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El viento helado empujaba la nieve contra la cara de Corazón de Fuego mientras éste se afanaba en descender la quebrada que conducía al campamento del Clan del Trueno, con el ratón que había cazado bien sujeto entre los dientes. Los copos caían tan densamente que apenas podía ver por dónde iba.

La boca se le estaba haciendo agua con el olor de la presa. No había comido nada desde la noche anterior, una cruda señal de lo escasa que era la caza durante la estación sin hojas. El estómago le dolía de hambre, pero no pensaba quebrantar el código guerrero: primero había que alimentar al clan.

Una punzada de orgullo lo distrajo brevemente de la fría nieve que salpicaba su manto anaranjado: recordó la batalla en la que había participado tan sólo tres días antes. Se había unido a los demás guerreros del Clan del Trueno para ayudar a los del Clan del Viento, que vivían en los páramos y habían sido atacados por los otros clanes del bosque. Muchos gatos habían resultado heridos en el enfrentamiento, de modo que todavía era más importante que los que pudiesen cazar llevaran comida a casa.

Al avanzar por el túnel de aulagas que conducía al campamento, parte de la nieve que cubría las espinosas ramas le cayó en la cabeza y el joven guerrero sacudió las orejas. Los espinos que rodeaban el campamento ofrecían cierta protección contra el viento, pero el claro que se abría en el centro estaba desierto. Los gatos preferían quedarse en sus guaridas cuando la nieve era tan espesa. Por el manto helado asomaban tocones y las ramas de un árbol caído. Una línea de huellas iba desde el dormitorio de los aprendices hasta el zarzal donde se cuidaba de los cachorros. Al ver el rastro, Corazón de Fuego no pudo evitar recordar que en esos momentos él no tenía ningún aprendiz, ya que Carbonilla había resultado herida junto al Sendero Atronador.

Atravesó la capa de nieve hasta el centro del campamento y dejó el ratón en el montón de carne fresca, junto al arbusto en que dormían los guerreros. El montón era penosamente pequeño. Las presas que conseguían eran escasas y escuálidas, apenas suponían un bocado para un guerrero hambriento. No habría más ratones rollizos hasta la estación de la hoja nueva, para la que aún faltaban muchas lunas.

Corazón de Fuego se disponía a seguir cazando cuando un fuerte maullido sonó tras él. Se volvió al instante.

Garra de Tigre, el lugarteniente del Clan del Trueno, estaba saliendo de la guarida de los guerreros.

—¡Corazón de Fuego!

El joven guerrero se acercó a su superior, bajando respetuosamente la cabeza, pero consciente de cómo lo abrasaban los ojos ámbar del enorme atigrado. Volvió a recordar todas sus sospechas sobre Garra de Tigre. El lugarteniente era fuerte, respetado y un guerrero excepcional, pero tenía el alma negra.

—Hoy no tienes que salir otra vez de caza —gruñó Garra de Tigre—. Estrella Azul os ha elegido a ti y a Látigo Gris para que asistáis a la Asamblea.

Corazón de Fuego sacudió las orejas de emoción. Era un honor acompañar a la líder del clan a la Asamblea, donde los cuatro clanes se reunían en paz cada luna llena.

—Será mejor que ahora comas algo —añadió el lugarteniente—. Partiremos cuando salga la luna. —Y empezó a cruzar el claro en dirección a la Peña Alta, donde tenía su guarida Estrella Azul, la líder del clan, pero se detuvo y giró su gran cabeza hacia Corazón de Fuego—. En la Asamblea, asegúrate de recordar a qué clan perteneces —siseó.

El joven notó que se le erizaba el pelaje.

—¿Qué te hace decir eso? —preguntó con atrevimiento—. ¿Acaso crees que sería desleal a mi propio clan?

Garra de Tigre se volvió para mirarlo de frente, y Corazón de Fuego procuró no arredrarse ante la amenaza que irradiaban los tensos omóplatos del atigrado.

—Te vi en la última batalla. —Hablaba con un gruñido bajo y tenía las orejas pegadas al cráneo—. Vi cómo dejabas escapar a esa guerrera del Clan del Río —bufó.

