Capítulo 00101101/ Cuarenta y cinco

Dentro de la residencia de los Papandolos (la casa de los limones, la casa de las fotografías, la casa de la familia), Wyatt Gillette pegaba la cara a las cortinas de encaje que recordaba haber visto bordar a la madre de Elana un otoño. Desde esta nostálgica posición de ventaja vio cómo los hombres del FBI comenzaban a entrar.

Centímetro a centímetro, con cuidado.

Miró en el cuarto contiguo, detrás de él, y vio a Elana tumbada boca abajo que le pasaba el brazo a su madre por los hombros. Cerca tenía a Christian, su hermano, quien tenía la cabeza erguida y miraba a Gillette a los ojos con inmenso odio.

No había nada que pudiera decirles que fuera adecuado y siguió en silencio, volviéndose de nuevo hacia la ventana.

Ya había decidido qué iba a hacer: de hecho, lo había decidido antes pero deseaba pasar los últimos momentos de su vida con la mujer que amaba.

Lo irónico del caso es que Phate le había dado la idea.

Tú eres el héroe con defectos. Defectos que lo meten en líos. Vaya, y al final harás algo heroico y los salvarás y el público llorará por ti…

Iba a salir con los brazos en alto. Bishop le había dicho que no se fiarían de él y que pensarían que era un suicida que llevaba una bomba o que escondía un arma. Phate y Shawn lo habían dispuesto así para que la policía se esperase lo peor. Pero los agentes también eran humanos: podían vacilar. Y, si lo hacían, podrían creerlo y dejar que salieran Elana y su familia.

Pero en cualquier caso nunca llegarás al nivel último del juego.

Y aunque no lo hiciera (si le disparaban y lo mataban) registrarían su cuerpo y verían que estaba desarmado y podrían pensar que los de dentro accederían a rendirse sin problemas. Y luego descubrirían que todo había sido un terrible error.

Miró a su mujer. Pensó que incluso entonces estaba preciosa. Ella no alzó la vista y él se sintió mejor por eso: no podría haber soportado la carga de su mirada.

Temeroso de que cuando saliera un francotirador pudiera ver a Elana o a su familia e interpretar mal cualquier gesto y abrir fuego, decidió apagar todas las luces de la planta baja. Mientras entraba en el estudio para hacerlo, se fijó en un viejo clónico de IBM. Wyatt Gillette pensó en todas las horas que había pasado on-line en los últimos días. Si no podía llevarse el amor de Elana a la tumba, al menos lo acompañarían los recuerdos de las horas pasadas en la Estancia Azul.

Con cuidado, lentamente, temeroso de que por la ventana lo viera un francotirador, fue apagando las restantes luces de la casa.

* * *

Los agentes del equipo Alfa reptaban lentamente hasta la casa de estuco de las afueras: un escenario nada grato para llevar a cabo este tipo de operaciones. Mark Little mandó al equipo Alfa que se cubriera tras un macizo de rododendros erizados de púas a unos seis metros al oeste de la casa.

Hizo una señal con la mano a tres de sus hombres de cuyos cinturones colgaban las potentes granadas detonadoras. Corrieron a posicionarse bajo las ventanas de la sala, de la cocina y del salón y quitaron las anillas a las granadas. Se les unieron otros tres que llevaban barras para romper los cristales de las ventanas, y así permitir que sus compañeros lanzaran sus granadas dentro.

Los hombres miraban a Mark Little en espera de que este hiciera con la mano la señal de seguir adelante.

Y entonces algo crepitó en el auricular del casco de Little.

—Jefe del equipo Alfa, tenemos un despacho de emergencia desde una línea terrestre. Es el AEM de San Francisco.

¿El Agente Especial al Mando Jaeger? ¿Para qué llamaba ahora?

—Pásamelo —susurró en el pequeño micrófono.

Se oyó un clic.

—Agente Little —la voz no le era familiar—. Soy Frank Bishop. Policía estatal.

—¿Bishop? —era ese puto poli que lo había llamado antes—. Dígale a Henry Jaeger que se ponga.

—No se encuentra aquí, señor. Mentí. Tenía que ponerme en contacto con usted. No cuelgue. Tiene que hacerme caso.

Bishop era el que pensaban que podría ser uno de los delincuentes dentro de la casa que trataba de distraerlos.

—Bishop…¿Qué quiere? ¿Sabe en qué líos se va a meter por haberse hecho pasar por un agente del FBI? Voy a colgar.

—¡No! ¡No lo haga! Pida una reconfirmación.

—No voy a oír más de esa mierda sobre hackers.

Little observó la casa. Todo estaba en calma. En momentos así la sensación era extraña: exultante, aterradora y aletargante al mismo tiempo. Y, como todos los agentes de operaciones especiales, sentía el desasosiego de pensar que uno de los asesinos tenía los pelos de punta mientras apuntaba a un blanco humano a dos centímetros del antibalas.

—He detenido al asesino que pirateó el sistema y he apagado su ordenador —dijo el policía—. Le garantizo que no recibirá confirmación.

—Ese no es el procedimiento.

—Hágalo de todos modos. Si entra ahí siguiendo un protocolo de asalto cuatro se arrepentirá toda su vida.

Little se detuvo. ¿Cómo conocería Bishop que estaban operando con un protocolo de asalto cuatro? Sólo podía saberlo alguien del equipo o que tuviera acceso al ordenador del FBI.

El agente vio que su segundo, Steadman, le hacía señas apuntando al reloj y a la casa.

—Por favor —la voz de Bishop era de pura desesperación—. He puesto mi trabajo en juego.

