Martes, 2 de mayo de 1944.

Querida Kitty:

El sábado por la noche le pregunté a Peter si le parecía que debía contarle a papá lo nuestro, y tras algunas idas y venidas le pareció que sí. Me alegré, porque es una señal de su buen sentir. Enseguida después de bajar, acompañé a papá a buscar agua, y ya en la escalera le dije:

—Papá, como te imaginarás, cuando Peter y yo estamos juntos, hay menos de un metro de distancia entre los dos. ¿Te parece mal? Papá no contestó enseguida, pero luego dijo:

—No, mal no me parece, Ana; pero aquí, en este espacio tan reducido, debes tener cuidado.

Dijo algo más por el estilo, y luego nos fuimos arriba. El domingo por la mañana me llamó y me dijo:

—Ana, lo he estado pensando (¡ya me lo temía!); en realidad creo que aquí, en la Casa de atrás, lo vuestro no es conveniente; pensé que solo erais compañeros. ¿Peter está enamorado?

—¡Nada de eso! —contesté.

—Mira, Ana, tú sabes que os comprendo muy bien, pero tienes que ser prudente; no subas tanto a su habitación, no le animes más de lo necesario. En estas cosas el hombre siempre es el activo, la mujer puede frenar. Fuera, al aire libre, es otra cosa totalmente distinta; ves a otros chicos y chicas, puedes marcharte cuando quieres, hacer deporte y demás; aquí, en cambio, cuando estás mucho tiempo juntos y quieres marcharte, no puedes, te ves a todas horas, por no decir siempre. Ten cuidado, Ana, y no te lo tomes demasiado en serio.

—No, papá. Pero Peter es decente, y es un buen chico.

—Sí, pero no es fuerte de carácter; se deja influenciar fácilmente hacia el lado bueno, pero también hacia el lado malo. Espero por él que siga siendo bueno, porque lo es por naturaleza.

Seguimos hablando un poco y quedamos en que también le hablaría a Peter. El domingo por la tarde, en el desván de delante, Peter me preguntó:

—¿Y qué, Ana, has hablado con tu padre?

—Sí —le contesté—. Te diré lo que me ha dicho. No le parece mal, pero dice que aquí, al estar unos tan encima de otros, es fácil que tengamos algún encontronazo.

—Pero si hemos quedado en que no habría peleas entre nosotros, y yo estoy dispuesto a respetar nuestro acuerdo.

—También yo, Peter, pero papá no sabía lo que había entre nosotros, creía que solo éramos compañeros. ¿Crees que eso ya no es posible?

—Yo sí, ¿y tú?

—Yo también. Y también le he dicho a papá que confiaba en ti. Confío en ti, Peter, tanto como en papá, y creo que te mereces mi confianza, ¿no es así?

—Espero que sí. (Lo dijo muy tímidamente y poniéndose medio colorado).

—Creo en ti, Peter —continué diciendo—. Creo que tienes un buen carácter y que te abrirás camino en el mundo.

Luego hablamos sobre otras cosas, y más tarde le dije:

—Si algún día salimos de aquí, sé que no te interesarás más por mí.

Se le subió la sangre a la cabeza:

—¡Eso sí que no es cierto, Ana! ¿Cómo puedes pensar eso de mí?

En ese momento nos llamaron.

Papá habló con él, me lo dijo el lunes.

—Tu padre cree que en algún momento nuestro compañerismo podría desembocar en amor —dijo—. Pero le contesté que sabremos contenernos.

Papá ahora quiere que por las noches suba menos a ver a Peter, pero yo no quiero. No es solo que me gusta estar con él, sino que también le he dicho que confío en él. Y es que confío en él, y quiero demostrárselo, pero nunca lo lograría quedándome abajo por falta de confianza. ¡No señor, subiré!

Entretanto se ha arreglado el drama de Dussel. El sábado por la noche, a la mesa, presentó sus disculpas en correcto holandés. Van Daan enseguida se dio por satisfecho. Seguro que Dussel se pasó el día estudiando su discurso.

El domingo, día de su cumpleaños, pasó sin sobresaltos. Nosotros le regalamos una botella de vino de 1919, los Van Daan —que ahora podían darle su regalo— un tarro de piccalilly y un paquete de hojas de afeitar, Kugler una botella de limonada, Miep un libro, El pequeño Martín, y Bep una planta. Él nos convidó a un huevo para cada uno.

Tu Ana M. Frank.

Miércoles, 3 de mayo de 1944.

Querida Kitty:

Primero las noticias de la semana. La política está de vacaciones; no hay nada, lo que se dice nada que contar. Poco a poco también yo estoy empezando a creer que se acerca la invasión. No pueden dejar que los rusos hagan solos todo el trabajo, que por cierto tampoco están haciendo nada de momento.

El señor Kleiman viene de nuevo todas las mañanas a la oficina a trabajar. Ha conseguido un nuevo muelle para el diván de Peter, de modo que Peter tendrá que ponerse a tapizar; como comprenderás, no le apetece nada tener que hacerlo. Kleiman también nos ha traído pulguicida para el gato.

¿Ya te he contado que ha desaparecido Moffie? Desde el jueves pasado, sin dejar ni rastro. Seguramente ya estará en el cielo gatuno, mientras que algún amante de los animales lo habrá usado para hacerse un guiso. Tal vez vendan su piel a una niña adinerada para que se haga un gorro. Peter está muy desconsolado a raíz del hecho.

Desde hace dos semanas, los sábados almorzamos a las once y media, por lo que debíamos aguantarnos con una taza de papilla por la mañana. A partir de mañana tendremos lo mismo todos los días, con el propósito de ahorrar una comida. Todavía es muy difícil conseguir verdura; hoy por la tarde comimos lechuga podrida cocida. Lechuga en ensalada, espinacas y lechuga cocida: otra cosa no hay. A eso se le añaden patatas podridas. ¡Una combinación deliciosa!

Hacía más de dos meses que no me venía la regla, pero por fin el domingo me volvió. A pesar de las molestias y la aparatosidad, me alegro mucho de que no me haya dejado en la estacada durante más tiempo.

Como te podrás imaginar, aquí vivimos diciendo y repitiendo con desesperación «para qué, ¡ay!, para qué diablos sirve la guerra, por qué los hombres no pueden vivir pacíficamente, por qué tienen que destruirlo todo…».

La pregunta es comprensible, pero hasta el momento nadie ha sabido formular una respuesta satisfactoria. De verdad, ¿por qué en Inglaterra construyen aviones cada vez más grandes, bombas cada vez más potentes y, por otro lado, casas normalizadas para la reconstrucción del país? ¿Por qué se destinan a diario miles de millones a la guerra y no se reserva ni un céntimo para la medicina, los artistas y los pobres? ¿Por qué la gente tiene que pasar hambre, cuando en otras partes del mundo hay comida en abundancia, pudriéndose? ¡Dios mío!, ¿por qué el hombre es tan estúpido?

Yo no creo que la guerra solo sea cosa de grandes hombres, gobernantes y capitalistas. ¡Nada de eso! Al hombre pequeño también le gusta; si no, los pueblos ya se habrían levantado contra ella. Es que hay en el hombre un afán de destruir, un afán de matar, de asesinar y ser una fiera, mientras toda la humanidad, sin excepción, no haya sufrido una metamorfosis, la guerra seguirá haciendo estragos, y todo lo que se ha construido, cultivado y desarrollado hasta ahora quedará truncado y destruido, para luego volver a empezar.

Muchas veces he estado decaída, pero nunca he desesperado; este período de estar escondidos me parece una aventura, peligrosa, romántica e interesante. En mi diario considero cada una de nuestras privaciones como una diversión. ¿Acaso no me había propuesto llevar una vida distinta de las otras chicas, y más tarde también distinta de las amas de casa corrientes? Este es un buen comienzo de esa vida interesante y por eso, solo por eso, me da la risa en los momentos más peligrosos, por lo cómico de la situación. Soy joven y aún poseo muchas cualidades ocultas; soy joven y fuerte y vivo esa gran aventura, estoy aún en medio de ella y no puedo pasarme el día quejándome de que no tengo con qué divertirme. Muchas cosas me han sido dadas al nacer: un carácter feliz, mucha alegría y fuerza. Cada día me siento crecer por dentro, siento cómo se acerca la liberación, lo bella que es la naturaleza, lo buenos que son quienes me rodean, lo interesante y divertida que es esta aventura. ¿Por qué habría de desesperar?

Tu Ana M. Frank.

Viernes, 5 de mayo de 1944.

Querida Kitty:

Papá no está contento conmigo; se pensó que después de nuestra conversación del domingo, automáticamente dejaría de ir todas las noches arriba. Quiere que acabemos con el «besuqueo». No me gustó nada esa palabra; bastante difícil ya es tener que hablar de ese tema. ¿Por qué me quiere hacer sentir tan mal? Hoy hablaré con él. Margot me ha dado algunos buenos consejos. Lo que le voy a decir es más o menos lo siguiente: «Papá, creo que esperas que te dé una explicación, y te la daré. Te he desilusionado, esperabas que fuera más recatada. Seguramente quieres que me comporte como ha de comportarse una chica de catorce años, ¡pero te equivocas!

»Desde que estamos aquí, desde julio de 1942 hasta hace algunas semanas, las cosas no han sido fáciles para mí. Si supieras lo mucho que he llorado por las noches, lo desesperanzada y desdichada que he sido, lo sola que me he sentido, comprenderías por qué quiero ir arriba. No ha sido de un día para otro que me las he apañado para llegar hasta donde he llegado, y para saber vivir sin una madre y sin la ayuda de nadie en absoluto. Me ha costado mucho, muchísimo sudor y lágrimas llegar a ser tan independiente. Ríete si quieres y no me creas, que no me importa. Sé que soy una persona que está sola y no me siento responsable en lo más mínimo ante vosotros. Te he contado todo esto porque no quisiera que pensaras que estoy ocultándote algo, pero solo a mí misma tengo que rendir cuentas de mis actos.

»Cuando me vi en dificultades, vosotros, y también tú, cerrasteis los ojos e hicisteis oídos sordos, y no me ayudasteis; al contrario, no hicisteis más que amonestarme, para que no fuera tan escandalosa. Pero yo solo era escandalosa por no estar siempre triste, era temeraria por no oír continuamente esa voz dentro de mí. He sido una comedianta durante año y medio, día tras día; no me he quejado, no me he salido de mi papel, nada de eso, y ahora he dejado de luchar. ¡He triunfado! Soy independiente, en cuerpo y alma, ya no necesito una madre, la lucha me ha hecho fuerte.

»Y ahora, ahora que he superado todo esto, y que sé que ya no tendré que seguir luchando, quisiera seguir mi camino, el camino que me plazca. No puedes ni debes considerarme una chica de catorce años; las penas vividas me han hecho mayor. No me arrepentiré de mis actos, y haré lo que crea que puedo hacer.

»No puedes impedirme que vaya arriba, de no ser con mano dura: o me lo prohíbes del todo, o bien confías en mí en las buenas y en las malas, de modo que déjame en paz».

Tu Ana M. Frank.

Sábado, 6 de mayo de 1944.

Querida Kitty:

Ayer, antes de comer, le metí a papá la carta en el bolsillo. Después de leerla estuvo toda la noche muy confuso, según Margot. (Yo estaba arriba fregando los platos). Pobre Pim, podría haberme imaginado las consecuencias que traería mi esquela. ¡Es tan sensible! Enseguida le dije a Peter que no preguntara ni dijera nada. Pim no ha vuelto a mencionar el asunto. ¿Lo hará aún?

Aquí todo ha vuelto más o menos a la normalidad. Las cosas que nos cuentan Jan, Kugler y Kleiman sobre los precios y la gente de fuera son verdaderamente increíbles; un cuarto de kilo de té cuesta 350 florines; un cuarto de café, 80 florines; la mantequilla está a 35 florines el medio kilo, y un huevo vale 1,45 florines. ¡El tabaco búlgaro se cotiza a 14 florines los cien gramos!

Todo el mundo compra y vende en el mercado negro, cualquiera te ofrece algo para comprar. El chico de la panadería nos ha conseguido seda para zurcir, a 90 céntimos una madejuela, el lechero nos consigue cupones de racionamiento clandestinos, un empresario de pompas fúnebres nos suministra queso. Todos los días hay robos, asesinatos y asaltos, los policías y vigilantes nocturnos no se quedan atrás con respecto a los ladrones de oficio, todos quieren llenar el estómago y como está prohibido aumentar los salarios, la gente se ve obligada a estafar. La Policía de menores no cesa de buscar el paradero de chicas de quince, dieciséis, diecisiete años y más, que desaparecen a diario.

Intentaré terminar el cuento del hada Ellen[33]. Se lo podría regalar a papá para su cumpleaños, en broma, incluidos los derechos de autor. ¡Hasta la próxima!

Tu Ana M. Frank.

Domingo, 7 de mayo de 1944, por la mañana.

Querida Kitty:

Papá y yo estuvimos ayer conversando largo y tendido. Lloré mucho, y papá hizo otro tanto. ¿Sabes lo que me dijo, Kitty?

«He recibido muchas cartas en mi vida, pero ninguna tan horrible como esta. ¡Tú, Ana, que siempre has recibido tanto amor de tus padres, que tienes unos padres siempre dispuestos a ayudarte, y que siempre te han defendido en lo que fuera, tú hablas de no sentirte responsable! Estás ofendida y te sientes abandonada. No, Ana, has sido muy injusta con nosotros. Tal vez no haya sido esa tu intención, pero lo has escrito así, Ana, y de verdad, no nos merecemos tus reproches».

