El Sr. Arenas, con el ceño fruncido y su mal humor habitual, se conectó a un extraño aparato parecido a una estación de radio, con la diferencia de que esta era totalmente transparente. Después de teclear varios símbolos extraños habló en un raro idioma.
—¿Me recibes, Prime Uno?
Unos ruidos precedieron a la respuesta.
—¡Por el «Gran Artífice»! —dijo una voz en su mismo lenguaje.
—¡Por el «Gran Artífice»! —respondió el Sr. Arenas.
—¿Tienes noticias sobre el hijo de los Mayores?
—Sí, tengo buenas noticias. Como pensábamos, está aquí, al amparo de la mujer que es su contacto en Terra.
—¿Estás seguro?
—¡El muy imprudente ha osado bajar con su nave para ayudar a los habitantes de esta población y librarles de una invasión de «vixos»!
—¡Perfecto, Prime Dos! Lástima que los «vixos» no hayan triunfado; para nosotros hubiera sido muy positivo que Terra hubiera quedado derrotada. ¿Crees que será fácil prepararle una trampa?
El Sr. Arenas soltó una risita que podía helarle la sangre a cualquiera.
—¡Muy fácil, Prime Uno! —el Sr. Arenas emitió una inquietante risita que hubiera helado la sangre a quien la hubiera escuchado—. ¡Tiene unos amigos por los que se preocupa, y sé quiénes son! ¡Les utilizaremos como cebo para atraparle! ¡Además, a uno de ellos le tengo muy cerca del habitáculo que ocupo!
—¡Excelente, Prime Dos! ¡Tienes nuestro permiso para actuar como creas conveniente; mientras, un destacamento de nuestras tropas ya está en camino! ¡Éxito por el «Gran Artífice»!
—¡Éxito por el «Gran Artífice»! —repitió el Sr. Arenas. Cortó la comunicación, y se frotó las manos impaciente—. ¡Ya eres mío, Dael! —dijo en voz alta—. ¡Tú y tu familia seréis derrotados por la eterna sabiduría del «Gran Artífice»! Y soltó una carcajada que rezumaba maldad.
¿FIN?