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—No puedo creer que esté haciendo esto —masculló mientras se internaba en el túnel de aulagas del campamento.

Había encontrado excrementos de zorro frescos en el bosque y se había revolcado en ellos hasta que le entraron náuseas. Ahora ningún gato podría adivinar que había estado en el territorio del Clan de Río. Eso sí, aún estaba por ver si lo dejarían entrar en el dormitorio de los guerreros. Por lo menos había conseguido cazar una ardilla en el camino de vuelta, así que no llegaba con las patas vacías.

Al salir del túnel de aulagas, se encontró con Estrella Azul plantada en la Peña Alta. Al ver que otros gatos aparecían de sus guaridas para reunirse debajo de ella, Corazón de Fuego comprendió que se había perdido la llamada de convocatoria.

El joven dejó la ardilla en el montón de carne fresca y fue a reunirse con los demás miembros del clan. Al otro lado del claro, los cachorros de Pecas salieron a trompicones de la maternidad, seguidos por su madre. Corazón de Fuego distinguió al hijo de su hermana Princesa, Pequeño Nimbo, con su reluciente pelaje blanco. Princesa vivía en un hogar de Dos Patas y no deseaba renunciar a su cómoda existencia de gata de compañía, pero las historias de Corazón de Fuego sobre la vida salvaje la habían cautivado, de modo que decidió entregar a su primogénito al Clan del Trueno.

De momento, a los gatos del clan les estaba costando aceptar a otro minino doméstico entre ellos, aunque Pecas lo trataba como al resto de sus hijos. Corazón de Fuego sabía por experiencia cuánta determinación necesitaría Pequeño Nimbo para hacerse un lugar propio en el clan.

Al acercarse más, el joven guerrero oyó cómo el cachorrito blanco le preguntaba a Pecas en voz alta y quejosa:

—¿Y por qué yo no puedo ser aprendiz? ¡Soy casi tan grande como el bobo del hijo canela de Escarcha!

El interés de Corazón de Fuego aumentó. Estrella Azul debía de estar a punto de celebrar la ceremonia para nombrar aprendices a los otros dos hijos de Escarcha. Sus hermanos Fronde y Carbonilla ya habían pasado por ese trámite hacía unas pocas lunas, y Corazón de Fuego supuso que los dos pequeños debían de estar ansiosos por convertirse en aprendices. Se alegró de haber regresado a tiempo para presenciar el nombramiento.

—¡Chist! —le susurró Pecas a Pequeño Nimbo, reuniendo a sus cachorros y buscándoles un sitio donde sentarse—. No puedes ser aprendiz hasta que tengas seis lunas de edad.

—Pero ¡yo quiero ser aprendiz ya!

Corazón de Fuego dejó a Pecas intentando explicar las costumbres del clan al insistente Pequeño Nimbo y fue a sentarse cerca de la primera fila, al lado de Tormenta de Arena.

La gata giró la cabeza alarmada.

—¡Corazón de Fuego! ¿Dónde has estado? ¡Hueles a zorro muerto hace una luna!

—Lo siento —masculló él—. Ha sido un accidente. —Odiaba la fetidez tanto como cualquier gato, y no le gustaba tener que mentirle a Tormenta de Arena sobre cómo había llegado a apestar así.

—Bueno, ¡mantente alejado de mí hasta que se evapore! —Aunque las palabras de Tormenta de Arena sonaron firmes, sus ojos reían cuando se trasladó a una cola de distancia de él.

—Y lávate bien antes de entrar en la guarida de los guerreros —gruñó una conocida voz. Al volverse, el joven guerrero vio a Garra de Tigre a sus espaldas—. ¡No voy a dormir con esa pestilencia en mi nariz!

Corazón de Fuego bajó la cabeza avergonzado mientras Garra de Tigre se alejaba, y luego alzó la vista al oír que Estrella Azul empezaba a hablar:

—Nos hemos reunido aquí para dar a dos cachorros de clan sus nombres de aprendizaje.

