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—¿Y bien? —los desafió Garra de Tigre.

—Hemos salido a cazar. —Corazón de Fuego levantó la cabeza para sostenerle la mirada—. El clan necesita carne fresca.

—Pero no hemos encontrado nada —aclaró Látigo Gris, situándose junto a su amigo.

—Todas las presas estaban acurrucaditas en sus camas, ¿no es así? —siseó Garra de Tigre. Se levantó para pegar la nariz a la de Corazón de Fuego. Lo olfateó y luego hizo lo mismo con Látigo Gris—. ¿Y cómo es que los dos oléis a ratón?

Corazón de Fuego intercambió una mirada con su amigo. Parecía que hubiera pasado mucho tiempo desde su visita al granero de Dos Patas, y había olvidado el olor de los ratones que se habían zampado.

Impotente, Látigo Gris le devolvió la mirada con los ojos dilatados de ansiedad.

—Estrella Azul debería saber esto —gruñó el lugarteniente—. Seguidme.

Los jóvenes guerreros no tenían más opción que obedecer. Garra de Tigre los precedió a través del claro hasta la guarida de Estrella Azul, al pie de la Peña Alta. Al otro lado de la cortina de líquenes que cubría la entrada, Corazón de Fuego entrevió a la líder, enroscada y aparentemente dormida, pero cuando Garra de Tigre se abrió paso al interior, la gata levantó la vista al instante y se incorporó.

—¿Qué ocurre, Garra de Tigre? —preguntó con expresión perpleja.

—Estos valientes guerreros han estado cazando. —La voz del atigrado estaba cargada de desprecio—. Están bien alimentados, pero no han traído ni una sola pieza para el clan.

—¿Es eso cierto? —Estrella Azul volvió sus ojos azul hielo hacia los jóvenes guerreros.

—Estábamos patrullando en busca de caza —dijo Látigo Gris entre dientes.

Corazón de Fuego pensó que eso era verdad. En rigor, no habían quebrantado el código guerrero al no regresar con carne fresca, pero en el fondo sabía que no era una razón auténtica.

—Nos comimos las primeras presas que encontramos para conservar las fuerzas —maulló—. Y luego no conseguimos atrapar nada más. Teníamos intención de volver con comida para todos, pero no hubo suerte.

Garra de Tigre soltó un resoplido de disgusto, como si no se hubiese creído ni una sola palabra.

—Aun así —repuso Estrella Azul—, con la escasez de presas que hay, todos los gatos deberían pensar en el clan antes que en ellos mismos y compartir lo que tengan. Estoy muy decepcionada con vosotros.

Corazón de Fuego no pudo evitar sentirse avergonzado. Estrella Azul lo había llevado al clan cuando era un gato doméstico, y el joven deseaba demostrarle que se merecía la confianza depositada en él. Si hubiera estado a solas con la líder, quizá habría intentado explicar la verdad. Pero con Garra de Tigre fulminándolo con la mirada resultaba imposible.

Además, todavía no estaba preparado para contarle a Estrella Azul la última versión de Cuervo sobre la batalla en las Rocas Soleadas. Primero quería hablar con gatos del Clan del Río, para confirmar cómo había muerto Corazón de Roble realmente.

—Lo lamento, Estrella Azul —murmuró.

—Las lamentaciones no llenan estómagos —lo reprendió ella—. Debéis comprender que las necesidades del clan son lo primero, especialmente en la estación sin hojas. Hasta la próxima salida del sol cazaréis para el clan, no para vosotros mismos. Cuando el resto del clan haya comido, entonces podréis comer vosotros. —Su mirada se suavizó—. Parecéis agotados. Ahora id a dormir. Pero espero que salgáis a cazar antes de que el sol esté en lo más alto.

—Muy bien, Estrella Azul. —Corazón de Fuego inclinó la cabeza y salió de la guarida.

