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12

—¡No! —maulló Látigo Gris, lanzándose tras el cachorro que iba a ahogarse.

Corazón de Fuego los perdió de vista. El gatito que quedaba en la balsa gimió desesperadamente, intentando aferrarse a las ramas que la corriente iba separando. Con sus últimas fuerzas, Corazón de Fuego se lanzó hacia delante, agarró al cachorro por el pescuezo y luchó por llegar a la orilla.

Al cabo de unos momentos, notó guijarros bajo las patas y pudo mantenerse en pie. Con las extremidades agarrotadas de cansancio, salió a trompicones y dejó al cachorro negro sobre la hierba, al borde del agua. El pequeño tenía los ojos cerrados. El joven guerrero no estaba seguro de si seguía con vida.

Al mirar río abajo, vio a Látigo Gris chapoteando en los bajos, con el cachorro gris sujeto entre los dientes. Su amigo se le acercó por la orilla y depositó al gatito en el suelo con delicadeza.

Corazón de Fuego olfateó a ambos cachorros. Estaban inertes, pero al examinarlos de cerca advirtió que sus costados subían y bajaban débilmente al ritmo de su respiración.

—Gracias, Clan Estelar —susurró.

Empezó a lamer al cachorro negro como había visto hacer a las reinas en la maternidad, pasándole la áspera lengua a contrapelo para reanimarlo y calentarlo. Látigo Gris se acercó y empezó a hacer lo mismo con el cachorro gris.

Al cabo de poco, el gatito negro se retorció tosiendo y expulsó un trago de agua del río. Al gris le costó más tiempo reaccionar, pero al fin también escupió agua entre toses y abrió los ojos.

—¡Están vivos! —exclamó Látigo Gris, aliviado.

—Sí, pero no sobrevivirán demasiado sin su madre —señaló Corazón de Fuego. Olisqueó al cachorro negro cuidadosamente. El agua del río se había llevado casi todo su olor de clan, pero aun así detectó un leve rastro—. El Clan del Río —asintió—. Tendremos que llevarlos de vuelta a casa.

Sintió que el valor lo abandonaba ante la idea de cruzar el río crecido. Casi se había ahogado para rescatar a los cachorros y estaba exhausto. Tenía las extremidades heladas y rígidas, el pelaje empapado. Lo único que quería era meterse en su propia guarida y dormir una luna entera.

Látigo Gris, todavía agachado junto a él, parecía sentir lo mismo. Tenía el denso pelaje gris pegado al cuerpo, y los ojos ámbar dilatados de ansiedad.

—¿Tú crees que podremos cruzar? —maulló su amigo.

—Tenemos que hacerlo o los cachorros morirán. —Tras obligarse a ponerse en pie, Corazón de Fuego volvió a agarrar al cachorro negro y se dirigió río abajo—. A ver si podemos cruzar por los pasaderos, como has propuesto antes.

Látigo Gris lo siguió, cargado con el cachorro gris, a través de la hierba mojada que bordeaba la inundación.

Cuando el río estaba a su nivel habitual, los pasaderos eran una ruta fácil para los gatos del Clan del Río. El salto más largo entre piedra y piedra no tenía más longitud que una cola; en aquella zona, el Clan del Río dominaba los dos lados fluviales.

Ahora el desbordamiento había cubierto por completo los pasaderos. Pero donde antes asomaban a la superficie, ahora un árbol seco y pelado se había atravesado en el río. Corazón de Fuego supuso que algunas ramas se habrían quedado enganchadas en los pasaderos sumergidos.

—¡Gracias, Clan Estelar! —exclamó—. Podemos usar el árbol para cruzar.

Sujetó mejor al cachorro y empezó a vadear las aguas en dirección al extremo del tronco astillado. El gatito, al ver el río revuelto a apenas un ratón de distancia, comenzó a maullar y agitarse débilmente.

—Estaos quietos, los dos —gruñó Látigo Gris cuando dejó al cachorro gris en el suelo para sujetarlo mejor—. Vamos en busca de vuestra madre.

