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Corazón de Fuego olfateó cautelosamente un sendero donde la nieve estaba surcada de huellas de Dos Patas. Brillaban luces dentro de la casa, y no muy lejos de allí se oía ladrar a un perro. Recordó que Centeno les había contado que los Dos Patas dejaban sueltos a sus perros por la noche, y esperó poder localizar a Cuervo antes de que notaran su presencia y la de Látigo Gris.

Su amigo pasó a través de la verja y se le acercó. El viento helado le pegaba al cuerpo el pelaje gris.

—¿Has olido algo? —preguntó.

Corazón de Fuego levantó la cabeza para saborear el aire, y casi al instante captó la esencia que estaba buscando, leve pero familiar. ¡Cuervo!

—Por aquí —maulló.

Avanzó por el sendero sigilosamente, notando la superficie congelada bajo las patas. Con cuidado, siguió el rastro hasta un agujero en la parte inferior de la puerta de un granero, donde la madera se había podrido.

Olisqueó, absorbiendo el aroma del heno y un olor intenso y fresco a gatos.

—¿Cuervo? —susurró. Al no obtener respuesta, repitió más alto—: ¿Cuervo?

—Corazón de Fuego, ¿eres tú? —contestó un maullido de sorpresa desde la oscuridad, al otro lado de la puerta.

—¡Cuervo!

Corazón de Fuego se coló por la abertura, agradeciendo protegerse del viento. Los olores del granero lo rodearon y la boca empezó a hacérsele agua al detectar olor a ratón. El lugar estaba apenas iluminado por la luz de la luna que se filtraba por una ventanita situada en lo alto del techo. Mientras sus ojos se adaptaban a la penumbra, vio a otro gato a unas pocas colas de distancia.

Su viejo amigo parecía todavía más lustroso y bien alimentado que la última vez que lo había visto. Imaginó lo escuálido y sucio que parecería él en comparación.

Cuervo ronroneó de felicidad al acercarse y tocar la nariz de Corazón de Fuego con la suya.

—Bienvenido —maulló—. Me alegro de verte.

—Me alegro de veros —puntualizó Látigo Gris, entrando por el agujero de la puerta.

—¿Conseguisteis llevar a los gatos del Clan del Viento a su campamento sanos y salvos? —preguntó Cuervo. Sus dos amigos habían estado con él durante el viaje para llevar de vuelta a su hogar al Clan del Viento.

—Sí —respondió Corazón de Fuego—, pero ésa es una larga historia. No podemos…

—Bueno, ¿qué está pasando aquí? —interrumpió el maullido de otro gato.

Corazón de Fuego se volvió de golpe agachando las orejas, preparándose para luchar si el recién llegado suponía una amenaza. De inmediato reconoció a Centeno, el solitario blanco y negro que había aceptado de buen grado compartir su hogar con Cuervo.

—Hola, Centeno —saludó tranquilizándose—. Necesitamos hablar con Cuervo.

—Ya lo veo. Y debe de ser importante, si habéis atravesado los páramos con este tiempo.

—Sí que lo es —admitió Corazón de Fuego. Miró al antiguo aprendiz del Clan del Trueno con un hormigueo por la urgencia de su misión—. Cuervo, no tenemos tiempo que perder.

El gato pareció perplejo.

—Ya sabes que puedes hablar conmigo todo lo que quieras.

—Os dejaré solos —propuso Centeno—. Sois libres de cazar lo que os apetezca. Aquí tenemos ratones de sobra. —Hizo un gesto amistoso con la cabeza y salió por debajo de la puerta.

—¿Podemos cazar? ¿En serio? —maulló Látigo Gris.

Corazón de Fuego sintió unas punzadas de hambre en el estómago.

—Por supuesto —contestó Cuervo—. Primero comed. Después ya me contaréis por qué estáis aquí.

—Sé que Garra de Tigre mató a Cola Roja —insistió Cuervo—. Estaba allí y vi cómo lo hacía.

Los tres gatos estaban acomodados en el henil del granero de los Dos Patas. La caza no había durado mucho. Tras el agotador esfuerzo de buscar presas en el bosque nevado, a los hambrientos guerreros del Clan del Trueno el granero les parecía un festín de ratones. Ahora Corazón de Fuego estaba calentito y tenía el estómago satisfactoriamente lleno. Le habría gustado acurrucarse y dormir en el blando y fragante heno, pero debía hablar enseguida con Cuervo si querían regresar al campamento antes de que notaran su ausencia.

—Cuéntanos todo lo que recuerdes —instó a Cuervo.

El joven gato negro adoptó una mirada distante, los ojos ensombrecidos, mientras viajaba mentalmente a la batalla en las Rocas Soleadas. Corazón de Fuego vio que su seguridad menguaba. Se estaba perdiendo en sus recuerdos, reviviendo el miedo y el peso de lo que sabía.