Miró hacia abajo, donde estaba Escarcha muy orgullosa, con la cola pulcramente enroscada alrededor de las patas. A cada lado tenía a uno de sus hijos, y mientras la líder hablaba, el más grande, un macho marrón dorado como su hermano Fronde, se puso en pie con impaciencia.

—Sí, adelantaos los dos —los invitó Estrella Azul con afecto.

El macho salió corriendo y se detuvo en seco al pie de la Peña Alta. Su hermana lo siguió más calmadamente. Era blanca como su madre, excepto por algunas manchas canela en el lomo y la cola también canela.

Corazón de Fuego cerró los ojos un momento. No mucho tiempo atrás, le habían confiado a Carbonilla como aprendiza. Casi deseaba ser el mentor de alguno de aquellos cachorros, aunque sabía que, si Estrella Azul le hubiera reservado ese honor, se lo habría comunicado con antelación.

«Tal vez nunca vuelva a nombrarme mentor», pensó con tristeza, después de haberle fallado tanto a Carbonilla.

—Musaraña —maulló Estrella Azul—, me has dicho que ya estás preparada para tomar un aprendiz. Tú serás la mentora de Espino.

Corazón de Fuego observó cómo Musaraña, una gata enjuta y fuerte de pelaje marrón, avanzaba para situarse junto al cachorro dorado, que fue a su encuentro dando saltos.

—Musaraña —continuó la líder—. Has demostrado ser una guerrera valiente e inteligente. Contagia tu coraje y tu sabiduría a tu nuevo aprendiz.

Musaraña parecía tan orgullosa como el recién bautizado Espino. Se tocaron nariz con nariz y se retiraron al lindero del claro. Corazón de Fuego oyó a Espino maullar con entusiasmo, como si ya estuviera bombardeando con preguntas a su mentora.

La gatita blanca y canela seguía bajo la Peña Alta, mirando hacia Estrella Azul. Corazón de Fuego estaba lo bastante cerca para ver cómo sus bigotes se estremecían de expectación.

—Tormenta Blanca —anunció la líder—, ahora que Tormenta de Arena se ha convertido en guerrera, eres libre para tomar un nuevo aprendiz. Tú serás el mentor de Centellina.

El gran guerrero blanco, que estaba sentado en la primera fila de los congregados, se puso en pie para acercarse a Centellina. Ella lo esperó con ojos relucientes.

—Tormenta Blanca —maulló Estrella Azul—. Eres un guerrero de gran destreza y experiencia. Sé que enseñarás todo lo que sabes a esta joven aprendiza.

—Por supuesto. Bienvenida, Centellina.

Se inclinó para tocarle la nariz con la suya, y luego la escoltó al centro de la reunión.

Los otros gatos empezaron a congregarse alrededor, felicitando a los nuevos aprendices y coreando sus nuevos nombres. Cuando se disponía a unirse a ellos, Corazón de Fuego vio a Látigo Gris al fondo, al lado del túnel. Su amigo debía de haber regresado sin ser visto mientras el resto del clan estaba escuchando a Estrella Azul.

—Ya está todo arreglado —susurró Látigo Gris cuando llegó junto a él—. Si mañana hace sol, Corriente Plateada y Vaharina sacarán a Tabora del campamento a estirar un poco las patas. Se reunirán con nosotros cuando el sol esté en lo más alto.

—¿Dónde? —preguntó Corazón de Fuego, no muy seguro de querer internarse en territorio del Clan del Río dos días seguidos. Era muy peligroso dejar tantos rastros olorosos del Clan del Trueno.

—En el bosque hay un claro muy tranquilo justo al lado de la frontera, no muy lejos del puente de Dos Patas. Corriente Plateada y yo solíamos vernos allí antes, ya sabes…

Corazón de Fuego lo comprendió. Látigo Gris estaba manteniendo su promesa de encontrarse con Corriente Plateada únicamente en los Cuatro Árboles. Sólo iban a arriesgarse por el deseo de Corazón de Fuego de averiguar lo sucedido en la batalla de las Rocas Soleadas.

