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—¡Por el gran Clan Estelar! —exclamó Tormenta de Arena casi sin aliento.

Dos de sus compañeros gruñeron al unísono, pero Corazón de Fuego estaba mudo de espanto. Había reconocido al instante la reluciente extensión de agua, y de pronto recordó las proféticas palabras de Jaspeada: «El agua puede apagar el fuego».

Se quedó helado de miedo tratando de comprender cómo aquella inundación podía amenazar a su clan, por lo que apenas advirtió que Látigo Gris intentaba llamar su atención. Finalmente, el guerrero gris se pegó a su costado. En sus ojos ámbar había pánico, y Corazón de Fuego no tuvo que preguntar por qué: su amigo temía por Corriente Plateada.

En la ribera del Clan del Río las tierras eran más bajas, de modo que las aguas llegaban mucho más lejos. Y respecto al campamento de la isla… Corazón de Fuego se preguntó cuánto espacio estaría sumergido. Pese a sus preocupaciones, Corriente Plateada había acabado por caerle bien y, aunque con reticencia, también sentía respeto por Vaharina y Tabora. No quería imaginarlas desplazadas de su campamento, o peor, ahogadas.

Viento Veloz se había acercado a la orilla y estaba inspeccionando el otro lado con la mirada.

—Al Clan del Río no le gustará esto —señaló—. Y una cosa buena: esto los mantendrá alejados de nuestro territorio.

Corazón de Fuego sintió que Látigo Gris se ponía tenso ante la satisfacción que revelaba la voz de Viento Veloz. Le lanzó a su amigo una mirada de advertencia.

—Bueno, ahora no podemos patrullar la frontera —dijo—. Será mejor que volvamos al campamento para informar de esto. Vamos, Látigo Gris —añadió con firmeza, viendo cómo su amigo observaba angustiado el río crecido.

En cuanto Estrella Azul supo las novedades, saltó a la Peña Alta para hacer la llamada habitual:

—Que todos los gatos lo bastante mayores para cazar acudan bajo la Peña Alta para una reunión del clan.

Al instante, los felinos empezaron a salir de sus guaridas al claro. Corazón de Fuego se colocó en la primera fila y advirtió con cierta irritación que Pequeño Nimbo había llegado saltando detrás de Pecas, aunque era demasiado joven para asistir a la reunión. Vio a Fauces Amarillas y Carbonilla en la boca del túnel de helechos. Incluso Cola Rota salió de su refugio, empujado por Musaraña.

La radiante mañana estaba llegando a su fin. Las nubes se amontonaban para tapar el sol y la suave brisa se fue intensificando hasta convertirse en un frío viento que atravesó el claro, aplastando el pelo de los gatos congregados alrededor de la Peña Alta. Corazón de Fuego se estremeció, y no supo si era de frío o aprensión.

—Gatos del Clan del Trueno —empezó Estrella Azul—, nuestro campamento puede estar en peligro. La nieve se ha ido, pero el río ha inundado las orillas. Parte de nuestro territorio ya está bajo el agua.

Un coro de inquietud brotó del clan, pero la líder elevó la voz por encima de los maullidos.

—Corazón de Fuego, cuéntales a todos lo que has visto.

El joven guerrero se puso en pie para describir cómo el río se había desbordado cerca de las Rocas Soleadas.

—Eso no suena muy peligroso para nosotros —maulló Cebrado tras oír el relato—. Nos queda mucho territorio para cazar. Dejemos que el Clan del Río se preocupe de las inundaciones.

Hubo un murmullo de aprobación, aunque Corazón de Fuego reparó en que Garra de Tigre guardaba silencio. El lugarteniente estaba sentado al pie de la Peña Alta, inmóvil, excepto por los movimientos de la punta de su cola.

—¡Silencio! —bufó Estrella Azul—. El agua podría extenderse hasta aquí antes de lo que creemos. Algo así está por encima de la rivalidad entre clanes. No quiero tener noticias de que algún gato del Clan del Río ha muerto por estas inundaciones.

Corazón de Fuego notó un centelleo ardiente en los ojos de Estrella Azul, como si sus palabras significaran más de lo que estaba diciendo. Perplejo, recordó cómo se había enfurecido con él por hablarle de los guerreros del Clan del Río. Pero ahora, la vehemencia de la líder sugería una corriente de simpatía en lo más profundo de su ser.

Centón habló entre los veteranos:

—Recuerdo la última vez que el río se desbordó, hace ya muchísimas lunas. Se ahogaron gatos de todos los clanes. Y presas también. Pasamos mucha hambre aunque teníamos las patas secas. No es sólo un problema del Clan del Río.

—Bien dicho, Centón —maulló Estrella Azul—. Yo también recuerdo aquellos días, y esperaba no tener que volver a vivir momentos así. Pero como ha ocurrido, éstas son mis órdenes: ningún gato saldrá solo. Los cachorros y los aprendices no deben abandonar el campamento sin ir con un guerrero por lo menos. Saldrán patrullas a comprobar hasta dónde llegan las inundaciones… Garra de Tigre, encárgate de eso.

