—¿Te encuentras bien? —le preguntó Patricia Nolan, al observar la sangre que había en el rostro de Gillette, en su cuello y en sus pantalones.
—Estoy bien —dijo él.
Pero ella no lo creyó y de todas formas jugó a las enfermeras, y fue a recoger toallas de papel empapadas en agua y jabón líquido para limpiarle la ceja y ver dónde se había cortado en su pelea con Phate. Las fuertes manos de ella olían a esmalte de uñas recién aplicado y él se preguntó cuándo había encontrado ella tiempo para la cosmética con sendos ataques de Phate al hospital y a la UCC.
Ella lo forzó a que se levantara la pernera para limpiar el corte en su rodilla, lo que hizo agarrándolo con fuerza en la pantorrilla. Terminó y le ofreció una sonrisa entrañable.
«Vamos, cariño, por favor…Soy un convicto, estoy enamorado de otra mujer. Ni te molestes…».
—¿Te duele? —le preguntó, acercando el paño mojado a la herida.
Abrasaba como una docena de picaduras de abeja.
—Sólo escuece un poco —dijo él, deseando desanimarla en su papel de madre infatigable.
Tony Mott entró corriendo en la UCC empuñando su enorme pistola.
—Ni rastro de él.
Un instante después también regresaban Shelton y Bishop. Los tres hombres habían vuelto a la UCC desde el centro médico a mediodía y habían pasado la última media hora rastreando el área en busca de Phate o de algún testigo que lo hubiera visto entrar o escapar de la UCC. Pero los rostros de los compañeros de homicidios revelaban que no habían tenido más suerte que Mott.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Bishop al hacker tras sentarse cansadamente en una silla de oficina.
Gillette le informó del ataque de Phate a la UCC.
—¿Dijo algo que nos pueda servir?
—Un poco más y me hago con su cartera, pero acabé con eso —señaló el reproductor de CD. Un técnico de la Unidad de Identificación de la Escena del Crimen le había pasado el pincel y sólo había encontrado huellas de Phate y del mismo Gillette.
El hacker les informó de que Triple-X había muerto.
—Oh, no —dijo sentidamente Frank Bishop, al oír que un civil que se había arriesgado a ayudarlos había sido asesinado.
Mott se acercó a la pizarra blanca y escribió su nombre «Triple-X», al lado de los de «Lara Gibson» y «Willem Boethe».
Pero Gillette se puso en pie (de forma inestable, debido al corte en su rodilla) y se acercó a la pizarra. Borró el nombre.
—¿Qué haces? —preguntó Bishop.
Gillette con un rotulador escribió «Peter Grodsky».
—Este era su verdadero nombre —dijo—. Era programador y vivía en Sunnyvale —miró al equipo—. He creído que debíamos recordar que era algo más que un nombre de pantalla.
Bishop llamó a Huerto Ramírez y a Tim Morgan y les dijo que buscaran la dirección de Grodsky y enviaran a los de Escena del Crimen.
Gillette vio una etiqueta rosa de recordatorio de mensajes telefónicos.
—He recibido un mensaje para ti, justo antes de que regresaras del hospital —le dijo a Bishop—. Te ha llamado tu mujer —leyó la nota—. Ha dicho algo acerca del resultado de unas pruebas que han salido bien. Vaya, no estoy seguro de haberlo apuntado correctamente: creía que ella había dicho que tenía una infección grave. No estoy seguro de por qué ha salido tan bien, en ese caso.
Pero la cara de inmenso alivio de Bishop le dijo que había anotado el mensaje perfectamente.
Se alegró por el detective pero se sentía algo desencantado por el hecho de que Elana no lo hubiera llamado. Recordó el tono de su voz cuando habló con ella desde la casa de Bishop. Quizá a ella nunca se le había pasado por la cabeza llamar, quizá le dijo que sí porque deseaba que colgara el teléfono para volver a dormirse. Con Ed a su lado. Le sudaron las manos.
