Por instinto, Wyatt se lanzó hacia delante y agarró a Phate por el cuello y por el brazo para que el tipo no pudiera alcanzar ninguna de las pistolas.
El asesino golpeó con el puño el rostro y el cuello de Gillette, pero los dos estaban tan cerca el uno del otro que no pudo tomar impulso y los golpes no le hicieron ningún daño a Wyatt.
Ambos entraron dando tumbos por otra puerta, saliendo de la oficina y yendo a dar a un espacio abierto: se trataba de otro corral de dinosaurios como el de la UCC.
Los ejercicios de dedos que Gillette había estado haciendo en los dos últimos años lo ayudaron a agarrar con fuerza a Phate pero el asesino también era fuerte y Gillette no podía sacarle ventaja. Como dos luchadores enlazados, rodaron por el suelo levantado. Gillette miró a su alrededor buscando un arma. Le asombró la cantidad de viejos ordenadores y de componentes que había. Toda la historia de la informática estaba representada allí.
—Lo sabemos todo, Jon —dijo Gillette, volviéndose hacia el asesino—. Sabemos que Stephen Miller es Shawn. Sabemos tus planes, tus próximas víctimas. ¡No tienes posibilidad de escapar!
Pero Phate no respondió. Gruñó, tiró a Gillette al suelo y trató de alcanzar una barra de hierro. Con fuerza, Gillette apretó con el pie un tablón tirado en el suelo, y alejó la barra de Phate.
Durante cinco minutos ambos hackers estuvieron intercambiando golpes blandos, y fueron cansándose. Luego Phate se liberó y corrió por la barra de hierro. Se las arregló para empuñarla y blandirla. Se fue acercando a Gillette, quien buscaba un arma con desesperación. Vio una caja de madera sobre una mesa cercana, arrancó la tapa y fue sacando su contenido.
Phate se quedó helado.
Gillette sostenía en la mano lo que parecía ser una bombilla muy antigua: era un tubo de audion original, el precursor del tubo de vacío y, por ende, del mismo chip de silicio.
—¡No! —gritó Phate, alzando una mano. Susurró—: Por favor, ten cuidado.
Gillette se encaminó hacia la oficina donde yacía Frank Bishop.
Phate lo seguía, sosteniendo la barra de metal como si se tratara de un bate de béisbol. Sabía que podía golpear a Gillette en el brazo o en la cabeza (no le resultaría difícil) pero aun así le era imposible poner en peligro el delicado artefacto de cristal.
Para él las máquinas son más importantes que la gente. Una muerte no le supone ninguna pérdida: pero si se le rompe el disco duro es toda una tragedia.
—Ten cuidado —susurró Phate—. Por favor.
—¡Tírala! —gritó Gillette mirando la barra de hierro.
El asesino empezó a blandiría pero en el último minuto pensó en la frágil bombilla de cristal y se detuvo. Gillette se paró, miró hacia atrás para medir las distancias y entonces arrojó la bombilla a Phate, quien lanzó un grito y se deshizo de la barra para tratar de asirla. Pero el tubo cayó al suelo y se rompió.
Phate lanzó un grito y cayó de rodillas.
Gillette fue rápidamente hasta la oficina donde yacía Frank Bishop, quien respiraba con dificultad y sangraba profusamente, y agarró la pistola. Volvió y apuntó a Phate, que contemplaba los restos del tubo con el rostro de un padre que observa la tumba de su hijo. A Gillette le impactó la expresión de sentida pesadumbre: daba aún más miedo que su anterior furia.
—No deberías haberlo hecho —murmuró el asesino, lúgubre, mientras se secaba las lágrimas con la manga de la camisa y se ponía en pie. Ni siquiera se dio cuenta de que Gillette estaba armado.
—Te vienes conmigo —dijo Gillette—. Vamos a ayudar a Frank.
—¿Y si me niego?
—Te mataré.