Corazón de Fuego no estaba seguro de si el cachorro negro era lo bastante mayor para comprenderlo, pero al menos volvió a quedarse relajado, con lo que resultaba más fácil de transportar. El joven guerrero tenía que levantar la cabeza para que la criaturita no tocara el agua mientras él luchaba por mantenerse en pie. Alcanzó el árbol sin tener que nadar, y dio un salto afianzando las uñas en la madera blanda y podrida. Una vez que estuvo arriba, su máxima preocupación fue conservar el equilibrio en el tronco liso y resbaladizo. Poniendo una pata delante de la otra en línea recta y con cautela, se encaminó a la orilla opuesta. Debajo de él corría el turbulento río, lamiendo el árbol como si quisiera arrastrarlo —junto con su carga de gatos— corriente abajo. Corazón de Fuego lanzó una mirada atrás y vio que Látigo Gris lo seguía con el cachorro gris, frunciendo la cara de concentración.

En el extremo más alejado, el tronco se dividía en una maraña de ramas rotas. Corazón de Fuego se agachó para colarse entre ellas, teniendo cuidado de que el pelo del cachorro no se enganchara en las astillas. Resultaba más difícil pisar conforme las ramas se iban estrechando, y cuando estaba a dos zorros de distancia de la otra orilla, se quedó sin nada que soportara su peso. Respiró hondo, flexionó las patas traseras y saltó. Sus patas delanteras tocaron la ribera, pero las traseras patearon desesperadas en la rápida corriente. Al notar que el agua lo salpicaba, el cachorro empezó a retorcerse de nuevo. Corazón de Fuego mantuvo los dientes bien cerrados en torno a su pescuezo mientras hundía las zarpas en la blanda tierra para salir del agua, hasta que lo logró. Dio unos pasos tambaleantes y dejó al cachorro con suavidad.

Látigo Gris estaba saliendo del agua un poco más abajo. Su amigo depositó al cachorro en el suelo y se sacudió el agua de encima.

—Esta agua tiene un sabor asqueroso —escupió.

—Míralo por el lado bueno —repuso Corazón de Fuego—. Al menos eso disimulará tu olor. Los del Clan del Río no sabrán que tú eres el guerrero que ha estado colándose en su territorio. Si alguna vez lo descubren…

Se interrumpió al ver que tres gatos surgían de entre los arbustos más allá de Látigo Gris. Se preparó al reconocer a Leopardina, la lugarteniente, y a los guerreros Prieto y Pedrizo. Obligando a sus cansadas patas a moverse, recogió al cachorro negro y recorrió la orilla hasta donde estaba Látigo Gris. Su amigo también se levantó, y los dos dejaron la carga en el suelo y se plantaron ante sus enemigos.

Corazón de Fuego se preguntó si los gatos del Clan del Río habrían oído lo que le estaba diciendo a Látigo Gris. Ambos estaban demasiado exhaustos para enfrentarse a una patrulla de guerreros fuertes y vigorosos. Se mareó al intentar infundir a sus heladas patas la energía necesaria para una pelea. Pero, para su alivio, los gatos del Clan del Río se detuvieron a unas colas de distancia.

—¿Qué significa esto? —gruñó Leopardina. Había erizado su pelaje dorado y moteado, y tenía las orejas pegadas al cráneo.

A su lado, Prieto enseñó los colmillos con un gruñido.

—¿Por qué habéis invadido nuestro territorio? —quiso saber.

—No lo estamos invadiendo —contestó Corazón de Fuego quedamente—. Hemos sacado a dos cachorros del río y queríamos llevarlos a casa.

—¿Creéis que hemos estado a punto de ahogarnos por diversión? —espetó Látigo Gris.

Pedrizo se acercó para olfatear a los cachorros.

—¡Es cierto! —exclamó con los ojos como platos—. ¡Son los hijos desaparecidos de Vaharina!

Corazón de Fuego se quedó de piedra. Sabía que Vaharina había dado a luz recientemente, pero no había advertido que los cachorros rescatados eran de ella. Se sintió más agradecido todavía por haber podido salvarles la vida, pero no debía permitir que aquellos gatos supieran que Vaharina tenía amigos en el Clan del Trueno.