El agente Backle entró en la oficina proveniente del aparcamiento. Tenía el pelo revuelto y caminaba muy rígido. Lo habían tratado los médicos: en su caso, los profesionales de los Servicios de Emergencias Médicas cuya ambulancia estaba fuera, en el aparcamiento. Había sufrido una ligera contusión cuando lo atacaron en la cocina. Y ahora llevaba un gran vendaje en un lado de la cabeza.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Gillette despreocupadamente.
El agente no contestó. Vio que su pistola estaba en un escritorio próximo a Gillette y la agarró. La revisó con un mimo exagerado y la guardó en la funda que llevaba amarrada al cinturón.
—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó.
—Phate ha entrado aquí —respondió Bishop—, te ha atacado por sorpresa y se ha apoderado de tu arma.
—¿Y tú se la has arrebatado? —preguntó el agente a Gillette con escepticismo.
—Sí.
—Pero tú sabías que yo estaba en la cocina —soltó el agente—. Y el intruso no.
—Pero supongo que sí lo sabía, ¿no crees? —contestó Gillette—. ¿Cómo, si no, pudo pillarte por sorpresa y quitarte el arma?
—Me da la impresión —dijo el agente con lentitud— de que de alguna forma tú sabías que él vendría. Querías un arma y te has servido de la mía.
—No es eso lo que ha sucedido —Gillette miró a Bishop, quien había alzado una ceja como queriendo señalar que él pensaba lo mismo, aunque no dijo nada.
—Si me entero de que…
—Vale, ya está bien… —soltó Bishop—. Creo que debería ser un poco más considerado, señor. Por lo que parece aquí Wyatt le ha salvado la vida.
El agente trató de mantener la mirada al policía pero se rindió y, con pies de plomo, se sentó en una silla.
—No te pierdo de vista, Gillette.
Bishop recibió una llamada. Colgó y dijo:
—Era Huerto otra vez. Dice que les ha llegado un informe de Harvard. No existen registros de nadie llamado Shawn que estudiara o trabajara allí en la misma época que Phate. También ha comprobado los demás lugares donde trabajó Holloway: Western Electric, Apple y demás. Ningún empleado llamado Shawn —miró a Shelton—. También ha dicho que el caso MARINKILL está que arde. Se ha visto a los malos en nuestro jardín: en Santa Clara, justo a la salida de la 101.
Shelton se rió.
—No importa si querías o no el caso, Frank. Parece que te sigue la pista.
Bishop sacudió la cabeza.
—Quizá, pero te aseguro que ahora sí que no lo deseo cerca, no en estos momentos. Va a comernos recursos y necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir —miró a Patricia Nolan—: ¿Qué encontraste en el hospital?
Ella les explicó que, con ayuda de Miller, había comprobado el sistema informático del centro médico y que, a pesar de que habían encontrado señales de que Phate lo había pirateado, no habían dado con nada que les indicara desde dónde lo había hecho.
—El administrador de sistemas nos imprimió esto —dijo ella, pasándole a Gillette un montón de hojas—. Son los informes de actividades de conexión y desconexión de la semana pasada. He pensado que quizá podías sacar algo de ello.
Gillette comenzó a estudiar el centenar de páginas que le habían dado.
Entonces Bishop echó una ojeada al corral de dinosaurios, frunció el ceño y dijo:
—¿Dónde está Stephen Miller?
—Se fue del centro informático del hospital antes que yo —dijo Patricia Nolan—. Dijo que venía directo hacia aquí.
—No lo he visto —dijo Gillette, sin levantar la vista del papel.
—Quizá haya ido al laboratorio de informática de Stanford —señaló Mott—. Suele reservarse tiempo de superordenadores siempre que puede. Tal vez haya ido a comprobar alguna pista —intentó contactar con el policía llamándole al móvil pero no hubo suerte y le dejó un mensaje en el buzón de voz.
