A las diez en punto se apagó la televisión y los presos regresaron a sus celdas. Los otros internos colgaron toallas y trozos de tela alrededor de los camastros para amortiguar la luz. Allí, igual que en el sótano, la bombilla permanecía encendida toda la noche. Neghabat les dijo a Paul y Bill que podían pedir a quienes les visitaran sábanas y toallas para ellos.
Bill se envolvió en la fina manta gris y se dispuso a intentar dormir. «Vamos a estar un tiempo aquí —pensó— y tenemos que pasarlo lo mejor posible. Nuestro destino está en manos de otros».