El joven guerrero se estremeció, recordando la batalla del campamento del Clan del Viento. Lo que decía Garra de Tigre era verdad. Había permitido que aquella guerrera huyese sin un solo rasguño, pero no por cobardía ni deslealtad. La gata en cuestión era Corriente Plateada. Sin que lo supiera el resto del clan, Látigo Gris, el mejor amigo de Corazón de Fuego, se había enamorado de ella, y había sido incapaz de herirla.

Él había hecho lo imposible por convencer a Látigo Gris de que dejara de ver a Corriente Plateada, pues su relación iba contra el código guerrero y los ponía a ambos en un grave peligro. Pero, aun así, jamás traicionaría a su amigo.

Por otro lado, Garra de Tigre no tenía derecho a acusar a ningún gato de deslealtad. Durante la batalla se había mantenido al margen, presenciando cómo Corazón de Fuego luchaba a muerte contra un guerrero enemigo, y se había alejado en vez de ir a ayudarlo. Y ésa no era la peor acusación que podía hacer contra el lugarteniente. Sospechaba que Garra de Tigre había asesinado a Cola Roja, antiguo lugarteniente del Clan del Trueno, y que incluso había planeado deshacerse de la mismísima líder.

—Si crees que soy desleal, díselo a Estrella Azul —le espetó desafiante antes de enseñarle los colmillos gruñendo y empezar a agazaparse, desenvainando las uñas.

—No hay por qué molestar a Estrella Azul —siseó Garra de Tigre—. Puedo encargarme de un minino casero como tú.

Lo miró sin parpadear un largo instante. Con un sobresalto, Corazón de Fuego advirtió que, además de desconfianza, en los ardientes ojos ámbar había un rastro de temor. «Se está preguntando cuántas cosas sé de él», pensó de repente.

Cuervo, amigo de Corazón de Fuego y antiguo aprendiz del propio Garra de Tigre, había presenciado el asesinato de Cola Roja. Garra de Tigre trató de matarlo para impedir que hablara, de modo que Corazón de Fuego se lo llevó a vivir con Centeno, un gato solitario que vivía junto a una granja de Dos Patas en el otro extremo del territorio del Clan del Viento. Corazón de Fuego también había intentado contarle a Estrella Azul la historia de Cuervo, pero la líder se negaba a creer que su valeroso lugarteniente fuera culpable de algo semejante.

Mientras le devolvía a Garra de Tigre una mirada iracunda, se sintió frustrado de nuevo: como si un árbol le hubiera caído encima y estuviera clavado al suelo.

Sin una palabra más, Garra de Tigre dio media vuelta y se alejó con paso airado. Corazón de Fuego lo observó marcharse, y entonces oyó un susurro en la guarida de los guerreros: Látigo Gris asomó la cabeza entre las ramas.

—¿Qué demonios estás haciendo? —maulló—. ¡Mira que buscar pelea con Garra de Tigre! ¡Acabará haciéndote picadillo!

—Ningún gato tiene derecho a llamarme desleal —protestó Corazón de Fuego.

Látigo Gris inclinó la cabeza y se dio un par de lametones en el pecho.

—Lo lamento —masculló—. Sé que todo esto es porque Corriente Plateada y yo…

—No, no lo es; y lo sabes de sobra. El problema no eres tú, sino Garra de Tigre. —Se sacudió, esparciendo la nieve que le cubría el pelaje—. Vamos, es hora de comer.

Látigo Gris salió del refugio y fue hacia el montón de carne fresca dando saltos. Corazón de Fuego lo siguió, escogió un ratón de agua y se lo llevó a la guarida de los guerreros. Látigo Gris se sentó junto a él, cerca de la cortina de ramas exterior.

Tormenta Blanca y otro par de guerreros dormían enroscados en el centro del arbusto; aparte de ellos, la guarida estaba vacía. Los cuerpos dormidos caldeaban el ambiente; la nieve prácticamente no había atravesado el denso dosel de ramas.

Corazón de Fuego dio un buen mordisco al ratón. La carne estaba dura y correosa, pero tenía tanta hambre que le supo deliciosa. Se acabó demasiado rápido, pero era mejor que nada, y le daría la fuerza que necesitaba para ir a la Asamblea.

