—Bueno, pero si es nuestro nuevo aprendiz: ¡Zarpa de Fuego!
Corazón de Fuego levantó la vista del campañol que estaba comiendo y vio cómo Rabo Largo se acercaba pavoneándose y ondeando la cola en el aire.
—¿Listo para una sesión de entrenamiento? —se mofó—. Garra de Tigre me ha mandado que sea tu mentor.
Tomándose su tiempo, Corazón de Fuego engulló el último bocado de campañol y se puso en pie. Se imaginaba qué había sucedido. Estrella Azul le había hablado a Garra de Tigre del castigo, y al lugarteniente le había faltado tiempo para organizar la primera patrulla. Naturalmente, había escogido como supervisor al guerrero que menos tragaba a Corazón de Fuego.
A su lado, Látigo Gris se levantó de un salto y dio un paso hacia Rabo Largo.
—Mucho cuidado con lo que dices —gruñó—. ¡No somos aprendices!
—Eso no es lo que he oído —replicó Rabo Largo, relamiéndose con deleite, como si acabara de tomar un sabroso bocado.
—Entonces será mejor que lo dejemos claro —siseó Corazón de Fuego, empezando a sacudir la cola—. ¿Quieres que te desgarre la otra oreja?
Rabo Largo retrocedió, seguramente recordando la llegada al campamento de Corazón de Fuego. Éste había peleado ferozmente con él, sin mostrar miedo pese a sus burlas de «minino casero». Corazón de Fuego sabía que, aunque los otros gatos dejaran a Rabo Largo olvidar su derrota, su oreja partida se lo recordaría para siempre.
—Será mejor que os andéis con cuidado —fanfarroneó—. Garra de Tigre os arrancará la cola si me tocáis.
—Valdría la pena —replicó Corazón de Fuego—. Vuelve a llamarme Zarpa de Fuego y lo verás.
Rabo Largo no dijo nada; se limitó a girar la cabeza para lamerse el pelaje claro. Corazón de Fuego relajó su postura amenazante.
—Vale —gruñó—. Si vamos a cazar, pongámonos patas a la obra.
Látigo Gris y él abrieron la marcha por el túnel de aulagas y barranco arriba. Rabo Largo los siguió, sugiriendo dónde cazar, como si estuviese al mando, pero, una vez que llegaron al bosque, ambos amigos se dedicaron a ningunearlo.
El día era frío y gris, y había empezado a caer una fina lluvia. Resultaba difícil encontrar presas. Látigo Gris captó movimiento en unas hojas de helecho y fue a investigar. Corazón de Fuego ya estaba a punto de darse por vencido cuando vio un pinzón alrededor de las raíces de un avellano. El guerrero se agazapó y empezó a avanzar paso a paso mientras el pájaro picoteaba desprevenido.
Estaba preparándose para saltar, balanceando las ancas, cuando Rabo Largo exclamó burlón:
—¿A eso lo llamas acechar? ¡He visto un conejo con tres patas haciéndolo mejor!
En cuanto abrió la boca, el pinzón huyó revoloteando, con un chillido de alarma.
Corazón de Fuego dio media vuelta furioso.
—¡Mira lo que has hecho! —gruñó—. En cuanto te ha oído…
—Tonterías —maulló Rabo Largo—. No pongas excusas. No podrías cazar un ratón aunque se te sentara entre las patas.
Corazón de Fuego agachó las orejas y mostró los colmillos, pero, mientras se preparaba para una pelea, se preguntó si Rabo Largo no estaría provocándolo deliberadamente. Si lo atacaba, éste tendría una buena historia que contarle a Garra de Tigre.
—Bien —gruñó el joven guerrero entre dientes—. Si tan bueno eres, enséñanos cómo se hace.
—Como que va a quedar alguna presa después del escándalo que ha armado ese pájaro —contestó Rabo Largo despectivo.
—¿Quién está poniendo excusas ahora? —le espetó Corazón de Fuego.
Antes de que Rabo Largo pudiera replicar, Látigo Gris salió de entre los helechos con un campañol en la boca. Lo dejó junto a Corazón de Fuego y se puso a echarle tierra encima para reservarlo hasta que tuvieran que regresar al campamento.
Rabo Largo aprovechó la interrupción para ir deprisa hacia el túnel que Látigo Gris había abierto entre los helechos.
El guerrero gris lo observó irse.
—¿Qué es lo que le pasa? Parece como si hubiera tragado bilis de ratón.
Corazón de Fuego se encogió de hombros.
