4clanes.jpg

8

Corazón de Fuego estaba en la maternidad, viendo cómo mamaba una camada de gatitos. Durante un momento lo embargó la emoción de ver a las diminutas criaturas que serían el futuro del clan.

De pronto, algo se agitó en su mente. En el Clan del Trueno no había cachorros tan pequeños. ¿De dónde habían salido? Deslizó la vista por los gatitos hasta su madre, y no vio nada más que un pelaje gris plateado. La reina no tenía rostro.

Corazón de Fuego ahogó un grito de espanto. Mientras la miraba, la silueta gris de la reina empezó a desvanecerse hasta que no quedó nada más que oscuridad. Los cachorros se revolvieron con grititos de terror y pérdida. Se levantó un viento cortante que se llevó los cálidos aromas de la maternidad. Corazón de Fuego se puso en pie e intentó seguir los sonidos de los desamparados cachorros, perdidos en la ventosa oscuridad.

—¡No puedo encontraros! —aulló—. ¿Dónde estáis?

Apareció una luz, suave y dorada. Corazón de Fuego vio a otra gata sentada delante de él con los cachorritos refugiados entre sus patas. Era Jaspeada.

Abrió la boca para hablar con ella, y vio cómo la gata le dedicaba una mirada de infinita bondad antes de que la imagen se esfumara. Al instante Corazón de Fuego se encontró pataleando en su lecho musgoso del dormitorio de los guerreros.

—¿Tienes que armar tanto jaleo? —protestó Manto Polvoroso—. Aquí no hay manera de pegar ojo.

Corazón de Fuego se incorporó.

—Lo siento —musitó.

No pudo evitar mirar hacia el centro de la guarida, donde dormía Garra de Tigre, quien se había quejado otras veces del ruido que hacía Corazón de Fuego al soñar.

Para su alivio, el lugarteniente no estaba allí. Por la luz que se filtraba a través de las ramas, supo que el sol ya brillaba por encima de los árboles. Se lavó rápidamente, procurando que Manto Polvoroso no notara cuánto lo había sobresaltado el sueño: cachorros solos y asustados… cuya madre se desvanecía. ¿Sería aquello una profecía? Y si lo era, ¿qué significaba? En esos momentos, en el clan no había cachorros de tan corta edad. ¿O se refería a los antiguos cachorros del Clan del Trueno… Vaharina y Pedrizo? ¿Su verdadera madre habría desaparecido?

Mientras estaba lavándose, Manto Polvoroso le lanzó una última mirada asesina y salió de la guarida, dejándolo solo, excepto por Rabo Largo y Viento Veloz, que dormían en su sitio habitual.

No había ni rastro de Látigo Gris, y su cama estaba fría, como si llevara fuera desde el amanecer. «Se ha escapado para reunirse con Corriente Plateada», supuso Corazón de Fuego. Intentaba comprender la fuerza del sentimiento de su amigo, pero no podía dejar de preocuparse y de añorar los viejos días sin complicaciones en que eran aprendices. Asomó la cabeza entre las ramas y vio el campamento cubierto de nieve, brillando al frío sol invernal. Todavía no había ni un indicio del deshielo.

Junto a la extensión de ortigas, Tormenta de Arena estaba inclinada sobre una pieza de carne fresca.

—Buenos días —saludó la gata alegremente—. Si quieres comer, será mejor que te des prisa, mientras todavía queda algo.

El joven se dio cuenta de que le dolía la barriga de hambre. Tenía la impresión de no haber comido desde hacía una luna. Se acercó al montón de carne fresca y vio que Tormenta de Arena tenía razón. Sólo quedaban un par de piezas. Escogió un estornino y regresó junto a las ortigas para comer con Tormenta de Arena.

—Hoy tendremos que salir a cazar —maulló entre mordiscos.

—Tormenta Blanca y Musaraña ya se han marchado con sus nuevos aprendices —le contó Tormenta de Arena—. ¡Centellina y Espino estaban de lo más ansiosos!

Corazón de Fuego se preguntó si Látigo Gris se habría ido también con su aprendiz, pero al cabo de un momento Fronde salió solo de la guarida de los aprendices. El atigrado marrón claro miró alrededor antes de acercarse a Corazón de Fuego.