—Gracias —murmuró con sinceridad.

Al acercarse al montón de carne fresca para escoger una pieza, Corazón de Fuego sintió un hormigueo de expectación por lo que pasaría al día siguiente, cuando descubriera qué sabía Tabora sobre aquel misterio.

—Éste es el lugar —susurró Látigo Gris.

Corazón de Fuego y él se hallaban a sólo unos saltos de conejo de la frontera del Clan del Río, en su propio lado del río. El suelo daba paso a una profunda hondonada protegida por espinos. La nieve se había amontonado allí, y un pequeño arroyo —convertido ahora en carámbanos helados— había excavado un profundo canal entre dos rocas. Corazón de Fuego supuso que cuando llegara la estación de la hoja nueva y la nieve se derritiera, aquél sería un lugar precioso y bien escondido. Los dos amigos se colaron por debajo de un arbusto de espino y revolvieron las hojas muertas para formar unos nidos cómodos donde esperar. De camino hacia allí, Corazón de Fuego había cazado un ratón que llevaba como regalo para Tabora. Lo depositó donde las hojas estaban más secas, procurando olvidar su propia hambre, y se aposentó sentándose sobre las patas. Sabía que estaba poniéndose en peligro a sí mismo y a Látigo Gris con aquella reunión, por no mencionar que estaba quebrantando el código guerrero y mintiendo a su clan… Aun así, creía que era por el bien de éste. Pero ¡ojalá pudiese estar seguro de que el camino elegido era el correcto!

La débil luz del sol de la estación sin hojas relucía sobre la nieve de la hondonada, y el sol había alcanzado su cénit hacía rato. Corazón de Fuego empezaba a pensar que las gatas no aparecerían cuando captó olor a Clan del Río y oyó una voz fina y anciana quejándose. Procedían del río.

—Esto está demasiado lejos para mis viejos huesos. Voy a morir congelada.

—Tonterías, Tabora. Hace un día maravilloso. —Ésa era Corriente Plateada—. El ejercicio te sentará bien.

Se oyó un resoplido desdeñoso como respuesta. Aparecieron tres gatas, descendiendo por el lateral de la hondonada. La tercera era una veterana a la que Corazón de Fuego no conocía, una gata escuálida, con la piel parcheada y el hocico lleno de cicatrices y canoso por la edad.

Cuando habían descendido la mitad de la pendiente, la anciana se detuvo, olfateando el aire muy tensa.

—¡Aquí hay gatos del Clan del Trueno! —bufó.

Corazón de Fuego vio que Corriente Plateada y Vaharina intercambiaban una mirada de inquietud.

—Sí, lo sé —tranquilizó Vaharina a la veterana—. No pasa nada.

Tabora la miró con recelo.

—¿Qué quieres decir con que no pasa nada? ¿Qué están haciendo aquí?

—Sólo quieren hablar contigo —respondió Vaharina con delicadeza—. Confía en mí.

Corazón de Fuego temió que la anciana diese media vuelta y maullara para dar la alarma, pero, para su alivio, la curiosidad pudo con Tabora. Continuó andando detrás de Vaharina, sacudiendo las patas con disgusto al hundirse en la blanda nieve.

—¿Látigo Gris? —maulló Corriente Plateada con cautela.

El guerrero gris asomó la cabeza por el arbusto.

—Estamos aquí.

Las tres gatas se abrieron paso por el espinoso refugio. Tabora se puso tensa al verse frente a Látigo Gris y Corazón de Fuego, y sus ojos amarillos llamearon con hostilidad.

—Éste es Corazón de Fuego, y éste es Látigo Gris —los presentó Corriente Plateada—. Ellos son…

—Dos enemigos —la interrumpió Tabora—. Espero que haya una buena explicación para esto.

—La hay —aseguró Vaharina—. Son gatos decentes… al menos para ser del Clan del Trueno. Dales una oportunidad de explicarse.

