—¿Qué? —Corazón de Fuego se quedó de una pieza—. ¿Estás diciendo que Vaharina y Pedrizo proceden del Clan del Trueno?
—Sí. —Tabora se dio un par de lametones en el pecho—. Eso es exactamente lo que estoy diciendo.
El joven estaba desconcertado.
—¿Corazón de Roble los robó? —preguntó.
La gata erizó el pelo y enseñó los dientes con un gruñido.
—Corazón de Roble era un guerrero noble. ¡Nunca se habría rebajado a robar cachorros!
—Lo siento. —Alarmado, el joven se agachó y bajó las orejas—. No pretendía… ¡Es que resulta tan difícil creer lo que me has contado!
Tabora sorbió por la nariz y su pelaje volvió a alisarse. Corazón de Fuego seguía intentando asimilar aquella información. Si Corazón de Roble no había robado a los cachorros, quizá gatos proscritos se los habían llevado del campamento del Clan del Trueno… pero ¿por qué? ¿Y por qué abandonarlos tan rápidamente, cuando aún llevaban en la piel el olor de su clan?
—Entonces… si eran cachorros del Clan del Trueno, ¿por qué cuidaste de ellos? —balbuceó. ¿Qué clan aceptaría de buen grado gatitos enemigos, y en una estación en que las presas eran más escasas?
Tabora se encogió de hombros.
—Porque Corazón de Roble me lo pidió. Por aquel entonces, todavía no era lugarteniente, pero sí un guerrero apuesto y joven. Hacía poco que yo había dado a luz, pero todos mis hijos excepto uno habían muerto por culpa del frío. Tenía leche de sobra, y aquellas desdichadas criaturitas no habrían visto un nuevo día si nadie se hubiera ocupado de ellas. Su olor a Clan del Trueno se desvaneció pronto —continuó la anciana—. Y aunque Corazón de Roble no me había contado la verdad sobre su procedencia, yo lo respetaba lo suficiente para no hacerle más preguntas. Gracias a él y a mí crecieron y se convirtieron en cachorros fuertes, y ahora son buenos guerreros… un orgullo para su clan.
—¿Vaharina y Pedrizo saben todo eso?
—Ahora escúchame —replicó Tabora con voz áspera—, Vaharina y Pedrizo no saben nada en absoluto, y si tú les cuentas lo que acabo de contarte, te sacaré el hígado para dárselo de comer a los cuervos. Se criaron creyendo que Corazón de Roble y yo éramos sus padres.
Estiró la cabeza hacia delante, mostrando los colmillos mientras hablaba. A pesar de que era una anciana, Corazón de Fuego se acobardó.
—Ellos jamás han dudado de que soy su verdadera madre —gruñó—. Me gusta pensar que incluso se parecen un poco a mí.
Mientras la anciana hablaba, algo se agitó en la mente de Corazón de Fuego, como el temblor de una hoja caída que traiciona al ratón que se oculta debajo. Supuso que lo que Tabora acababa de decir debía de significar algo para él; pero cuando intentó atraparlo, el pensamiento se escabulló.
—Los dos hermanos siempre han sido leales al Clan del Río —insistió Tabora—. No quiero que ahora esa lealtad quede dividida. He oído los chismes que se cuentan sobre ti, Corazón de Fuego, sé que fuiste un minino doméstico, así que tú deberías entender mejor que nadie lo que significa tener una pata en dos lugares.
El joven sabía que nunca haría pasar a otro gato por las incertidumbres que él sufría por no pertenecer al clan al ciento por ciento.
—Te prometo que nunca se lo contaré —aseguró solemnemente—. Lo juro por el Clan Estelar.
Más relajada, la vieja gata se estiró, las patas extendidas hacia delante y las ancas en el aire.
—Acepto tu palabra, Corazón de Fuego —dijo al cabo—. No sé si esto te servirá. Pero quizá explique por qué Corazón de Roble nunca permitió que ningún miembro del Clan del Trueno hiciera daño a Vaharina o Pedrizo. Aunque afirmaba no saber nada de su procedencia, él captó el olor del Clan del Trueno en los cachorros tan claramente como yo. Si hablamos de los hermanos, son leales al Clan del Río, pero parece que la lealtad de Corazón de Roble estaba dividida a causa de ellos.
—Te estoy muy agradecido —ronroneó Corazón de Fuego, procurando sonar respetuoso—. No sé qué significa eso en relación con lo que he de averiguar, pero de verdad pienso que es importante para nuestros clanes.