Leopardina no relajó el pelo de sus omóplatos.

—¿Cómo sabemos que los habéis salvado? —gruñó—. Podríais estar intentando robarlos.

Corazón de Fuego se quedó mirándola sin pestañear. Después de arriesgar sus vidas en la inundación, no podía creer que los acusaran de robar cachorros.

—¡No seas cerebro de ratón! —bufó—. Ningún gato del Clan del Trueno ha intentado llevarse a vuestros cachorros cuando se podía cruzar el río por el hielo. ¿Por qué crees que íbamos a intentarlo ahora? ¡Casi nos ahogamos!

Leopardina pareció reflexionar, pero Prieto avanzó con pasos largos y acercó la cabeza agresivamente a la de Corazón de Fuego. El joven guerrero gruñó, listo para contrarrestar un ataque.

—¡Prieto! —exclamó Leopardina bruscamente—. ¡Apártate! Dejaremos que se expliquen ante Estrella Doblada, a ver si él los cree.

Corazón de Fuego abrió la boca para protestar, pero no llegó a decir nada. Tendrían que aceptarlo; en su lamentable estado, Látigo Gris y él no tenían ninguna posibilidad de salir airosos de una pelea. Por lo menos su amigo podría comprobar cómo estaba Corriente Plateada.

—De acuerdo —maulló—. Sólo espero que el líder de vuestro clan vea la verdad cuando la tenga delante de las narices.

Leopardina abrió la marcha a lo largo de la ribera, mientras Prieto iba vigilante junto a Corazón de Fuego y Látigo Gris, con un cachorro en la boca. Pedrizo iba en la retaguardia, cargado con el otro cachorro.

Cuando alcanzaron la isla en la que los gatos del clan tenían su campamento, Corazón de Fuego vio un ancho canal de aguas rápidas que separaba la isla de la elevación de suelo seco y tiraba de las ramas colgantes de los sauces. No se veía ningún gato a través de los carrizos, y un agua plateada lamía el espacio rodeado de arbustos que ocultaban el campamento.

Leopardina se detuvo, con los ojos dilatados de alarma.

—El agua ha subido desde que hemos salido del campamento —maulló.

Un maullido sonó detrás de ellos, en lo alto de la ladera, donde Corazón de Fuego y Látigo Gris se habían escondido para hablar con Corriente Plateada.

—¡Leopardina! ¡Aquí arriba!

Cuando se dio la vuelta, Corazón de Fuego divisó al líder Estrella Doblada saliendo de la protección que ofrecían los arbustos. Su pelaje atigrado claro estaba empapado y apuntaba en todas direcciones, y con su mandíbula torcida parecía estar burlándose de su patrulla y los prisioneros.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Leopardina al llegar junto a su líder.

—El campamento está inundado —contestó Estrella Doblada con voz desmoralizada—. Hemos tenido que trasladarnos aquí arriba.

Mientras hablaba, dos o tres gatos aparecieron cautelosamente entre los arbustos. Corazón de Fuego notó que su amigo se alegraba: uno de ellos era Corriente Plateada.

—¿Y qué nos traes aquí? —continuó Estrella Doblada, entornando los ojos para observar a Corazón de Fuego y Látigo Gris—. ¿Espías del Clan del Trueno? ¡Como si no tuviéramos suficientes problemas!

—Han encontrado a los cachorros de Vaharina —le contó Leopardina, haciendo una señal a Prieto y Pedrizo para que se acercaran con los gatitos—. Aseguran que los han sacado del río.

—¡Yo no me creo ni una palabra! —resopló Prieto tras dejar el cachorro que cargaba—. No se puede confiar en nadie del Clan del Trueno.

Ante la mención de los cachorros, Corriente Plateada había vuelto a desaparecer rápidamente entre los arbustos. Estrella Doblada se adelantó a olfatear a los patéticos gatitos. Empezaban a recuperarse de la terrible experiencia e intentaban incorporarse, pero seguían completamente empapados.

—Los cachorros de Vaharina desaparecieron cuando el campamento se inundó —señaló Estrella Doblada, volviendo su fría mirada verde hacia los dos guerreros del clan rival—. ¿Cómo es que los tenéis vosotros?