Gillette estaba ojeando las páginas impresas cuando encontró una entrada concreta y su corazón empezó a latir con violencia. Lo leyó otra vez para asegurarse.
—No…
Había hablado en voz baja pero el equipo se calló y lo miró.
El hacker alzó la vista.
—Cuando tomó el directorio raíz de Stanford-Packard, Phate se conectó a otro sistema que estaba vinculado al de los hospitales: así es como pudo apagar el sistema telefónico, por poner un ejemplo. Pero también saltó del hospital a un ordenador exterior. Ese reconoció Stanford-Packard como a un sistema de fiar y Phate pudo pasar sin problemas por los cortafuegos y tomar ese nuevo directorio raíz.
—¿Cuál es el nuevo sistema? —preguntó Bishop.
—La Universidad del Norte de California en Sunnyvale —Gillette alzó la vista—. Ha descargado los nombres y las fichas de dos mil ochocientos estudiantes —el hacker suspiró—. También tiene ficheros sobre procedimientos de seguridad e información sobre el personal del centro, incluyendo cada guardia de seguridad que trabaja para la universidad. Así que ya sabemos cuál es su nuevo objetivo.
* * *
Alguien lo estaba siguiendo…
¿Quién podría ser?
Por el espejo retrovisor, Phate miró a los conductores que tenía detrás en la Ruta 280 mientras se escapaba de la base de la UCC en San José. El hecho de que Valleyman hubiera vuelto a ser más hábil que él le había afectado y quería llegar a casa como fuera.
Pensaba ya en su próximo ataque: en la Universidad del Norte de California. El desafío era menor que lo que ofrecían otros objetivos que podría haber elegido, pero la seguridad de los colegios mayores era alta y la universidad tenía un sistema informático que, como declarara una vez el rector en una entrevista, era a prueba de hackers. Uno de los aspectos más interesantes de ese sistema era que controlaba las alarmas de incendios y el sistema de aspersores de los veinticinco colegios mayores que formaban el grueso de las viviendas estudiantiles.
Era una operación fácil, no tan interesante como la de Lara Gibson o la de la Academia St. Francis. Pero Phate necesitaba una victoria en ese momento. En este nivel del juego estaba siendo derrotado y eso le hacía perder la confianza en sí mismo.
Y alimentaba su paranoia.
Otra ojeada al espejo retrovisor.
¡Sí, había alguien! Dos hombres en los asientos delanteros lo observaban.
Vuelta a la carretera y luego otra mirada hacia atrás.
Y el coche que había visto (o que pensaba que había visto) tornaba en una sombra o un reflejo.
¡Espera! ¡Ahí estaba! Pero ahora lo conducía una mujer sola.
La tercera vez que miró no había conductor. ¡Dios! ¿Qué tipo de criatura era aquella?
Un fantasma.
Un demonio…
Sí, no…
Valleyman, tenías razón: cuando los ordenadores conforman el único tipo de vida que te sostiene, cuando se convierten en los tótems que te guardan del cruel maleficio del tedio igual que un crucifijo repele a los vampiros, tarde o temprano la frontera entre las dos dimensiones se difumina y la Estancia Azul comienza a aparecer en el Mundo Real.
A veces esos personajes son tus amigos.
A veces no.
A veces los ves conduciendo detrás de ti, a veces ves sus sombras en los callejones por los que pasas, a veces los ves esperándote en tu garaje, tu dormitorio, tu armario, junto al lecho de tu amante. Los ves con la mirada del extraño.
Los ves en el reflejo de tu monitor mientras te sientas frente a tu máquina para la hora del aquelarre.
A veces no son más que imaginaciones tuyas.
Otra mirada por el retrovisor.
Y, por supuesto, a veces están ahí.
* * *
Bishop desconectó su teléfono móvil.
—En los colegios mayores del campus de la Universidad del Norte de California viven casi tres mil estudiantes. La seguridad es la típica en estos casos, y eso significa que es fácil saltársela.
