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Corazón de Fuego subió el barranco dando saltos, con el crujido de la nieve bajo las patas. El sol brillaba en un cielo azul claro, y aunque sus rayos calentaban poco, animaba a Corazón de Fuego y presagiaba que la estación de la hoja nueva no estaba muy lejos.

Detrás de él, Látigo Gris dio voz a sus pensamientos:

—Con un poco de suerte, el sol hará que algunas presas salgan de sus escondrijos.

—¡No si te oyen pisar tan fuerte! —bromeó Tormenta de Arena al adelantarlo en la subida.

Fronde, el aprendiz de Látigo Gris, protestó lealmente:

—¡Látigo Gris no pisa fuerte!

Pero su mentor se limitó a responder con un gruñido amistoso.

Corazón de Fuego se animó bastante. Aunque sus obligaciones para ese día fueran un castigo, nadie les había dicho que tuvieran que cazar solos, y era genial estar con amigos.

El joven guerrero se estremeció al recordar la gélida mirada de Estrella Azul al reprenderlos por creer que habían estado cazando para sí mismos. La compensaría por haberle mentido atrapando tantas piezas como le fuera posible. El clan necesitaba comida urgentemente. Cuando Látigo Gris y él habían salido de su dormitorio esa mañana, las provisiones de carne del campamento ya habían desaparecido casi por completo y la mayoría de los gatos habían salido a cazar. En el barranco se habían cruzado con Garra de Tigre, que regresaba con la patrulla matinal. Entre los dientes llevaba una ardilla, cuya cola arrastraba por la nieve. El lugarteniente entornó los ojos amenazadoramente al pasar junto a ellos, pero no soltó su presa para hablar.

En lo alto de la ladera, Tormenta de Arena salió disparada mientras Látigo Gris empezaba a enseñarle a Fronde cómo buscar ratones entre las raíces de los árboles. Observándolos, Corazón de Fuego no pudo reprimir una punzada de dolor al pensar en Carbonilla, su antigua aprendiza. De no ser por el accidente, ahora la gatita estaría con ellos. En vez de eso, la pata destrozada —resultado del atropello en el Sendero Atronador— la mantenía recluida en la guarida de Fauces Amarillas, la curandera del clan.

Apartando esos negros pensamientos, avanzó sigilosamente con la boca abierta, examinando los olores forestales. Una suave brisa que ondulaba la superficie de la nieve le trajo un aroma familiar. ¡Conejo!

Al levantar la cabeza, Corazón de Fuego vio a la criatura de pelaje marrón respirando ruidosamente bajo una mata de helechos, donde unas briznas de hierba asomaban entre la nieve. El guerrero se agazapó y se fue acercando delicadamente, pasito a pasito. En el último momento, el conejo advirtió su presencia y dio un salto, pero ya era demasiado tarde. Antes de que pudiese chillar siquiera, Corazón de Fuego atacó.

Luego se encaminó al campamento triunfalmente, con el conejo a rastras. En cuanto entró en el claro, vio con alivio que el montón de carne fresca había crecido tras las patrullas matinales. Estrella Azul estaba junto a las provisiones.

—¡Bien hecho, Corazón de Fuego! —exclamó mientras él se acercaba con el conejo—. Llévalo directamente a la guarida de Fauces Amarillas.

Animado por la aprobación de su líder, Corazón de Fuego arrastró el conejo por el claro. Un túnel de helechos, ahora marrones y quebradizos, conducía a un rincón retirado del campamento donde la curandera tenía su refugio, en el interior de una roca hendida.

Desde debajo de los helechos vio a Fauces Amarillas echada en la boca de su cueva, con las patas bajo el pecho. Carbonilla estaba sentada delante de ella, con el pelaje gris humo ahuecado y los ojos azules clavados en la ancha cara de la curandera.

—Veamos, Carbonilla —dijo la áspera voz de la vieja gata—, Tuerta tiene las almohadillas agrietadas por el frío. ¿Qué podemos hacer por ella?

—Podemos usar hojas de caléndula en caso de infección —respondió Carbonilla—. Ungüento de milenrama para reblandecer las almohadillas y ayudar a que se curen. Semillas de adormidera si tiene dolor.

—Muy bien —aprobó Fauces Amarillas.

Carbonilla se puso aún más tiesa y los ojos le brillaron de satisfacción. Como Corazón de Fuego sabía de primera mano, la vieja curandera era tacaña con las alabanzas.