Corazón de Fuego intercambió una mirada de exasperación con Látigo Gris; el agotamiento lo había puesto de mal humor.

—Hemos cruzado el río volando —maulló entonces con sarcasmo.

Un estridente maullido lo interrumpió. Vaharina irrumpió desde los arbustos y bajó corriendo hacia ellos.

—¡Mis hijos! ¿Dónde están mis hijos?

Se inclinó sobre aquellos bultitos peludos y miró alrededor con fiereza, como si pensara que intentaban arrebatárselos. Luego empezó a lamerlos furiosamente, procurando reconfortar a los dos a la vez. Pedrizo se pegó a ella y maulló consoladoramente en su oído.

Corriente Plateada la había seguido más despacio, y se situó junto a su padre, observando a los intrusos. A Corazón de Fuego lo alivió ver que la mirada de la gata pasaba por Látigo Gris con aparente indiferencia. Estaba seguro de que ella no los delataría.

Detrás de Corriente Plateada aparecieron más gatos, que se reunieron curiosos alrededor. Corazón de Fuego reconoció a Tabora, que no dio señales de haberlo visto antes, y a Arcilloso, el curandero del clan, que fue junto a Vaharina para examinar a los cachorros.

Todos los gatos estaban mojados, y el pelo pegado al cuerpo revelaba que estaban más flacos que nunca. Corazón de Fuego siempre había considerado a los gatos del Clan del Río como rollizos y lustrosos, bien alimentados con los peces de río. Eso fue hasta que Corriente Plateada le contó que los Dos Patas se habían instalado junto al río durante la estación de la hoja verde, y habían robado o ahuyentado a la mayoría de las presas. Los Dos Patas habían dejado abandonado el bosque en la estación sin hojas, pero el Clan del Río no podía cazar cuando el río estaba congelado. Y en vez de proporcionarles la comida que tanto necesitaban, el deshielo los había expulsado de su campamento.

A pesar de una punzada de pena, Corazón de Fuego pudo ver la animadversión en los ojos de aquellos gatos, la hostilidad en sus orejas gachas y en cómo sacudían la punta de la cola. Sabía que a Látigo Gris y él les costaría mucho convencer a Estrella Doblada de que realmente habían salvado a los cachorros.

Por lo menos el líder estaba dispuesto a escucharlos.

—Contadnos qué ha sucedido —ordenó.

Corazón de Fuego empezó en el punto en que oyeron gemir a los cachorros y los vieron varados en el río sobre la balsa de desechos.

—¿Desde cuándo los gatos del Clan del Trueno arriesgan sus vidas por nosotros? —intervino despectivo Prieto, cuando el joven guerrero describía cómo había empujado a los cachorros por la corriente hasta la orilla.

Corazón de Fuego se tragó una réplica furiosa, pero Estrella Doblada bufó a su guerrero:

—¡Silencio, Prieto! Déjalo hablar. Si está mintiendo, enseguida lo sabremos.

—No está mintiendo. —Vaharina alzó la cabeza de sus hijos, a los que seguía acariciando—. ¿Por qué el Clan del Trueno robaría cachorros cuando a todos los clanes nos está costando mucho alimentarnos?

—La historia de Corazón de Fuego tiene sentido —observó Corriente Plateada con calma—. Tuvimos que abandonar el campamento y refugiarnos entre estos arbustos cuando el agua volvió a subir de nuevo —explicó al joven guerrero—. Cuando fuimos por los cachorros de Vaharina, sólo encontramos a dos. Los otros dos habían desaparecido. Todo el suelo de la maternidad había sido barrido por el agua. Debieron de ser arrastrados por el río hasta donde los encontrasteis.

Estrella Doblada asintió despacio, y Corazón de Fuego advirtió que la hostilidad se estaba difuminando… excepto por Prieto, que les dio la espalda con un resoplido de indignación.

—En ese caso, os estamos agradecidos —maulló Estrella Doblada, aunque sonó reticente, como si no soportara estar en deuda con unos gatos del Clan del Trueno.