Cuando Látigo Gris terminó su comida en apenas unos bocados voraces, los dos guerreros se tumbaron juntos, acicalándose mutuamente el frío pelaje. Para Corazón de Fuego era un alivio volver a compartir lenguas con su amigo, después de los penosos momentos en que parecía que el amor de éste por Corriente Plateada iba a destruir su amistad. Aunque seguía preocupado por el romance prohibido de Látigo Gris, desde la batalla su amistad había renacido y volvía a ser tan estrecha como antes. Necesitaban confiar el uno en el otro para sobrevivir en la larga estación sin hojas, y Corazón de Fuego sabía que necesitaba el apoyo de Látigo Gris ante la creciente hostilidad de Garra de Tigre.

—Me pregunto qué novedades conoceremos esta noche —murmuró—. Espero que los clanes del Río y de la Sombra hayan aprendido la lección. El Clan del Viento no volverá a ser expulsado de su territorio.

Látigo Gris cambió de postura, incómodo.

—La batalla no fue sólo por ambición territorial —señaló—. Las presas son aún más escasas de lo habitual… El Clan del Río está pasando hambre desde que los Dos Patas se instalaron en sus tierras.

—Lo sé. —Corazón de Fuego sacudió las orejas, comprensivo a su pesar, pues entendía que su amigo quisiera defender al clan de Corriente Plateada—. Pero obligar a otro clan a abandonar su territorio no es la solución.

Látigo Gris le dio la razón entre dientes, y los dos guardaron silencio. Corazón de Fuego imaginaba cómo debía de sentirse su amigo. Sólo habían transcurrido unas pocas lunas desde que atravesaron el Sendero Atronador para buscar al Clan del Viento y llevarlo de vuelta a su hogar. Por otro lado, Látigo Gris se ponía en el lugar del Clan del Río por su amor hacia Corriente Plateada. No había respuestas fáciles. La escasez de presas sería un problema tremendo para los cuatro clanes, al menos hasta que la estación sin hojas relajara su cruel presión sobre el bosque.

Medio amodorrado bajo los lametones de Látigo Gris, Corazón de Fuego dio un salto al oír un crujido de ramas fuera de la guarida. Entró Garra de Tigre, seguido por Cebrado y Rabo Largo. Los tres lo miraron ceñudos mientras se acomodaban muy juntos en el centro del arbusto. El joven los observó con los ojos entornados, deseando poder captar su conversación. Era fácil suponer que estaban conspirando contra él. Tensó los músculos al comprender que jamás estaría seguro en su propio clan mientras la traición de Garra de Tigre siguiera siendo un secreto.

—¿Qué ocurre? —preguntó Látigo Gris levantando la cabeza.

Corazón de Fuego se estiró, procurando relajarse de nuevo.

—No me fío de ellos —murmuró, moviendo las orejas en dirección al lugarteniente y sus compañeros.

—No te culpo. Si Garra de Tigre llegara a enterarse de lo de Corriente Plateada… —Látigo Gris se estremeció.

Corazón de Fuego se pegó a su costado, reconfortándolo, mientras seguía aguzando el oído para captar qué decía el lugarteniente. Le pareció oír su nombre, y estuvo tentado de acercarse disimuladamente un poco más, pero entonces su mirada se cruzó con la de Rabo Largo.

—¿Qué estás mirando, minino casero? —siseó el guerrero atigrado—. El Clan del Trueno sólo quiere gatos leales. —Y le dio la espalda deliberadamente.

El joven se puso en pie.

—¿Quién te ha dado el derecho de cuestionar mi lealtad? —bufó.

Rabo Largo no le hizo caso.

—¡Ahí lo tienes! —masculló Corazón de Fuego a su amigo—. Es obvio que Garra de Tigre está propagando rumores sobre mí.

—Pero ¿qué puedes hacer? —Látigo Gris parecía resignado a la hostilidad del lugarteniente.

—Quiero hablar de nuevo con Cuervo. Quizá recuerde algo más sobre la batalla, algo que yo luego pueda usar para convencer a Estrella Azul.

—Pero ahora Cuervo vive en una granja de Dos Patas. Tendrías que atravesar todo el territorio del Clan del Viento. ¿Cómo explicarías en el campamento una ausencia tan larga? Sólo serviría para que las mentiras de Garra de Tigre parecieran la verdad.