¡Ay, qué error tan grande he cometido! Es el acto más vil que he cometido en mi vida. No he querido más que darme aires con mis llantos y mis lágrimas, y hacerme la importante para que él me tuviera respeto. Es cierto que he sufrido mucho, y lo que he dicho de mamá es verdad, pero inculpar así al pobre Pim, que siempre ha hecho todo por mí y que sigue haciéndolo, ha sido más que vil.

Está muy bien que haya descendido de las alturas inalcanzables en las que me encontraba, que se me haya quebrado un poco el orgullo, porque se me habían subido demasiado los humos. Lo que hace la señorita Ana no siempre está bien, ¡ni mucho menos! Alguien que hace sufrir tanto a una persona a la que dice querer, y aposta además, es un ser bajo, muy bajo.

Pero de lo que más me avergüenzo es de la manera en que papá me ha perdonado; ha dicho que echará la carta al fuego, en la estufa, y me trata ahora con tanta dulzura, que es como si fuera él quien ha hecho algo malo. Ana, Ana, aún te queda muchísimo por aprender. Empieza por ahí, en lugar de mirar a los demás por encima del hombro y echarles la culpa de todo.

Sí, he sufrido mucho, pero ¿acaso no sufren todos los de mi edad? He sido una comedianta muchas veces sin darme cuenta siquiera; me sentía sola, pero casi nunca he desesperado. Nunca he llegado a los extremos de papá, que alguna vez salió a la calle armado con un cuchillo para quitarse la vida.

He de avergonzarme y me avergüenzo profundamente. Lo hecho, hecho está, pero es posible evitar que se repita. Quisiera volver a empezar y eso no será tan difícil, ya que ahora tengo a Peter. Con su apoyo lo lograré. Ya no estoy sola, él me quiere, yo le quiero, tengo mis libros, mis cuadernos y mi diario, no soy tan fea, ni me falta inteligencia, tengo un carácter alegre y quiero ser una buena persona.

Sí, Ana, te has dado cuenta perfectamente de que tu carta era demasiado dura e injusta, y sin embargo te sentías orgullosa de haberla escrito. Debo volver a tomar ejemplo de papá, y me enmendaré.

Tu Ana M. Frank.

Lunes, 8 de mayo de 1944.

Querida Kitty:

¿Te he contado alguna vez algo sobre nuestra familia? Creo que no, y por eso empezaré a hacerlo enseguida. Papá nació en Francfort del Meno, y sus padres eran gente de dinero. Michael Frank era dueño de un banco, y con él se hizo millonario, y Alice Stern era de padres muy distinguidos y también de mucho dinero. Michael Frank no había sido rico en absoluto de joven, pero fue escalando posiciones. Papá tuvo una verdadera vida de niño bien, con fiestas todas las semanas, y bailes, niñas guapas, valses, banquetes, muchas habitaciones, etc. Todo ese dinero se perdió cuando murió el abuelo, y después de la guerra mundial y la inflación no quedó nada. Hasta antes de la guerra aún nos quedaban bastantes parientes ricos. O sea, que papá ha tenido una educación de primera, y por eso ayer le dio muchísima risa cuando, por primera vez en sus cincuenta y cinco años de vida, tuvo que rascar la comida del fondo de la sartén.

Mamá no era tan, tan rica, pero sí bastante, con lo que ahora nos deja boquiabiertos con sus historias de fiestas de compromiso de doscientos cincuenta invitados, bailes privados y grandes banquetes.

Ya no podemos llamarnos ricos, ni mucho menos, pero tengo mis esperanzas puestas en lo que vendrá cuando haya acabado la guerra. Te aseguro que no le tengo ningún apego a la vida estrecha, como mamá y Margot. Me gustaría irme un año a París y un año a Londres, para aprender el idioma y estudiar historia del arte. Compáralo con Margot, que quiere irse a Palestina a trabajar de enfermera en una maternidad. A mí me siguen haciendo ilusión los vestidos bonitos y conocer gente interesante, quiero viajar y tener nuevas experiencias, no es la primera vez que te lo digo, y algún dinero no me vendrá mal para poder hacerlo…

Esta mañana, Miep nos contó algunas cosas sobre la fiesta de compromiso de su prima, a la que fue el sábado. Los padres de la prima son ricos, los del novio más ricos aún. Se nos hizo la boca agua cuando Miep nos contó lo que comieron: sopa juliana con bolitas de carne, queso, canapés de carne picada, entremeses variados con huevo y rosbif, canapés de queso, bizcocho borracho, vino y cigarrillos, de todo a discreción. Miep se bebió diez copas y se fumó tres cigarrillos. ¿Es esta la mujer antialcohólica que dice ser? Si Miep estuvo bebiendo tanto, ¿cuánto habrá bebido su señor esposo? En esa fiesta todos deben haberse achispado un poco, naturalmente. También había dos agentes de la brigada de homicidios, que sacaron fotos a la pareja. Como verás, Miep no se olvida ni un instante de sus escondidos, porque enseguida memorizó los nombres y las señas de estos dos señores, por si llega a pasar algo y hacen falta holandeses de confianza. ¡Cómo no se nos iba a hacer la boca agua, cuando solo habíamos desayunado dos cucharadas de papilla de avena y teníamos un hambre que nos moríamos; cuando día a día no comemos otra cosa que no sean espinacas a medio cocer (por aquello de las vitaminas) con patatas podridas; cuando en nuestros estómagos vacíos no metemos más que lechuga en ensalada y lechuga cocida, y espinacas, espinacas y otra vez espinacas! Quién sabe si algún día no seremos tan fuertes como Popeye, aunque de momento no se nos note…

Si Miep nos hubiera invitado a que la acompañáramos a la fiesta, no habría quedado un solo bocadillo para los demás invitados. Si hubiéramos estado nosotros en esa fiesta, habríamos organizado un gran pillaje y no habríamos dejado ningún mueble en su sitio. Te puedo asegurar que le íbamos sacando a Miep las palabras de la boca, que nos pusimos a su alrededor como si en la vida hubiéramos oído hablar de una buena comida o de gente distinguida. ¡Y esas son las nietas del famoso millonario! ¡Cómo pueden cambiar las cosas en este mundo!

Tu Ana M. Frank.

Martes, 9 de mayo de 1944.

Querida Kitty:

He terminado el cuento del hada Ellen. Lo he pasado a limpio en un bonito papel de cartas, adornado con tinta roja, y lo he cosido. En su conjunto tiene buena pinta, pero no sé si no será poca cosa. Margot y mamá han hecho un poema de cumpleaños cada una.

A mediodía subió el señor Kugler a darnos la noticia de que la señora Broks tiene la intención de venir aquí todos los días durante dos horas a tomar el café, a partir del lunes. ¡Imagínate! Ya nadie podrá subir a vernos, no podrán traernos las patatas, Bep no podrá venir a comer, no podremos usar el retrete, no podremos hacer ningún ruido, y demás molestias por el estilo. Pensamos en toda clase de posibilidades que pudieran disuadirla. Van Daan sugirió que bastaría con darle un buen laxante en el café.

—No, por favor —contestó Kleiman—. ¡Qué entonces ya no saldría más del excusado! Todos soltamos la carcajada.

—¿Del excusado? —preguntó la señora—. ¿Y eso qué significa?

Se lo explicamos.

—¿Y esta expresión se puede usar siempre? —preguntó muy ingenua.

—¡Vaya ocurrencia! —dijo Bep entre risitas.

Imaginaos que uno entrara en unos grandes almacenes y preguntara por el excusado… ¡Ni lo entenderían!

Por lo tanto, Dussel ahora se encierra a las doce y media en el «excusado», por seguir usando la expresión. Hoy cogí resueltamente un trozo de papel rosa y escribí:

Horario de uso del retrete para el señor Dussel

Mañana: de 7.15 a 7.30

Mediodía: después de las 13

Por lo demás, a discreción.

Sujeté el cartel en la puerta verde del retrete estando Dussel todavía dentro. Podría haber añadido fácilmente: «En caso de violación de esta ley se aplicará la pena de encierro». Porque el retrete se puede cerrar tanto por dentro como por fuera.

El último chiste de Van Daan:

A raíz de la clase de religión y de la historia de Adán y Eva, un niño de trece años le pregunta a su padre:

—Papá, ¿me podrías decir cómo nací?

—Pues… —le contesta el padre—. La cigüeña te cogió de un charco grande, te dejó en la cama de mamá y le dio un picotazo en la pierna que la hizo sangrar, y tuvo que guardar cama una semana. Para enterarse de más detalles, el niño fue a preguntarle lo mismo a su madre:

—Mamá, ¿me podrías decir cómo naciste tú y cómo nací yo?

La madre le contó exactamente la misma historia, tras lo cual el niño, para saberlo todo con pelos y señales, acudió igualmente al abuelo:

—Abuelo, ¿me podrías decir cómo naciste tú y cómo nació tu hija?

Y por tercera vez consecutiva, oyó la misma historia.

Por la noche escribió en su diario: «Después de haber recabado informes muy precisos, cabe concluir que en nuestra familia no ha habido relaciones sexuales durante tres generaciones».

¡Ya son las tres!, y todavía tengo que estudiar.

Tu Ana M. Frank.

P. D. Como ya te he contado que tenemos una nueva mujer de la limpieza, quisiera añadir que esta señora está casada, tiene sesenta años y es dura de oído. Esto último viene bien, teniendo en cuenta los posibles ruidos procedentes de ocho escondidos. ¡Ay, Kit, hace un tiempo tan bonito! ¡Cómo me gustaría salir a la calle!

Miércoles, 10 de mayo de 1944.

Querida Kitty:

Ayer por la tarde estábamos estudiando francés en el desván, cuando de repente oí detrás de mí un murmullo como de agua. Le pregunté a Peter qué pasaba, pero él, sin responderme siquiera, subió corriendo a la buhardilla —el lugar del desastre—, y cogiendo bruscamente a Mouschi, que en lugar de usar su cubeta, ya toda mojada, se había puesto a hacer pis al lado, lo metió en la cubeta para que siguiera haciendo pis allí. Se produjo un gran estrépito y Mouschi, que entretanto había acabado, bajó como un relámpago. Resulta que el gato, buscando un poco de comodidad cubetística para hacer sus necesidades, se había sentado encima de un montoncito de serrín que tapaba una raja en el suelo de la buhardilla, que es bastante poroso; el charco que produjo no tardó en atravesar el techo del desván y, por desgracia, fue a parar justo dentro y al lado del tonel de las patatas. El techo chorreaba, y como el suelo del desván tiene a su vez unos cuantos agujeros, algunas gotas amarillas lo atravesaron y cayeron en la habitación, en medio de una pila de medias y libros que había sobre la mesa.

El espectáculo era tan cómico que me entró la risa: Mouschi acurrucado debajo de un sillón, Peter dándole al agua, a los polvos de blanqueo y a la bayeta, y Van Daan tratando de calmar los ánimos. El desastre se reparó pronto, pero como bien es sabido, el pis de gato tiene un olor horrible, lo que quedó demostrado ayer de forma patente por las patatas y también por el serrín, al que papá llevó abajo en un cubo para quemarlo.

¡Pobre Mouschi! ¡¿Cómo iba él a saber que el polvo de turba[34] es tan difícil de conseguir?!

Ana.

Jueves, 11 de mayo de 1944.

Querida Kitty:

Otro episodio que nos hizo reír:

Había que cortarle el pelo a Peter y su madre, como de costumbre, haría de peluquera. A las siete y veinticinco desapareció Peter en su habitación, y a las siete y media en punto volvió a salir, todo desnudo, aparte de un pequeño bañador azul y zapatos de deporte.

—¿Vamos ya? —le preguntó a su madre.

—Sí, pero espera que encuentre las tijeras.

Peter le ayudó a buscar y se puso a hurgar bruscamente en el cajón donde la señora guarda sus artículos de tocador.

—¡No me revuelvas las cosas, Peter! —se quejó.

No entendí qué le contestó Peter, pero debió haber sido alguna impertinencia, porque la señora le dio un golpe en el brazo. Él se lo devolvió, ella volvió a golpearle con todas sus fuerzas y Peter retiró el brazo haciendo una mueca muy cómica.

—¡Vente ya, vieja!

La señora se quedó donde estaba, Peter la cogió de las muñecas y la arrastró por toda la habitación. La señora lloraba, se reía, profería maldiciones y pataleaba, pero todo era en vano. Peter condujo a su prisionera hasta la escalera del desván, donde tuvo que soltarla por la fuerza. La señora volvió a la habitación y se dejó caer en una silla con un fuerte suspiro.

—El rapto de la madre —bromeé.

—Sí, pero me ha hecho daño.

Me acerqué a mirar y le llevé agua fría para aplacar el dolor de sus muñecas, que estaban todas rojas por la fricción. Peter, que se había quedado esperando junto a la escalera, perdió de nuevo la paciencia y entró en la habitación como un domador, con un cinturón en la mano. Pero la señora no le acompañó; se quedó sentada frente al escritorio, buscando un pañuelo.

—Primero tienes que disculparte.

—Está bien, te pido disculpas, que ya se está haciendo tarde.

A la señora le dio risa a pesar suyo, se levantó y se acercó a la puerta. Una vez allí, se sintió obligada a darnos una explicación antes de salir. (Estábamos papá, mamá y yo, fregando los platos).