—Nada. Vamos, sigamos buscando.
Después de aquello, Rabo Largo los dejó en paz, y para el crepúsculo, los dos jóvenes guerreros habían formado un respetable montón de carne fresca que llevar al campamento.
—Tú llévales un poco a los veteranos —propuso Corazón de Fuego cuando dejaron las últimas piezas—. Yo iré a ver a Fauces Amarillas y Carbonilla.
Escogió una ardilla y se encaminó a la guarida de la curandera. Fauces Amarillas se encontraba frente a la grieta de la roca, con Carbonilla sentada delante de ella. La antigua aprendiza de Corazón de Fuego parecía contenta y alerta. Estaba muy tiesa, con la cola enroscada alrededor de las patas y sus ojos azules clavados en la anciana gata, a la que escuchaba.
—Podemos mascar hierba cana y mezclarla con bayas de enebro machacadas —dijo Fauces Amarillas con voz ronca—. Así se prepara una buena cataplasma para las articulaciones doloridas. ¿Quieres probar a hacerlo?
—¡Claro! —maulló Carbonilla entusiasmada. Se levantó de un salto y olfateó el montoncito de hierbas que Fauces Amarillas había dejado en el suelo—. ¿Tiene mal sabor?
—No —respondió la curandera—, pero procura no tragarla. Un poco no te hará ningún daño, pero demasiado te dará dolor de barriga. Sí, Corazón de Fuego, ¿qué quieres?
El joven cruzó el claro arrastrando la ardilla entre las patas. Carbonilla ya estaba inclinada ante la hierba cana, mascando vigorosamente, pero movió la cola a modo de saludo.
—Esto es para vosotras —dijo el guerrero tras dejar la ardilla junto a Fauces Amarillas.
—Oh, sí. Viento Veloz me ha dicho que estabais volviendo a hacer tareas de aprendices —gruñó la vieja curandera—. ¡Cerebro de ratón! Deberíais haber sabido que alguien descubriría que estabais ayudando al Clan del Río.
—Bueno, eso ya está hecho. —Corazón de Fuego no quería hablar de su castigo.
Para su alivio, Fauces Amarillas pareció contenta de cambiar de tema.
—Me alegra que hayas venido —maulló—, porque quería hablar contigo. ¿Ves esa cataplasma? —Señaló con el hocico la pasta verde de hojas mascadas que Carbonilla estaba preparando.
—Sí.
—Es para Orejitas. Ahora está en mi guarida, con el peor caso de articulaciones agarrotadas que he visto en lunas. Apenas puede moverse. Y si me pides mi opinión, te diré que se debe a que hace poco han renovado su lecho con musgo húmedo. —Su tono era amable, pero sus ojos amarillos abrasaron los de Corazón de Fuego.
El joven sintió que se le encogía el corazón.
—Esto tiene que ver con Pequeño Nimbo, ¿verdad?
—Creo que sí. No ha tenido cuidado con el musgo nuevo que ha recogido. Me da la impresión de que ni siquiera se ha molestado en sacudirle el agua de encima.
—Pero yo le enseñé cómo… —Corazón de Fuego se interrumpió. Ya tenía bastantes problemas; no era justo que también tuviera que ocuparse de resolver los de Pequeño Nimbo. Respiró hondo—. Hablaré con él —prometió.
—Hazlo —gruñó Fauces Amarillas.
Carbonilla se incorporó, escupiendo restos de hierba cana.
—¿Está bastante mascada?
Fauces Amarillas inspeccionó su trabajo.
—Excelente —maulló.
Los ojos azules de Carbonilla relucieron con el elogio, y Corazón de Fuego miró con admiración a la vieja curandera. Lo reconfortaba ver que Carbonilla se sentía útil y necesaria.
—Ahora ya puedes traer las bayas de enebro —añadió la vieja gata—. Veamos… Con tres bastará. ¿Sabes dónde las guardo?
—Sí, Fauces Amarillas. —Carbonilla se encaminó hacia la grieta de la roca, saltando a pesar de su cojera y con la cola muy tiesa. En la entrada de la guarida miró atrás—. Gracias por la ardilla, Corazón de Fuego —maulló antes de desaparecer.
Fauces Amarillas la miró con aprobación y soltó un ronroneo oxidado.
—Ahí hay una gata que sabe lo que está haciendo —murmuró.
Corazón de Fuego estaba de acuerdo. Le gustaría poder decir lo mismo de su parentela.
—Iré a buscar a Pequeño Nimbo ahora mismo.