—Bien, puedes llevarle las hojas y el ungüento —prosiguió Fauces Amarillas—. No necesitará las semillas de adormidera a menos que los cortes empeoren.

Carbonilla se puso en pie, y se disponía a entrar en la guarida cuando vio a Corazón de Fuego junto al túnel. Maullando encantada, corrió hacia él tambaleándose con torpeza.

El joven sintió que los remordimientos lo aguijoneaban, tan afilados como una garra. Antes de que el accidente en el Sendero Atronador le destrozara la pata, Carbonilla era un manojo de nervios con una energía inagotable. Ahora ya nunca podría volver a correr bien, y había tenido que renunciar a sus sueños de convertirse en guerrera.

Pero el monstruo del Sendero Atronador no le había arrebatado su temple y su alegría. Los ojos le bailaban cuando llegó junto a Corazón de Fuego.

—¡Carne fresca! —exclamó—. ¿Es para nosotras? ¡Genial!

—¡Justo a tiempo! —masculló Fauces Amarillas, todavía sentada ante su guarida—. Te aseguro que ese conejo es muy bien recibido —añadió—. Desde la salida del sol, ha pasado por aquí la mitad del clan quejándose de un dolor u otro.

Corazón de Fuego cargó con el conejo y lo depositó ante la curandera.

Fauces Amarillas lo palpó con una zarpa.

—Por una vez, podría tener algo de carne sobre los huesos —señaló refunfuñona—. Está bien, Carbonilla, llévale a Tuerta las hojas de caléndula y la milenrama, y vuelve enseguida. Si te das prisa, a lo mejor todavía te queda algo de conejo.

Carbonilla ronroneó y rozó el omóplato de Fauces Amarillas con la punta de la cola al meterse en la guarida.

Corazón de Fuego maulló quedamente:

—¿Cómo le va? ¿Se está adaptando?

—Está bien —espetó Fauces Amarillas—. Deja de preocuparte por ella.

«Ojalá pudiera», pensó el joven guerrero. Carbonilla había sido su aprendiza y en parte se sentía responsable de su accidente. Debería haber impedido que la gatita fuera al Sendero Atronador.

Recordó cómo había sucedido todo exactamente. Garra de Tigre había pedido que le dijeran a Estrella Azul que se reuniera con él junto al Sendero Atronador, pero la líder estaba demasiado enferma para acudir. En el campamento había muy pocos guerreros. El propio Corazón de Fuego tenía que salir en una misión urgente: buscar hojas de nébeda para la neumonía de Estrella Azul. Le ordenó a Carbonilla que no fuese en su lugar a reunirse con Garra de Tigre, pero su aprendiza hizo caso omiso. El accidente se produjo porque el lugarteniente había dejado su marca olorosa demasiado cerca del borde del Sendero Atronador. Corazón de Fuego sospechaba que en realidad se trataba de una trampa para Estrella Azul, y que el responsable era Garra de Tigre.

Mientras se despedía de Fauces Amarillas para salir de caza otra vez, Corazón de Fuego sintió una nueva determinación de sacar a la luz la culpabilidad del lugarteniente. Por Cola Roja, asesinado; por Cuervo, separado del clan; por Carbonilla, mutilada. Y por todos los gatos del Clan del Trueno, los actuales y los futuros, que estaban en peligro por la sed de poder de Garra de Tigre.

Era el día siguiente de la jornada de castigo. Corazón de Fuego había decidido que no había tiempo que perder para visitar el territorio del Clan del Río y descubrir cómo había muerto realmente Corazón de Roble. Se agazapó en la linde del bosque y miró hacia el río congelado. El viento susurraba entre los juncos secos que asomaban a través del hielo y la nieve.

A su lado, Látigo Gris olisqueaba la brisa, alerta ante el olor de otros gatos.

—Percibo gatos del Clan del Río —murmuró—. Pero el olor es antiguo. Creo que podemos cruzar sin peligro.

Corazón de Fuego reparó en que le preocupaba más que lo vieran miembros de su propio clan que tropezarse con una patrulla enemiga. Garra de Tigre ya sospechaba que él era un traidor. Si el lugarteniente descubría lo que estaban haciendo, acabarían hechos picadillo.

—De acuerdo —respondió en un susurro—. Adelante.

