Pero, a pesar de lo que Triple-X le había dicho a Bishop cuando lo llamó al móvil, Phate (en su nueva encarnación como Deathknell) seguía inaccesible.
Nada más llegar a la UCC, Gillette arrancó Hyper-Trace e inició una búsqueda sobre MOL.com. Encontró que el nombre completo del proveedor de servicios de Internet era Monterrey Internet On-Line. Tenía su base en Pacific Grove, California, a unos ciento cincuenta kilómetros al sur de San José. Pero cuando contactaron a Pac Bell en Salinas, para rastrear la llamada desde MOL hasta el ordenador de Phate la próxima vez que el asesino se conectara a la red, les dijeron que no existía ninguna Monterrey Internet On-Line y que la verdadera localización geográfica del servidor estaba en Singapur.
—Vaya, eso es inteligente —murmuró una grogui Patricia Nolan, mientras sorbía café de Starbucks. Su voz mañanera era grave, parecida a la de un hombre. Se sentó cerca de Gillette. Estaba tan despeinada como siempre y llevaba el mismo tipo de vestido, que hoy era de color verde. Estaba claro que no era una persona madrugadora y que tampoco se había molestado en quitarse el pelo que le caía en la cara.
—No lo entiendo —dijo Shelton—. ¿Qué es tan inteligente? ¿Qué significa eso?
—Phate ha creado su propio proveedor de Internet —respondió Gillette—. Y él es su único cliente. Bueno, lo más seguro es que Shawn también lo sea. Y el servidor por medio del cual se conectan está en Singapur: lo que significa que no podemos rastrearlo con nuestras máquinas.
—Como una corporación tapadera en las islas Caiman —dijo Frank Bishop quien, si bien antes no tenía muchos conocimientos previos sobre la Estancia Azul, ahora empezaba a ser muy bueno estableciendo símiles para equipararla con el Mundo Real.
—Pero —señaló Gillette, mirando los rostros desesperados de los miembros del equipo— la dirección sigue siendo importante.
—¿Por qué? —preguntó Bishop.
—Porque le vamos a enviar una carta de amor.
* * *
Linda Sánchez entró por la puerta principal de la UCC con una bolsa de Dunkin' Donuts en la mano, los ojos legañosos y andares lentos. Miró hacia abajo y comprobó que se había atado mal los botones de su vestido marrón. No se molestó en ponerlos bien y dejó la comida sobre un plato.
—¿Alguna nueva rama en tu árbol genealógico? —preguntó Bishop.
Ella negó con la cabeza.
—Mirad lo que ha pasado, ¿vale? Ponemos una película de miedo. Mi abuela me dijo que uno puede forzar el parto contando historias de fantasmas. ¿Sabías eso, jefe?
—La primera vez que lo oigo —dijo Bishop.
—Vale, pensamos que una película de miedo serviría igual. Así que voy y alquilo Scream, ¿vale? ¿Y qué pasa? Que mi chica y su marido se quedan dormidos en el sofá pero la película me da tanto miedo que no puedo pegar ojo. He estado despierta hasta las cinco.
Desapareció en la cocina y volvió con una cafetera llena.
Wyatt Gillette agradeció mucho el café (su segunda taza en lo que iba de mañana) pero, en cuanto al desayuno, no dejó de comer Pop-Tarts.
Stephen Miller llegó unos minutos más tarde, con Mott siguiéndole los talones, sudoroso este por la carrera en bicicleta hasta la oficina.
Gillette le explicó al resto del equipo lo que sucedía con la dirección de correo electrónico de Phate y sus planes para enviarle un e-mail.
—¿Y qué dirá? —preguntó Nolan.
—Querido Phate —respondió Gillette—, me lo estoy pasando de miedo, ojalá estuvieras aquí, por cierto: aquí tienes la foto de un cadáver.
—¿¿Qué?? —se alarmó Miller.
—¿Puedes conseguir una foto de la escena de un crimen? —preguntó Gillette a Bishop—. ¿De un cadáver?
—Supongo que sí —respondió Bishop sin saber muy bien.
Gillette señaló la pizarra blanca.
—Vamos a simular que soy Vlast, el hacker de Bulgaria con el que intercambiaba fotos. Subiré una foto para él.
Nolan asintió y se echó a reír.
—Y también recibirá un virus con ella. Te meterás en su ordenador.
—Es lo que voy a intentar hacer.
—¿Por qué necesitas enviarle una foto? —preguntó Shelton. No se sentía a gusto con la idea de enviar pruebas de crímenes sanguinarios a la Estancia Azul, para que todos pudieran verlas.
—Mi virus no es tan inteligente como el de Phate. Con el mío, Phate tiene que echarme una mano para poder activarlo y entrar en su sistema. Tendrá que abrir el archivo adjunto que contiene la foto, para que mi virus pueda ponerse manos a la obra.
Bishop llamó a la Central y su secretaria le envió por fax una fotografía de la escena de un crimen reciente a la UCC.