Corazón de Fuego estaba deseando correr ese riesgo. Jamás le había pedido a Cuervo detalles sobre cómo murió Cola Roja en la batalla contra el Clan del Río, ya muchas lunas atrás. Entonces le pareció más importante apartar al aprendiz del camino de Garra de Tigre.

Ahora sabía que necesitaba averiguar qué había visto Cuervo exactamente. La razón: cada vez estaba más convencido de que su viejo amigo debía de saber algo que demostrara lo peligroso que era Garra de Tigre para el clan.

—Iré esta noche —maulló quedamente—. Después de la Asamblea me escabulliré. Si regreso con carne fresca, podré decir que estaba cazando.

—Te estás arriesgando mucho —replicó Látigo Gris, dándole un rápido y afectuoso lametón en la oreja—. Pero Garra de Tigre también es mi problema. Si estás decidido a ir, entonces te acompañaré.

La nieve había dejado de caer y las nubes habían desaparecido cuando los gatos del Clan del Trueno —Corazón de Fuego y Látigo Gris entre ellos— salieron del campamento y se internaron en el bosque en dirección a los Cuatro Árboles. El suelo nevado parecía resplandecer a la blanca luz de la luna llena, y la escarcha centelleaba en todas las ramas y piedras.

Una brisa soplaba en su dirección, ondulando la superficie de la nieve y arrastrando el olor de muchos gatos. Corazón de Fuego se estremeció emocionado. Los territorios de los cuatro clanes felinos se tocaban en la hondonada sagrada, donde cada luna llena se declaraba una tregua para que los distintos clanes se reunieran bajo los cuatro grandes robles que se alzaban en el centro del claro, rodeado de laderas empinadas.

Corazón de Fuego se detuvo detrás de Estrella Azul. La gata se había agazapado para recorrer sigilosamente los últimos pasos hasta lo alto de la pendiente y desde allí atisbar hacia abajo. En medio del claro, entre los robles, se erguía una roca, cuya silueta negra y desigual se recortaba contra la nieve. Mientras esperaba la señal de su líder para seguir adelante, Corazón de Fuego observó a los gatos que se saludaban a sus pies. No pudo evitar advertir las miradas de odio y el pelo erizado cuando el Clan del Viento se encontró con gatos de los clanes de la Sombra y del Río. Era obvio que ninguno de ellos había olvidado la reciente batalla; si no fuera por la tregua, estarían clavándose las garras.

Reconoció a Estrella Alta, el líder del Clan del Viento, sentado cerca de la Gran Roca con Rengo, su lugarteniente. No muy lejos de ellos estaban Nariz Inquieta y Arcilloso, los curanderos de los clanes de la Sombra y del Río, observando a los otros gatos.

Al lado de Corazón de Fuego, Látigo Gris tenía los músculos tensos y los ojos brillantes de ilusión mientras escrutaba el claro. Siguiendo su mirada, Corazón de Fuego vio cómo Corriente Plateada surgía de entre las sombras, con su hermoso pelaje negro y plateado a la luz de la luna.

El joven guerrero reprimió un suspiro.

—Si vas a hablar con ella, ten cuidado de quién os ve —le aconsejó a su amigo.

—No te preocupes —maulló Látigo Gris. Sus patas delanteras amasaban el duro suelo, ansiando el momento de poder estar de nuevo con la gata del Clan del Río.

Corazón de Fuego lanzó una mirada a Estrella Azul, deseando que diese la señal de descender al claro, pero en vez de eso vio que Tormenta Blanca se acercaba a la líder y se agachaba junto a ella. Oyó cómo el noble guerrero blanco murmuraba:

—Estrella Azul, ¿qué vas a decir sobre Cola Rota? ¿Piensas contarles a los demás clanes que le hemos dado asilo?

Corazón de Fuego esperó en tensión la respuesta de la gata. Antes, Cola Rota era Estrella Rota, líder del Clan de la Sombra. Había asesinado a su propio padre, Estrella Mellada, y robado cachorros del Clan del Trueno. Como venganza, el Clan del Trueno había ayudado a que el mismo clan de Estrella Rota le arrebatara el poder y lo expulsara al bosque. Poco después de eso, Estrella Rota lideró una banda de gatos proscritos que atacó el campamento del Clan del Trueno. Durante la batalla, la curandera del clan, Fauces Amarillas, le arañó los ojos, y ahora Estrella Rota no era más que un prisionero ciego y derrotado. Pero a pesar de que habían desposeído al antiguo líder del nombre concedido por el Clan Estelar, y a pesar de que lo mantenían bajo estricta vigilancia, Corazón de Fuego sabía que los demás clanes habrían esperado que el Clan del Trueno lo matase o lo dejara morir en el bosque. No recibirían bien la noticia de que Cola Rota seguía con vida.

