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Corazón de Fuego salió de entre los helechos que rodeaban el dormitorio de los aprendices y estiró las patas delanteras. Acababa de amanecer, y el cielo ya lucía azul pálido, augurando buen tiempo tras días de nubes y lluvia.

En opinión de Corazón de Fuego, dormir en la guarida de los aprendices era la peor parte del castigo. Cada vez que entraba allí, Espino y Centellina se quedaban mirándolo con los ojos como platos, como si no pudieran creer lo que estaban viendo. Fronde se mostraba incómodo, mientras que Zarpa Rauda —probablemente espoleado por su mentor Rabo Largo— se burlaba abiertamente. A Corazón de Fuego le costaba relajarse, y su descanso se veía interrumpido por sueños en los que Jaspeada corría hacia él maullando una advertencia que jamás recordaba al despertar.

Abrió la boca en un enorme bostezo y se acomodó para lavarse a fondo. Látigo Gris seguía durmiendo; pronto tendría que despertarlo y buscar un guerrero que los supervisara en una nueva patrulla de caza.

Mientras se lavaba, vio a Estrella Azul y Garra de Tigre sentados al pie de la Peña Alta, enfrascados en una conversación. Se preguntó de qué estarían hablando. Entonces Estrella Azul lo llamó con una sacudida de la cola. El joven guerrero se levantó al instante y cruzó el claro corriendo.

—Corazón de Fuego —maulló Estrella Azul cuando él estuvo cerca—, Garra de Tigre y yo pensamos que Látigo Gris y tú ya habéis tenido suficiente castigo. Podéis volver a ser guerreros de pleno derecho.

Corazón de Fuego casi sintió vértigo del alivio.

—Gracias, Estrella Azul —contestó.

—Esperemos que esto os haya enseñado la lección —gruñó el lugarteniente.

—Garra de Tigre va a llevar una patrulla hasta los Cuatro Árboles —continuó la líder antes de que Corazón de Fuego pudiera responder—. Dentro de dos noches, la luna estará llena, y necesitamos saber si podremos llegar a la Asamblea. Garra de Tigre, ¿querrías llevarte a Corazón de Fuego contigo?

El joven no pudo descifrar el brillo de los ojos ámbar del lugarteniente. No parecía contento —Garra de Tigre nunca lo parecía—, pero mostraba cierta satisfacción oscura, como si disfrutara poniéndolo a prueba. A Corazón de Fuego no le importó. Le emocionaba que Estrella Azul confiara en él de nuevo para una auténtica misión guerrera.

—Puede venir —aceptó Garra de Tigre—. Pero si mete la pata, querré saber por qué. —Su oscuro pelaje se onduló cuando se puso en pie—. Buscaré a otro guerrero que nos acompañe.

Corazón de Fuego lo observó mientras cruzaba el claro y desaparecía en la guarida de los guerreros.

—Esta Asamblea será importante —murmuró la líder a su lado—. Tenemos que averiguar cómo están sobrellevando las inundaciones los demás clanes. Para nuestro clan es crucial estar allí.

—Encontraremos la manera, Estrella Azul —aseguró Corazón de Fuego.

Pero su seguridad se esfumó al cabo de un momento, cuando Garra de Tigre salió de la guarida. Lo seguía Rabo Largo. Daba la impresión de que el lugarteniente había escogido al tercer miembro de la patrulla deliberadamente para perjudicar a Corazón de Fuego.

Éste sintió un nudo de aprensión en el estómago. No estaba seguro de querer salir solo con Garra de Tigre y Rabo Largo. Aún tenía fresco el recuerdo de la batalla contra el Clan del Río, cuando el lugarteniente lo vio debatirse con un fiero guerrero y no hizo ni amago de ayudarlo. Y Rabo Largo era su enemigo desde el primer día que pisó el campamento.

Durante un momento, en la cabeza de Corazón de Fuego giraron terribles imágenes de los dos gatos volviéndose contra él en lo más profundo del bosque y asesinándolo. Luego regresó a la realidad. Se estaba asustando solo como un cachorro al escuchar los relatos de un veterano. Sin duda, Garra de Tigre le haría exigencias irrazonables y Rabo Largo disfrutaría cada instante, pero él no temía los desafíos. ¡Les enseñaría que era un guerrero tan valioso como ellos en todo lo fundamental!

Tras despedirse respetuosamente de Estrella Azul, cruzó el claro corriendo y siguió a Garra de Tigre y Rabo Largo fuera del campamento.

El sol fue subiendo y el cielo se tornó de un azul profundo mientras los tres gatos atravesaban el bosque hacia los Cuatro Árboles. Los helechos se inclinaban con el peso de relucientes gotas de rocío. Los pájaros cantaban y las ramas susurraban con hojas recién abiertas. La estación de la hoja nueva había llegado por fin.

Mientras iba detrás de Garra de Tigre, a Corazón de Fuego lo distraían los tentadores movimientos del sotobosque, donde las presas correteaban de aquí para allá. Al cabo de un rato, el lugarteniente les permitió parar a cazar. Garra de Tigre estaba de un buen humor muy poco habitual; incluso se relajó lo bastante como para elogiar a Corazón de Fuego cuando saltó sobre un campañol particularmente veloz. Hasta Rabo Largo se guardó sus hostiles comentarios para sí mismo.