—¿Has visto a Látigo Gris? —preguntó.

—No —respondió el joven guerrero encogiéndose de hombros—. Cuando me he despertado, ya se había ido.

—Nunca está aquí —maulló Fronde apenado—. Si esto sigue así, Zarpa Rauda será guerrero antes que yo… y Centellina y Espino también.

—Tonterías —replicó Corazón de Fuego. De pronto sintió rabia hacia Látigo Gris y su obsesión por la gata del Clan del Río. Ningún guerrero tenía derecho a descuidar a su aprendiz de aquella manera—. Lo estás haciendo muy bien, Fronde. Si quieres, puedes salir a cazar conmigo.

—Gracias —ronroneó Fronde, alegrándose.

—Yo también iré —se ofreció Tormenta de Arena tras engullir el último bocado de su comida y relamerse el hocico.

La gata abrió la marcha y se encaminaron al túnel de aulagas.

—Dime, Fronde —maulló Corazón de Fuego cuando alcanzaron el borde de la hondonada de entrenamiento—, ¿cuál es un buen lugar para buscar presas?

—Debajo de los árboles —contestó el aprendiz, señalando con la cola—. Ahí es donde los ratones y ardillas buscan semillas y bellotas.

—Muy bien. Veamos si tienes razón.

Fueron rodeando la hondonada. De camino se cruzaron con Pecas, que observaba tiernamente cómo sus cachorros correteaban por la nieve.

—Necesitaban estirar las patas —explicó la reina—. Toda esta nieve los tenía muy intranquilos.

Pequeño Nimbo estaba sentado debajo del tejo con un par de sus compañeros de camada, explicándoles muy rimbombante que aquellas bayas eran mortales y que nunca, jamás, debían comerlas. Divertido por la seriedad del cachorro, Corazón de Fuego saludó con un maullido al pasar.

Bajo los árboles que había en lo alto de la hondonada, la nieve no era tan espesa, entre el blanco asomaban retazos de tierra marrón. Mientras avanzaban sigilosamente, Corazón de Fuego oyó el sonido de unas patas diminutas y olió a ratón. Automáticamente adoptó la posición de acecho, agazapándose y apoyando apenas el peso sobre las patas para no alertar a su presa. El ratón, ajeno al peligro, estaba de espaldas a Corazón de Fuego, mordisqueando una semilla. El gato saltó cuando estaba a una cola de distancia, y regresó triunfalmente junto a sus amigos con la pieza entre los dientes.

—¡Buena captura! —exclamó Tormenta de Arena.

Corazón de Fuego la cubrió con tierra para recuperarla más tarde.

—La próxima es tuya, Fronde —maulló.

El aprendiz levantó la cabeza muy orgulloso y empezó a avanzar lentamente, mirando en todas direcciones. Corazón de Fuego vio un mirlo al pie de un acebo picoteando entre las bayas, pero esta vez se contuvo.

Fronde descubrió al pájaro casi al mismo tiempo. Con cautela, paso a paso, se fue acercando en silencio. Balanceó las ancas mientras se preparaba para atacar. Corazón de Fuego pensó que estaba esperando demasiado. El mirlo lo percibió y echó a volar, pero Fronde se lanzó tras él con un potente salto y lo atrapó en el aire.

Con una pata sobre su presa, el aprendiz se volvió hacia Corazón de Fuego.

—No he calculado muy bien —reconoció—. He esperado demasiado tiempo, ¿verdad?

—Tal vez. Pero no te deprimas. Lo has atrapado, y eso es lo que cuenta.

—Cuando vuelvas al campamento, puedes llevárselo a los veteranos —intervino Tormenta de Arena.

Fronde se animó.

—Sí, yo… —empezó.

Lo interrumpió un chillido aterrorizado que procedía de la hondonada.

Corazón de Fuego giró sobre sí mismo.

—¡Parece un cachorro!

Seguido de Tormenta de Arena y Fronde, corrió hacia el sonido. Al salir de entre los árboles a lo alto de la hondonada, miró hacia abajo.