Látigo Gris lo precedió por el hielo, lleno de confianza. Al principio, Corazón de Fuego se quedó impresionado; luego recordó que su amigo ya llevaba varias lunas cruzando el río en secreto para encontrarse con Corriente Plateada. Él lo siguió más cautelosamente, casi esperando que el hielo se resquebrajara bajo su peso y lo mandara al agua helada que corría por debajo. Allí, aguas abajo de las Rocas Soleadas, el propio río era la frontera entre los dos clanes. A Corazón de Fuego se le erizó el lomo mientras cruzaba, mirando hacia atrás continuamente para asegurarse de que no lo veía nadie de su clan.

En cuanto alcanzaron la orilla opuesta, buscaron refugio en un cañaveral y olfatearon el aire buscando señales de gatos del Clan del Río. Corazón de Fuego percibía el miedo de Látigo Gris; todos los músculos de su cuerpo gris estaban tensos mientras atisbaba entre los tallos de los juncos.

—Debemos de estar locos, los dos —siseó a Corazón de Fuego—. Me hiciste prometer que me reuniría con Corriente Plateada en los Cuatro Árboles siempre que quisiera verla, y ahora estamos aquí, de nuevo en el territorio del Clan del Río.

—Lo sé. Pero no tenemos más remedio. Necesitamos hablar con un miembro del Clan del Río, y más fácilmente nos ayudará Corriente Plateada que cualquier otro.

Sentía tanto recelo como su amigo. Estaban rodeados de olores del Clan del Río, aunque ninguno reciente. Corazón de Fuego sentía como si volviera a ser un gatito doméstico por primera vez en el bosque, perdido en un lugar temible y desconocido.

Usando los juncos como parapeto, los dos guerreros empezaron a avanzar río arriba. Corazón de Fuego intentaba andar suavemente, como si estuviera acechando posibles presas, con la barriga rozando la nieve. Era más que consciente de cómo destacaba su pelaje rojizo contra la superficie blanca. El olor a gatos del Clan del Río era cada vez más intenso, y se imaginó que el campamento debía de estar cerca.

—¿Cuánto falta? —le preguntó quedamente a Látigo Gris.

—No mucho. ¿Ves esa isla ahí delante?

Habían llegado a un sitio donde el río se curvaba alejándose del territorio del Clan del Trueno y ensanchándose. A poca distancia, una pequeña isla rodeada de cañaverales se elevaba sobre la superficie congelada.

En las orillas de la isla había sauces inclinados, con las puntas de las ramas colgantes atrapadas en el hielo.

—¿Una isla? —repitió Corazón de Fuego asombrado—. Pero ¿qué ocurre cuando el río no está congelado? ¿Es que cruzan nadando?

—Corriente Plateada dice que aquí el agua no es muy profunda. Pero yo no he estado nunca dentro del campamento.

Junto a ellos, el suelo se elevaba suavemente alejándose de la orilla cubierta de carrizos. En lo alto crecían densos arbustos de aulagas y espinos, y unos pocos acebos mostraban sus hojas verdes y relucientes bajo un manto de nieve. Pero entre el cañaveral y los arbustos protectores había un espacio vacío, sin ninguna protección para las presas ni los gatos.

Látigo Gris avanzaba agazapado, pero de pronto levantó la cabeza y olfateó el aire con cautela. Luego, sin previo aviso, salió de entre los juncos y subió disparado la cuesta.

Corazón de Fuego corrió tras él, resbalando sobre la nieve. Al alcanzar los arbustos, se internaron entre las ramas e hicieron un alto para respirar jadeando. Corazón de Fuego aguzó el oído esperando un maullido de alarma por parte de una patrulla, pero del campamento no llegó ni un sonido. Se dejó caer sobre las hojas secas y soltó un suspiro de alivio.

—Desde aquí podemos ver la entrada del campamento —dijo su amigo—. Yo solía esperar aquí a Corriente Plateada. —Y deseó que la gata apareciese pronto.

A cada momento que pasaba, aumentaban las posibilidades de que los descubrieran. Al cambiar de posición para tener una buena vista de la pendiente y el campamento de la isla, vislumbró siluetas de gatos moviéndose por el recinto. Estaba tan concentrado en ver algo a través de los densos arbustos que ocultaban la isla, que no reparó en la gata atigrada que pasaba junto a su escondrijo hasta que se encontró apenas a una cola de distancia. La gata llevaba una pequeña ardilla en la boca y tenía la mirada fija en el suelo congelado.