—Puede ser —maulló Tabora, y frunció el entrecejo—. Pero ahora que te lo he contado todo, debes abandonar nuestro territorio.
—Por supuesto. Ni siquiera sabréis que he estado aquí. Y Tabora… —Hizo una pausa antes de salir de entre los arbustos y sostuvo la mirada amarilla de la gata un momento—. Gracias.
La mente de Corazón de Fuego daba vueltas a toda velocidad mientras regresaba al campamento. ¡Vaharina y Pedrizo tenían sangre del Clan del Trueno! Pero ahora pertenecían al del Río, y no tenían ni idea de su herencia dividida. «La lealtad de la sangre y la lealtad al clan no son siempre lo mismo», reflexionó. Sus propias raíces como gato doméstico no debilitaban su compromiso con el Clan del Trueno.
Y a lo mejor, ahora que Vaharina le había confirmado cómo murió Corazón de Roble, Estrella Azul estaría dispuesta a aceptar que Garra de Tigre había matado a Cola Roja. Decidió contarle también las últimas revelaciones de Tabora; tal vez Estrella Azul podría decirle si alguna vez habían robado a dos cachorros del campamento del Clan del Trueno.
Cuando Corazón de Fuego llegó al claro, se fue derecho a la Peña Alta. Al acercarse a la guarida de la líder, oyó dos voces en el interior, y captó el olor de Garra de Tigre junto al de Estrella Azul. Se pegó contra la roca, esperando quedar fuera de la vista, mientras el lugarteniente atravesaba la cortina de líquenes que cubría la entrada de la guarida.
—Llevaré una patrulla de caza hacia las Rocas Soleadas —dijo el atigrado por encima del hombro—. Hace días que nadie caza por allí.
—Buena idea —aprobó la líder saliendo tras él—. Las presas siguen escaseando. Ojalá el Clan Estelar nos conceda que el deshielo llegue pronto.
Garra de Tigre coincidió con un gruñido y se alejó con pasos largos hacia el dormitorio de los guerreros, sin advertir que Corazón de Fuego estaba agazapado junto a la roca.
Cuando el lugarteniente desapareció, el joven se acercó a la boca de la guarida.
—Estrella Azul —la llamó cuando ella se disponía a entrar de nuevo—. Me gustaría hablar contigo.
—Muy bien —respondió la gata—. Pasa.
Corazón de Fuego la siguió al interior de la guarida. La cortina de líquenes volvió a su lugar, bloqueando la brillante luz que reflejaba la nieve. En la penumbra, Estrella Azul se sentó frente a él.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
Corazón de Fuego respiró hondo.
—¿Recuerdas la historia de Cuervo, según la cual Cola Roja mató a Corazón de Roble en la batalla de las Rocas Soleadas?
Estrella Azul se puso tensa.
—Corazón de Fuego, ese tema está zanjado —replicó con un gruñido—. Ya te lo dije: tengo razones de sobra para saber que no es cierto.
—Lo sé. —El joven inclinó la cabeza respetuosamente—. Pero he descubierto algo nuevo.
La líder aguardó en silencio. Corazón de Fuego no habría sabido decir qué pensaba.
—A Corazón de Roble no lo mató nadie, ni Cola Roja ni Garra de Tigre —explicó nerviosamente, consciente de que era demasiado tarde para cambiar de opinión—. Corazón de Roble murió por una roca que le cayó encima.
La gata frunció el entrecejo.
—¿Cómo sabes eso?
—Yo… fui a ver a Cuervo de nuevo —admitió—. Después de la última Asamblea. —Mientras hacía esa confesión, se iba preparando para la furia de su líder, pero ella permaneció tranquila.
—Así que por eso llegaste tarde —señaló.
—Tenía que averiguar la verdad —se apresuró a justificarse Corazón de Fuego—. Y…
—Espera un momento. Cuervo te contó primero que Cola Roja había matado a Corazón de Roble. ¿Es que está cambiando los hechos?
—No, no, en absoluto. Es que yo lo entendí mal. Cola Roja fue responsable en parte de la muerte de Corazón de Roble, porque lo empujó debajo del saliente rocoso que se derrumbó sobre él. Pero no tenía intención de matarlo. Y eso justamente era lo que tú no podías creer —le recordó—: que Cola Roja hubiera matado a propósito a otro gato. Además…
—¿Sí? —Estrella Azul sonaba tan tranquila como siempre.
—He cruzado el río para hablar con una gata del Clan del Río —confesó—. Sólo para comprobar la historia. Y ella me ha contado que era cierto: Corazón de Roble murió por la caída de la roca.