—¡Por el Clan Estelar! —exclamó Tormenta de Arena con un grito ahogado.

Justo debajo de ellos se erguía un voluminoso animal blanco y negro. Corazón de Fuego captó el olor pestilente de un tejón. Nunca había visto uno en campo abierto, aunque los había oído a menudo rebuscando ruidosamente entre los arbustos. Con una pata de garras ganchudas, estaba hurgando en un hueco entre dos rocas, donde se encontraba Pequeño Nimbo, encogido.

—¡Corazón de Fuego! —aulló el cachorro—. ¡Ayúdame!

El joven guerrero sintió que se le erizaba hasta el último pelo del cuerpo. Se abalanzó a la hondonada dispuesto a atacar. Apenas advirtió que Tormenta de Arena y Fronde iban tras él. Clavó las zarpas en el costado de la enorme bestia, que se volvió con un rugido, lanzando una dentellada al aire. El tejón era rápido; podría haber atrapado a Corazón de Fuego si Fronde no hubiera saltado por un lado, distrayéndolo.

El tejón volvió la cabeza hacia Tormenta de Arena, que le había hundido los dientes en una pata trasera. Entonces, pataleando con fuerza, se libró de la gata, que rodó por la nieve.

Corazón de Fuego lanzó un nuevo zarpazo al costado del animal. Gotas de sangre cayeron en la nieve. El tejón gruñó retrocediendo, y cuando Tormenta de Arena se levantó y avanzó bufando, el animal dio media vuelta y comenzó a ascender la ladera pesadamente.

Corazón de Fuego fue junto a Pequeño Nimbo.

—¿Estás herido?

El cachorro salió despacio de la grieta rocosa, temblando incontrolablemente.

—N… no.

Corazón de Fuego sintió alivio.

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Pecas?

—No lo sé. Estábamos jugando, y de pronto ya no veía a nadie. He pensado ir a buscarte, y entonces ha aparecido el tejón… —Soltó un maullido aterrorizado, y se agachó con la cabeza entre las patas.

El guerrero se disponía a consolarlo dándole unos lametones cuando Tormenta de Arena lo llamó.

—Corazón de Fuego, mira.

Se volvió y advirtió que Fronde estaba echado en el suelo, sangrando por una pata.

—No es nada —gruñó el aprendiz, tratando de levantarse valerosamente.

—No te muevas mientras echamos un vistazo —ordenó Tormenta de Arena.

Corazón de Fuego se acercó y examinó la herida. Para su alivio, era un corte largo pero no profundo, y ya casi no sangraba.

—Has tenido suerte, gracias al Clan Estelar —maulló—. Y me has salvado de un tremendo mordisco. Lo que has hecho es muy valiente, Fronde.

Los ojos del aprendiz brillaron al oír el elogio del guerrero.

—En realidad no he sido valiente —repuso con voz temblorosa—. No he tenido tiempo de pensar.

—Un guerrero no lo habría hecho mejor —le aseguró Tormenta de Arena—. Pero ¿qué estaba haciendo un tejón a plena luz del día? Siempre cazan por la noche.

—Tendría hambre, como nosotros —observó Corazón de Fuego—. Si no, no se explica que haya atacado a algo tan grande como Pequeño Nimbo. —Se volvió de nuevo hacia el cachorro y le dio un suave empujoncito para que se levantara—. Arriba, vamos a llevarte al campamento.

Tormenta de Arena ayudó a Fronde a ponerse en pie, y caminó a su lado mientras él cojeaba hasta lo alto de la hondonada y hacia el barranco. Corazón de Fuego los siguió con Pequeño Nimbo pegado a él.

Cuando alcanzaron el barranco, Pecas salió como un rayo del campamento, llamando a Pequeño Nimbo loca de inquietud. Otros gatos la siguieron, atraídos por sus maullidos de pánico. Corazón de Fuego reparó en Viento Veloz y Manto Polvoroso; luego se le hizo un nudo en el estómago al ver que Garra de Tigre los seguía por el túnel.

Pecas corrió hacia Pequeño Nimbo y lo cubrió de lametones angustiados.