Corazón de Fuego se agazapó, listo para salir pitando si la gata los descubría, y la siguió con la mirada. Por suerte, el olor de la presa que sujetaba debía de haber enmascarado la esencia de intrusos del Clan del Trueno. De pronto, advirtió que un grupo de cuatro gatos, dirigidos por Leopardina, la lugarteniente del Clan del Río, había salido del campamento. Leopardina sentía una fiera hostilidad hacia el Clan del Trueno desde que su patrulla se tropezó con Corazón de Fuego y Látigo Gris, que habían entrado en su territorio tras llevar al Clan del Viento de vuelta a su hogar. Un guerrero del Clan del Río murió en la batalla que siguió, y Leopardina no era de las que olvidaban con facilidad. Si los descubría, no les daría siquiera la oportunidad de explicar qué estaban haciendo en aquella parte del río.

Para alivio del joven guerrero, la patrulla no fue en su dirección. Cruzaron el río helado hacia las Rocas Soleadas, seguramente para hacer una ronda por la frontera.

Por fin apareció una forma gris bien conocida.

—¡Corriente Plateada! —ronroneó Látigo Gris.

Corazón de Fuego vio cómo la gata avanzaba delicadamente sobre el hielo hacia la orilla. La verdad es que era una preciosidad, con aquella cabeza hermosamente formada y su pelaje espeso y lustroso. No era de extrañar que Látigo Gris estuviese loco por ella.

Éste se puso en pie, preparándose para llamarla, cuando otros dos gatos salieron del campamento y se reunieron con ella. Uno de ellos era el guerrero negro grisáceo Prieto, al que reconoció de las asambleas por su largas patas y su cuerpo delgado. Lo seguía un gato más pequeño, y Corazón de Fuego supuso que se trataba de su aprendiz.

—Patrulla de caza —murmuró Látigo Gris.

Los tres gatos comenzaron a ascender la ladera. Corazón de Fuego soltó un resoplido, medio de impaciencia y medio de temor. Tenía la esperanza de hablar con Corriente Plateada a solas. ¿Cómo iban a separarla de sus compañeros? ¿Y si Prieto captaba el olor de los intrusos? Después de todo, el guerrero negro no llevaba en la boca una presa que bloqueara sus glándulas olfativas.

Prieto tomó la delantera junto con su aprendiz, y Corriente Plateada los siguió a una cola o dos de distancia. Cuando la patrulla llegó a la altura de los arbustos, Corriente Plateada se detuvo con las orejas levantadas, cautelosa, como si hubiera detectado un olor familiar pero inesperado. Látigo Gris soltó un siseo breve y agudo, y la gata dirigió las orejas hacia el sonido.

—¡Corriente Plateada! —maulló Látigo Gris quedamente.

Ella sacudió las orejas y Corazón de Fuego soltó el aire que estaba reteniendo. La gata lo había oído.

—¡Prieto! —llamó al guerrero que la precedía—. Voy a ver si hay ratones en estos arbustos. No me esperéis.

Corazón de Fuego oyó el maullido de respuesta de Prieto. Al cabo de unos instantes, Corriente Plateada avanzó entre las ramas hasta el espacio donde estaban escondidos los dos guerreros del Clan del Trueno. Se restregó contra Látigo Gris, que ronroneó, y se frotaron la cara uno al otro con evidente placer.

—Pensaba que sólo querías que nos viéramos en los Cuatro Árboles —dijo Corriente Plateada cuando terminó de saludarlo—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—He traído a Corazón de Fuego, que quería verte. Necesita preguntarte algo.

Corazón de Fuego no había hablado con Corriente Plateada desde que la dejó escapar en la batalla. Supuso que la gata estaba recordando lo mismo, pues vio que inclinaba la cabeza elegantemente en su dirección, sin rastro de la hostilidad que había mostrado cuando él intentó convencerla de que dejara de ver a Látigo Gris, al principio de su relación.

—Tú dirás, Corazón de Fuego.

—¿Qué sabes sobre la batalla de las Rocas Soleadas en que murió Corazón de Roble? —preguntó el joven sin rodeos—. ¿Tú estabas allí?

—Pues no —respondió ella con aire pensativo—. ¿Es muy importante?

—Sí, lo es. ¿Podrías preguntarle a algún gato que sí participara? Necesito…

—Haré algo mejor que eso —lo interrumpió ella—. Te traeré a Vaharina para que hables con ella personalmente.

El joven guerrero intercambió una mirada con Látigo Gris. ¿Aquello era una buena idea?

—No pasa nada —maulló Corriente Plateada como si adivinara su preocupación—. Vaharina conoce mi relación con Látigo Gris. No le hace gracia, pero jamás me delataría. Vendrá ahora mismo si se lo pido.