El agente vaciló y luego murmuró:

—Claro que lo ha hecho, Bishop —devolvió su arma al hombro y cambió a la frecuencia del equipo de operaciones especiales—. A todos los equipos, continúen en posición. Repito, continúen en posición. Si les disparan autorizo que tomen las represalias pertinentes.

Volvió al puesto de control corriendo. El técnico de comunicaciones lo miró sorprendido:

—¿Qué sucede?

En la pantalla, Little podía ver el código de confirmación del ataque.

—Confirma de nuevo el código rojo.

—¿Por qué? No lo necesitamos si…

—¡Ahora! —sentenció Little. El hombre tecleó.

DE: FUERZAS ESPECIALES, DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA.

R: DOJ TAC OP CENTER, WASHINGTON, D. C.

RE: DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA, OPERACIÓN 139-01:

¿CONFIRMAN CÓDIGO ROJO?

Un mensaje:

<Por favor, espere>

Esos minutos podían dar a los asesinos la oportunidad de prepararse para el asalto o de llenar la casa de explosivos para un suicidio colectivo que se llevaría a una docena de sus hombres.

<Por favor, espere>

Esto tardaba demasiado.

—Olvídalo —le dijo al técnico de comunicaciones, disponiéndose a salir por la puerta—. Vamos a entrar.

—Espere —dijo el agente—. Aquí pasa algo —señaló la pantalla—: Eche un vistazo.

DE: DOJ TAC OP CENTER, WASHINGTON, D. C.

R: FUERZAS ESPECIALES, DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA.

RE: DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA, OPERACIÓN 139-01:

<NO HAY INFORMACIÓN. POR FAVOR, COMPRUEBE EL NÚMERO DE LA OPERACIÓN>

—El número era correcto. Lo comprobé —dijo el hombre.

—Vuélvelo a enviar —dijo Little.

El agente volvió a teclear y dio a Enter.

La respuesta:

DE: DDJ TAC OP CENTER. WASHINGTON, D. C.

R: FUERZAS ESPECIALES, DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA.

RE: DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA, OPERACIÓN 139-01:

<NO HAY INFORMACIÓN. POR FAVOR, COMPRUEBE EL NÚMERO DE LA OPERACIÓN>

Little se sacó el verdugo negro y se secó la cara. ¿Qué era esto?

Agarró el teléfono y llamó al agente del FBI que llevaba el territorio cerca de la reserva militar San Pedro, a unos cuarenta y cinco kilómetros de donde se encontraban. El agente le informó de que no tenía conocimiento de que se hubiera producido ningún ataque. Little dejó caer el teléfono y volvió a mirar la pantalla.

Steadman corrió hasta la puerta de la furgoneta.

—¿Qué demonios sucede, Mark? Estamos esperando demasiado. Si queremos entrar debemos hacerlo ya.

Little seguía mirando la pantalla.

<NO HAY INFORMACIÓN. POR FAVOR, COMPRUEBE EL NÚMERO DE LA OPERACIÓN>

—Mark, ¿vamos o no?

El comandante señalaba la casa. En ese momento habían tenido tal demora que sus ocupantes estarían sospechando que pasaba algo, ya que no funcionaban los teléfonos. Los vecinos habrían llamado a la policía local debido a las tropas que había en el vecindario y los escáneres de la policía que tenían los periodistas habrían oído las llamadas. Los helicópteros de la prensa se presentarían en unos minutos y lo trasmitirían en directo por lo que los asesinos podrían presenciarlo todo en pocos minutos.

De pronto se oyó una voz en la radio:

—Jefe uno, equipo Alfa, le habla francotirador tres. Hay un sospechoso en la entrada. Varón blanco, veintitantos años. Manos alzadas. Tengo blanco mortal. ¿Disparo?

—¿Tiene armas? ¿Explosivos?

—Nada que sea visible.

—¿Qué hace?

—Camina lentamente. Se ha dado la vuelta para enseñarnos la espalda. No se ven armas. Pero puede llevar algo bajo la camisa. Pierdo el blanco en diez segundos por las hojas de los árboles. Francotirador dos, apunta al objetivo en cuanto pase el arbusto.

—Roger —dijo otra voz.

—Lleva un artefacto encima, Mark —dijo Steadman—. Todos los informes decían lo mismo: que tratarían de llevarse a tantos de nosotros como les sea posible. Ese tipo activará la carga y el resto saldrá del fondo disparando.

<NO HAY INFORMACIÓN. POR FAVOR, COMPRUEBE EL NÚMERO DE LA OPERACIÓN>

—Jefe del equipo Bravo número dos, ordene al sospechoso que se tire al suelo. —Dijo Mark Little por el micrófono—. Francotirador dos, si el sujeto no besa el suelo en cinco segundos, dispare.

—Sí, señor.

Un segundo después oían por el altavoz:

—¡Le habla el FBI! Tírese al suelo boca abajo y extienda los brazos. ¡Ahora! ¡Ahora! ¡Ahora!

NO HAY INFORMACIÓN…

El agente llamó:

—Está en el suelo, señor. ¿Lo cacheamos y lo arrestamos?

Little pensó en su mujer y en sus dos hijos y dijo:

—No, yo mismo lo haré —agarró el micrófono—: A todos los equipos, retírense. —Se volvió hacia el técnico de comunicaciones—: Ponme con el subdirector en Washington —señaló con el dedo los mensajes conflictivos: los que daban el visto bueno y los de «No hay información» que estaban en la pantalla—. E infórmame con total exactitud de cómo ha pasado esto.