Se miró las patas, preparándose para la ira de Estrella Azul por haber ido a territorio enemigo, pero cuando volvió a levantar la vista, en los ojos de la líder sólo había un gran interés.
Lo animó a continuar con un leve movimiento de la cabeza.
—Así que sabemos con certeza que Garra de Tigre mintió sobre la muerte de Corazón de Roble —prosiguió el joven—. No lo mató él en revancha por la muerte de Cola Roja. Fue la caída de la roca. ¿No es posible que también esté mintiendo sobre la muerte de Cola Roja?
Mientras él hablaba, Estrella Azul empezó a parecer inquieta; entornó los ojos hasta que apenas se vio un destello de azul en la penumbra de la guarida.
—Garra de Tigre es un buen lugarteniente —murmuró—. Esas acusaciones son muy graves.
—Lo sé. Pero, Estrella Azul, ¿es que no ves lo peligroso que es?
Ella hundió la cabeza en el pecho. Permaneció en silencio tanto tiempo que Corazón de Fuego se preguntó si debería marcharse, aunque ella no lo había despachado.
—Hay algo más —se atrevió a agregar—. Algo extraño sobre dos guerreros del Clan del Río.
La líder levantó la mirada e irguió las orejas. Durante un segundo, Corazón de Fuego dudó si propagar los rumores de una anciana temperamental del Clan del Río, pero su necesidad de conocer la verdad le dio el valor para continuar.
—El gato negro me contó que, en la batalla de las Rocas Soleadas, Corazón de Roble impidió que Cola Roja atacara a un guerrero llamado Pedrizo, y dijo que ningún gato del Clan del Trueno debería hacerle daño jamás. Yo… tuve la ocasión de hablar con Tabora, una de las veteranas del Clan del Río. Ella me confesó que Corazón de Roble le había llevado a Vaharina y Pedrizo cuando no eran más que unos cachorritos. Era la estación sin hojas, y Tabora dice que los pequeños habrían muerto si nadie se hubiera ocupado de ellos. Ella los amamantó. Y dice… dice que los dos olían al Clan del Trueno. ¿Eso podría ser cierto? ¿Alguna vez han robado cachorros de nuestro campamento?
Durante unos segundos pensó que la líder no lo había oído, tan quieta estaba. De pronto, la gata se levantó y dio unos pasos hacia él hasta quedar casi nariz con nariz.
—¿Y tú has prestado oídos a esa tontería? —siseó.
—Sólo pensé que debería…
—Esto no es lo que esperaba de ti, Corazón de Fuego —gruñó. Los ojos le relucían como hielo y tenía el lomo erizado—. Ir a territorio enemigo a escuchar habladurías absurdas. Creer lo que te cuenta una gata del Clan del Río. Harías mejor pensando en tus obligaciones que viniendo a contarme habladurías sobre Garra de Tigre. —Lo examinó un largo rato—. Quizá Garra de Tigre tenga razón al dudar de tu lealtad.
—Yo… lo lamento —balbuceó el joven—. Pero me pareció que Tabora decía la verdad.
Estrella Azul soltó un resoplido. Todo el interés anterior se había desvanecido de sus ojos, dejándole una expresión fría y distante.
—Márchate —ordenó—. Busca algo útil que hacer… algo que se corresponda con un guerrero. Y nunca… nunca vuelvas a mencionarme esto. ¿Entendido?
—Sí, Estrella Azul. —El joven empezó a retroceder—. Pero ¿qué pasa con Garra de Tigre? Él…
—¡Márchate! —bufó la líder.
Con prisa por obedecer, Corazón de Fuego patinó en la arena de la guarida. Una vez fuera, dio media vuelta y cruzó el claro como un rayo; sólo descansó cuando había puesto varios zorros de distancia entre Estrella Azul y él. Se sentía absolutamente desconcertado. Al principio la líder había parecido dispuesta a escucharlo, pero en cuanto mencionó a los cachorros robados del Clan del Trueno, se negó a oír nada más.
Un súbito escalofrío recorrió su cuerpo. ¿Y si Estrella Azul empezaba a preguntarse cómo había conseguido hablar con las gatas del Clan del Río? ¿Y si descubría lo de Látigo Gris y Corriente Plateada? ¿Y qué pasaba con Garra de Tigre? Durante un breve tiempo, el joven había tenido la esperanza de que Estrella Azul comprendiera lo peligroso que era el lugarteniente.
«¡Cardos y espinas! —maldijo mentalmente—. Ahora Estrella Azul no querrá oír una palabra más contra Garra de Tigre. ¡La he pifiado!».