—Creía que le gustaban los desafíos —dijo Mott.
—Me temo que esta vez busca un asesinato sencillo —comentó Gillette—. Lo más seguro es que esté frustrado por lo cerca que hemos andado de él en las últimas ocasiones.
—Y tal vez eso no sea sino otra distracción —apuntó Nolan.
Gillette estuvo de acuerdo en que eso podía ser otra posibilidad.
—Le he dicho al rector que debería cancelar las clases y enviar a todo el mundo a casa —comentó Bishop—. Pero la idea no le ha gustado: faltan sólo dos semanas para los exámenes finales. Así que vamos a tener que llenar el campus de patrulleros y de policía estatal: eso le da a Phate otra oportunidad para practicar la ingeniería social e infiltrarse en un colegio mayor.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Mott.
—Un poco de labor policial pasada de moda —dijo Bishop. Buscó el reproductor de CD de Phate. El detective lo abrió. Contenía la grabación de una obra de teatro, Otelo. Le dio la vuelta a la máquina y apuntó el número de serie—. Tal vez Phate lo compró en esta zona. Llamaré a la empresa y veré adónde enviaron esta unidad.
Bishop llamó a varios centros de ventas y de distribución de la empresa Productos Electrónicos Akisha por todo el país. Traspasaron su llamada y lo pusieron en espera durante un rato interminablemente largo, y no encontraba a nadie que pudiera (o quisiera) ayudarlo.
Mientras el detective discutía por teléfono, Gillette se volteó en su silla giratoria, se puso frente a una terminal de ordenador y comenzó a teclear. Un momento después salía una hoja de papel por la impresora.
Mientras la voz irritada de Bishop resonaba en el teléfono clamando «¡No podemos esperar dos días para obtener esa información!», Gillette le pasó la hoja al detective.
La mano del detective estuvo a punto de romper el teléfono y exclamó:
—Da igual —colgó—. ¿Cómo has conseguido esto? —le preguntó a Gillette. Y luego alzó una mano—: Da igual. Prefiero no saberlo —se rió—: Como decía antes, trabajo policial pasado de moda.
Bishop llamó otra vez a Huerto Ramírez y a Tim Morgan. Les dijo que delegaran en alguien la escena del crimen de Triple-X y que fueran a Mountain View Music con una foto de Phate para ver si podían averiguar si vivía en la zona.
—Diles a los encargados que a nuestro chico le gustan las obras de teatro. Tiene una grabación de Otelo. Eso acaso les refresque la memoria.
Un patrullero de la Central de San José dejó un sobre para Bishop.
Él lo abrió y leyó en voz alta:
—El informe del FBI sobre lo averiguado tras la revisión de la fotografía enviada de Lara Gibson por Phate. Dicen que es un calefactor de gas Tru-Heat, modelo GST3000. Un modelo nuevo, que se empezó a comercializar hace tres años y que es muy popular en construcciones nuevas. Debido a su capacidad BTU, ese modelo suele utilizarse en casas separadas y no en edificios urbanos, pues son de dos o tres pisos. Los técnicos aumentaron por ordenador la foto para ver la información sellada en los tableros de yeso y obtuvieron una fecha de manufactura: enero del año pasado.
—Una casa nueva en una urbanización construida hace poco —resumió Mott, quien escribía los datos en la pizarra—. Dos o tres pisos.
Bishop tuvo un acceso de risa floja y levantó una ceja admirándose de algo:
—Chicos, chicas, el dinero del contribuyente se gasta en cosas que valen la pena. Esos tipos de Washington saben lo que se hacen. Escuchad esto. Los agentes han descubierto irregularidades significativas en la colocación de las baldosas del suelo y sugieren que la casa seguramente se vendió con el sótano sin acabar y que fue el mismo dueño quien colocó las baldosas.
—Vendida con el sótano sin terminar —escribió Mott en la pizarra.