—En casa no era así —dijo—. Le habría dado un golpe que le hubiera hecho rodar escaleras abajo. Nunca ha sido tan insolente, y ya ha recibido unos cuantos golpes, pero es la educación moderna, los hijos modernos, yo nunca hubiera tratado así a mi madre, ¿ha tratado usted así a la suya, señor Frank?

Estaba exaltada, iba y venía, preguntaba y decía de todo, y mientras tanto seguía sin subir. Hasta que por fin, ¡por fin!, se marchó.

No estuvo arriba más que cinco minutos. Entonces bajó como un huracán, resoplando, tiró el delantal, y a mi pregunta de si ya había terminado, contestó que bajaba un momento, lanzándose como un remolino escaleras abajo, seguramente en brazos de su querido Putti.

No subió hasta después de las ocho, acompañada de su marido. Hicieron bajar a Peter del desván, le echaron una tremenda regañina, le soltaron unos insultos, que si insolente, que si maleducado, que si irrespetuoso, que si mal ejemplo, que si Ana es así, que si Margot hace asá: no pude pescar más que eso.

Lo más probable es que hoy todo haya vuelto a la normalidad.

Tu Ana M. Frank.

P. D. El martes y el miércoles por la noche habló por la radio nuestra querida reina. Dijo que se tomaba unas vacaciones para poder regresar a Holanda refortalecida. Dijo que «cuando vuelva… pronta liberación… coraje y valor… y cargas pesadas». A ello le siguió un discurso del ministro Gerbrandy. Este hombre tiene una vocecita tan infantil y quejumbrosa, que mamá, sin quererlo, soltó un ¡ay!, de compasión. Un pastor protestante, con una voz robada a Don Fatuo, concluyó la velada con un rezo, pidiéndole a Dios que cuidara de los judíos y de los detenidos en los campos de concentración, en las cárceles y en Alemania.

Jueves, 11 de mayo de 1944.

Querida Kitty:

Como me he dejado la «caja de chucherías» arriba, y por lo tanto también la pluma, y como no puedo molestar a los que duermen su siestecita (hasta las dos y media), tendrás que conformarte con una carta escrita a lápiz.

De momento tengo muchísimo que hacer, y por extraño que parezca, me falta el tiempo para liquidar la montaña de cosas que me esperan. ¿Quieres que te cuente en dos palabras todo lo que tengo que hacer? Pues bien, para mañana tengo que leer la primera parte de la biografía de Galileo Galilei, ya que hay que devolverla a la biblioteca. Empecé a leer ayer, y voy por la página 220. Como son 320 páginas en total, lo acabaré. La semana que viene tengo que leer Palestina en la encrucijada y la segunda parte de Galileo. Ayer también terminé de leer la primera parte de la biografía del emperador Carlos V y tengo que pasar a limpio urgentemente la cantidad de apuntes y genealogías que he extraído de ella. A continuación tengo tres páginas de vocablos extranjeros que tengo que leer en voz alta, apuntar y aprenderme de memoria, todos extraídos de los distintos libros. En cuarto lugar está mi colección de estrellas de cine, que están todas desordenadas y necesitan urgentemente que las ordene; pero puesto que tal ordenamiento tomaría varios días y que la profesora Ana, como ya se ha dicho, está de momento agobiada de trabajo, el caos por de pronto seguirá siendo un caos. Luego también Teseo, Edipo, Peleo, Orfeo, Jasón y Hércules están a la espera de un ordenamiento, ya que varias de sus proezas forman como una maraña de hilos de colores en mi cabeza; también Mirón y Fidias necesitan un tratamiento urgente, para evitar que se conviertan en una masa informe. Lo mismo es aplicable, por ejemplo, a las guerras de los Siete y de los Nueve Años: llega un momento en que empiezo a mezclarlo todo. ¿Qué voy a hacer con una memoria así? ¡Imagínate lo olvidadiza que me volveré cuando tenga ochenta años!

¡Ah, otra cosa! La Biblia. ¿Cuánto faltará para que me encuentre con la historia del baño de Susana? ¿Y qué querrán decir con aquello de la culpa de Sodoma y Gomorra? ¡Ay, todavía quedan tantas preguntas y tanto por aprender! Y mientras tanto, a Liselotte von der Pfalz la tengo totalmente abandonada. Kitty, ¿ves que la cabeza me da vueltas?

Ahora otro tema: hace mucho que sabes que mi mayor deseo es llegar a ser periodista y más tarde una escritora famosa. Habrá que ver si algún día podré llevar a cabo este delirio de grandeza, pero temas hasta ahora no me faltan. De todos modos, cuando acabe la guerra quisiera publicar un libro titulado La casa de atrás; aún está por ver si resulta, pero mi diario podrá servir de base.

También tengo que terminar «La vida de Cady». He pensado que en la continuación del relato, Cady vuelve a casa tras la cura en el sanatorio y empieza a cartearse con Hans. Eso es en 1941. Al poco tiempo se da cuenta de que Hans tiene simpatías nacionalsocialistas, y como Cady está muy preocupada por la suerte de los judíos y la de su amiga Marianne, se produce entre ellos un alejamiento. Rompen después de un encuentro en el que primero se reconcilian, pero después del cual Hans conoce a otra chica. Cady está hecha polvo y, para dedicarse a algo bueno, decide hacerse enfermera. Cuando acaba sus estudios de enfermera, se marcha a Suiza por recomendación de unos amigos de su padre, para aceptar un puesto en un sanatorio para enfermos de pulmón. Sus primeras vacaciones allí las pasa a orillas del lago de Como, donde se topa con Hans por casualidad. Este le cuenta que dos años antes se casó con la sucesora de Cady, pero que su mujer se ha quitado la vida a raíz de un ataque de depresión. A su lado, Hans se ha dado cuenta de lo mucho que ama a la pequeña Cady, y ahora vuelve a pedir su mano. Cady se niega, aunque sigue amándolo igual que antes, a pesar suyo, pero su orgullo se interpone entre ellos. Después de esto, Hans se marcha, y años más tarde Cady se entera de que ha ido a parar a Inglaterra, donde cae bastante enfermo.

La propia Cady se casa a los veintisiete años con Simón, un hombre acaudalado ajeno a todo lo ocurrido. Empieza a quererlo mucho, pero nunca tanto como a Hans. Tiene dos hijas mujeres, Lilian y Judith, y un varón, Nico. Simón y ella son felices, pero en los pensamientos ocultos de Cady siempre sigue estando Hans. Hasta que una noche sueña con él y se despide de él.

No son tonterías sentimentales, porque el relato incluye en parte la historia de papá.

Tu Ana M. Frank.

Sábado, 13 de mayo de 1944.

Mi querida Kitty:

Ayer fue el cumpleaños de papá, papá y mamá cumplían diecinueve años de casados, no tocaba mujer de la limpieza y el sol brillaba como nunca. El castaño está en flor de arriba abajo, y lleno de hojas además, y está mucho más bonito que el año pasado. Kleiman le regaló a papá una biografía sobre la vida de Linneo, Kugler un libro sobre la naturaleza, Dussel el libro Ámsterdam desde el agua, los Van Daan una caja gigantesca, adornada por un decorador de primera, con tres huevos, una botella de cerveza, un yogur y una corbata verde dentro. Nuestro pote de melaza desentonaba un poco. Mis rosas despiden un aroma muy rico, a diferencia de los claveles rojos de Miep y Bep. Lo han mimado mucho. De la casa Siemons trajeron cincuenta pasteles (¡qué bien!), y además papá nos convidó a tarta de miel, y a cerveza para los hombres y yogur para las mujeres. ¡Todo estuvo riquísimo!

Tu Ana M. Frank.

Martes, 16 de mayo de 1944.

Mi querida Kitty:

Para variar (como hace tanto que no ocurría) quisiera contarte una pequeña discusión que tuvieron ayer el señor y la señora:

La señora: «Los alemanes a estas alturas deben haber reforzado mucho su Muralla del Atlántico; seguramente harán todo lo que esté a su alcance para detener a los ingleses. ¡Es increíble la fuerza que tienen los alemanes!».

El señor: «¡Sí, sí, terrible!».

La señora: «¡Pues sí!».

El señor: «Seguro que los alemanes acabarán ganando la guerra, de lo fuertes que son».

La señora: «Pues podría ser; a mí no me consta lo contrario».

El señor: «Será mejor que me calle».

La señora: «Aunque no quieras, siempre contestas».

El señor: «¡Qué va, si no contesto casi nunca!».

La señora: «Sí que contestas, y siempre quieres tener la razón. Y tus predicciones no siempre resultan acertadas, ni mucho menos».

El señor: «Hasta ahora siempre he acertado en mis predicciones».

La señora: «¡Eso no es cierto! La invasión iba a ser el año pasado, los finlandeses conseguirían la paz, Italia estaría liquidada en el invierno, los rusos ya tenían Lemberg… ¡Tus predicciones no valen un ochavo!».

El señor (levantándose): «¡Cállate de una buena vez! ¡Ya verás que tengo razón, en algún momento tendrás que reconocerlo, estoy harto de tus críticas, ya me las pagarás!». (Fin del primer acto).

No pude evitar que me entrara la risa, mamá tampoco, y también Peter tuvo que contenerse. ¡Ay, qué tontos son los mayores! ¿Por qué no aprenden ellos primero, en vez de estar criticando siempre a sus hijos?

Desde el viernes abrimos de nuevo las ventanas por las noches.

Tu Ana M. Frank.

Intereses de la familia de escondidos en la Casa de atrás:

(Relación sistemática de asignaturas de estudio y de lectura)

El señor Van Daan: no estudia nada; consulta mucho la enciclopedia Knaur; lee novelas de detectives, libros de medicina e historias de suspense y de amor sin importancia.

La señora de Van Daan: estudia inglés por correspondencia; le gusta leer biografías noveladas y algunas novelas.

El señor Frank: estudia inglés (¡Dickens!), y algo de latín; nunca lee novelas, pero sí le gustan las descripciones serias y áridas de personas y países.

La señora de Frank: estudia inglés por correspondencia; lee de todo, menos las historias de detectives.

El señor Dussel: estudia inglés, español y holandés sin resultado aparente; lee de todo; su opinión se ajusta a la de la mayoría.

Peter van Daan: estudia inglés, francés (por correspondencia), taquigrafía holandesa, inglesa y alemana, correspondencia comercial en inglés, talla en madera, economía política y, a veces, matemáticas; lee poco, a veces libros sobre geografía.

Margot Frank: estudia inglés, francés, latín por correspondencia, taquigrafía inglesa, alemana y holandesa, mecánica, trigonometría, geometría, geometría del espacio, física, química, álgebra, literatura inglesa, francesa, alemana y holandesa, contabilidad, geografía, historia contemporánea, biología, economía; lee de todo, preferentemente libros sobre religión y medicina.

Ana Frank: estudia taquigrafía francesa, inglesa, alemana y holandesa, geometría, álgebra, historia, geografía, historia del arte, mitología, biología, historia bíblica, literatura holandesa; le encanta leer biografías, áridas o entretenidas, libros de historia (a veces novelas y libros de esparcimiento).

Viernes, 19 de mayo de 1944.

Querida Kitty:

Ayer estuve muy mal. Vomité (¡yo, figúrate!), me dolía la cabeza, la tripa, todo lo que te puedas imaginar. Hoy ya estoy mejor, tengo mucha hambre pero las judías pintas que nos dan hoy será mejor que no las toque.

A Peter y a mí nos va bien. El pobre tiene más necesidad de cariño que yo; sigue poniéndose colorado cada vez que le doy el beso de las buenas noches y siempre me pide que le dé otro. ¿Seré algo así como una sustituta de Moffie? A mí no me importa, él es feliz sabiendo que alguien le quiere.

Después de mi tortuosa conquista, estoy un tanto por encima de la situación, pero no te creas que mi amor se ha entibiado. Es un encanto, pero yo he vuelto a cerrarme por dentro; si Peter quisiera romper otra vez el candado, esta vez deberá tener una palanca más fuerte…

Tu Ana M. Frank.

Sábado, 20 de mayo de 1944.

Querida Kitty:

Anoche bajé del desván, y al entrar en la habitación vi enseguida que el hermoso jarrón de los claveles había rodado por el suelo. Mamá estaba de rodillas fregando y Margot intentaba pescar mis papeles mojados del suelo.

—¿Qué ha pasado? —pregunté, llena de malos presentimientos, y sin esperar una respuesta me puse a estimar los daños desde la distancia. Toda mi carpeta de genealogías, mis cuadernos, libros, todo empapado. Casi me pongo a llorar y estaba tan exaltada, que empecé a hablar en alemán. Ya no me acuerdo en absoluto de lo que dije, pero según Margot murmuré algo así como «daños incalculables, espantosos, horribles, irreparables» y otras cosas más. Papá se reía a carcajadas, mamá y Margot se contagiaron, pero yo casi me echo a llorar al ver todo mi trabajo estropeado y mis apuntes pasados a limpio todos emborronados.

Ya examinándolo mejor, los «daños incalculables» no lo eran tanto, por suerte. En el desván despegué y clasifiqué con sumo cuidado los papeles pegoteados y los colgué en hilera de las cuerdas de colgar la colada. Resultaba muy cómico verlo y me volvió a entrar risa: María de Médicis al lado de Carlos V, Guillermo de Orange al lado de María Antonieta.

—¡Eso es Rassenschande[35]! —bromeó el señor Van Daan.

Tras confiar el cuidado de mis papeles a Peter, volví a bajar.

—¿Cuáles son los libros estropeados? —le pregunté a Margot, que estaba haciendo una selección de mis tesoros librescos.