—Me habían herido en el bíceps —empezó—, y Cola Roja, que como sabes era nuestro lugarteniente entonces, me dijo que me ocultara en la grieta de una roca y esperara allí hasta que fuera seguro marcharme. Cuando estaba a punto de hacerlo, vi que Cola Roja atacaba a un guerrero del Clan del Río. Creo que se trataba de ese gato gris llamado Pedrizo. Cola Roja lo derribó, y parecía que iba a clavarle las garras y dejarlo malherido.

—¿Por qué no lo hizo? —quiso saber Látigo Gris.

—Corazón de Roble apareció como por arte de magia. Clavó los dientes en el pescuezo de Cola Roja y lo separó de Pedrizo. —Le tembló la voz, embargado por los recuerdos—. Pedrizo se fue corriendo. —Hizo una pausa, agachándose inconscientemente, como asustado por algo que estuviera cerca.

—¿Qué pasó luego? —lo animó Corazón de Fuego.

—Cola Roja bufó a Corazón de Roble y le preguntó si es que los guerreros del Clan del Río eran incapaces de librar sus propias batallas. Cola Roja era muy valiente —añadió—. El lugarteniente del Clan del Río era el doble de grande que él. Y entonces… entonces Corazón de Roble dijo algo muy raro. Le dijo a Cola Roja: «Ningún gato del Clan del Trueno le hará daño jamás a ese guerrero».

—¡¿Qué?! —Látigo Gris entornó los ojos hasta convertirlos en dos rendijas amarillas—. Eso no tiene ningún sentido. ¿Estás seguro de que lo oíste bien?

—Completamente seguro.

—Pero los clanes pelean continuamente —maulló Corazón de Fuego—. ¿Por qué es tan especial Pedrizo?

—No lo sé. —Cuervo se encogió de hombros, arredrándose ante aquellas incisivas preguntas.

—¿Y qué hizo Cola Roja tras esas palabras? —inquirió Látigo Gris.

Cuervo irguió las orejas, con los ojos dilatados.

—Atacó a Corazón de Roble. Lo derribó y lo hizo caer debajo de una roca salediza. Yo… yo ya no podía verlos, aunque los oía gruñir. Y entonces oí un estruendo, ¡y la roca cayó sobre ellos! —Se detuvo, temblando.

—Por favor, continúa —pidió Corazón de Fuego. Detestaba que Cuervo tuviese que pasar por aquello, pero necesitaba averiguar la verdad.

—Oí un grito agudo de Corazón de Roble, y vi su cola sobresaliendo debajo de la roca. —Cerró los ojos, como si quisiera bloquear esa visión, y volvió a abrirlos—. Justo entonces, oí a Garra de Tigre detrás de mí. Me ordenó regresar al campamento, pero sólo me había alejado un poco cuando pensé que no sabía si Cola Roja se encontraba bien tras la caída de la roca. De modo que regresé sigilosamente, cruzándome con los guerreros del Clan del Río que salían huyendo. Y cuando llegué a las rocas, Cola Roja se estaba abriendo paso cubierto de tierra. Tenía la cola rígida y el pelo erizado, pero estaba bien; no pude verle ni un rasguño. Se acercó deprisa a Garra de Tigre, que se hallaba en las sombras…

—¿Y fue entonces cuando…? —empezó Látigo Gris.

—Sí. —El gato negro flexionó las uñas, como imaginándose en aquella batalla—. Garra de Tigre agarró a Cola Roja y lo inmovilizó contra el suelo. Él se debatió pero no logró liberarse. Y… —Tragó saliva y se quedó mirando al suelo—. Garra de Tigre le hundió los colmillos en la garganta y todo terminó. —Apoyó el mentón sobre las patas.

Corazón de Fuego se acercó a su amigo para confortarlo.

—De modo que Corazón de Roble murió cuando la roca cayó sobre él. Fue un accidente —murmuró—. Ningún gato lo mató.

—Pero eso no demuestra que Garra de Tigre asesinara a Cola Roja —señaló Látigo Gris—. No veo de qué puede servirnos todo esto.

Corazón de Fuego lo miró un instante, descorazonado. Luego se le dilataron los ojos y se incorporó, con un cosquilleo de emoción en las zarpas.

—Yo sí. Si podemos probar lo de la caída de la roca, eso demostraría que Garra de Tigre miente cuando dice que Corazón de Roble mató a Cola Roja, y cuando asegura que él acabó con Corazón de Roble en venganza.

—Espera un momento —lo interrumpió Látigo Gris—. Cuervo, en la Asamblea no mencionaste nada de caídas de rocas. Cuando lo contaste, sonaba como si Cola Roja hubiera matado a Corazón de Roble.

—¿En serio? —Cuervo parpadeó, tratando de centrarse—. Pues no era ésa mi intención. Lo que sucedió de verdad es lo que acabo de contaros, lo juro.