Suspiró, tocando el costado de Fauces Amarillas con la nariz, antes de abandonar la guarida.
El cachorro blanco no estaba en la maternidad, de modo que probó en el recinto de los veteranos. Al entrar, oyó la voz de Medio Rabo:
—Así que el líder del Clan del Tigre acechó al zorro una noche y un día, y en la segunda noche… Hola, Corazón de Fuego, ¿has venido a escuchar la historia?
El joven guerrero miró alrededor. Medio Rabo estaba enroscado sobre el musgo, con Centón y Cola Moteada cerca de él. Pequeño Nimbo estaba acomodado en la curva del cuerpo del gran atigrado, con los ojos azules dilatados de asombro mientras se imaginaba a los poderosos gatos rayados del Clan del Tigre. En el suelo de la guarida había unos pocos restos de carne fresca; por el olor que desprendía el pelo del cachorro, Corazón de Fuego supuso que los veteranos habían compartido su comida con él.
—Gracias, Medio Rabo —contestó—, pero no puedo quedarme. Sólo quería hablar con Pequeño Nimbo. Fauces Amarillas dice que ha estado trayendo musgo húmedo para renovar los lechos.
Cola Moteada soltó un resoplido.
—¡Qué tontería!
—Fauces Amarillas ha prestado oídos a Orejitas —intervino Centón—. Orejitas se quejaría aunque el Clan Estelar bajara del Manto Plateado para traerle musgo nuevo.
Corazón de Fuego notó un picor de incomodidad. No esperaba que los veteranos disculparan a Pequeño Nimbo.
—Bueno, ¿lo has hecho o no? —preguntó, mirando muy serio al cachorro.
Pequeño Nimbo parpadeó.
—He intentado hacerlo bien, Corazón de Fuego.
—No es más que un cachorro —señaló Cola Moteada.
—Sí, bueno… —Corazón de Fuego rascó el suelo de la guarida—. Orejitas tiene las articulaciones doloridas.
—Orejitas tiene las articulaciones doloridas desde hace estaciones —repuso Medio Rabo—. Mucho antes de que naciera este cachorro. Tú ocúpate de tus asuntos, Corazón de Fuego, y deja que nosotros nos ocupemos de los nuestros.
—Lo siento —masculló el joven—. Entonces me iré. Y en el futuro, Pequeño Nimbo, asegúrate de poner un cuidado especial con el musgo húmedo, ¿de acuerdo?
Mientras salía de la guarida, oyó maullar a Pequeño Nimbo:
—Sigue, Medio Rabo. ¿Qué hizo entonces el líder del Clan del Tigre?
Corazón de Fuego se alegró de llegar al claro. No podía evitar pensar que probablemente Pequeño Nimbo había sido descuidado con el musgo, pero daba la impresión de que el resto de los veteranos no iba a decir ni una palabra en su contra.
Como ya había cazado para los veteranos, era libre para comer, de modo que se dirigió al montón de carne fresca. Advirtió que Cola Rota estaba fuera de su refugio. Garra de Tigre se hallaba a su lado; los dos gatos estaban compartiendo lenguas como viejos amigos.
Inesperadamente conmovido por la escena, Corazón de Fuego se detuvo. ¿El lado compasivo de Garra de Tigre estaría haciendo una de sus raras apariciones? Apenas podía percibir el susurro de la voz del lugarteniente; estaba demasiado lejos para distinguir las palabras. Cola Rota le contestó brevemente, con aspecto más relajado, como si estuviera respondiendo a la amabilidad de Garra de Tigre.
De pronto, Corazón de Fuego notó que en su interior brotaban las antiguas dudas sobre acusar al lugarteniente. Todos los gatos sabían que el atigrado oscuro era un luchador fiero y valeroso, y que manejaba las responsabilidades de su cargo con una seguridad natural. Pero Corazón de Fuego jamás había visto nada que mostrara que poseía la compasión de un verdadero líder, hasta ahora, con Cola Rota…
La cabeza le dio vueltas. Tal vez la líder tuviese razón y Garra de Tigre no fuera culpable de la muerte de Cola Roja. Tal vez el accidente de Carbonilla no hubiese sido más que eso, un accidente, en vez de una trampa. «¿Y si resulta que siempre has estado equivocado? —se preguntó—. Supón que Garra de Tigre es sólo lo que parece ser: un lugarteniente leal y eficaz».
Pero era incapaz de creer tal cosa. Y mientras se acercaba lentamente al montón de carne fresca, deseó por encima de todo poder liberarse del peso de lo que sabía.