Estrella Azul clavó la mirada en los gatos que pululaban por el claro.

—No diré nada —respondió al cabo a Tormenta Blanca—. Eso no es asunto de los demás clanes. Ahora, Cola Rota es responsabilidad de nuestro clan.

—Bonitas palabras —gruñó Garra de Tigre, sentado al lado de la líder—. ¿O es que ahora nos avergonzamos de admitir lo que hemos hecho?

—No tenemos por qué avergonzarnos de mostrar compasión —replicó la gata con frialdad—. Pero no veo ninguna razón para buscar problemas. —Antes de que Garra de Tigre pudiera contestar, Estrella Azul se puso en pie y se volvió hacia el resto de sus gatos—. Escuchadme —maulló—, nadie debe hablar sobre el ataque de los proscritos, ni mencionar a Cola Rota. Ésos son asuntos que sólo conciernen al Clan del Trueno.

Esperó hasta que el grupo de gatos maulló su aprobación. Luego sacudió la cola para indicar que ya podían unirse a los clanes de la hondonada. Bajó corriendo entre los arbustos, con Garra de Tigre pisándole los talones y esparciendo nieve con sus enormes zarpas.

Corazón de Fuego saltó detrás de ellos. Al salir al claro de entre los arbustos, vio que Garra de Tigre se había detenido cerca y lo estaba mirando con recelo.

—Látigo Gris —susurró Corazón de Fuego—, creo que esta noche no deberías marcharte con Corriente Plateada. Garra de Tigre ya ha…

De repente se dio cuenta de que el joven gato ya no estaba a su lado. Al mirar alrededor, vio a su amigo desapareciendo tras la Gran Roca. Al cabo de unos segundos, Corriente Plateada rodeó a un grupo de gatos del Clan de la Sombra y siguió a Látigo Gris.

Corazón de Fuego suspiró. Miró de reojo a Garra de Tigre, preguntándose si habría visto desaparecer a la pareja. Pero el atigrado oscuro ya se había alejado para reunirse con Bigotes, del Clan del Viento, y el joven guerrero se relajó.

Dando vueltas desasosegadamente, se encontró cerca de un grupo de veteranos —Centón, del Clan del Trueno, y otros que no conocía—, instalados debajo de un acebo de hojas relucientes, donde la nieve no era muy espesa. Vigilando por si veía a Látigo Gris, el joven se acomodó para escuchar la conversación de los mayores.

—Recuerdo una estación sin hojas todavía peor que ésta. —El que hablaba era un viejo macho negro, con el hocico canoso y el costado lleno de cicatrices de guerra. Su pelaje corto y repleto de calvas tenía el olor del Clan del Viento—. El río estuvo congelado durante más de tres lunas.

—Tienes razón, Grajo —coincidió una reina atigrada—. Y las presas también eran muy escasas, incluso para el Clan del Río.

A Corazón de Fuego le sorprendió que dos veteranos de dos clanes recientemente hostiles pudieran charlar con calma sin bufarse de odio. Pero después pensó que, claro, eran ancianos. Debían de haber visto muchas batallas en sus largas vidas.

—Los jóvenes guerreros de hoy en día… —añadió el gato negro, mirando de soslayo a Corazón de Fuego— no saben lo que es pasar penurias.

Corazón de Fuego se removió entre la hojarasca que había debajo del arbusto, intentando parecer respetuoso. Centón, sentado cerca de él, le dio un coletazo amistoso.

—Ésa debió de ser la estación en que Estrella Azul perdió a sus cachorros —recordó el anciano del Clan del Trueno.

Corazón de Fuego irguió las orejas. Recordó que Cola Moteada había dicho una vez algo sobre los cachorros de Estrella Azul, nacidos justo antes de que ella se convirtiera en lugarteniente. Pero no sabía cuántos eran, ni a qué edad habían muerto.