—¿Dónde estabas? —lo regañó—. ¡He estado buscándote por todas partes! No deberías escaparte de esa manera.

—¡No lo he hecho! —protestó Pequeño Nimbo.

—¿Qué ocurre aquí? —Garra de Tigre se abrió paso hasta ellos.

Corazón de Fuego se lo explicó, mientras Pecas seguía alisando el pelo alborotado de Pequeño Nimbo.

—Al final hemos ahuyentado al tejón —le contó al lugarteniente—. Fronde ha sido muy valiente.

Mientras hablaba, Garra de Tigre lo observaba con sus feroces ojos ámbar, pero Corazón de Fuego mantuvo la cabeza bien alta; esta vez no tenía ninguna razón para sentirse culpable.

—Será mejor que vayas a ver a Fauces Amarillas para que te examine esa pata —le dijo el lugarteniente a Fronde—. Y en cuanto a ti… —Se volvió para plantarse amenazadoramente ante Pequeño Nimbo—. ¿En qué estabas pensando, poniéndote en peligro de esa manera? ¿Crees que los guerreros no tienen nada mejor que hacer que rescatarte?

Pequeño Nimbo agachó las orejas.

—Lo lamento, Garra de Tigre. No pretendía ponerme en peligro.

—¡No lo pretendías! ¿Es que nadie te ha enseñado nada mejor que a deambular por ahí?

—Sólo es un cachorro —protestó Pecas serenamente, mirando al lugarteniente con sus dulces ojos verdes.

Garra de Tigre enseñó los colmillos con un gruñido.

—Ha causado más problemas él solo que todos los demás cachorros juntos. Ya es hora de que aprenda una lección. Para variar, puede hacer un poco de trabajo auténtico.

Corazón de Fuego abrió la boca para protestar. Por una vez, Pequeño Nimbo no tenía intención de causar problemas; el susto que se había llevado era castigo más que suficiente por separarse de Pecas.

Pero Garra de Tigre prosiguió:

—Puedes ir a cuidar a los veteranos —ordenó a Pequeño Nimbo—. Retira la parte sucia de sus lechos y recoge musgo limpio. Asegúrate de que tienen bastante carne fresca, y examínalos en busca de garrapatas.

—¡Garrapatas! —exclamó Pequeño Nimbo, perdiendo el último rastro de miedo por la indignación—. ¡No pienso hacer eso! ¿Por qué no se buscan ellos sus propias garrapatas?

—Porque son veteranos —siseó Garra de Tigre—. Debes comprender mejor las costumbres del clan, si es que quieres convertirte en aprendiz algún día. —Fulminó con la mirada al cachorro—. Vamos. Y no dejes esa tarea hasta que yo te lo diga.

Pequeño Nimbo pareció a punto de rebelarse, pero ni siquiera él desafiaría dos veces a Garra de Tigre. Clavó en el lugarteniente sus ardientes ojos azules y corrió hacia el túnel. Pecas soltó un maullido apenado y lo siguió.

—Siempre he dicho que traer mininos caseros al clan era una mala idea —gruñó Garra de Tigre a Manto Polvoroso, pero mirando ferozmente a Corazón de Fuego, como retándolo a que protestara.

El joven guerrero miró hacia otro lado.

—Vamos, Fronde —maulló, tragándose la rabia. No tenía sentido meterse en una pelea—. Te llevaré a la guarida de Fauces Amarillas.

—Yo volveré a ver si encuentro nuestras presas —se ofreció Tormenta de Arena—. ¡No queremos que se las quede ese tejón! —añadió, comenzando a ascender el barranco.

Corazón de Fuego le dio las gracias y se encaminó al campamento con Fronde. El aprendiz cojeaba ostensiblemente y parecía cansado.

Al acercarse al túnel de aulagas, a Corazón de Fuego lo sorprendió ver aparecer a Cola Rota con Fauces Amarillas al lado. Los seguían dos guardias, Rabo Largo y Cebrado.

—Debemos de estar locos al sacarlo así como así —refunfuñó Cola Larga—. ¿Y si sale huyendo?