Gillette echó un vistazo a la foto (se trataba de una chica apaleada hasta la muerte) pero desvió rápidamente la mirada. Stephen Miller la escaneó para tenerla en un formato digital que pudieran adjuntar a un correo electrónico. El policía parecía inmune al terrible crimen que se veía en la fotografía y realizó el proceso sin más. Le pasó a Gillette un disquete que contenía una compresión de la imagen en formato jpeg.
—¿Y qué pasa si Phate ve el correo de Vlast y le envía un mensaje en donde le pregunta si en verdad le ha enviado algo, o si le manda una respuesta? —inquirió Bishop.
—Ya he pensado en eso. Voy a enviarle a Vlast otro virus, uno que bloquee todos los correos que le lleguen procedentes de Estados Unidos.
Gillette se conectó a la red para buscar su caja de herramientas del laboratorio de la fuerza aérea de Los Alamos. Una vez allí, descargó todo lo que necesitaba: los virus y su propio programa anonimatizador, pues no iba a volverse a fiar de Stephen Miller.
En cinco minutos ya le había enviado a Vlast una copia del MailBlocker y a Phate su propia versión del Back-door-G. Este era un virus muy conocido, que permitía a un usuario remoto piratear el ordenador de otra persona, normalmente cuando ambos compartían una misma red, como cuando se trabaja en la misma empresa. La versión de Gillette actuaba con cualquier pareja de ordenadores, aunque no estuvieran conectados en red.
—He puesto una alerta en nuestra máquina. Si Phate abre la foto, aquí sonará un tono para advertirnos. Entraré en su ordenador y veremos si puedo hacer algo que nos ayude a localizar a Shawn…O a su próxima víctima.
Sonó el teléfono y contestó Miller. Escuchó y le dijo a Bishop:
—Es para ti. Charlie Pittman.
Bishop tocó el botón de manos libres.
—Gracias por devolverme la llamada, agente Pittman.
—De nada, señor —la voz del hombre salía distorsionada por el altavoz de mala calidad—. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Mire, Charlie, sé que tiene abierta esa investigación del caso Peter Fowler. Pero la próxima vez que mantengamos una operación en curso le voy a tener que pedir que usted o cualquiera del condado se ponga en contacto conmigo para que lo coordinemos.
Silencio. Y luego:
—¿Y eso?
—Me refiero a la operación del motel Bay View de ayer.
—Ejem. ¿A qué? —la voz que salía del pequeño altavoz sonaba perpleja.
—Dios —dijo Bob Shelton mirando con preocupación a su compañero—. No tiene ni idea. El tipo que viste no era Pittman.
—Agente —preguntó Bishop con premura—, ¿vino usted a presentarse ante mí hace dos noches en Sunnyvale?
—Señor, me temo que aquí tenemos un malentendido. Estoy en Oregón, pescando. Llevo aquí una semana de vacaciones y aún me quedan tres días más. Sólo he llamado a la oficina para escuchar mis mensajes. Había uno suyo y le he devuelto la llamada. Eso es todo lo que sé.
Tony Mott se acercó al micrófono.
—Agente, ¿quiere decir entonces que no se encontraba ayer en la sede de la Unidad de Crímenes Computarizados de la policía estatal?
—No, señor. Ya se lo he dicho. En Oregón. De pesca.
Mott miró a Bishop.
—Ayer había un tipo que se hizo pasar por Pittman ahí fuera. Dijo que acababa de tener una reunión aquí y que ya se iba. No sospeché nada.
—No, no estuvo aquí —dijo Stephen Miller.
—Agente, ¿existe algún memorándum donde se aluda a sus vacaciones?
—Claro. Siempre mandamos uno.
—¿En papel? ¿O es un correo electrónico?
—Hoy en día usamos correos electrónicos para todo —dijo el agente, un poco a la defensiva—. La gente piensa que el condado no está al día, pero eso no es cierto.
—Bueno, señor: alguien está usando su nombre —le explicó Bishop—. Con una licencia falsa y una placa falsa.
—Maldición. ¿Por qué?
—No estoy seguro. Es probable que tenga algo que ver con la investigación de un homicidio que estamos llevando.
—¿Qué debo hacer?
—Llame a su comandante y ponga una denuncia en el historial. Pero, por el momento, le agradeceríamos que no hiciera nada más. Nos sería de utilidad que el sospechoso no supiera que le seguimos la pista. No mande nada por e-mail. Use sólo el teléfono.
—Claro. Ahora mismo llamo a la Central.
Bishop se disculpó ante Pittman por haberle reprendido y luego colgó. Miró a su equipo.
—Otra vez víctimas de la ingeniería social —y a Mott le dijo—: Descríbemelo. Describe al tipo que viste.
—Delgado, con bigote. Vestía una gabardina oscura.
—El mismo que vimos en Sunnyvale. ¿Qué estaba haciendo aquí?
—Parecía que salía de la oficina pero lo cierto es que nunca lo vi cruzar el umbral. Quizá andaba husmeando.
—Es Shawn —afirmó Gillette—. Tiene que serlo.
Bishop estuvo de acuerdo. Volvió a hablar con Mott:
—Vamos a ver si entre tú y yo conseguimos una imagen del aspecto que tiene —se volvió hacia Miller—: ¿Tenéis un Identikit a mano?