Corazón de Fuego dudó, pero luego aceptó inclinando la cabeza.

—De acuerdo. Gracias.

Apenas había acabado de hablar y Corriente Plateada ya había dado media vuelta para salir de entre los arbustos. La vio saltar sobre la nieve en dirección al campamento.

—¿No es estupenda? —murmuró Látigo Gris.

Corazón de Fuego no dijo nada; se limitó a sentarse a esperar, con creciente inquietud. Si continuaban en territorio del Clan del Río mucho tiempo, algún gato rival terminaría por descubrirlos. Tendrían suerte si escapaban con el pellejo intacto.

—Látigo Gris, si Corriente Plateada no puede…

Justo entonces, vio a la atigrada plateada cruzando la capa de hielo desde el campamento, con otra gata a su lado. Subieron la ladera corriendo, y Corriente Plateada guió a su compañera al interior de los arbustos. Su amiga era una esbelta reina de espeso pelaje gris y ojos azules. Durante un segundo, Corazón de Fuego pensó que le resultaba familiar. Supuso que la habría visto en alguna Asamblea.

Cuando la reina vio a Corazón de Fuego y Látigo Gris, frenó en seco. Recelosa, empezó a erizar el lomo y pegó las orejas al cráneo.

—Vaharina —maulló Corriente Plateada dulcemente—, éstos son…

—¡Gatos del Clan del Trueno! —bufó la reina—. ¿Qué están haciendo aquí? ¡Éste es territorio del Clan del Río!

—Vaharina, escucha… —Corriente Plateada se acercó a su amiga y trató de empujarla hacia los jóvenes guerreros.

Vaharina clavó las uñas en el suelo, y Corazón de Fuego no pudo evitar sentirse amilanado ante la hostil mirada de la gata. ¿Cómo había sido tan estúpido para creer que el Clan del Río lo ayudaría?

—Te guardo el secreto de lo de éste —le recordó Vaharina a su amiga, señalando a Látigo Gris con el mentón—. Pero no voy a quedarme callada si empiezas a traer aquí a todo el Clan del Trueno.

—No seas ridícula —replicó Corriente Plateada.

—No pasa nada, Vaharina —se apresuró a decir Corazón de Fuego—. No hemos atrapado ninguna de vuestras presas, y no estamos aquí para espiar. Necesitamos hablar con alguien que participara en la batalla de las Rocas Soleadas en que murió Corazón de Roble.

—¿Por qué? —Vaharina entornó los ojos.

—Bueno, es… difícil de explicar. Pero no se trata de nada que pueda perjudicar al Clan del Río. Lo juro por el Clan Estelar —añadió.

La joven reina pareció relajarse, y esta vez dejó que Corriente Plateada la empujara suavemente hasta que estuvo al lado del joven guerrero.

Látigo Gris se levantó, manteniendo la cabeza gacha para evitar las ramas bajas.

—Si vosotros dos vais a hablar, Corriente Plateada y yo os dejaremos solos.

Corazón de Fuego iba a protestar, alarmado ante la idea de quedarse solo en territorio enemigo, pero Látigo Gris y Corriente Plateada ya estaban saliendo de los arbustos.

Justo antes de que desaparecieran entre las duras ramas de espino, Látigo Gris miró atrás.

—Oh, Corazón de Fuego —maulló quedamente—. Antes de regresar, asegúrate de revolcarte en algo fuerte para ocultar el olor del Clan del Río. Los excrementos de zorro son muy buenos.

—Espera… —Corazón de Fuego se puso en pie de un salto, pero fue inútil. Su amigo y Corriente Plateada ya se habían ido.

—No te preocupes —dijo Vaharina a sus espaldas—. No voy a comerte. Me darías dolor de barriga.

Al volverse, el joven vio que los ojos de la gata brillaban risueños.

—Tú eres Corazón de Fuego, ¿verdad? —preguntó ella—. Te he visto en las asambleas. Dicen que antes eras un minino doméstico. —Su voz era fría, con recelo mal disimulado.

—Es cierto —admitió él a su pesar, notando la habitual punzada ante el desdén que los gatos nacidos en un clan mostraban por su pasado—. Pero ahora soy un guerrero.

Vaharina se lamió una pata y se la pasó despacio por una oreja, con los ojos clavados en Corazón de Fuego.

—Muy bien —dijo al fin—. Yo participé en aquella batalla. ¿Qué quieres saber?

Él hizo una pausa para ordenar sus ideas. Sólo tendría una oportunidad de averiguar la verdad; no podía cometer ningún error.