—Sí, Estrella Azul —contestó el lugarteniente—. Organizaré también patrullas de caza. Debemos reunir un buen aprovisionamiento de presas antes de que las aguas cubran más tierras.

—Buena idea —aprobó la líder. Volvió a levantar la voz para dirigirse a todo el clan—: La reunión ha terminado. Poneos manos a la obra.

Bajó ágilmente de la Peña Alta y fue a hablar con Centón y los otros veteranos.

Corazón de Fuego estaba esperando ver si Garra de Tigre lo elegía para una patrulla cuando reparó en que Látigo Gris se iba apartando del círculo de gatos. Fue tras él y lo alcanzó justo cuando estaba llegando al túnel de aulagas.

—¿Adónde crees que vas? —le susurró al oído—. Estrella Azul acaba de decir que nadie debe salir solo.

Látigo Gris se volvió con pánico en los ojos.

—Necesito ver a Corriente Plateada —gimió—. Tengo que asegurarme de que está bien.

Corazón de Fuego resopló de exasperación. Entendía los sentimientos de su amigo, pero no podría haber escogido un momento peor para visitar a su amada.

—¿Cómo piensas cruzar el río? —preguntó.

—Me las arreglaré —repuso Látigo Gris muy serio—. Sólo es agua.

—¡Tienes cerebro de ratón! —resopló Corazón de Fuego, recordando la vez que su amigo cayó al río al romperse la capa de hielo, cuando lo rescató Corriente Plateada—. Ya casi te ahogaste una vez. ¿No te pareció bastante?

Látigo Gris no respondió. Se limitó a dar la vuelta y dirigirse de nuevo al túnel.

Corazón de Fuego miró por encima del hombro. Los gatos del claro se estaban dividiendo en pequeños grupos bajo las órdenes de Garra de Tigre, listos para salir a patrullar.

—¡Aguarda, Látigo Gris! —siseó, deteniéndolo en la entrada del túnel—. Espérame aquí.

Cuando estuvo seguro de que su amigo lo obedecería, cruzó el claro en dirección al lugarteniente.

—Garra de Tigre —maulló—, Látigo Gris y yo estamos preparados para salir. Comprobaremos la frontera del Clan del Río más abajo de las Rocas Soleadas, ¿de acuerdo?

Garra de Tigre entornó los ojos, fastidiado porque Corazón de Fuego hubiera decidido por su cuenta qué área iba a patrullar. Pero no tenía ninguna razón para negarse, sobre todo porque Estrella Azul estaba cerca y lo habría oído.

—De acuerdo —gruñó—. Y procurad volver con alguna presa.

—Sí, Garra de Tigre —respondió el joven, inclinando la cabeza antes de regresar corriendo junto a Látigo Gris—. Bien —resolló—. Nos vamos de patrulla, así que nadie se preguntará adónde hemos ido.

—Pero tú… —iba a protestar su amigo.

—Sé que tienes que ir. Pero yo voy a acompañarte.

Sintió un hormigueo de culpabilidad. Látigo Gris y él no deberían cruzar las fronteras del clan, ni siquiera estando de patrulla. Estrella Azul se pondría furiosa si supiera que dos de sus guerreros estaban arriesgando la vida por internarse en territorio enemigo, cuando su propio clan los necesitaba tanto. Pero no podía permitir que su amigo fuera solo. Podría ser arrastrado por la corriente y no regresar jamás.

—Gracias, Corazón de Fuego —murmuró Látigo Gris mientras salían del túnel—. No olvidaré esto.

Codo con codo, ambos ascendieron la escarpada ladera rocosa. Al internarse en el bosque siguiendo las huellas de la patrulla anterior, Corazón de Fuego notó lo embarrado que estaba el suelo. La nieve fundida había empapado la tierra como la más intensa de las tormentas, y eso que allí no había llegado el dañino desbordamiento del río.

Cuando alcanzaron el lindero del bosque, Corazón de Fuego descubrió que el agua había subido todavía más. Las Rocas Soleadas ya estaban prácticamente sumergidas, y la corriente serpenteaba entre ellas en amplios círculos.

—Vayamos río abajo —sugirió Látigo Gris—. Quizá podamos usar los pasaderos.

—Podemos intentarlo —maulló el otro, poco convencido. Estaba a punto de seguir a su amigo cuando le pareció oír algo… un débil gemido, por encima del viento y del estruendo de la corriente—. Espera. ¿Has oído eso?

Látigo Gris miró atrás, y los dos amigos se quedaron inmóviles, tratando de captar el sonido. Entonces Corazón de Fuego volvió a oírlo: el maullido aterrorizado de cachorros en peligro.