—El de álgebra —dijo.

Pero lamentablemente ni siquiera el libro de álgebra se había estropeado realmente. ¡Ojalá se hubiera caído en el jarrón! Nunca he odiado tanto un libro como el de álgebra. En la primera página hay como veinte nombres de chicas que lo tuvieron antes que yo; está viejo, amarillento y lleno de apuntes, tachaduras y borrones. Cualquier día que me dé un ataque de locura, cojo y lo rompo en pedazos.

Tu Ana M. Frank.

Lunes, 22 de mayo de 1944.

Querida Kitty:

El 20 de mayo, papá perdió cinco tarros de yogur en una apuesta con la señora Van Daan. En efecto, la invasión no se ha producido aún, y creo poder decir que en todo Ámsterdam, en toda Holanda y en toda la costa occidental europea hasta España, se habla, se discute y se hacen apuestas noche y día sobre la invasión, sin perder las esperanzas.

La tensión sigue aumentando. No todos los holandeses de los que pensamos que pertenecen al bando «bueno» siguen confiando en los ingleses. No todos consideran que el bluff inglés es una muestra de maestría, nada de eso, la gente por fin quiere ver actos, actos de grandeza y heroísmo.

Nadie ve más allá de sus narices, nadie piensa en que los ingleses luchan por sí mismos y por su país; todo el mundo opina que los ingleses tienen la obligación de salvar a Holanda lo antes posible y de la mejor manera posible. ¿Por qué habrían de tener esa obligación? ¿Qué han hecho los holandeses para merecer la generosa ayuda que tanto esperan que se les dé? No, los holandeses están bastante equivocados; los ingleses, pese a todo su bluff, no han perdido más honor que todos los otros países, grandes y pequeños, que ahora están ocupados. Los ingleses no van a presentar sus disculpas por haber dormido mientras Alemania se armaba, porque los demás países, los que limitan con Alemania, también dormían. Con la política del avestruz no se llega a ninguna parte, eso lo ha podido ver Inglaterra y lo ha visto el mundo entero, y ahora tienen que pagarlo caro, uno a uno, y la propia Inglaterra tampoco se salvará.

Ningún país va a sacrificar a sus hombres en vano, sobre todo si lo que está en juego son los intereses de otro país, y tampoco Inglaterra lo hará. La invasión, la liberación y la libertad llegarán algún día; pero la que puede elegir el momento es Inglaterra, y no algún territorio ocupado, ni todos ellos juntos.

Con gran pena e indignación por nuestra parte nos hemos enterado de que la actitud de mucha gente frente a los judíos ha dado un vuelco. Nos han dicho que hay brotes de antisemitismo en círculos en los que antes eso era impensable. Este hecho nos ha afectado muchísimo a todos. La causa del odio hacia los judíos es comprensible, a veces hasta humana, pero no es buena. Los cristianos les echan en cara a los judíos que se van de la lengua con los alemanes, que delatan a quienes los protegieron, que por culpa de los judíos muchos cristianos corren la misma suerte y sufren los mismos horribles castigos que tantos otros. Todo esto es cierto. Pero como pasa con todo, tienen que mirar también la otra cara de la moneda: ¿actuarían los cristianos de otro modo si estuvieran en nuestro lugar? ¿Puede una persona sin importar si es cristiano o judío, mantener su silencio ante los métodos alemanes? Todos saben que es casi imposible. Entonces, ¿por qué les piden lo imposible a los judíos?

En círculos de la resistencia se murmura que los judíos alemanes emigrados en su momento a Holanda y que ahora se encuentran en Polonia, no podrán volver a Holanda; aquí tenían derecho de asilo, pero cuando ya no esté Hitler, deberán volver a Alemania. Oyendo estas cosas, ¿no es lógico que uno se pregunte por qué se está librando esta guerra tan larga y difícil? ¿Acaso no oímos siempre que todos juntos luchamos por la libertad, la verdad y la justicia? Y si en plena lucha ya empieza a haber discordia, ¿otra vez el judío vale menos que otro? ¡Ay, es triste, muy triste, que por enésima vez se confirme la vieja sentencia de que lo que hace un cristiano es responsabilidad suya, pero lo que hace un judío es responsabilidad de todos los judíos!

Sinceramente no me cabe en la cabeza que los holandeses, un pueblo tan bondadoso, honrado y recto, opinen así sobre nosotros, opinen así sobre el pueblo más oprimido, desdichado y lastimero de todos los pueblos, tal vez del mundo entero. Solo espero una cosa: que ese odio a los judíos sea pasajero, que los holandeses en algún momento demuestren ser lo que son en realidad, que no vacilen en su sentimiento de justicia, ni ahora ni nunca, ¡porque esto de ahora es injusto!

Y si estas cosas horribles de verdad se hicieran realidad, el pobre resto de judíos que queda deberá abandonar Holanda. También nosotros deberemos liar nuestros bártulos y seguir nuestro camino, dejar atrás este hermoso país que nos ofreció cobijo tan cordialmente y que ahora nos vuelve la espalda.

¡Amo a Holanda, en algún momento he tenido la esperanza de que a mí, desterrada, pudiera servirme de patria, y aún conservo esa esperanza!

Tu Ana M. Frank.

Jueves, 25 de mayo de 1944.

Querida Kitty:

¡Bep se ha comprometido! El hecho en sí no es tan sorprendente, aunque a ninguno de nosotros nos alegra demasiado. Puede que Bertus sea un muchacho serio, simpático y deportivo, pero Bep no lo ama y eso para mí es motivo suficiente para desaconsejarle que se case.

Bep ha puesto todos sus empeños en abrirse camino en la vida, y Bertus la detiene. Es un obrero, un hombre sin inquietudes y sin interés en salir adelante, y no creo que Bep se sienta feliz con esa situación. Es comprensible que Bep quiera poner fin a esta cuestión de medias tintas; hace apenas cuatro semanas había roto con él, pero luego se sintió más desdichada, y por eso volvió a escribirle, y ahora ha acabado por comprometerse. En este compromiso entran en juego muchos factores. En primer lugar, el padre enfermo, que quiere mucho a Bertus; en segundo lugar, el hecho de que es la mayor de las hijas mujeres de Voskuijl y que su madre le gasta bromas por su soltería; en tercer lugar, el hecho de que Bep tiene tan solo veinticuatro años, algo que para ella cuenta bastante. Mamá dijo que hubiera preferido que empezaran teniendo una relación. Yo no sé qué decir, compadezco a Bep y comprendo que se sintiera sola. La boda no podrá ser antes de que acabe la guerra, ya que Bertus es un clandestino, o sea, un «hombre negro», y además ninguno de ellos tiene un céntimo y tampoco tienen ajuar. ¡Qué perspectivas tan miserables para Bep, a la que todos nosotros deseamos lo mejor! Esperemos que Bertus cambie bajo el influjo de Bep, o bien que Bep encuentre a un hombre bueno que sepa valorarla.

Tu Ana M. Frank.

El mismo día.

Todos los días pasa algo nuevo. Esta mañana han detenido a Van Hoeven. En su casa había dos judíos escondidos. Es un duro golpe para nosotros, no solo porque esos pobres judíos están ahora al borde del abismo, sino que también es horrible para Van Hoeven. El mundo está patas arriba. A los más honestos se los llevan a los campos de concentración, a las cárceles y a las celdas solitarias, y la escoria gobierna a grandes y pequeños, pobres y ricos. A unos los pillan por vender en el mercado negro, a otros por ayudar a los judíos o a otros escondidos, y nadie que no pertenezca al movimiento nacionalsocialista sabe lo que puede pasar mañana.

También para nosotros es una enorme pérdida lo de Van Hoeven. Bep no puede ni debe cargar con el peso de las patatas; lo único que nos queda es comer menos. Ya te contaré cómo lo arreglamos, pero seguro que no será nada agradable. Mamá dice que no habrá más desayuno: papilla de avena y pan al mediodía, y por las noches patatas fritas, y tal vez verdura o lechuga una o dos veces a la semana, más no. Pasaremos hambre, pero cualquier cosa es mejor que ser descubiertos.

Tu Ana M. Frank.

Viernes, 26 de mayo de 1944.

Mi querida Kitty:

Por fin, por fin ha llegado el momento de sentarme a escribir tranquila junto a la rendija de la ventana para contártelo todo, absolutamente todo.

Me siento más miserable de lo que me he sentido en meses, ni siquiera después de que entraron los ladrones me sentí tan destrozada. Por un lado Van Hoeven, la cuestión judía, que es objeto de amplios debates en toda la casa, la invasión que no llega, la mala comida, la tensión, el ambiente deprimente, la desilusión por lo de Peter y, por el otro lado, el compromiso de Bep, la recepción por motivo de Pentecostés, las flores, el cumpleaños de Kugler, las tartas y las historias de teatros de revista, cines y salas de concierto. Esas diferencias, esas grandes diferencias, siempre se hacen patentes: un día nos reímos de nuestra situación tan cómica de estar escondidos, y al otro día y en tantos otros días tenemos miedo, y se nos notan en la cara el temor, la angustia y la desesperación. Miep y Kugler son los que más sienten la carga que les ocasionamos, tanto nosotros como los demás escondidos; Miep en su trabajo, y Kugler que a veces sucumbe bajo el peso que supone la gigantesca responsabilidad por nosotros ocho, y que ya casi no puede hablar de los nervios y la exaltación contenida. Kleiman y Bep también cuidan muy bien de nosotros, de verdad muy bien, pero hay momentos en que también ellos se olvidan de la Casa de atrás, aunque tan solo sea por unas horas, un día, acaso dos. Tienen sus propias preocupaciones que atender, Kleiman su salud, Bep su compromiso que dista mucho de ser color de rosa, y aparte de esas preocupaciones también tienen sus salidas, sus visitas, toda su vida de gente normal, para ellos la tensión a veces desaparece, aunque solo sea por poco tiempo, pero para nosotros no, nunca, desde hace dos años. ¿Hasta cuándo esa tensión seguirá aplastándonos y asfixiándonos cada vez más?

Otra vez se han atascado las tuberías del desagüe, no podemos dejar correr el agua, salvo a cuentagotas, no podemos usar el retrete, salvo si llevamos un cepillo, y el agua sucia la guardamos en una gran tinaja. Por hoy nos arreglamos, pero ¿qué pasará si el fontanero no puede solucionarnos el problema él solo? Los del ayuntamiento no trabajan hasta el martes[36]

Miep nos mandó un pastel de uvas pasas con una inscripción que decía «Feliz Pentecostés». Es casi como si se estuviera burlando, nuestros ánimos y nuestro miedo no están para fiestas.

Nos hemos vuelto más miedosos desde el asunto de Van Hoeven. A cada momento se oye algún «¡chis!», y todos tratan de hacer menos ruido. Los que forzaron la puerta en casa de Van Hoeven eran de la Policía, de modo que tampoco estamos a buen recaudo de ellos. Si nos llegan a… no, no debo escribirlo, pero hoy la pregunta es ineludible, al contrario, todo el miedo y la angustia se me vuelven a aparecer en todo su horror. A las ocho he tenido que ir sola al lavabo de abajo, no había nadie, todos estaban escuchando la radio, yo quería ser valiente, pero no fue fácil. Sigo sintiéndome más segura aquí arriba que sola en el edificio tan grande y silencioso; los ruidos sordos y enigmáticos que se oyen arriba y los bocinazos de los coches en la calle solo me hacen temblar cuando no soy lo bastante rápida para reflexionar sobre la situación. Miep se ha vuelto mucho más amable y cordial con nosotros desde la conversación que ha tenido con papá. Pero eso todavía no te lo he contado. Una tarde, Miep vino a ver a papá con la cara toda colorada y le preguntó a quemarropa si creíamos que también a ella se le había contagiado el antisemitismo. Papá se pegó un gran susto y habló con ella para quitárselo de la cabeza, pero a Miep le siguió quedando en parte su sospecha. Ahora nos traen más cosas, se interesan más por nuestros pesares, aunque no debemos molestarles contándoselos. ¡Son todos tan, tan buenos!

Una y otra vez me pregunto si no habría sido mejor para todos que en lugar de escondernos ya estuviéramos muertos y no tuviéramos que pasar por esta pesadilla, y sobre todo que no comprometiéramos a los demás. Pero también esa idea nos estremece, todavía amamos la vida, aún no hemos olvidado la voz de la naturaleza, aún tenemos esperanzas, esperanzas de que todo salga bien.

Y ahora, que pase algo pronto, aunque sean tiros, eso ya no nos podrá destrozar más que esta intranquilidad, que venga ya el final, aunque sea duro, así al menos sabremos si al final hemos de triunfar o si sucumbiremos.

Tu Ana M. Frank.

Miércoles, 31 de mayo de 1944.

Querida Kitty:

El sábado, domingo, lunes y martes hizo tanto calor, que no podía tener la pluma en la mano, por lo que me fue imposible escribirte. El viernes se rompió el desagüe, el sábado lo arreglaron. La señora Kleiman vino por la tarde a visitarnos y nos contó muchas cosas sobre Jopie, por ejemplo que se ha hecho socia de un club de hockey junto con Jacque van Maarsen. El domingo vino Bep a ver si no habían entrado ladrones y se quedó a desayunar con nosotros. El lunes de Pentecostés, el señor Gies hizo de vigilante del escondite y el martes por fin nos dejaron abrir otra vez las ventanas. Rara vez hemos tenido un fin de semana de Pentecostés tan hermoso y cálido, hasta podría decirse que caluroso. Cuando en la Casa de atrás hace mucho calor es algo terrible; para darte una idea de la gran cantidad de quejas, te describiré los días de calor en pocas palabras: El sábado: «¡Qué bueno hace!», dijimos todos por la mañana. «¡Ojalá hiciera menos calor!», dijimos por la tarde, cuando hubo que cerrar las ventanas.

