitos.
—Despierta —maulló—. Estrella Azul acaba de convocar una reunión.
Cuando Corazón de Fuego salió del dormitorio, la líder ya estaba encima de la Peña Alta. Fauces Amarillas se hallaba a su lado, y cuando todos los gatos estuvieron reunidos, fue la vieja curandera la que empezó a hablar.
—Gatos del Clan del Trueno —dijo con voz ronca—, tengo que anunciaros algo. Como sabéis, ya no soy joven. Es hora de que tome un aprendiz. De modo que he escogido al único miembro del clan al que tolero. —Fauces Amarillas soltó un ronroneo risueño—. Y el único miembro del clan que me tolera a mí. Vuestra próxima curandera será Carbonilla.
Se alzó un coro de maullidos encantados. Carbonilla se encontraba al pie de la Peña Alta, con los ojos brillantes y el pelaje pulcramente acicalado. Bajó la cabeza con timidez ante las felicitaciones del clan.
—Carbonilla —Estrella Azul elevó la voz por encima del ruido—, ¿aceptas el puesto de aprendiza de Fauces Amarillas?
La gatita levantó la cabeza para mirar a la líder.
—Sí, Estrella Azul.
—Entonces, cuando llegue la media luna, deberás viajar a la Boca Materna para ser aceptada por el Clan Estelar ante los otros curanderos. Los buenos deseos del Clan del Trueno te acompañarán.
Fauces Amarillas medio saltó y medio se deslizó para bajar de la roca, y se acercó a Carbonilla para tocar su nariz con la de ella. Luego el resto del clan se congregó alrededor de la nueva aprendiza. Corazón de Fuego vio a Fronde apretándose contra su hermana, con los ojos relucientes de orgullo, e incluso Garra de Tigre se acercó a decirle unas palabras. No cabía duda de que Carbonilla era una decisión popular para aquel puesto tan importante.
Mientras esperaba para felicitar a Carbonilla, Corazón de Fuego deseó que todos sus problemas pudieran resolverse tan fácilmente.