EPÍLOGO 1

Manuel Cartín era un hombre solitario, siempre lo había sido. Trabajaba de conductor en el ferrocarril, y a nadie le extrañaba su comportamiento huraño. Vivía en la ciudad, y acostumbraba a hacer el recorrido a Calablanca, entre otros, bastante a menudo. Era hombre poco hablador, no tenía amigos ni familia. Por eso, cuando unos días antes notó una punzada en su nuca, y quedó a merced del «vixo» que le había atrapado, nadie notó ninguna diferencia en su actitud.

El «vixo» sabía que se había quedado solo, en inferioridad de condiciones. Sin la señal amplificadora de la sonda, no podía comunicarse con su especie, que seguramente vagaba por el infinito, muy lejos de allí. Por eso tomó la decisión de disimular su presencia, y esperar a alimentarse con la energía de aquel humano hasta que pudiera multiplicarse y así poder empezar la invasión de nuevo. Pasaría tiempo, mucho tiempo, hasta que fueran suficientes para intentarlo de nuevo; pero con paciencia lo lograría, y podría vengarse de aquellos cachorros humanos que les habían derrotado de manera tan humillante cuando parecía que la invasión de aquel planeta, lleno de seres rebosantes de suculenta energía, iba a ser un gran triunfo que les hubiera permitido alimentarse durante mucho tiempo, y multiplicarse miles de millones de veces para poder así ir a conquistar más mundos.

Manuel Cartín puso en marcha el tren y sonrió con maldad: ¡Ya verían esos terrícolas lo cruel que podía ser la venganza de un «Vixo»!