—Aún no hemos acabado —prosiguió el detective—. También aumentaron un trozo de periódico que estaba en el cubo de basura y vieron que era un folleto que se regala gratis, The Silicon Valley Marketeer. Llamaron al periódico y descubrieron que se reparte por las casas sólo en la zona de Palo Alto, Cupertino, Mountain View, Los Altos, Los Altos Hills, Sunnyvale y Santa Clara.
—¿Podríamos averiguar algo sobre urbanizaciones recién construidas en esos municipios?
—Justo lo que estaba a punto de hacer —asintió Bishop, y miró a Bob Shelton—: ¿Aún tienes ese amigo en el condado de Santa Clara?
—Claro.
Shelton llamó al Consejo de Planificación y Zonificación. Indagó sobre permisos de construcción de viviendas unifamiliares de dos o tres pisos con los sótanos inacabados, construidas después de enero del año anterior en los municipios de la lista. Después de cinco minutos de espera, Shelton se enganchó el teléfono bajo la barbilla, agarró un bolígrafo y empezó a escribir. Lo estuvo haciendo durante largo rato: la lista de nuevas urbanizaciones era increíblemente extensa. Por lo menos había unas cuarenta en aquellos siete municipios.
—Dicen que no pueden construir lo bastante deprisa —dijo al colgar—. Ya sabes, el punto-com.
Bishop tomó la lista de urbanizaciones y fue hacia el mapa de Silicon Valley a poner un círculo en aquellos lugares que Shelton había apuntado. Mientras lo hacía, sonó el teléfono y contestó. Luego, colgó.
—Eran Huerto y Tim. Los dependientes de la tienda de música han reconocido a Phate y han dicho que se ha pasado media docena de veces en los últimos meses: siempre compra obras de teatro. Música, nunca. La última fue la Muerte de un viajante. Pero el tipo no tenía ni idea de dónde vive.
Puso un círculo en la ubicación de la tienda de música. Lo señaló y luego hizo lo mismo con la tienda de artículos teatrales Ollie de El Camino Real, donde Phate había comprado la goma y los disfraces. Las dos tiendas quedaban a poco menos de un kilómetro. Lo que sugería que Phate estaba en la parte central-oeste de Silicon Valley; y aun así había veintidós nuevas urbanizaciones construidas en la zona de unos veinte kilómetros cuadrados.
—Demasiado grande para ir casa por casa.
Descorazonados, miraron el mapa y el tablero con las pruebas durante unos diez minutos, en un intento infructuoso por estrechar la superficie de búsqueda. Llamaron unos oficiales desde el apartamento de Peter Grodsky en Sunnyvale. El joven había muerto de una cuchillada en el corazón; como las otras víctimas de la versión real del juego Access. Los policías revisaron la escena del crimen pero no habían encontrado ninguna prueba.
—¡Maldición! —dijo Shelton, expresando la frustración que todos sentían.
Estuvieron un rato en silencio con la vista fija en la pizarra blanca, silencio que fue roto cuando una tímida voz dijo:
—¿Se puede?
Un quinceañero gordito con gafas gruesas estaba en la puerta, acompañado de un joven de unos veintitantos años.
Eran Jamie Turner, el estudiante de St. Francis, y su hermano Mark.
—Hola, jovencito —saludó Frank Bishop, sonriendo al muchacho—. ¿Qué tal?
—Bien, supongo —miró a su hermano, quien asintió para darle ánimos. Jamie avanzó por la sala y le dijo a Gillette—: Hice lo que me pediste —dijo, tragando saliva.
Gillette no recordaba de qué podía estar hablando el muchacho. Pero asintió y dijo para animarle:
—Adelante.
—Bueno, estuve mirando las máquinas del colegio —continuó Jamie—, en la sala de ordenadores. Tal como me pediste. Y he encontrado algo que quizá os ayude a atraparlo: quiero decir, a atrapar al hombre que mató al señor Boethe.