—No, no creo que lo hagas —dijo Phate. Tenía la voz calmada y los ojos brillantes y tenebrosos. Avanzó hacia él poco a poco—. ¿Recuerdas tu fatal defecto? Ambicioso Macbeth, loco Hamlet, celoso Otelo…No, no me matarás, Wyatt. Porque sientes demasiada curiosidad por Trapdoor.
—¡Alto!
Se agachó y sujetó la barra de hierro.
—Para ti es un milagro. Es la máquina del movimiento perpetuo. Es fusión en frío. Imagínatelo: un programa que nos da acceso ilimitado a la vida de la gente. Un programa que nadie puede escribir salvo, ¡sorpresa!, un servidor.
—Trae esos trapos. Anúdaselos en la cabeza a Frank.
—Déjalo morir —afirmó Phate, mirando al detective—. De la misma manera que tú asesinaste a ese… —señaló el tubo roto—. Bishop es sólo otro personaje…Estamos en el nivel de expertos de este juego, Wyatt. Tiene que haber vencedores y vencidos. Y a él le ha tocado perder.
Phate avanzó hacia delante. Gillette lo apuntó con el arma.
—No lo harás —dijo Phate, sonriendo—. Cualquier persona en sus cabales me mataría ahora mismo. Tú mismo lo estás deseando…Pero te pueden las ganas de comprender Trapdoor.
El asesino siguió avanzando.
A Gillette las manos le temblaban y sudaba copiosamente.
—¡Alto! —recordó su otro intento de disparar una pistola, el día anterior. El seguro estaba puesto. Ahora movió la palanca hasta la otra posición y volvió a levantar el arma.
Phate alzó aún más la barra de hierro. No dejaba de avanzar, poco a poco.
—Piensa en el código de origen de Trapdoor…¿Qué lenguaje crees que he usado? ¿Java? ¿C++? Quizá un lenguaje mío. Tío, ahí tienes algo en qué pensar. ¿Puedes creértelo? ¡Un lenguaje de programación totalmente nuevo!…Vale, y ahora voy a salir por esa puerta y tú no vas a detenerme. Y si piensas en dispararme a la pierna, recuerda que a esta distancia y con lo que peso aún puedes matarme: podría sufrir un shock, asepsia, o quizá me desangre.
Gillette se echó hacia delante pero Phate blandió la barra sobre su cabeza y tuvo que apartarse.
«¡Dispara!», se dijo el hacker a sí mismo.
Pero no podía.
Phate, quien seguía mirando a su adversario, llegó a la puerta. Le faltaban unos centímetros para llegar al pasillo y de allí correría hacia la libertad.
—¡Alto!
Gillette apuntó a Phate en el pecho y, al ver que el otro no se detenía, se dispuso a apretar el gatillo.
—¡No! —gritó una voz de mujer.
Gillette dio un salto al oírla. Se dio la vuelta para mirar. Phate hizo lo mismo.
Patricia Nolan entró como si nada pasara en la oficina, cargando con su portátil.
¿Cómo diantre había llegado hasta aquí?
¿Y por qué?
Parecía otra. Su pelo, que siempre le colgaba, estaba ahora reunido en una coleta bien anudada, y no llevaba las gafas de diseñador.
—Quiero enseñaros algo —dijo, acercándose a Gillette. Vio a Bishop inconsciente pero no le prestó atención.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? —preguntó Gillette, bajando la pistola.
No contestó, sólo continuó acercándose a Gillette mientras buscaba una cosa en su bolso y la sacaba. Parecía que se trataba de una pequeña linterna. Entonces ella la alzó y tocó el brazo tatuado de él con la punta del artefacto. Él oyó el crujido de la electricidad, vio un rayo de luz amarillenta o gris y sintió cómo un dolor indescriptible le corría desde la mandíbula hasta el pecho. Sin aliento, cayó de rodillas y la pistola rodó por el suelo.
Pensó: «¡Mierda, me he vuelto a equivocar! Stephen Miller no era Shawn».
Intentó volver a empuñar la pistola pero Patricia Nolan le colocó la barra aturdidora en el cuello y volvió a apretar el gatillo.