—¿Dónde están? —preguntó, mirando alrededor y hacia los árboles—. ¡No los veo!

—Ahí. —Látigo Gris agitó la cola hacia las Rocas Soleadas—. ¡Van a ahogarse!

El guerrero vio que la corriente había empujado una balsa formada por ramitas y desechos contra las Rocas Soleadas. En ella había dos cachorros que mantenían el equilibrio a duras penas; abrían sus boquitas pidiendo ayuda entre quejidos. Mientras Corazón de Fuego los observaba, la corriente tiró de la precaria balsa, amenazando con arrastrarla.

—¡Vamos! —le gritó a Látigo Gris—. Tenemos que llegar hasta ellos como sea.

Tras tomar aire, se volvió en el río. El agua lo empapó y un frío paralizante le subió por las patas. La fuerza de la corriente le dificultaba mantenerse en pie con cada paso que daba.

Látigo Gris chapoteó detrás de él, pero cuando el agua le llegó a la barriga se detuvo.

—Corazón de Fuego… —empezó con voz ahogada.

El joven guerrero se volvió y le hizo un gesto comprensivo. Entendía que a su amigo le diese terror el río, después de haber estado a punto de ahogarse unas pocas lunas atrás.

—Quédate ahí —le dijo—. Intentaré empujar la balsa hacia ti.

Látigo Gris asintió, temblando demasiado para hablar. Corazón de Fuego siguió avanzando unos pasos y por fin se lanzó a la corriente y empezó a nadar, pataleando instintivamente para impulsarse por las negras aguas. Estaban más arriba de las Rocas Soleadas; si el Clan Estelar se mostraba favorable, el agua lo conduciría hasta los cachorros.

Por un momento los perdió de vista entre las olas que levantaba el viento, aunque seguía oyendo sus maullidos aterrados. Entonces la superficie abultada y gris de una Roca Soleada se alzó a su lado. Movió las patas con fuerza, temiendo que la corriente lo alejara de allí.

El agua formaba remolinos. Corazón de Fuego pataleaba furiosamente, y el río volvió a empujarlo contra la roca, dejándolo sin aliento. Trepó a duras penas por la áspera superficie, luchando de nuevo contra la fuerte corriente, y entonces se topó de frente con los dos cachorros.

Eran muy pequeños; Corazón de Fuego supuso que su madre todavía los estaba amamantando. Uno era negro, el otro gris, y ambos tenían el pelaje pegado a sus cuerpecillos y los ojos azules dilatados de espanto. Estaban encogidos en aquella especie de balsa formada por ramitas, hojas y desechos de Dos Patas, pero cuando vieron a Corazón de Fuego empezaron a andar hacia él. La balsa dio una sacudida, y los maullidos de los pequeños se volvieron más angustiosos cuando el río los roció.

—¡Quedaos quietos! —exclamó Corazón de Fuego sin resuello, chapoteando desesperado contra la corriente.

Se preguntó si podría trepar a lo alto de la roca y subir a los cachorros con él, pero no estaba seguro de cuánto tiempo pasaría antes de que las Rocas Soleadas quedaran sumergidas por completo. El mejor plan seguía siendo empujar la balsa hacia Látigo Gris. Al mirar atrás, vio que su amigo ya se había situado río abajo, en una buena posición para atrapar la balsa cuando pasara por su lado.

—Allá vamos —masculló—. ¡Que el Clan Estelar nos ayude!

Saltó de la roca, empujando la balsa con el hocico para guiarla por la corriente. Los dos cachorros gimieron y pegaron el cuerpo al entramado de ramas.

Corazón de Fuego empleó hasta el último gramo de energía que le quedaba en conducir aquella balsa con la nariz y las patas. Notaba cómo el agotamiento consumía las fuerzas de sus extremidades. Estaba empapado, y tenía tanto frío que apenas podía respirar. Levantó la cabeza, parpadeando para impedir que el agua le entrara en los ojos, y entonces advirtió, horrorizado, que había perdido de vista a Látigo Gris y la orilla. Parecía como si en el mundo no hubiera nada más que aquellas aguas turbulentas, la frágil balsa de ramitas y los dos aterrorizados cachorros.

Entonces oyó la voz de su amigo bastante cerca.

—¡Corazón de Fuego! ¡Corazón de Fuego, aquí!

El guerrero volvió a tirar de la balsa, tratando de impulsarla hacia la voz, pero la balsa se alejó girando. Corazón de Fuego consiguió recuperarla y salir de nuevo a la superficie usando las uñas, y entonces vio a Látigo Gris, en suelo seco y a sólo unas colas de distancia.

Durante un segundo sintió un gran alivio, porque casi había llegado. Luego volvió a centrar sus ojos desenfocados en los cachorros, y lo invadió el miedo: la balsa estaba empezando a romperse.

Vio impotente cómo cedían las ramitas sobre las que se afianzaba el cachorro gris, que cayó a la corriente.