—Sí —dijo Vaharina. Volvió a levantar la vista, con los ojos relucientes de gratitud—. Sin vosotros, mis cachorros habrían muerto.

Corazón de Fuego inclinó la cabeza en reconocimiento y preguntó impulsivamente:

—¿Hay algo que podamos hacer por vosotros? Si no podéis regresar a vuestro campamento, y si las presas escasean por la inundación…

—No necesitamos la ayuda del Clan del Trueno —gruñó Estrella Doblada—. Nuestro clan puede cuidar de sí mismo.

—No seas insensato. —Era Tabora, fulminando con la mirada a su líder. Corazón de Fuego sintió un renovado respeto por ella; supuso que muy pocos gatos se atreverían a usar ese tono con Estrella Doblada—. Eres demasiado orgulloso para tu bien —continuó la anciana con voz cascada—. ¿Cómo vamos a alimentarnos, incluso con el deshielo? No hay peces que comer. El río está prácticamente envenenado; ya lo sabes.

—¡¿Qué?! —exclamó Látigo Gris; Corazón de Fuego se quedó demasiado conmocionado para decir nada.

—Es todo culpa de los Dos Patas —explicó Tabora—. En la última estación de la hoja nueva, el río estaba limpio y lleno de peces. Ahora está hecho una porquería con la basura del campamento Dos Patas.

—Y los peces están envenenados —añadió Arcilloso—. Los gatos que los comen caen enfermos. He tratado más dolores de barriga en esta estación sin hojas que en todo el tiempo que llevo como curandero.

Corazón de Fuego se quedó mirando a Látigo Gris, y luego a los hambrientos gatos del Clan del Río. Muchos le rehuyeron la mirada, como si los avergonzara que un gato de otro clan supiera sus problemas.

—Entonces dejadnos ayudar —insistió el joven—. Cazaremos presas para vosotros en nuestro territorio y os las traeremos, hasta que la inundación acabe y el río esté limpio.

Mientras hacía el ofrecimiento, sabía que estaba quebrantando el código guerrero que exigía lealtad exclusiva al clan propio. Estrella Azul se pondría furiosa si descubría que iba a compartir por las buenas las valiosas presas del Clan del Trueno. Pero Corazón de Fuego era incapaz de abandonar a un clan en apuros. «La propia Estrella Azul dijo que nuestro bienestar depende de que en el bosque haya cuatro clanes —se recordó a sí mismo—. Sin duda es el deseo del Clan Estelar».

—¿De verdad haríais eso por nosotros? —preguntó Estrella Doblada lentamente, entornando los ojos con recelo.

—Sí, lo haría.

—Yo también ayudaré —se ofreció Látigo Gris, lanzando una ojeada a Corriente Plateada.

—Entonces el clan os lo agradece —rezongó Estrella Doblada—. Ninguno de mis gatos os desafiará en nuestro territorio hasta que las aguas bajen y podamos regresar a nuestro campamento. Pero después de eso, nos valdremos por nosotros mismos de nuevo.

Dio media vuelta y se encaminó hacia los arbustos. Sus gatos lo siguieron, mirando por encima del hombro a Corazón de Fuego y Látigo Gris. El joven guerrero advirtió que no todos confiaban en ellos ni creían en su ofrecimiento de ayuda.

La última en marcharse fue Vaharina, tras poner en pie a sus cachorros y guiarlos ladera arriba.

—Gracias a los dos —murmuró—. Nunca olvidaré esto.

Ambos amigos se quedaron solos cuando los gatos del Clan del Río desaparecieron entre los arbustos. Bajaron en dirección al río y Látigo Gris negó con la cabeza con incredulidad.

—¿Cazar para otro clan? Debemos de estar locos.

—¿Qué otra cosa podíamos hacer? ¿Dejarlos morir de hambre?

—¡No! Pero tendremos que ser muy cuidadosos. Acabaremos hechos picadillo si lo descubre Estrella Azul.

«O Garra de Tigre —añadió Corazón de Fuego en silencio—. Ya sospecha que tenemos amigos en el Clan del Río. Y podemos estar a punto de demostrarle que tiene razón».