—¿Huyendo? —repitió Fauces Amarillas con voz ronca—. Supongo que también crees que los erizos pueden volar, ¿no? No va a huir a ninguna parte, estúpida bola de pelo.

La curandera retiró la nieve de una piedra lisa y guió a Cola Rota hasta allí. Él se sentó con la cara ciega levantada al sol y olfateó el aire.

—Hace un bonito día —murmuró Fauces Amarillas, enroscando su escuálido cuerpo gris junto al de Cola Rota. Corazón de Fuego jamás había oído a la curandera hablar con tanta amabilidad—. La nieve se derretirá pronto y después llegará la estación de la hoja nueva. Las presas serán abundantes y rollizas. Entonces seguro que te sentirás mejor.

Al oírla, Corazón de Fuego recordó lo que nadie más sabía: que Fauces Amarillas era la madre de Cola Rota. Ni siquiera éste lo sabía, y tampoco daba señales de haber oído las amables palabras de la curandera. Corazón de Fuego se estremeció por el dolor que había en los ojos de la vieja gata. Se había visto obligada a renunciar a Cola Rota porque a las curanderas les estaba prohibido tener hijos. Y más tarde lo dejó ciego para salvar a su clan de adopción del ataque de gatos proscritos.

Pero todavía seguía queriéndolo, aunque, para él, ella no significaba más que cualquier otro gato del Clan del Trueno. Corazón de Fuego habría maullado de compasión por la curandera.

—Tengo que contarle esto a Garra de Tigre —maulló Cebrado, situándose al pie de la roca en que estaban ambos gatos—. Él no ha dado orden de que el prisionero abandone el campamento.

Acercándose, Corazón de Fuego pegó el hocico a la cara de Cebrado.

—La última vez que miré, Estrella Azul era la líder del clan —bufó—. ¿Y a quién crees que va a escuchar? ¿A ti o a la curandera?

Cebrado se irguió sobre las patas traseras, mostrando los colmillos. Corazón de Fuego oyó cómo Fronde bufaba alarmado a sus espaldas. Se puso en tensión, preparándose para el ataque del guerrero, pero Fauces Amarillas los interrumpió con un furioso gruñido.

—¡Dejaos ya de tonterías! ¿Qué le ha pasado a Fronde? —Asomó por el borde de la roca su rostro achatado, fruncido de preocupación.

—Lo ha atacado un tejón —explicó Corazón de Fuego, y lanzó una última mirada asesina a Cebrado.

La vieja curandera bajó de un salto con el cuerpo entumecido y examinó la pata del aprendiz, olfateando la herida.

—Sobrevivirás —rezongó—. Ve a mi guarida. Carbonilla está allí. Ella te dará unas hierbas para que te las apliques sobre el corte.

—Gracias, Fauces Amarillas —maulló Fronde, y se marchó cojeando.

Corazón de Fuego lo siguió, pero antes de entrar en el túnel de aulagas volvió la vista atrás. Fauces Amarillas había subido de nuevo a la roca y se había sentado apretando su costado contra Cola Rota, al que lamía suavemente. El joven guerrero oyó el sonido de su áspera lengua, el mismo que hacía una reina con sus cachorritos.

Pero Cola Rota permanecía tan impasible como siempre. Ni siquiera se volvió hacia la gata para compartir lenguas con ella.

Entristecido, Corazón de Fuego entró en el túnel. Había pocos lazos más fuertes que el de una madre y sus hijos. Era evidente que Fauces Amarillas todavía sentía ese vínculo, incluso después de todo el dolor que había causado Cola Rota: el asesinato de su propio padre, la destrucción de su propio clan con su liderazgo sanguinario, el ataque al Clan del Trueno con una banda de gatos proscritos. Pero, para una parte del cerebro de Fauces Amarillas, él seguía siendo su cachorrito.

Entonces, Corazón de Fuego se preguntó cómo era posible que hubiesen separado a Vaharina y Pedrizo de su madre. ¿Por qué Corazón de Roble los había llevado al Clan del Río? Y, por encima de todo, ¿por qué los gatos del Clan del Trueno no habían intentado buscarlos?