Látigo Gris lo siguió, con el pelo tieso por una mezcla de miedo y bochorno.

—¡Creía que Estrella Azul iba a arrancarnos la cola! —maulló mientras se dirigían al dormitorio de los guerreros.

—Entonces considerarás que habéis tenido mucha suerte. —El gruñido grave sonó a sus espaldas. Garra de Tigre iba tras ellos—. Si yo fuera el líder del clan, os habría castigado como es debido.

Corazón de Fuego sintió una comezón de furia. Enseñó los dientes en un amago de gruñido, pero oyó un siseo de advertencia de Látigo Gris y se tragó lo que quería decir, dándole la espalda a Garra de Tigre.

—Así me gusta, minino casero —se burló el lugarteniente—. Escóndete en tu refugio. Puede que Estrella Azul se fíe de ti, pero yo no. No olvides que te vi en la batalla del Clan del Viento. —Adelantó a los dos jóvenes y se metió en la guarida de los guerreros.

Látigo Gris soltó un largo suspiro.

—Corazón de Fuego —maulló con solemnidad—, o eres el gato más valiente que he conocido, ¡o estás completamente chalado! Por el amor del Clan Estelar, no sigas buscándole las cosquillas a Garra de Tigre.

—Yo no le he pedido que me odie —señaló su amigo con rabia.

Al deslizarse entre las ramas de la guarida de los guerreros, vio a Garra de Tigre acomodándose en su sitio, cerca del centro. El atigrado oscuro simuló no verlo y dio dos o tres vueltas antes de enroscarse para dormir.

Corazón de Fuego se encaminó a su sitio. No muy lejos estaban Tormenta de Arena y Manto Polvoroso, tumbados juntos.

Tormenta de Arena se incorporó cuando Corazón de Fuego se acercaba.

—Garra de Tigre ha estado esperando tu llegada desde que volvimos de la Asamblea —le susurró—. Le di tu mensaje, pero me parece que no me creyó. ¿Qué has hecho para tocarle las narices?

El joven se sintió reconfortado por la mirada comprensiva de la gata, pero no pudo reprimir un enorme bostezo.

—Lo siento, Tormenta de Arena —musitó—. Necesito dormir. Ya te lo contaré más tarde.

Casi esperaba que la joven guerrera se ofendiese, pero, en vez de eso, ella se levantó para acercarse. Mientras Corazón de Fuego se instalaba en el blando musgo que acolchaba el suelo, la gata se colocó a su lado y pegó su cuerpo al de él.

Manto Polvoroso abrió un ojo y miró a Corazón de Fuego con ferocidad. Luego resopló y le dio la espalda.

Pero el joven guerrero estaba demasiado cansado para preocuparse por los celos de Manto Polvoroso. Ya estaba quedándose dormido. Mientras se le cerraban los ojos, lo último que notó fue la cálida piel de Tormenta de Arena contra la suya.

Corazón de Fuego avanzaba por el sendero de caza. Sentía el cuerpo lleno de energía y abrió las mandíbulas para captar la esencia de presas. Sabía que estaba soñando, pero notó cómo le rugía el estómago clamando por carne fresca.

Los helechos se arqueaban por encima de su cabeza. Una luz brillante y perlada se derramaba sobre él, como si hubiera luna llena en un cielo despejado. Los helechos y las hierbas relucían, y las pálidas siluetas primaverales, arracimadas junto al camino, parecían resplandecer con luz propia. Corazón de Fuego percibía en todo cuanto lo rodeaba la húmeda calidez de la estación de la hoja nueva. El campamento helado y cubierto de nieve parecía a nueve vidas de distancia.

Cuando el sendero comenzó a ascender, una gata apareció delante de él. Corazón de Fuego se detuvo y se le aceleró el pulso al reconocer a Jaspeada. La gata parda se le acercó hasta pegar su nariz rosa a la de él.