—¿Y recordáis el deshielo de aquella estación? —Grajo interrumpió los pensamientos de Corazón de Fuego, con los ojos desenfocados mientras se perdía en sus recuerdos—. El río que corre por la quebrada subió casi hasta las madrigueras de tejón.

Centón se estremeció.

—Lo recuerdo bien. El Clan del Trueno no pudo cruzar el arroyo para acudir a la Asamblea.

—Varios gatos se ahogaron —rememoró la reina del Clan del Río tristemente.

—Y las presas también —agregó Grajo—. Los gatos que sobrevivieron casi se mueren de hambre.

—¡Quiera el Clan Estelar que esta estación no sea tan mala! —maulló Centón con vehemencia.

—Estos gatos jóvenes de ahora no lo soportarían —siseó Grajo—. Nosotros éramos mucho más fuertes.

Corazón de Fuego no pudo evitar protestar.

—Ahora tenemos guerreros fuertes…

—¿Quién ha pedido tu opinión? —gruñó el macho negro—. ¡Si eres poco más que un cachorro!

—Pero nosotros… —Corazón de Fuego se interrumpió cuando un estridente maullido atravesó el aire. Todos enmudecieron. Volvió la cabeza y vio la silueta de cuatro gatos en lo alto de la Gran Roca, bajo el plateado resplandor lunar.

—¡Chist! —exigió Centón—. La reunión está a punto de comenzar. —Agitó las orejas en dirección a Corazón de Fuego y ronroneó quedamente—: No le hagas caso a Grajo. Ese viejo le encontraría defectos hasta al Clan Estelar.

Corazón de Fuego le dedicó una mirada afable y a continuación se sentó sobre las patas, poniéndose cómodo para escuchar.

Estrella Alta, líder del Clan del Viento, empezó por anunciar que los suyos se estaban recuperando tras la reciente batalla contra los clanes del Río y de la Sombra.

—Uno de nuestros veteranos ha muerto —maulló—, pero todos nuestros guerreros sobrevivirán… para combatir otro día —añadió con intención.

Estrella Nocturna agachó las orejas y entornó los ojos, mientras Estrella Doblada lanzaba un gruñido amenazador.

A Corazón de Fuego se le erizó el pelo. Si los líderes empezaban a pelear, sus gatos los imitarían. Se preguntó si alguna vez habría ocurrido algo semejante en una Asamblea. Seguro que ni siquiera Estrella Nocturna, el audaz y nuevo líder del Clan de la Sombra, se arriesgaría a provocar la ira del Clan Estelar rompiendo la tregua sagrada.

Mientras observaba con aprensión a los gatos erizados, la líder del Clan del Trueno dio un paso adelante.

—Ésas son buenas noticias, Estrella Alta —maulló dulcemente—. Todos nosotros deberíamos alegrarnos de oír que el Clan del Viento vuelve a ser fuerte.

Sus ojos azules resplandecieron mientras miraba a los líderes de los clanes rivales. Estrella Nocturna miró hacia otro lado y Estrella Doblada bajó la cabeza con expresión indescifrable. El Clan de la Sombra, bajo el cruel dominio de Estrella Rota, había expulsado de sus terrenos al Clan del Viento para ampliar su territorio de caza. Y el Clan del Río se había aprovechado de ese exilio forzoso para cazar en las tierras abandonadas. Pero tras el destierro de Estrella Rota, Estrella Azul convenció a los demás líderes de que la vida en el bosque dependía de los cuatro clanes y de que el Clan del Viento debía regresar a su hogar. Corazón de Fuego se estremeció al recordar el viaje tan largo y difícil que tuvo que hacer con Látigo Gris para buscar al Clan del Viento y llevarlo de vuelta a casa, en las áridas tierras altas.

Eso le recordó su intención de volver a cruzar los páramos para visitar a Cuervo, y se removió incómodo. El trayecto no era muy apetecible. «Por lo menos el Clan del Viento tiene una buena relación con el Clan del Trueno —pensó—. No deberían atacarnos por el camino».

—Los miembros del Clan del Trueno también se están recuperando —continuó Estrella Azul—. Y desde la última Asamblea, dos de nuestros aprendices se han convertido en guerreros. Ahora serán conocidos como Manto Polvoroso y Tormenta de Arena.