—Por eso Estrella Azul se negaba a escucharnos —dijo Corazón de Fuego—. No podía creerse que Cola Roja hubiera matado a otro lugarteniente. Pero es que Cola Roja no mató a nadie. ¡Esta vez Estrella Azul tendrá que tomarnos en serio!

La cabeza le estaba dando vueltas con todo lo que acababa de descubrir. Quería hacerle más preguntas a Cuervo, pero captó su olor a miedo y vio la antigua expresión angustiada en sus ojos, como si relatar aquella historia le hubiera devuelto todos los malos recuerdos del Clan del Trueno.

—¿Hay algo más que puedas contarnos? —maulló dulcemente.

Cuervo negó con la cabeza.

—Esto significa mucho para el clan —aseguró Corazón de Fuego—. Espero poder convencer a Estrella Azul de que Garra de Tigre es peligroso.

—Si es que está dispuesta a escuchar —apuntó Látigo Gris—. Es una lástima que le contaras la primera versión de la historia. Ahora que Cuervo lo ha cambiado todo, Estrella Azul no sabrá qué creer.

—Pero él no lo ha cambiado todo —protestó Corazón de Fuego, viendo cómo el gato negro se encogía ante el tono irritado de Látigo Gris—. Nosotros lo entendimos mal; eso es todo. Convenceré a Estrella Azul de alguna manera —añadió—. Al menos ahora conocemos la verdad.

Cuervo parecía menos triste, pero Corazón de Fuego notó que no quería seguir pensando en el pasado. Se acomodó junto a él, ronroneando alentadoramente, y durante un rato los tres felinos compartieron lenguas.

Al final, Corazón de Fuego se levantó.

—Es hora de que nos vayamos —anunció.

—Tened cuidado —maulló Cuervo—. Y mucho ojo con Garra de Tigre.

—No te preocupes —lo tranquilizó Corazón de Fuego—. Nos has dado lo que necesitábamos para lidiar con él.

Seguido por Látigo Gris, se deslizó por debajo de la puerta del granero y se internó en la nieve.

—¡Aquí fuera está helando! —masculló Látigo Gris mientras cruzaban la verja que bordeaba la granja de Dos Patas—. Deberíamos haber atrapado un par más de esos ratones para alimentar al clan —añadió.

—Sí, claro —replicó Corazón de Fuego—. ¿Y qué le dirías a Garra de Tigre cuando te preguntara dónde habías encontrado unos ratones tan gordos con este tiempo?

La luna estaba a punto de ocultarse y pronto el cielo empezaría a aclararse con la luz de la aurora. El frío de la nieve atravesó enseguida el pelaje invernal de Corazón de Fuego; resultaba aún más gélido tras la calidez del granero. Le dolían las patas de cansancio. Había sido una noche muy larga y todavía tenían que cruzar el territorio del Clan del Viento. Corazón de Fuego se puso a darle vueltas a lo que les había contado Cuervo. Estaba seguro de que su amigo decía la verdad, pero sería difícil convencer al resto del clan. Estrella Azul ya se había negado a creer la primera historia de Cuervo.

Aunque eso fue cuando Corazón de Fuego creía que Cola Roja había matado a Corazón de Roble. La líder no podía aceptar que su lugarteniente hubiera matado a otro guerrero innecesariamente. Ahora Corazón de Fuego conocía la verdadera historia: que Corazón de Roble había muerto accidentalmente… Pero ¿cómo podía acusar de nuevo a Garra de Tigre sin algo que respaldara el relato de Cuervo?

—Los del Clan del Río seguro que lo sabrán —pensó en voz alta, deteniéndose debajo de un montículo rocoso en la ladera del páramo, donde la nieve no era tan espesa.

—¿Qué? —maulló Látigo Gris, acercándose para compartir el refugio con él—. ¿Sabrán qué?

—Cómo murió Corazón de Roble. Ellos debieron de ver su cuerpo. Podrían decirnos si murió por la caída de una roca, en vez de por el ataque de un guerrero.

—Sí, las señales de su cuerpo lo debieron de dejar claro —coincidió Látigo Gris.

—Y quizá sepan también qué quería decir Corazón de Roble con eso de que ningún gato del Clan del Trueno debía atacar a Pedrizo. Necesitamos hablar con alguien del Clan del Río que participara en esa batalla, tal vez con el propio Pedrizo.

—Pero no puedes entrar en el campamento del Clan de Río así como así y preguntarles todo eso —objetó Látigo Gris—. Piensa en la tensión que había en la Asamblea… Ha pasado muy poco tiempo desde la última batalla.

—Conozco a alguien del Clan del Río que te recibiría de buen grado —murmuró Corazón de Fuego.