Se trataba de un maletín que contenía capas de plástico con distintos atributos que podían combinarse para que un testigo pudiera reconstruir la imagen de un sospechoso: como un artista policial en una caja.
Pero Linda Sánchez meneó la cabeza.
—Aquí las identificaciones faciales no nos son de mucha ayuda.
—Tengo uno en el coche —dijo Bishop—. Ahora vuelvo.
* * *
Phate se hallaba tecleando con satisfacción en su oficina del salón cuando en su pantalla apareció una bandera que indicaba que había recibido un correo electrónico enviado a Deathknell, su nombre de pantalla privado.
Advirtió que se lo había enviado Vlast, su amigo búlgaro. Y que incluía un archivo adjunto. Hacía tiempo habían intercambiado fotografías snuff, pero llevaban mucho sin hacerlo y se preguntó qué le habría remitido su amigo.
Phate sentía curiosidad pero debía postergar el momento de saber qué era hasta más tarde. En ese instante estaba demasiado excitado por su última caza con Trapdoor. Después de una hora de reventar contraseñas gracias a la ayuda de superordenadores cuyo tiempo había tomado prestado, finalmente Phate había accedido al directorio raíz de un sistema informático que no quedaba lejos de su casa de Los Altos. Había intuido la dificultad de infiltrarse en ese sistema pues sabía que, una vez que hubiera tomado el control del directorio raíz, podía causar un daño muy grande a mucha, mucha gente.
Revisó el menú.
Centro Médico Stanford Packard
Palo Alto, California
Menú Principal
Estuvo explorando un rato y finalmente eligió el número 6.
Servicios médicos computarizados
Tecleó un 2 y dio a Enter.
* * *
Frank Bishop sintió la amenaza en el aparcamiento de la Unidad de Crímenes Computarizados antes incluso de poder ver con claridad al hombre que se encontraba a unos quince metros, medio oculto a causa de la niebla matinal.
Bishop supo que el intruso era peligroso del modo que uno sabe cuándo un tipo lleva una pistola por la forma que tiene de bajarse de la acera. Del mismo modo que uno sabe que algún peligro lo aguarda tras una puerta, en un callejón, en el asiento delantero de un coche parado.
Bishop vaciló sólo un segundo. Pero luego continuó su camino como si no sospechara nada.
No podía ver la cara del intruso pero sabía que tenía que ser la de Pittman: bueno, la de Shawn. Había estado husmeando ayer cuando se topó con Tony Mott y hoy también andaba fisgoneando.
Sólo que hoy el detective intuyó que ese sospechoso quizá quería ir más allá de la mera vigilancia: tal vez andaba de caza.
Y Frank Bishop, el veterano de las trincheras, supuso que si este hombre estaba aquí ya debía de saber qué tipo de coche conducía e intentaría cortarle el camino cuando se dirigiera hacia su vehículo; que también habría sopesado el entorno, los distintos ángulos de tiro y los recodos.
Así que Bishop continuó yendo hacia su coche mientras hacía como que buscaba un paquete de cigarrillos a pesar de que había dejado de fumar años atrás; también miraba la lluvia con cara perpleja, como si tratara de averiguar qué tiempo se aproximaba.
Nada hace que los delincuentes se vuelvan más asustadizos y deseosos de escapar que lo imprevisto e inesperado del movimiento de los policías.
Sabía que podía correr de vuelta a la UCC pero que, si lo hacía, Shawn se largaría pitando y quizá no volverían a tener otra oportunidad de atraparlo. No, Bishop no iba a ignorar esta oportunidad de atrapar al compañero del asesino más de lo que ignoraría el llanto de su propio hijo.
«Sigue andando, sigue andando».
Todo se reduce a esto…
El detective continuó caminando por el asfalto como si nada mientras el bulto (Shawn), que ahora se ocultaba tras una gran caravana Winnebago, se levantaba un poco para medir la posición de Bishop y luego se volvía a esconder.
Cuando andaba cerca de la Winnebago, el detective se echó hacia la derecha y sacó su vieja arma de la funda.
Corrió tan deprisa como le fue posible hasta la esquina de la caravana, pistola al frente.
Pero de pronto se paró.
Shawn había desaparecido. En los pocos segundos que le había llevado recorrer la caravana el compañero de Phate se había esfumado.
A su derecha, al otro lado del aparcamiento, se oyó un portazo proveniente de un coche. Bishop se movió en dirección al ruido, agachando y alzando su pistola. Pero comprobó que el ruido provenía de un mensajero. Un hombre negro y fornido llevaba una caja desde su vehículo hasta una empresa cercana.
Bien, ¿dónde había podido esconderse Shawn?
Lo averiguó un segundo más tarde, cuando se abrió de golpe la puerta de la caravana y la pistola de Shawn encañonó a Bishop en la nuca, antes de que este pudiera hacer nada.
El detective vio de reojo el rostro del hombre delgado y con bigote mientras la mano de este saltaba como una serpiente para arrancarle la pistola a Bishop y tirarla lejos.
Bishop pensó en Brandon y luego en Jennie.
Se tensó.
Todo se reduce a esto…
Frank Bishop cerró los ojos.