El domingo: «¡No se aguanta el calor, la mantequilla se derrite, no hay ningún rincón fresco en la casa, el pan se seca, la leche se echa a perder, no se puede abrir ninguna ventana. Somos unos parias que nos estamos sofocando, mientras los demás tienen vacaciones de Pentecostés!». (Palabras de la señora).

El lunes: «¡Me duelen los pies, no tengo ropa fresca, no puedo fregar los platos con este calor!». Quejidos desde la mañana temprano hasta las últimas horas de la noche. Fue muy desagradable.

Sigo sin soportar bien el calor, y me alegro de que hoy sople una buena brisa y que igual haya sol.

Tu Ana M. Frank.

Viernes, 2 de junio de 1944.

Querida Kitty:

«Quienes suban al desván, que se lleven un paraguas bien grande, de hombre si es posible…». Esto para guarecerse de las lluvias que vienen de arriba. Hay un refrán que dice: «En lo alto, seco, santo y seguro», pero esto no es aplicable a los tiempos de guerra (por los tiros) y a los escondidos (por el pis de gato). Resulta que Mouschi ha tomado más o menos por costumbre depositar sus menesteres encima de unos periódicos o en una rendija en el suelo, de modo que no solo el miedo a las goteras está más que fundado, sino también el temor al mal olor. Sépase, además, que también el nuevo Moortje del almacén padece los mismos males, y todo aquel que haya tenido un gato pequeño que hiciera sus necesidades por todas partes, sabrá hacerse una idea de los aromas que flotan por la casa aparte del de la pimienta y del tomillo.

Por otra parte, tengo que comunicarte una receta totalmente nueva contra los tiros: al oír los disparos, dirigirse rápidamente a la escalera de madera más cercana, bajar y volver a subir por la misma, intentando rodar por ella suavemente hacia abajo al menos una vez en caso de repetición. Los rasguños y el estruendo producidos por las bajadas y subidas y por las caídas te mantienen lo suficientemente ocupada como para no oír los disparos ni pensar en ellos. Quien escribe estas líneas ya ha probado esta receta ideal, ¡y con éxito!

Tu Ana M. Frank.

Lunes, 5 de junio de 1944.

Querida Kitty:

Nuevos disgustos en la Casa de atrás. Pelea entre Dussel y la familia Frank a raíz del reparto de la mantequilla. Capitulación de Dussel. Gran amistad entre la señora de Van Daan y el último, coqueteos, besitos y sonrisitas simpáticas. Dussel empieza a sentir deseos de estar con una mujer.

Los Van Daan no quieren que hagamos un pastel para el cumpleaños de Kugler, porque aquí tampoco se comen. ¡Qué miserables!

Arriba un humor de perros. La señora con catarro. Pillamos a Dussel tomando tabletas de levadura de cerveza, mientras que a nosotros no nos da nada.

Entrada en Roma del 5.º Ejército, la ciudad no ha sido destruida ni bombardeada. Enorme propaganda para Hitler.

Hay poca verdura y patatas, una bolsa de pan se ha echado a perder. El Esqueleto (así se llama el nuevo gato del almacén) no soporta bien la pimienta. Utiliza la cubeta-retrete para dormir, y para hacer sus necesidades coge virutas de madera de las de empacar. ¡Vaya un gato imposible!

El tiempo, malo. Bombardeos continuos sobre el paso de Calais y la costa occidental francesa.

Imposible vender dólares, oro menos aún, empieza a verse el fondo de nuestra caja negra. ¿De qué viviremos el mes que viene?

Tu Ana M. Frank.

Martes, 6 de junio de 1944.

Mi querida Kitty:

This is D-day[37], ha dicho a las doce del mediodía la radio inglesa, y con razón. This is «the» day[38]: ¡La invasión ha comenzado!

Esta mañana, a las ocho, los ingleses anunciaron: intensos bombardeos en Calais, Boulogne-sur-Mer, El Havre y Cherburgo, así como en el paso de Calais (como ya es habitual). También una medida de seguridad para los territorios ocupados: toda la gente que vive en la zona de treinta y cinco kilómetros desde la costa tienen que prepararse para los bombardeos. Los ingleses tirarán volantes una hora antes, en lo posible. Según han informado los alemanes, en la costa francesa han aterrizado paracaidistas ingleses. «Lanchas inglesas de desembarco luchan contra la infantería de marina alemana», según la BBC.

Conclusión de la Casa de atrás a las nueve de la mañana, hora del desayuno: es un desembarco piloto, igual que hace dos años en Dieppe.

La radio inglesa en su emisión de las diez, en alemán, holandés, francés y otros idiomas: The invasion has begun[39], o sea, la verdadera invasión.

La radio inglesa en su emisión de las once, en alemán: discurso del general Dwight Eisenhower, comandante de las tropas.

La radio inglesa en su emisión en inglés: «Ha llegado el día D».

El general Eisenhower le ha dicho al pueblo francés: «Nos espera un duro combate, pero luego vendrá la victoria. 1944 será el año de la victoria total. ¡Buena suerte!».

La radio inglesa en su emisión de la una, en inglés: once mil aviones están preparados y vuelan incesantemente para transportar tropas y realizar bombardeos detrás de las líneas de combate. Cuatro mil naves de desembarco y otras embarcaciones más pequeñas tocan tierra sin cesar entre Cherburgo y El Havre. Tropas inglesas y estadounidenses se encuentran en pleno combate. Discursos del ministro holandés Gerbrandy, del primer ministro belga, del rey Haakon de Noruega, de De Gaulle por Francia y del rey de Inglaterra, sin olvidar a Churchill.

¡Conmoción en la Casa de atrás! ¿Habrá llegado por fin la liberación tan ansiada, la liberación de la que tanto se ha hablado, pero que es demasiado hermosa y fantástica como para hacerse realidad algún día? ¿Acaso este año de 1944 nos traerá la victoria? Ahora mismo no lo sabemos, pero la esperanza, que también es vida, nos devuelve el valor y la fuerza. Porque con valor hemos de superar los múltiples miedos, privaciones y sufrimientos. Ahora se trata de guardar la calma y de perseverar, y de hincarnos las uñas en la carne antes de gritar. Gritar y chillar por las desgracias padecidas, eso lo pueden hacer en Francia, Rusia, Italia y Alemania, pero nosotros todavía no tenemos derecho a ello…

¡Ay, Kitty, lo más hermoso de la invasión es que me da la sensación de que quienes se acercan son amigos! Los malditos alemanes nos han oprimido y nos han puesto el puñal contra el pecho durante tanto tiempo, que los amigos y la salvación lo son todo para nosotros. Ahora ya no se trata de los judíos, se trata de toda Holanda, Holanda y toda la Europa ocupada. Tal vez, dice Margot, en septiembre u octubre pueda volver al colegio.

Tu Ana M. Frank.

P. D. Te mantendré al tanto de las últimas noticias. Esta mañana, y también por la noche, desde los aviones soltaron muñecos de paja y maniquíes que fueron a parar detrás de las posiciones alemanas; estos muñecos explotaron al tocar tierra. También aterrizaron muchos paracaidistas, que estaban pintados de negro para pasar inadvertidos en la noche. A las seis de la mañana llegaron las primeras lanchas, después de que se había bombardeado la costa por la noche, con cinco mil toneladas de bombas. Hoy entraron en acción veinte mil aviones. Las baterías costeras de los alemanes ya estaban destruidas a la hora del desembarco. Ya se ha formado una pequeña cabeza de puente, todo marcha a pedir de boca, por más que haga mal tiempo. El ejército y también el pueblo tienen la misma voluntad y la misma esperanza.

Viernes, 9 de junio de 1944.

Querida Kitty:

¡La invasión marcha viento en popa! Los aliados han tomado Bayeux, un pequeño pueblo de la costa francesa, y luchan ahora para entrar en Caen. Está claro que la intención es cortar las comunicaciones de la península en la que está situada Cherburgo. Los corresponsales de guerra informan todas las noches de las dificultades, el valor y el entusiasmo del ejército, se cometen las proezas más increíbles, también los heridos que ya han vuelto a Inglaterra han hablado por el micrófono. A pesar de que hace un tiempo malísimo, los aviones van y vienen. Nos hemos enterado a través de la BBC que Churchill quería acompañar a las tropas cuando la invasión, pero que este plan no se llevó a cabo por recomendación de Eisenhower y de otros generales. ¡Figúrate el valor de este hombre tan mayor, que ya tiene por lo menos setenta años!

La conmoción del otro día ya ha amainado; sin embargo, esperamos que la guerra acabe por fin a finales de año. ¡Ya sería hora! Las lamentaciones de la señora Van Daan no se aguantan; ahora que ya no nos puede dar la lata con la invasión, se queja todo el día del mal tiempo. ¡Te vienen ganas de meterla en un cubo de agua fría y subirla a la buhardilla! La Casa de atrás en su conjunto, salvo Van Daan y Peter, ha leído la trilogía Rapsodia húngara. El libro relata la historia de la vida del compositor, pianista y niño prodigio Franz Liszt. Es un libro muy interesante, pero para mi gusto contiene demasiadas historias de mujeres; Liszt no fue tan solo el más grande y famoso pianista de su época, sino también el mayor de los donjuanes aun hasta los setenta años. Tuvo relaciones amorosas con la condesa Marie d’Agoult, la princesa Carolina de Sayn-Wittgenstein, la bailarina Lola Montes, las pianistas Agnes Kingworth y Sophie Menter, la princesa circasiana Olga Janina, la baronesa Olga Meyendroff, la actriz de teatro Lilla no sé cuántos, etc., etc.: son una infinidad. Las partes del libro que tratan de música y otras artes son mucho más interesantes. En el libro aparecen: Schumann y Clara Wieck, Héctor Berlioz, Johannes Brahms, Beethoven, Joachin, Richard Wagner, Hans von Bülow, Anton Rubinstein, Frederic Chopin, Víctor Hugo, Honoré de Balzac, Hiller, Hummel, Czerny, Rossini, Cherubini, Paganini, Mendelssohn, etc., etc. El propio Liszt era un tipo estupendo, muy generoso, nada egoísta, aunque extremadamente vanidoso; ayudaba a todo el mundo, no conocía nada más elevado que el arte, amaba el coñac y a las mujeres, no soportaba las lágrimas, era un caballero, no denegaba favores a nadie, no le importaba el dinero, era partidario de la libertad de culto y amaba al mundo.

Tu Ana M. Frank.

Martes, 13 de junio de 1944.

Querida Kit:

Ha sido otra vez mi cumpleaños, de modo que ahora ya tengo quince años. Me han regalado un montón de cosas: papá y mamá, los cinco tomos de la historia del arte de Springer, un juego de ropa interior, dos cinturones, un pañuelo, dos yogures, un tarro de mermelada, dos pasteles de miel (de los pequeños) y un libro de botánica; Margot un brazalete sobredorado, Van Daan un libro de la colección «Patria», Dussel un tarro de malta «Biomalt» y un ramillete de almorta, Miep caramelos, Bep caramelos y unos cuadernos, y Kugler lo más hermoso: el libro María Teresa y tres lonchas de queso con toda su crema. Peter me regaló un bonito ramo de peonías. El pobre hizo un gran esfuerzo por encontrar algo adecuado, pero no tuvo éxito.

La invasión sigue yendo viento en popa, pese al tiempo malísimo, las innumerables tormentas, los chaparrones y la marejada.

Churchill, Smuts, Eisenhower y Arnold visitaron ayer los pueblos franceses tomados y liberados por los ingleses. Churchill se subió a un torpedero que disparaba contra la costa; ese hombre, como tantos otros, parece no saber lo que es el miedo. ¡Qué envidia! Desde nuestra «fortaleza de atrás» nos es imposible sondear el ambiente que impera en Holanda. La gente sin duda está contenta de que la ociosa Inglaterra por fin haya puesto manos a la obra. No saben lo injusto que es su razonamiento cuando dicen una y otra vez que aquí no quieren una ocupación inglesa. Con todo, el razonamiento viene a ser más o menos el siguiente: Inglaterra tiene que luchar, combatir y sacrificar a sus hijos por Holanda y los demás territorios ocupados. Los ingleses no pueden quedarse en Holanda, tienen que presentar sus disculpas a todos los estados ocupados, tienen que devolver las Indias[40] a sus antiguos dueños, y luego podrán volverse a Inglaterra, empobrecidos y maltrechos. Pobres diablos los que piensan así, y sin embargo, como ya he dicho, muchos holandeses parecen pertenecer a esta categoría. Y ahora me pregunto yo: ¿qué habría sido de Holanda y de los países vecinos si Inglaterra hubiera firmado la paz con Alemania, la paz posible en tantas ocasiones? Holanda habría pasado a formar parte de Alemania y asunto concluido.