Ella y Corriente Plateada miraron a Corazón de Fuego con expectación.

—Necesitamos hablar contigo —empezó el joven guerrero, sintiendo un picor nervioso en los bigotes. Empujó la pieza de caza hacia delante—. Te he traído esto.

Tabora examinó el ratón.

—Bueno, por lo menos no has olvidado los modales, seas del Clan del Trueno o no. —Se inclinó y comenzó a mordisquear la presa, mostrando unos dientes rotos por la edad—. Está un poco correoso, pero servirá —dijo con voz aguda mientras tragaba.

Corazón de Fuego intentó buscar las palabras apropiadas.

—Quiero preguntarte sobre algo que dijo Corazón de Roble antes de morir —se atrevió al fin.

Tabora sacudió las orejas.

—He oído lo que sucedió en la batalla de las Rocas Soleadas —prosiguió el joven—. Antes de morir, Corazón de Roble le dijo a uno de nuestros guerreros que ningún gato del Clan del Trueno debía hacerle daño jamás a Pedrizo. ¿Tú sabes por qué?

Tabora no respondió hasta que hubo tragado el último pedazo de ratón y se pasó por el hocico una lengua rosada. Luego se incorporó y enroscó la cola alrededor de las patas. Clavó una mirada cavilosa en Corazón de Fuego, hasta que éste sintió que la gata podía ver todo lo que él pensaba.

—Creo que deberíais iros —maulló Tabora por fin, dirigiéndose a las jóvenes gatas del Clan del Río—. Vamos, marchaos. Tú también —añadió, en dirección a Látigo Gris—. Hablaré con Corazón de Fuego a solas. Ya veo que es él quien necesita saber.

Corazón de Fuego iba a protestar, pero se mordió la lengua. Si insistía en que Látigo Gris se quedara, la anciana podría negarse a hablar. Miró a su amigo, y en sus ojos amarillos vio la misma perplejidad que él sentía. ¿Qué tendría que decir Tabora que no deseaba que lo oyera nadie de su propio clan? Corazón de Fuego se estremeció, y no de frío. Su instinto le decía que allí había un secreto oscuro como ala de cuervo. Pero si era un secreto del Clan del Río, no imaginaba su relación con el Clan del Trueno.

Por las miradas que intercambiaron Corriente Plateada y Vaharina, era evidente que ellas estaban igual de confusas, pero se dispusieron a marcharse sin protestar.

—Os esperaremos cerca del puente de Dos Patas —maulló Corriente Plateada.

—No es necesario —resopló Tabora con impaciencia—. Puede que sea vieja, pero no soy inútil. Encontraré el camino de vuelta por mí misma.

Corriente Plateada se encogió de hombros. Las dos gatas del Clan del Río se marcharon, seguidas por Látigo Gris.

Tabora permaneció en silencio hasta que el olor de los otros empezó a difuminarse.

—Bueno —maulló—, ¿Vaharina te ha contado que soy su madre y también madre de Pedrizo?

—Sí. —El nerviosismo inicial de Corazón de Fuego se estaba evaporando, reemplazado por respeto hacia aquella antigua reina enemiga, pues percibió la sabiduría que se ocultaba debajo de su mal genio.

—Bien —gruñó la anciana—, pues no lo soy. —Al ver que el joven abría la boca para hablar, continuó—: Los crié a los dos como si fueran hijos míos, pero yo no los parí. Corazón de Roble me los trajo en mitad de la estación sin hojas, cuando apenas tenían unos días de vida.

—¿De dónde los sacó Corazón de Roble?

Tabora entornó los ojos.

—Me dijo que los había encontrado en el bosque, como si los hubieran abandonado gatos desarraigados o Dos Patas —recordó—. Pero no soy tonta, y siempre he tenido muy buen olfato. Los cachorros olían al bosque, por supuesto, pero había otro olor por debajo. El olor del Clan del Trueno.