Del conjunto de gatos congregados bajo la Gran Roca brotaron maullidos de aprobación, especialmente de los clanes del Viento y del Trueno, advirtió Corazón de Fuego. Entrevió a Tormenta de Arena levantando orgullosamente su cabeza melada.

A partir de ese momento, la Asamblea se desarrolló de forma más pacífica. Corazón de Fuego recordó la Asamblea anterior, cuando los líderes se acusaron de cazar en territorio ajeno, pero en esta ocasión nadie lo mencionó. El responsable de aquello había sido un grupo de gatos proscritos, liderado por Cola Rota, pero por lo visto nadie parecía saber que esos desterrados habían atacado el campamento del Clan del Trueno y habían sido derrotados. El secreto de Estrella Azul sobre el ciego Cola Rota estaba a salvo.

Cuando la reunión terminó, Corazón de Fuego miró alrededor en busca de Látigo Gris. Si tenían que ir a ver a Cuervo, debían marcharse pronto, mientras los demás todavía estaban en la hondonada y no podían ver hacia dónde se iban.

Su mirada se cruzó con la de Zarpa Rauda, el aprendiz de Rabo Largo, sentado en medio de un grupo de jóvenes del Clan de la Sombra. Zarpa Rauda apartó la vista avergonzado. En otro momento, Corazón de Fuego le habría dicho que buscara a su mentor para volver con él a casa, pero lo único que le importaba ahora era encontrar inmediatamente a Látigo Gris. Se olvidó de Zarpa Rauda en cuanto vio que su amigo se acercaba. No había ni rastro de Corriente Plateada.

—¡Aquí estás! —exclamó Látigo Gris. Sus ojos amarillos centelleaban.

Corazón de Fuego notó que su amigo había disfrutado de la Asamblea, aunque dudaba que hubiese escuchado nada de lo dicho.

—¿Estás listo? —preguntó.

—¿Para ir a ver a Cuervo, quieres decir?

—¡No hables tan alto! —siseó Corazón de Fuego, mirando alrededor nerviosamente.

—Sí, estoy listo —respondió el otro más bajito—. Aunque no puedo decir que me apetezca demasiado. De todos modos, cualquier cosa que sirva para quitarme a Garra de Tigre de encima… ¿O has tenido una idea mejor?

Corazón de Fuego negó con la cabeza.

—Ésta es la única manera.

La hondonada seguía llena de gatos que se preparaban para partir en cuatro direcciones distintas. Nadie pareció prestar atención a los amigos, al menos hasta que casi habían llegado a la ladera que conducía a las tierras altas del Clan del Viento.

—Eh, Corazón de Fuego. ¿Adónde vas?

Era Tormenta de Arena.

—Eh… —El gato lanzó una mirada de desesperación a Látigo Gris—. Vamos a ir por la ruta larga —improvisó rápidamente—. Enlodado, del Clan del Viento, nos ha hablado de una madriguera de conejos que se encuentra justo dentro de nuestro territorio. Quizá podamos conseguir algo de carne fresca para el clan. —Alarmado de golpe por la idea de que Tormenta de Arena se ofreciera a acompañarlos, se apresuró a añadir—: Díselo a Estrella Azul si te pregunta dónde estamos, ¿quieres?

—Claro. —Tormenta de Arena bostezó, mostrando unos dientes blancos y afilados—. Pensaré en vosotros persiguiendo conejos cuando esté acurrucada en mi cama bien calentita. —Y se alejó sacudiendo la cola.

Corazón de Fuego se sintió aliviado; pero no le gustaba mentirle a Tormenta de Arena.

—Vámonos —le dijo a su amigo—. Antes de que nos vea alguien más.

Se deslizaron por debajo de los arbustos y empezaron a subir la pendiente. Al llegar a lo alto, Corazón de Fuego se detuvo un momento, mirando atrás para asegurarse de que nadie los había seguido. Luego saltaron al borde de la hondonada y corrieron hacia los páramos y la granja de Dos Patas situada más allá.

«Ésta es la única manera», se repitió a sí mismo mientras corría. Tenía que averiguar la verdad. No sólo por Cola Roja y por Cuervo, sino por el bien de todo el Clan del Trueno. Había que detener a Garra de Tigre antes de que tuviese la oportunidad de matar de nuevo.