—Si te refieres a Corriente Plateada, sí, yo podría preguntárselo. Y ahora, por favor, ¿regresamos al campamento antes de que se me congelen las patas por completo?

Siguieron adelante, más despacio, pues les pesaban las patas del agotamiento. Ya vislumbraban los Cuatro Árboles cuando vieron tres gatos que subían la pendiente. La brisa les llevó el olor de una patrulla del Clan del Viento. Como no quería explicar su presencia en territorio ajeno, Corazón de Fuego buscó dónde ocultarse, pero la nieve se extendía como una sábana por todos lados, sin rocas ni arbustos cerca. Y era obvio que los del Clan del Viento ya los habían visto, pues cambiaron de rumbo y se dirigieron hacia ellos.

Corazón de Fuego reconoció el familiar paso desigual del lugarteniente del clan, Rengo, con el guerrero atigrado Oreja Partida y el aprendiz de éste, Zarpa Veloz.

—Hola, Corazón de Fuego —saludó Rengo, cojeando hasta él con expresión extrañada—. Estás muy lejos de casa.

—Eh… pues sí —admitió, e inclinó la cabeza respetuosamente—. Es que… hemos captado un rastro oloroso del Clan de la Sombra, y nos ha traído hasta aquí.

—¡El Clan de la Sombra en nuestro territorio! —se alarmó Rengo.

—Pero yo creo que es un olor antiguo —se apresuró a intervenir Látigo Gris—. Nada de lo que preocuparse. Sentimos haber cruzado vuestra frontera.

—Aquí sois bienvenidos —maulló Oreja Partida—. Los otros clanes nos habrían destrozado en la última batalla si vosotros no nos hubierais ayudado. Ahora estamos seguros de que se mantendrán alejados. Saben que podemos contar con el Clan del Trueno.

Corazón de Fuego sintió embarazo ante el elogio de Oreja Partida. Látigo Gris y él habían ayudado a los gatos del Clan del Viento, pero lo incomodaba que algunos gatos de ese clan lo hubieran visto dentro de su territorio.

—Será mejor que regresemos —dijo—. Aquí arriba todo parece bastante tranquilo.

—Que el Clan Estelar ilumine vuestro camino —se despidió Rengo agradecido. Les desearon buena caza y siguieron caminando hacia su campamento.

—Qué mala suerte —gruñó Corazón de Fuego mientras bajaban a los Cuatro Árboles.

—¿Por qué? A los gatos del Clan del Viento no les ha importado vernos en sus tierras. Ahora somos amigos.

—Usa el cerebro, Látigo Gris. ¿Y si en la próxima Asamblea Rengo le menciona a Estrella Azul que nos ha visto? ¡Seguro que ella se preguntará qué estábamos haciendo por aquí!

Látigo Gris se detuvo.

—¡Cagarrutas de ratón! —maldijo—. Eso no se me había ocurrido. —Miró a su amigo, y éste vio en sus ojos la misma inquietud que él sentía—. Si Estrella Azul se entera de que nos hemos escapado para investigar a Garra de Tigre, no le va a gustar nada.

Corazón de Fuego se encogió de hombros.

—Esperemos que todo se haya solucionado antes de la próxima Asamblea. Y ahora, adelante: debemos intentar cazar algo antes de volver al campamento.

Retomaron la marcha, acelerando el paso hasta que estuvieron corriendo sobre la nieve. Tras bordear la hondonada de los Cuatro Árboles y entrar por fin en su parte del bosque, se relajaron un poco y se detuvieron a olfatear el aire con la esperanza de captar olor a presas. Látigo Gris olisqueó entre las raíces de un árbol cercano y volvió decepcionado.

—Nada —se lamentó—. Ni un solo ratón… ¡ni siquiera su sombra!

—No nos queda mucho tiempo para seguir buscando —decidió Corazón de Fuego.

Vio que el cielo ya se estaba aclarando por encima de los árboles. Se les estaba acabando el tiempo, y cada vez era más probable que notaran su ausencia en el campamento.

La luz del amanecer era cada vez más intensa conforme se acercaban al barranco. Con las patas doloridas de agotamiento y los músculos agarrotados por el frío, Corazón de Fuego descendió silenciosamente entre las piedras hacia el túnel de aulagas. Agradecido por estar en casa de nuevo, se metió en la negra boca del túnel. Al llegar al campamento, se detuvo tan en seco que su amigo chocó contra él.

—¡Muévete, pedazo de bola de pelo! —se quejó Látigo Gris.

Corazón de Fuego no contestó. Sentado a sólo unas colas de distancia, en medio del claro, estaba Garra de Tigre. Tenía la cabeza apoyada en el suelo, enmarcada por sus enormes omóplatos, y sus ojos amarillos refulgían triunfales.

—¿Os apetece contarme dónde habéis estado? —gruñó—. ¿Y por qué habéis tardado tanto en regresar de la Asamblea?