A todos los holandeses que aún miran a los ingleses por encima del hombro, que tachan a Inglaterra y a su gobierno de viejos seniles, que califican a los ingleses de cobardes, pero que sin embargo odian a los alemanes, habría que sacudirlos como se sacude una almohada, así tal vez sus sesos enmarañados se plegarían de forma más sensata…

En mi cabeza rondan muchos deseos, muchos pensamientos, muchas acusaciones y muchos reproches. De verdad que no soy tan presumida como mucha gente cree, conozco mis innumerables fallos y defectos mejor que nadie, con la diferencia de que sé que quiero enmendarme, que me enmendaré y que ya me he enmendado un montón. ¿Cómo puede ser entonces, me pregunto muchas veces, que todo el mundo me siga considerando tan tremendamente pedante y poco modesta? ¿De verdad soy tan testaruda? ¿Soy realmente yo sola, o quizá también los demás? Suena raro, ya me doy cuenta, pero no tacharé la última frase, porque tampoco es tan rara como parece. La señora Van Daan y Dussel, mis principales acusadores, tienen fama ambos de carecer absolutamente de inteligencia y de ser, sí, digámoslo tranquilamente, «ignorantes». La gente ignorante no soporta por lo general que otros hagan una cosa mejor que ellos; el mejor ejemplo de ello son, en efecto, estos dos ignorantes, la señora Van Daan y el señor Dussel. La señora me considera ignorante porque yo no padezco esa enfermedad de manera tan aguda como ella; me considera poco modesta, porque ella lo es menos aún; mis faldas le parecen muy cortas, porque las suyas lo son más aún; me considera una sabidilla, porque ella misma habla el doble que yo sobre temas de los que no entiende absolutamente nada. Lo mismo vale para Dussel. Pero uno de mis refranes favoritos es «En todos los reproches hay algo de cierto», y por eso soy la primera en reconocer que algo de sabidilla tengo. Sin embargo, lo más molesto de mi carácter es que nadie me regaña y me increpa tanto como yo misma; y si a eso mamá añade su cuota de consejos, la montaña de sermones se hace tan inconmensurable que yo, en mi desesperación por salir del paso, me vuelvo insolente y me pongo a contradecir, y automáticamente salen a relucir las viejas palabras de Ana: «¡¿Nadie me comprende?!».

Estas palabras las llevo dentro de mí, y aunque suenen a mentira, tienen también su parte de verdad. Mis autoinculpaciones adquieren a menudo proporciones tales que desearía encontrar una voz consoladora que lograra reducirlas a un nivel razonable y a la que también le importara mi fuero interno, pero ¡ay!, por más que busco, no he podido encontrarla.

Ya sé que estarás pensando en Peter, ¿verdad, Kit? Es cierto, Peter me quiere, no como un enamorado, sino como amigo, su afecto crece día a día, pero sigue habiendo algo misterioso que nos detiene a los dos, y que ni yo misma sé lo que es. A veces pienso que esos enormes deseos míos de estar con él eran exagerados, pero en verdad no es así, porque cuando pasan dos días sin que haya ido arriba, me vuelven los mismos fuertes deseos de verle que he tenido siempre. Peter es bueno y bondadoso, pero no puedo negar que muchas cosas en él me decepcionan. Sobre todo su rechazo a la religión, las conversaciones sobre la comida y muchas otras cosas de toda índole no me gustan en absoluto. Sin embargo, estoy plenamente convencida de que nunca reñiremos, tal como lo hemos convenido sinceramente. Peter es amante de la paz, tolerante y capaz de ceder. Acepta que yo le diga muchas más cosas de las que le tolera a su madre. Intenta con gran empeño borrar las manchas de tinta en sus libros y de poner cierto orden en sus cosas. Y sin embargo, ¿por qué sigue ocultando lo que tiene dentro y no me permite tocarlo? Tiene un carácter mucho más cerrado que el mío, es cierto; pero yo ahora realmente sé por la práctica (recuerda la «Ana en teoría» que sale a relucir una y otra vez) que llega un momento en que hasta los caracteres más cerrados ansían, en la misma medida que otros, o más, tener un confidente.

En la Casa de atrás, Peter y yo ya hemos tenido nuestros años para pensar, a menudo hablamos sobre el futuro, el pasado y el presente, pero como ya te he dicho: echo en falta lo auténtico y sin embargo estoy segura de que está ahí.

¿Será que el no haber podido salir al aire libre ha hecho que creciera mi afición por todo lo que tiene que ver con la naturaleza? Recuerdo perfectamente que un límpio cielo azul, el canto de los pájaros, el brillo de la luna o el florecimiento de las flores, antes no lograban captar por mucho tiempo mi atención. Aquí todo eso ha cambiado: para Pentecostés, por ejemplo, cuando hizo tanto calor, hice el mayor de los esfuerzos para no dormirme por la noche, y a las once y media quise observar bien la luna por una vez a solas, a través de la ventana abierta. Lamentablemente mi sacrificio fue en vano, ya que la luna daba mucha luz y no podía arriesgarme a abrir la ventana. En otra ocasión, hace unos cuantos meses, fui una noche arriba por casualidad, estando la ventana abierta. No bajé hasta que no terminó la hora de airear. La noche oscura y lluviosa, la tormenta, las nubes que pasaban apresuradas, me cautivaron; después de año y medio, era la primera vez que veía a la noche cara a cara. Después de ese momento, mis deseos de volver a ver la noche superaron mi miedo a los ladrones, a la casa a oscuras y llena de ratas y a los robos. Bajé completamente sola a mirar hacia fuera por la ventana del despacho de papá y la de la cocina. A mucha gente le gusta la naturaleza, muchos duermen alguna que otra vez a la intemperie, muchos de los que están en cárceles y hospitales no ven el día en que puedan volver a disfrutar libremente de la naturaleza, pero son pocos los que, como nosotros, están tan separados y aislados de la cosa que desean, y que es igual para ricos que para pobres.

No es ninguna fantasía cuando digo que ver el cielo, las nubes, la luna y las estrellas me da paciencia y me tranquiliza. Es mucho mejor que la valeriana o el bromo: la naturaleza me empequeñece y me prepara para recibir cualquier golpe con valentía. En alguna parte estará escrito que solo pueda ver la naturaleza, de vez en cuando y a modo de excepción, a través de unas ventanas llenas de polvo y con cortinas sucias delante, y hacerlo así no resulta nada agradable. ¡La naturaleza es lo único que realmente no admite sucedáneos!

Más de una vez, una de las preguntas que no me deja en paz por dentro es por qué en el pasado, y a menudo aún ahora, los pueblos conceden a la mujer un lugar tan inferior al que ocupa el hombre. Todos dicen que es injusto, pero con eso no me doy por contenta: lo que quisiera conocer es la causa de semejante injusticia.

Es de suponer que el hombre, dada su mayor fuerza física, ha dominado a la mujer desde el principio; el hombre, que tiene ingresos, el hombre, que procrea, el hombre, al que todo le está permitido… Ha sido una gran equivocación por parte de tantas mujeres tolerar, hasta hace poco tiempo, que todo siguiera así sin más, porque cuantos más siglos perdura esta norma, tanto más se arraiga. Por suerte, la enseñanza, el trabajo y el desarrollo le han abierto un poco los ojos a la mujer. En muchos países las mujeres han obtenido la igualdad de derechos; mucha gente, sobre todo mujeres, pero también hombres, ven ahora lo mal que ha estado dividido el mundo durante tanto tiempo, y las mujeres modernas exigen su derecho a la independencia total.

Pero no se trata solo de eso: ¡también hay que conseguir la valoración de la mujer! En todos los continentes el hombre goza de una alta estima generalizada. ¿Por qué la mujer no habría de compartir esa estima antes que nada? A los soldados y héroes de guerra se les honra y rinde homenaje, a los descubridores se les concede fama eterna, se venera a los mártires, pero ¿qué parte de la humanidad en su conjunto también considera soldados a las mujeres?

En el libro Combatientes para toda la vida pone algo que me ha conmovido bastante, y es algo así como que por lo general las mujeres, tan solo por el hecho de tener hijos, padecen más dolores, enfermedades y desgracias que cualquier héroe de guerra. ¿Y cuál es la recompensa por aguantar tantos dolores? La echan en un rincón si ha quedado mutilada por el parto, sus hijos al poco tiempo ya no son suyos, y su belleza se ha perdido. Las mujeres son soldados mucho más valientes y heroicos, que combaten y padecen dolores para preservar a la humanidad, mucho más que tantos libertadores con todas sus bonitas historias…

Con esto no quiero decir en absoluto que las mujeres tendrían que negarse a tener hijos, al contrario, así lo quiere la naturaleza y así ha de ser. A los únicos que condeno es a los hombres y a todo el orden mundial, que nunca quieren darse cuenta del importante, difícil y a veces también bello papel desempeñado por la mujer en la sociedad. Paul de Kruif, el autor del libro mencionado, cuenta con toda mi aprobación cuando dice que los hombres tienen que aprender que en las partes del mundo llamadas civilizadas, un parto ha dejado de ser algo natural y corriente. Los hombres lo tienen fácil, nunca han tenido que soportar los pesares de una mujer, ni tendrán que soportarlos nunca.

Creo que todo el concepto de que el tener hijos constituye un deber de la mujer, cambiará a lo largo del próximo siglo, dando lugar a la estima y a la admiración por quien se lleva esa carga al hombro, sin rezongar y sin pronunciar grandes palabras.

Tu Ana M. Frank.

Viernes, 16 de junio de 1944.

Querida Kitty:

Nuevos problemas: la señora está desesperada, habla de pegarse un tiro, de la cárcel, de ahorcarse y suicidarse. Tiene celos de que Peter deposite en mí su confianza y no en ella, está ofendida porque Dussel no hace suficiente caso de sus coqueterías, teme que su marido gaste en tabaco todo el dinero del abrigo de piel, riñe, insulta, llora, se lamenta, ríe y vuelve a empezar con las riñas.

¿Qué hacer con una individua tan plañidera y tonta? Nadie la toma en serio, carácter no tiene, se queja con todos y anda por la casa con un aire de «liceo de frente, museo por detrás». Y lo peor de todo es que Peter es insolente con ella, el señor Van Daan susceptible, y mamá cínica. ¡Menudo panorama! Solo hay una regla a tener siempre presente: ríete de todo y no hagas caso de los demás. Parece egoísta, pero en realidad es la única medicina para los autocompasivos.

A Kugler lo mandan cuatro semanas a Alkmaar a hacer trabajos forzados; intentará salvarse presentando un certificado médico y una carta de Opekta. Kleiman tiene que someterse a una operación del estómago lo antes posible. Anoche, a las once de la noche, cortaron el teléfono a todos los particulares.

Tu Ana M. Frank.

Viernes, 23 de junio de 1944.

Querida Kitty:

No ha pasado nada en especial. Los ingleses han iniciado la gran ofensiva hacia Cherburgo; según Pim y Van Daan, el 10 de octubre seguro que nos habrán liberado. Los rusos participan en la operación, ayer empezó su ofensiva cerca de Vítebsk. Son tres años clavados desde la invasión alemana.

Bep sigue teniendo un humor por debajo de cero. Casi no nos quedan patatas. En lo sucesivo vamos a darle a cada uno su ración de patatas por separado, y que cada cual haga con ellas lo que le plazca. Miep se toma una semana de vacaciones anticipadas a partir del lunes. Los médicos de Kleiman no han encontrado nada en la radiografía. Duda mucho si operarse o dejar que venga lo que venga.

Tu Ana M. Frank.

Martes, 27 de junio de 1944.

Mi querida Kitty:

El ambiente ha dado un vuelco total: las cosas marchan de maravilla. Hoy han caído Cherburgo, Vítebsk y Slobin. Un gran botín y muchos prisioneros, seguramente. En Cherburgo han muerto cinco generales alemanes, y otros dos han sido hechos prisioneros. Ahora los ingleses podrán desembarcar todo lo que quieran, porque tienen un puerto: ¡toda la península de Cotentin en manos de los ingleses, tres semanas después de la invasión! ¡Se han portado!

En las tres semanas que han pasado desde el «Día D» no ha parado de llover ni de hacer tormenta ni un solo día, tanto aquí como en Francia, pero esta mala suerte no impide que los ingleses y los norteamericanos demuestren toda su fuerza, ¡y cómo! La que sí ha entrado en plena acción es la Wuwa[41], pero ¿qué puede llegar a significar semejante nimiedad, más que unos pocos daños en Inglaterra y grandes titulares en la prensa teutona? Además, si en Teutonia se dan cuenta de que ahora de verdad se acerca el peligro bolchevique, se pondrán a temblar como nunca.

Las mujeres y los niños alemanes que no trabajan para el ejército alemán serán evacuados de las zonas costeras y llevados a las provincias de Groninga, Frisia y Güeldres. Mussert ha declarado que si la invasión llega a Holanda, él se pondrá un uniforme militar. ¿Acaso ese gordinflón tiene pensado pelear? Para eso podría haberse marchado a Rusia hace tiempo… Finlandia rechazó la propuesta de paz en su momento, y también ahora se han vuelto a romper las negociaciones al respecto. ¡Ya se arrepentirán los muy estúpidos!

¿Cuánto crees que habremos adelantado el 27 de julio?

Tu Ana M. Frank.

Viernes, 30 de junio de 1944.

Querida Kitty:

Mal tiempo, o bad weather from one at a stretch to the thirty June[42]. ¿Qué te parece? Ya ves cómo domino el inglés, y para demostrarlo estoy leyendo Un marido ideal en inglés (¡con diccionario!).

La guerra marcha a pedir de boca: han caído Bobruisk, Moguiliov y Orsha; muchos prisioneros.