—Empieza de una vez —gruñó Vaharina—. He dejado a mis cachorros para venir a hablar contigo.

—No tardaré mucho. ¿Qué puedes contarme sobre cómo murió Corazón de Roble?

—¿Corazón de Roble? —Se miró las patas. Tras respirar hondo, volvió a mirar al joven guerrero—. Corazón de Roble era mi padre, ¿lo sabías?

—No, no lo sabía. Lo lamento. No llegué a conocerlo, pero dicen que era un guerrero valiente.

—Era el mejor y el más valiente —confirmó Vaharina—. Y no debería haber muerto. Fue un accidente.

El joven notó que el corazón se le desbocaba. ¡Eso era exactamente lo que necesitaba saber!

—¿Estás segura? —preguntó—. ¿No lo mató ningún gato?

—En la batalla lo hirieron, pero no lo bastante para matarlo. Al terminar, lo encontramos debajo de una piedra caída. Nuestro curandero dijo que eso era lo que lo había matado.

—De modo que ningún gato es responsable… Cuervo tenía razón.

—¿Qué? —La gata gris azulado frunció el entrecejo.

—Nada —se apresuró a responder él—. Nada importante. Gracias, Vaharina. Eso es justo lo que necesitaba saber.

—Entonces, si eso es todo…

—No, ¡espera! Hay una cosa más. Durante la batalla, uno de los nuestros oyó decir a Corazón de Roble que ningún gato del Clan del Trueno debía herir a Pedrizo. ¿Sabes qué quería decir con eso?

La reina del Clan del Río guardó silencio un instante, sus ojos azules fijos en la distancia. Luego agitó la cabeza con brío, como sacudiéndose agua de encima.

—Pedrizo es mi hermano —maulló.

—Entonces Corazón de Roble también era su padre. ¿Por eso quería protegerlo de los gatos del Clan del Trueno?

—¡No! —Los ojos de Vaharina llamearon con fuego azul—. Corazón de Roble jamás intentó protegernos a ninguno de los dos. Quería que fuéramos guerreros como él y que honráramos al clan.

—Entonces, ¿por qué…?

—No lo sé. —Parecía genuinamente confundida.

Corazón de Fuego intentó no sentirse desilusionado. Al menos ya sabía con certeza cómo había muerto Corazón de Roble. Pero no podía librarse de la sensación de que sus palabras sobre Pedrizo eran importantes. Ojalá pudiera entenderlas.

—Quizá mi madre lo sepa —dijo Vaharina inesperadamente, y Corazón de Fuego se volvió hacia ella con las orejas erguidas—. Se llama Tabora. Si ella no puede explicarlo, nadie podrá.

—¿Tú podrías preguntárselo?

—Tal vez… —La expresión de Vaharina seguía siendo cautelosa, pero Corazón de Fuego supuso que sentía tanta curiosidad como él por las palabras de Corazón de Roble—. Pero quizá sea mejor que hables tú mismo con ella.

Corazón de Fuego parpadeó, sorprendido de que propusiera algo así cuando al principio se había mostrado tan hostil.

—¿Puedo? —preguntó—. ¿Ahora?

—No —decidió ella tras una pausa—. Es demasiado arriesgado que te quedes aquí más tiempo. La patrulla de Leopardina regresará pronto. Además, Tabora ya es una veterana y casi nunca abandona el campamento. Tendré que convencerla de que salga. Pero no te preocupes; ya se me ocurrirá una excusa.

Corazón de Fuego inclinó la cabeza, aceptando de mala gana. Una parte de él ansiaba oír qué tenía que decir Tabora, pero otra sabía que Vaharina tenía razón.

—¿Cómo sabré dónde reunirme con ella?

—Te mandaré un mensaje a través de Corriente Plateada —prometió Vaharina—. Ahora márchate. Si Leopardina te encuentra aquí, no podré ayudarte.

Él le guiñó un ojo. Le habría gustado darle un lametón de agradecimiento a la joven reina, pero temía ganarse un arañazo en la oreja. Vaharina no mostraba hostilidad, pero no permitiría que él olvidara que procedían de dos clanes diferentes.

—Gracias, Vaharina —maulló—. No olvidaré esto. Y si alguna vez puedo hacer algo por ti…

—¡Lárgate ya! —resopló la reina. Cuando él pasó por su lado para salir de entre los arbustos, ella añadió con un ronroneo risueño—: Y no te olvides de los excrementos de zorro.