Cuando retomaron la marcha, Corazón de Fuego notaba el estómago reconfortado y lleno con el campañol que se había zampado. Su inquietud se desvaneció. En un día como aquél no podía evitar sentirse optimista; seguro que pronto tendrían buenas noticias para Estrella Azul.

Llegaron a lo alto de una pendiente y se inclinaron a mirar el arroyo que atravesaba el territorio del Clan del Trueno, separándolo de los Cuatro Árboles. Garra de Tigre soltó un bufido y Rabo Largo maulló afligido.

Corazón de Fuego sintió la misma exasperación. Normalmente, el arroyo era tan poco profundo que los gatos podían cruzarlo sin dificultad: saltaban de roca en roca sin ni siquiera mojarse las patas. Ahora el agua se había extendido a ambos lados como una sábana reluciente, mientras que el curso original del arroyo era una corriente rápida y turbulenta.

—¿A alguien le apetece cruzar eso? —resopló Rabo Largo—. A mí no.

Sin decir ni una palabra, Garra de Tigre empezó a andar arroyo arriba, siguiendo el borde de la inundación hacia el Sendero Atronador. El terreno ascendía suavemente, y al cabo de poco Corazón de Fuego vio que la brillante superficie quedaba rota por montecillos de hierba y matas de helechos que asomaban por encima del agua.

—Esto no es tan profundo como informó Tormenta Blanca la última vez —maulló Garra de Tigre—. Intentaremos cruzar por aquí.

Corazón de Fuego tenía sus dudas sobre la profundidad del agua, pero se las guardó para sí. Sabía que si protestaba se ganaría las burlas habituales por su blandura de antiguo minino casero. Así que siguió en silencio a Garra de Tigre, que ya estaba vadeando el arroyo. Rabo Largo sacudía las orejas nerviosamente mientras chapoteaba detrás de él.

El agua que le lamió las patas estaba fría. Avanzó con cuidado, dibujando un zigzag hacia la orilla más cercana mientras saltaba de una mata de hierba a la siguiente. Gotas de agua relucían a la luz del sol mientras avanzaba chapoteando. Una vez, una rana se revolvió debajo de sus patas y casi le hizo perder el equilibrio, pero el joven se enderezó clavando las uñas en el empapado montículo de hierba.

Delante de él la corriente era marrón, pues agitaba el barro del lecho fluvial. Era demasiado ancha para que un gato la salvara de un salto, y los pasaderos estaban completamente sumergidos. «Garra de Tigre no esperará que nademos, ¿verdad?», pensó con un estremecimiento.

Entonces oyó gritar a Garra de Tigre arroyo arriba:

—¡Venid aquí! ¡Mirad esto!

Corazón de Fuego fue hacia él chapoteando. El lugarteniente, con Rabo Largo a su lado, estaba al borde del arroyo. Delante de ellos había una rama atascada, colocada allí por la corriente de modo que iba de una orilla a la otra.

—Justo lo que necesitamos —gruñó Garra de Tigre con satisfacción—. Corazón de Fuego, comprueba si es segura, ¿quieres?

El joven guerrero miró vacilante la rama. Era mucho más delgada que el árbol caído que había usado para cruzar al territorio del Clan del Río, y tenía ramitas apuntando en todas direcciones, todavía con hojas muertas colgando de ellas. De vez en cuando, toda la rama daba una leve sacudida, como si la corriente quisiera arrastrarla de nuevo.

Con otro guerrero veterano, o incluso con Estrella Azul, Corazón de Fuego habría discutido antes de poner una pata encima. Pero ningún gato cuestionaba las órdenes de Garra de Tigre.

—¿Te da miedo, minino casero? —se mofó Rabo Largo.

Corazón de Fuego notó que la determinación ardía en su interior. No mostraría temor delante de aquellos dos gatos, ni les daría el gusto de poder contárselo al resto del clan. Apretando los dientes, subió al extremo de la rama, que se combó de inmediato bajo sus patas. Clavó las uñas para conservar el equilibrio. Vio el agua marrón corriendo a sólo un ratón de distancia, y durante unos segundos pensó que iba a hundirse en ella.

Luego se enderezó. Empezó a moverse cautelosamente, poniendo una pata detrás de la otra en línea recta. La fina rama se balanceaba bajo su cuerpo con cada paso. Las ramitas se le enganchaban en el pelo, amenazando su equilibrio. «Nunca llegaremos a la Asamblea de esta manera», pensó.

Poco a poco se fue acercando al centro del arroyo, donde la corriente era más fuerte. La rama había ido estrechándose hasta ser apenas más gruesa que su cola, con lo cual era difícil afianzar las patas. Hizo una pausa para calcular la distancia que quedaba: ¿estaba lo bastante cerca para saltar con seguridad?

Entonces la rama dio una sacudida. Instintivamente, Corazón de Fuego clavó más las garras. Oyó gritar a Garra de Tigre:

—¡Corazón de Fuego! ¡Vuelve atrás!

El joven guerrero osciló precariamente. Luego la rama dio otra sacudida, de repente quedó libre y empezó a correr con las agitadas aguas. Corazón de Fuego resbaló a un lado, y le pareció que Garra de Tigre gritaba una vez más mientras las olas lo cubrían.