Aquí todo all right[43]. Los ánimos mejoran, nuestros optimistas a toda prueba festejan sus triunfos, los Van Daan hacen malabarismos con el azúcar, Bep se ha cambiado de peinado y Miep está de vacaciones por una semana. Hasta aquí las noticias. Me están haciendo un tratamiento muy desagradable del nervio, nada menos que en uno de los dientes incisivos, ya me ha dolido una enormidad, tanto que Dussel se pensó que me desmayaría. Pues faltó poco. Al rato le empezó a doler la muela a la señora…

Tu Ana M. Frank.

P. D. De Basilea nos ha llegado la noticia de que Bernd[44] ha hecho el papel de mesonero en Minna von Barnhelm[45]. Mamá dice que tiene madera de artista.

Jueves, 6 de julio de 1944.

Querida Kitty:

Me entra un miedo terrible cuando Peter dice que más tarde quizá se haga criminal o especulador. Aunque ya sé que lo dice en broma, me da la sensación de que él mismo tiene miedo de su débil carácter. Una y otra vez, tanto Margot como Peter me dicen: «Claro, si yo tuviera tu fuerza y tu valor, si yo pudiera imponer mi voluntad como haces tú, si tuviera tu energía y tu perseverancia…».

¿De verdad es una buena cualidad el no dejarme influenciar? ¿Está bien que siga casi exclusivamente el camino que me indica la conciencia?

A decir verdad, no puedo imaginarme que alguien diga «soy débil» y siga siéndolo. Si uno lo sabe, ¿por qué no combatirlo, por qué no adiestrar su propio carácter? La respuesta fue: «¡Es que es mucho más fácil así!». La respuesta me desanimó un poco. ¿Más fácil? ¿Acaso una vida comodona y engañosa equivale a una vida fácil? No, no puede ser cierto, no es posible que la facilidad y el dinero sean tan seductores. He estado pensando bastante tiempo lo que debía responder, cómo tengo que hacer para que Peter crea en sí mismo y sobre todo para que se abra camino en este mundo. No sé si habré acertado. Tantas veces me he imaginado lo bonito que sería que alguien depositara en mí su confianza, pero ahora que ha llegado el momento, me doy cuenta de lo difícil que es identificarse con los pensamientos de la otra persona y luego encontrar la mejor solución. Sobre todo dado que «fácil» y «dinero» son conceptos totalmente ajenos y nuevos para mí.

Peter está empezando a apoyarse en mí, y eso no ha de suceder bajo ningún concepto. Es difícil valerse por sí mismo en la vida, pero más difícil aún es estar solo, teniendo carácter y espíritu, sin perder la moral.

Estoy flotando un poco a la deriva, buscando desde hace muchos días un remedio eficaz contra la palabra «fácil», que no me gusta nada. ¿Cómo puedo hacerle ver que lo que parece fácil y bonito hará que caiga en un abismo, en el que ya no habrá amigos, ni ayuda, ni ninguna cosa bonita, un abismo del que es prácticamente imposible salir? Todos vivimos sin saber por qué ni para qué, todos vivimos con la mira puesta en la felicidad, todos vivimos vidas diferentes y sin embargo iguales. A los tres nos han educado en un buen ambiente, podemos estudiar, tenemos la posibilidad de llegar a ser algo en la vida, tenemos motivos suficientes para pensar que llegaremos a ser felices, pero… nos lo tendremos que ganar a pulso. Y eso es algo que no se consigue con facilidad. Ganarse la felicidad implica trabajar para conseguirla, y hacer el bien y no especular ni ser un holgazán. La holgazanería podrá parecer atractiva, pero la satisfacción solo la da el trabajo.

No comprendo a la gente a la que no le gusta el trabajo, pero lo mismo me pasa con Peter, que no tiene ninguna meta fija y se cree demasiado ignorante e inferior como para conseguir cualquier cosa que se pueda proponer. Pobre chico, no sabe lo que significa poder hacer felices a los otros, y yo tampoco puedo enseñárselo. No tiene religión, se mofa de Jesucristo, usa el nombre de Dios irrespetuosamente; aunque yo tampoco soy ortodoxa, me duele cada vez que noto lo abandonado, lo despreciativo y lo pobre de espíritu que es.

Las personas que tienen una religión deberían estar contentas, porque no a todos les es dado creer en cosas sobrenaturales. Ni siquiera hace falta tenerle miedo a los castigos que pueda haber después de la muerte; el purgatorio, el infierno y el cielo son cosas que a muchos les cuesta imaginarse, pero sin embargo el tener una religión, no importa de qué tipo, hace que el hombre siga por el buen camino. No se trata del miedo a Dios, sino de mantener alto el propio honor y la conciencia. ¡Qué hermoso y bueno sería que todas las personas, antes de cerrar los ojos para dormir, pasaran revista a todos los acontecimientos del día y analizaran las cosas buenas y malas que han cometido! Sin darte casi cuenta, cada día intentas mejorar y superarte desde el principio, y lo más probable es que al cabo de algún tiempo consigas bastante. Este método lo puede utilizar cualquiera, no cuesta nada y es de gran utilidad. Porque para quien aún no lo sepa, que tome nota y lo viva en su propia carne: ¡una conciencia tranquila te hace sentir fuerte!

Tu Ana M. Frank.

Sábado, 8 de julio de 1944.

Querida Kitty:

Broks estuvo en Beverwijk y consiguió fresas directamente de la subasta. Llegaron aquí todas cubiertas de polvo, llenas de arena, pero en grandes cantidades. Nada menos que veinticuatro cajas, a repartir entre los de la oficina y nosotros. Cuando la oficina cerró, hicimos enseguida los primeros seis tarros grandes de conserva y ocho de mermelada. A la mañana siguiente Miep iba a hacer mermelada para la oficina.

A las doce y media echamos el cerrojo a la puerta de la calle, bajamos las cajas, Peter, papá y Van Daan haciendo estrépito por las escaleras, Ana sacando agua caliente del calentador, Margot que viene a buscar el cubo, ¡todos manos a la obra! Con una sensación muy extraña en el estómago, entré en la cocina de la oficina, que estaba llena de gente: Miep, Bep, Kleiman, Jan, papá, Peter, los escondidos y su brigada de aprovisionamiento, todos mezclados, y eso a plena luz del día. Las cortinas y las ventanas entreabiertas, todos hablando alto, portazos… La excitación me hizo temblar. «¿Es que estamos aún realmente escondidos? —pensé—. Esto debe ser lo que se siente cuando uno puede mostrarse al mundo otra vez».

La olla estaba llena, ¡rápido, arriba! En nuestra cocina estaba el resto de la familia de pie alrededor de la mesa, quitándoles las hojas y los rabitos a las fresas, al menos eso era lo que supuestamente estaban haciendo, porque la mayor parte iba desapareciendo en las bocas en lugar de ir a parar al cubo. Pronto hizo falta otro cubo, y Peter fue a la cocina de abajo, sonó el timbre, el cubo se quedó abajo, Peter subió corriendo, se cerraron las puertas del armario. Nos moríamos de impaciencia, no se podía abrir el grifo y las fresas a medio lavar estaban esperando su último baño, pero hubo que atenerse a la regla del escondite de que cuando hay alguien en el edificio no se abre ningún grifo por el ruido que hacen las tuberías.

A la una sube Jan: era el cartero. Peter baja rápidamente las escaleras. ¡Rííín!, otra vez el timbre, vuelta para arriba. Voy a escuchar si hay alguien, primero detrás de la puerta del armario, luego arriba, en el rellano de la escalera. Por fin, Peter y yo estamos asomados al hueco de la escalera cual ladrones, escuchando los ruidos que vienen de abajo. Ninguna voz desconocida. Peter baja la escalera sigilosamente, se para a medio camino y llama: «¡Bep!», y otra vez: «¡Bep!». El bullicio en la cocina tapa la voz de Peter. Corre escaleras abajo y entra en la cocina. Yo me quedo tensa mirando para abajo.

—¿Qué haces aquí, Peter? ¡Fuera, rápido, que está el contable, vete ya! Es la voz de Kleiman. Peter llega arriba dando un suspiro, la puerta del armario se cierra. Por fin, a la una y media, sube Kugler:

—Dios mío, no veo más que fresas, para el desayuno fresas, Jan comiendo fresas, Kleiman comiendo fresas, Miep cociendo fresas, Bep limpiando fresas, en todas partes huele a fresas, vengo aquí para escapar de ese maremágnum rojo, ¡y aquí veo gente lavando fresas!

Con lo que ha quedado de ellas hacemos conserva. Por la noche se abren dos tarros, papá enseguida los convierte en mermelada. A la mañana siguiente resulta que se han abierto otros dos, y por la tarde otros cuatro. Van Daan no los había esterilizado a temperatura suficiente. Ahora papá hace mermelada todas las noches. Comemos papilla con fresas, suero de leche con fresas, pan con fresas, fresas de postre, fresas con azúcar, fresas con arena. Durante dos días enteros hubo fresas, fresas y más fresas dando vueltas por todas partes, hasta que se acabaron las existencias o quedaron guardadas bajo siete llaves, en los tarros.

—¿A que no sabes, Ana? —me dice Margot—. La señora Van Hoeven nos ha enviado guisantes, nueve kilos en total.

—¡Qué bien! —respondo. Es cierto, qué bien, pero ¡cuánto trabajo!

—El sábado tendréis que ayudar todos a desenvainarlos —anuncia mamá sentada a la mesa. Y así fue. Esta mañana, después de desayunar, pusieron en la mesa la olla más grande de esmalte, que rebosaba de guisantes. Desenvainar guisantes ya es una lata, pero no sabes lo que es pelar las vainas. Creo que la mayoría de la gente no sabe lo ricas en vitaminas, lo deliciosas y blandas que son las cáscaras de los guisantes, una vez que les has quitado la piel de dentro. Sin embargo, las tres ventajas que acabo de mencionar no son nada comparadas con el hecho de que la parte comestible es casi tres veces mayor que los guisantes únicamente.

Quitarle la piel a las vainas es una tarea muy minuciosa y meticulosa, indicada quizá para dentistas pedantes y especieros quisquillosos, pero para una chica de poca paciencia como yo es algo terrible.

Empezamos a las nueve y media, a las diez y media me siento, a las once me pongo de pie, a las once y media me vuelvo a sentar. Oigo como una voz interior que me va diciendo: quebrar la punta, tirar de la piel, sacar la hebra, desgranarla, etc., etc. Todo me da vueltas: verde, verde, gusanillo, hebra, vaina podrida, verde, verde, verde. Para ahuyentar la desgana me paso toda la mañana hablando, digo todas las tonterías posibles, hago reír a todos y me siento deshecha por tanta estupidez. Con cada hebra que desgrano me convenzo más que nunca de que jamás seré solo ama de casa. ¡Jamás! A las doce por fin desayunamos, pero de las doce y media a la una y cuarto toca quitar pieles otra vez. Cuando acabamos me siento medio mareada, los otros también un poco. Me acuesto a dormir hasta las cuatro, pero al levantarme siento aún el mareo a causa de los malditos guisantes.

Tu Ana M. Frank.

Sábado, 15 de julio de 1944.

Querida Kitty:

De la biblioteca nos han traído un libro con un título muy provocativo: ¿Qué opina usted de la adolescente moderna? Sobre este tema quisiera hablar hoy contigo. La autora critica de arriba abajo a los «jóvenes de hoy en día»; sin embargo, no los rechaza totalmente a todos como si no fueran capaces de hacer nada bueno. Al contrario, más bien opina que si los jóvenes quisieran, podrían construir un gran mundo mejor y más bonito, pero que al ocuparse de cosas superficiales, no reparan en lo esencialmente bello. En algunos momentos de la lectura me dio la sensación de que la autora se refería a mí con sus censuras, y por eso ahora por fin quisiera mostrarte cómo soy realmente por dentro y defenderme de este ataque.

Tengo una cualidad que sobresale mucho y que a todo aquel que me conoce desde algún tiempo tiene que llamarle la atención, y es el conocimiento de mí misma. Sin ningún prejuicio y con una bolsa llena de disculpas, me planto frente a la Ana de todos los días y observo lo que hace bien y lo que hace mal. Esa conciencia de mí misma nunca me abandona y enseguida después de pronunciar cualquier palabra sé: esto lo tendrías que haber dicho de otra forma, o: esto está bien dicho. Me condeno a mí misma en miles de cosas y me doy cuenta cada vez más de lo acertadas que son las palabras de papá, cuando dice que cada niño debe educarse a sí mismo. Los padres tan solo pueden dar consejos o recomendaciones, pero en definitiva la formación del carácter de uno está en sus propias manos. A esto hay que añadir que poseo una enorme valentía de vivir, me siento siempre tan fuerte y capaz de aguantar, tan libre y tan joven… La primera vez que me di cuenta de ello me puse contenta, porque no pienso doblegarme tan pronto a los golpes que a todos nos toca recibir.

Pero de estas cosas ya te he hablado tantas veces, prefiero tocar el tema de «papá y mamá no me comprenden». Mis padres siempre me han mimado mucho, han sido siempre muy buenos conmigo, me han defendido ante los ataques de los de arriba y han hecho todo lo que estaba a su alcance. Sin embargo, durante mucho tiempo me he sentido terriblemente sola, excluida, abandonada, incomprendida. Papá intentó hacer de todo para moderar mi rebeldía, pero sin resultado. Yo misma me he curado, haciéndome ver a mí misma lo errado de mis actos.