Restregó la cara contra la de Jaspeada, con un ronroneo que le brotaba de lo más profundo. Cuando él llegó al bosque, Jaspeada era la curandera del Clan del Trueno. Un guerrero invasor del Clan de la Sombra la había matado a sangre fría. Corazón de Fuego seguía echándola de menos, pero el espíritu de la gata lo había visitado en sueños más de una vez.

Jaspeada dio un paso atrás y maulló:

—Acompáñame. Quiero enseñarte algo.

Dio media vuelta y se alejó silenciosamente, volviendo la vista atrás de vez en cuando para asegurarse de que el joven la seguía.

Corazón de Fuego saltó tras ella, admirando los reflejos de la luna sobre su pelaje. Pronto alcanzaron la cima de la colina. Jaspeada lo guió a través de un túnel de helechos hasta una cresta elevada y tapizada de hierba.

—Mira —maulló, señalando con el hocico.

Corazón de Fuego parpadeó. En vez de la familiar extensión de árboles y campos, ante él había una centelleante superficie de agua que abarcaba hasta donde podía ver. La luz reflejada lo mareó, así que cerró los ojos. ¿De dónde había salido toda aquella agua? Ni siquiera podía decir si era territorio del Clan del Trueno… La lustrosa superficie plateada lo alisaba todo y ocultaba los lugares conocidos.

El dulce aroma de Jaspeada inundaba el aire que lo rodeaba. La voz de la gata sonó muy cerca de su oído.

—Recuerda, Corazón de Fuego —murmuró—: el agua puede apagar el fuego.

Confuso, el joven abrió los ojos. Una brisa fría ondulaba la superficie del agua, atravesando su pelaje. Jaspeada había desaparecido. Mientras miraba en todas direcciones, buscándola, la luz empezó a debilitarse. La calidez se marchó con ella, al igual que la sensación de la hierba bajo las patas. En menos de un segundo, se precipitó en el frío y la oscuridad.

—¡Corazón de Fuego! ¡Corazón de Fuego!

Un gato estaba zarandeándolo. Intentó apartarse y oyó que volvían a llamarlo. Era la voz de Látigo Gris. Se obligó a abrir los ojos y vio al gran gato gris inclinado sobre él, impaciente.

—Corazón de Fuego —repitió—. Despierta de una vez. El sol ya está casi en lo más alto.

Gruñendo por el esfuerzo, el joven guerrero consiguió incorporarse. Una luz tenue y fría se filtraba entre las ramas de la guarida. Sauce y Cebrado seguían durmiendo cerca del centro del arbusto. Tormenta de Arena y Manto Polvoroso ya se habían marchado.

—Estabas murmurando en sueños —le dijo Látigo Gris—. ¿Te encuentras bien?

—¿Qué? —Todavía no se había desprendido de su sueño. Siempre le resultaba amargo despertar con el recuerdo de que Jaspeada estaba muerta, y con la idea de que jamás volvería a hablar con ella excepto en sueños.

—El sol ya está casi en lo más alto —repitió Látigo Gris—. Deberíamos salir a cazar.

—Lo sé —respondió, intentando despertarse del todo.

—Pues entonces date prisa. —Su amigo le dio un último empujoncito antes de salir del dormitorio—. Nos vemos en el túnel de aulagas.

Corazón de Fuego se lamió una pata para lavarse la cara. Mientras se le despejaba la mente, recordó la advertencia de Jaspeada: «El agua puede apagar el fuego». ¿Qué estaba intentando decirle? Volvió a pensar en una profecía anterior de la gata, que el fuego salvaría al clan. Mientras seguía a Látigo Gris fuera de la guarida, empezó a temblar, y no de frío. Podía percibir que los problemas se estaban amontonando como las nubes cargadas de lluvia de una tormenta. Si el agua que se avecinaba apagaba el fuego, entonces, ¿qué salvaría al clan? ¿Las palabras de Jaspeada significaban que el Clan del Trueno estaba condenado a muerte?