¿Cómo es posible que papá nunca me haya apoyado en mi lucha, que se haya equivocado de medio a medio cuando quiso tenderme una mano? Papá ha empleado métodos desacertados, siempre me ha hablado como a una niña que tiene que pasar por una infancia difícil. Suena extraño, porque nadie ha confiado siempre en mí más que papá y nadie me ha dado la sensación de ser una chica sensata más que papá. Pero hay una cosa que ha descuidado, y es que no ha pensado en que mi lucha por superarme era para mí mucho más importante que todo lo demás. No quería que me hablaran de «diferencia de edad», «otras chicas» y «ya se te pasará», no quería que me trataran como a una chica como todas, sino como a Ana en sí misma, y Pim no lo entendía. Además, yo no puedo confiar ciegamente en una persona si no me cuenta un montón de cosas sobre sí misma, y como yo de Pim no sé nada, no podré recorrer el camino de la intimidad entre nosotros. Pim siempre se mantiene en la posición del padre mayor que en su momento también ha tenido inclinaciones pasajeras parecidas, pero que ya no puede participar de mis cosas como amigo de los jóvenes, por mucho que se esfuerce. Todas estas cosas han hecho que, salvo a mi diario y alguna que otra vez a Margot, nunca le contara a nadie mis filosofías y mis teorías bien meditadas. A papá siempre le he ocultado todas mis emociones, nunca he dejado que compartiera mis ideales, y a sabiendas he creado una distancia entre nosotros. No podía hacer otra cosa, he obrado totalmente de acuerdo con lo que sentía, de manera egoísta quizá, pero de un modo que favoreciera mi tranquilidad. Porque la tranquilidad y la confianza en mí misma que he alcanzado de forma tan vacilante, las perdería completamente si ahora tuviera que soportar que me criticaran mi labor a medio terminar. Y eso no lo puedo hacer ni por Pim, por más crudo que suene, porque no solo no he compartido con Pim mi vida interior, sino que a menudo mi susceptibilidad le provoca un rechazo cada vez mayor.

Es un tema que me da mucho que pensar: ¿por qué será que a veces Pim me irrita tanto? Que casi no puedo estudiar con él, que sus múltiples mimos me parecen fingidos, que quiero estar tranquila y preferiría que me dejara en paz, hasta que me sintiera un poco más segura frente a él. Porque me sigue carcomiendo el reproche por la carta tan mezquina que tuve la osadía de escribirle aquella vez que estaba tan exaltada. ¡Ay, qué difícil es ser realmente fuerte y valerosa por los cuatro costados!

Sin embargo, no ha sido esa la causa de mi mayor decepción, no, mucho más que por papá me devano los sesos por Peter. Sé muy bien que he sido yo quien le ha conquistado a él, y no a la inversa, me he forjado de él una imagen de ensueño, le veía como a un chico callado, sensible, bueno, muy necesitado de cariño y amistad. Yo necesitaba expresarme alguna vez con una persona viva. Quería tener un amigo que me pusiera otra vez en camino, acabé la difícil tarea y poco a poco hice que él se volviera hacia mí. Cuando por fin había logrado que tuviera sentimientos de amistad para conmigo, sin querer llegamos a las intimidades que ahora, pensándolo bien, me parecen fuera de lugar. Hablamos de las cosas más ocultas, pero hasta ahora hemos callado las que me pesaban y aún me pesan en el corazón. Todavía no sé cómo tomar a Peter. ¿Es superficialidad o timidez lo que lo detiene, incluso frente a mí? Pero dejando eso de lado, he cometido un gran error al excluir cualquier otra posibilidad de tener una amistad con él, y al acercarme a él a través de las intimidades. Está ansioso de amor y me quiere cada día más, lo noto muy bien. Nuestros encuentros le satisfacen, a mí solo me producen el deseo de volver a intentarlo una y otra vez con él y de no tocar nunca los temas que tanto me gustaría sacar a la luz. He atraído a Peter hacia mí a la fuerza, mucho más de lo que él se imagina, y ahora él se aferra a mí y de momento no veo ningún medio eficaz para separarlo de mí y hacer que vuelva a valerse por sí mismo. Es que desde que me di cuenta, muy al principio, de que él no podía ser el amigo que yo me imaginaba, me he empeñado para que al menos superara su mediocridad y se hiciera más grande aun siendo joven.

«Porque en su base más profunda, la juventud es más solitaria que la vejez». Esta frase se me ha quedado grabada de algún libro y me ha parecido una gran verdad. ¿De verdad es cierto que los mayores aquí lo tienen más difícil que los jóvenes? No, de ninguna manera. Las personas mayores tienen su opinión formada sobre todas las cosas y ya no vacilan ante sus actos en la vida. A los jóvenes nos resulta doblemente difícil conservar nuestras opiniones en unos tiempos en los que se destruye y se aplasta cualquier idealismo, en los que la gente deja ver su lado más desdeñable, en los que se duda de la verdad y de la justicia y de Dios.

Quien así y todo sostiene que aquí, en la Casa de atrás, los mayores lo tienen mucho más difícil, seguramente no se da cuenta de que a nosotros los problemas se nos vienen encima en mucha mayor proporción. Problemas para los que tal vez seamos demasiado jóvenes, pero que igual acaban por imponérsenos, hasta que al cabo de mucho tiempo creemos haber encontrado una solución, que luego resulta ser incompatible con los hechos, que la hacen rodar por el suelo. Ahí está lo difícil de estos tiempos: la terrible realidad ataca y aniquila totalmente los ideales, los sueños y las esperanzas en cuanto se presentan. Es un milagro que todavía no haya renunciado a todas mis esperanzas, porque parecen absurdas e irrealizables. Sin embargo, sigo aferrándome a ellas, pese a todo, porque sigo creyendo en la bondad interna de los hombres.

Me es absolutamente imposible construir cualquier cosa sobre la base de la muerte, la desgracia y la confusión. Veo cómo el mundo se va convirtiendo poco a poco en un desierto, oigo cada vez más fuerte el trueno que se avecina y que nos matará, comparto el dolor de millones de personas, y sin embargo, cuando me pongo a mirar el cielo, pienso que todo cambiará para bien, que esta crueldad también acabará, que la paz y la tranquilidad volverán a reinar en el orden mundial. Mientras tanto tendré que mantener bien altos mis ideales, tal vez en los tiempos venideros aún se puedan llevar a la práctica…

Tu Ana M. Frank.

Viernes, 21 de julio de 1944.

Querida Kitty:

¡Me han vuelto las esperanzas, por fin las cosas resultan! ¡Sí, de verdad, todo marcha viento en popa! ¡Noticias bomba! Ha habido un atentado contra Hitler y esta vez no han sido los comunistas judíos o los capitalistas ingleses, sino un germanísimo general alemán, que es conde y joven además. La «divina providencia» le ha salvado la vida al Führer, y por desgracia solo ha sufrido unos rasguños y quemaduras. Algunos de sus oficiales y generales más allegados han resultado muertos o heridos. El autor principal del atentado ha sido fusilado.

Sin duda es la mejor prueba de que muchos oficiales y generales están hartos de la guerra y querrían que Hitler se fuera al otro barrio, para luego fundar una dictadura militar, firmar la paz con los aliados, armarse de nuevo y empezar una nueva guerra después de una veintena de años. Tal vez la providencia se haya demorado un poco aposta en quitarlo de en medio, porque para los aliados es mucho más sencillo y económico que los inmaculados germanos se maten entre ellos, así a los rusos y los ingleses les queda menos trabajo por hacer y pueden empezar antes a reconstruir las ciudades de sus propios países. Pero todavía falta para eso, y no quisiera adelantarme a esos gloriosos acontecimientos. Sin embargo, te darás cuenta de que lo que digo es la pura verdad y nada más que la verdad. A modo de excepción, por una vez dejo de darte la lata con mis charlas sobre nobles ideales.

Además, Hitler ha sido tan amable de comunicarle a su leal y querido pueblo que, a partir de hoy, todos los militares tienen que obedecer las órdenes de la Gestapo y que todo soldado que sepa que su comandante ha tenido participación en el cobarde y miserable atentado tiene permiso de meterle un balazo.

¡Menudo cirio se va a armar! Imagínate que a Pepito de los Palotes le duelan los pies de tanto caminar, y su jefe el oficial le grita. Pepito coge su escopeta y exclama: «Tú querías matar al Führer, ¡aquí tienes tu merecido!». Le pega un tiro y el jefe mandón, que ha osado regañar a Pepito, pasa a mejor vida (¿o a mejor muerte?). Al final, el asunto va a ser que los señores oficiales van a hacérselo encima de miedo cuando se topen con un soldado o cuando tengan que impartir órdenes en alguna parte, porque los soldados tendrán más autoridad y poder que ellos.

¿Me sigues, o me he ido por las ramas? ¡No lo puedo remediar, estoy demasiado contenta como para ser coherente, si pienso en que tal vez en octubre ya podré ocupar nuevamente mi lugar en las aulas! ¡Ayayay!, ¿acaso no acabo de decir que no me quiero precipitar? Perdóname, no por nada tengo fama de ser un manojo de contradicciones…

Tu Ana M. Frank.

Martes, 1 de agosto de 1944.

Querida Kitty:

«Un manojo de contradicciones» es la última frase de mi última carta y la primera de esta. «Un manojo de contradicciones», ¿serías capaz de explicarme lo que significa? ¿Qué significa contradicción? Como tantas otras palabras, tiene dos significados, contradicción por fuera y contradicción por dentro. Lo primero es sencillamente no conformarse con la opinión de los demás, pretender saber más que los demás, tener la última palabra, en fin, todas las cualidades desagradables por las que se me conoce, y lo segundo, que no es por lo que se me conoce, es mi propio secreto.

Ya te he contado alguna vez que mi alma está dividida en dos, como si dijéramos. En una de esas dos partes reside mi alegría extrovertida, mis bromas y risas, mi alegría de vivir y sobre todo el no tomarme las cosas a la tremenda. Eso también incluye el no ver nada malo en las coqueterías, en un beso, un abrazo, una broma indecente. Ese lado está generalmente al acecho y desplaza al otro, mucho más bonito, más puro y más profundo. ¿Verdad que nadie conoce el lado bonito de Ana, y que por eso a muchos no les caigo bien? Es cierto que soy un payaso divertido por una tarde, y luego durante un mes todos están de mí hasta las narices. En realidad soy lo mismo que una película de amor para los intelectuales: simplemente una distracción, una diversión por una vez, algo para olvidar rápidamente, algo que no está mal pero que menos aún está bien. Es muy desagradable para mí tener que contártelo, pero ¿por qué no habría de hacerlo, si sé que es la pura verdad? Mi lado más ligero y superficial siempre le ganará al más profundo, y por eso siempre vencerá. No te puedes hacer una idea de cuántas veces he intentado empujar a esta Ana, que solo es la mitad de todo lo que lleva ese nombre, de golpearla, de esconderla, pero no lo logro y yo misma sé por qué no puede ser.

Tengo mucho miedo de que todos los que me conocen tal y como siempre soy descubran que tengo otro lado, un lado mejor y más bonito. Tengo miedo de que se burlen de mí, de que me encuentren ridícula, sentimental y de que no me tomen en serio. Estoy acostumbrada a que no me tomen en serio, pero solo la Ana «ligera» está acostumbrada a ello y lo puede soportar, la Ana de mayor «peso» es demasiado débil. Cuando de verdad logro alguna vez con gran esfuerzo que suba a escena la auténtica Ana durante quince minutos, se encoge como una mimosa sensitiva[46] en cuanto le toca decir algo, cediéndole la palabra a la primera Ana y desapareciendo antes de que me pueda dar cuenta. O sea, que la Ana buena no se ha mostrado nunca, ni una sola vez, en sociedad, pero cuando estoy sola casi siempre lleva la voz cantante. Sé perfectamente cómo me gustaría ser y cómo soy… por dentro, pero lamentablemente solo yo pienso que soy así. Y esa quizá sea, no, seguramente es, la causa de que yo misma me considere una persona feliz por dentro, y de que la gente me considere una persona feliz por fuera. Por dentro, la auténtica Ana me indica el camino, pero por fuera no soy más que una cabrita exaltada que trata de soltarse de las ataduras.

Como ya te he dicho, siento las cosas de modo distinto a cuando las digo, y por eso tengo fama de correr detrás de los chicos, de coquetear, de ser una sabihonda y de leer novelitas de poca monta. La Ana alegre lo toma a risa, replica con insolencia, se encoge de hombros, hace como si no le importara, pero no es cierto: la reacción de la Ana callada es totalmente opuesta. Si soy sincera de verdad, te confieso que me afecta, y que hago un esfuerzo enorme para ser de otra manera, pero que una y otra vez sucumbo a ejércitos más fuertes.

Dentro de mí oigo un sollozo: «Ya ves lo que has conseguido: malas opiniones, caras burlonas y molestas, gente que te considera antipática, y todo ello solo por no querer hacer caso de los buenos consejos de tu propio lado mejor». ¡Ay, cómo me gustaría hacerle caso, pero no puedo! Cuando estoy callada y seria, todos piensan que es una nueva comedia, y entonces tengo que salir del paso con una broma, y para qué hablar de mi propia familia, que enseguida se piensa que estoy enferma, y me hacen tragar píldoras para el dolor de cabeza y calmantes, me palpan el cuello y la sien para ver si tengo fiebre, me preguntan si estoy estreñida y me critican cuando estoy de mal humor, y yo no lo aguanto; cuando se fijan tanto en mí, primero me pongo arisca, luego triste y, al final, termino volviendo mi corazón, con el lado malo hacia fuera y el bueno hacia dentro, buscando siempre la manera de ser como de verdad me gustaría ser y como podría ser… si no hubiera otra gente en este mundo.

Tu Ana M. Frank.

Aquí termina el diario de Ana.