Se presenta Úrsula
Los chicos se miraron a través de la lluvia. ¡Aquella mujer debía ser Úrsula!
Gabi se encogió de hombros, miró a los demás, que con un leve movimiento afirmativo con la cabeza, le dieron a entender que sería mejor hacer caso de la recomendación. De hecho, ¿no era eso a lo que habían venido?
Siguieron a la mujer por entre la maleza durante unos cien metros más o menos, hasta que por fin llegaron a la pequeña casa marrón que tan infructuosamente habían estado buscando.
La mujer abrió la puerta y les franqueó la entrada.
—¡Pasad y dadme los impermeables, que los tenderé en el baño antes de que me chorreen todo el piso! —ordenó—. ¡Os traeré toallas limpias para que os sequéis el pelo, o vais a coger una pulmonía! ¡Mayo es un mes traicionero!
En el mismo y pequeño espacio del recibidor, Max, Ada y Lore se despojaron de aquella prenda que, pese a su específica función, no había impedido que muchas partes de su cuerpo quedaran empapadas. También Gabi le entregó a su anfitriona el añejo paraguas. Úrsula lo recogió todo y se dirigió hacia lo que debía ser el baño, dejando un abundante rastro de gotas tras de sí.
—¡Pasad al salón, enseguida estoy con vosotros! —dijo la supuesta bruja.
Los chicos obedecieron, y pasaron a un pequeño salón lleno de estanterías rebosantes de libros que compartían, o más bien se disputaban, el reducido espacio con múltiples figuritas extrañas; algunas bastante inquietantes.
Las partes en que la pared quedaba libre de estantes estaban cubiertas de cuadros que representaban imágenes de distintas deidades. En el centro de la estancia se podía ver una mesa, enterrada bajo una gran cantidad de libros y papeles amarillentos, amontonados tanto en su superficie como en las sillas o en el suelo. En un lado del salón, sobrevivían dos sofás dispuestos en ángulo, más dos sillones que debían tener un montón de años o más, y que, al parecer, servían de habitáculo a una abundante familia de gatos que reposaban en ellos, indiferentes a todo lo que sucedía a su alrededor. Situada en el centro de las butacas, para poder acceder a ella fácilmente, había una vieja mesita de café excepcional y sorprendentemente limpia, sin nada en su superficie que impidiera admirar el excelente trabajo artesanal de quien la había construido.
La casa olía a incienso, o a algo parecido. Los cuatro amigos estaban embelesados mirándolo todo con asombro. ¡Era el caos hecho casa!
La mujer regresó con cuatro pequeñas toallas de distintos colores, impregnadas con aroma a suavizante. Les dio una a cada uno, y se dirigió al sofá.
—¡Fuera, fuera, dejad sentarse a mis invitados! —dijo, espantando a los gatos de sus mullidos lechos—. ¡Groucho,Zeppo! ¡No seáis malos y dejad sitio a mis huéspedes! —los felinos, con cara de fastidio, saltaron al suelo, donde la mayoría estiró las patas desperezando los músculos, para después empezar el ritual de lamerse durante un buen rato. Úrsula se dirigió a los chicos, que mantenían una actitud prudente—. Sentaos, enseguida os traeré una deliciosa taza de chocolate caliente recién hecho que os estaba preparando —sonrió maliciosamente—. ¡Ya veis que estaba esperando vuestra llegada, y al ver que tardabais he tenido que salir a buscaros! —observó la reacción de los jóvenes, que intentaban que no se reflejara ninguna expresión en su cara que pudiera delatar lo inquietos que estaban.
Un tanto cohibidos y algo a la defensiva, se acomodaron tímidamente en los sofás; Lore y Gabi en uno, y Ada y Max en el otro.
Ahora la podían ver bien: era una mujer de pelo claro, largo, ondulado y muy alborotado, que en otras épocas debió ser rubio; pero ahora las mechas blancas y grises iban ganando terreno. Algo rechoncha, con ojos saltones y sonrisa contagiosa. Debía estar cerca de la sesentena, año más, año menos; pero aún vestía como una auténtica hippy de los sesenta, con una blusa de arrugada tela india de color blanco, y una larga falda llena de flores sobre un fondo negro. No era una mujer muy alta, pero su mirada imponía.
Los gatos poco a poco se fueron dispersando, buscando entre los libros nuevos lechos donde aposentarse. Al poco rato, todos volvieron a dormirse en su nuevo camastro improvisado, excepto uno de color blanco con manchas negras que se quedó inmóvil, sentado en el suelo y mirando fijamente a una esquina de la sala.
Lore fue la que rompió el hielo:
—Eres Úrsula, ¿verdad? —preguntó.
—¿Y quién quieres que sea si no? —respondió riendo ella—. ¿La bruja de Blancanieves… o prefieres la de Popeye?
—¿Has dicho que nos esperabas? —era Ada, todavía algo impresionada por la aparición de la mujer bajo la lluvia—. ¿Ya sabías que íbamos a venir?
—¡Claro! ¿No soy una bruja? —rio Úrsula, que demostraba gozar de un excelente humor—. ¡Ahora vengo, el chocolate me está llamando! ¿No lo oís?
Ninguno de los chicos habló mientras ella iba a la cocina; sólo se cruzaron miradas que dejaban entender que no acababan de ver muy claro que aquella mujer pudiera ayudarles. Úrsula regresó con una bandeja que contenía cinco humeantes tazones rebosantes de chocolate caliente, que desprendía un aroma que hizo babear a Max, y un plato repleto de grandes galletas caseras de mantequilla. Todos empezaron a degustar el delicioso brebaje y las exquisitas galletas que la misma Úrsula había horneado. No sabían si era buena preparando pócimas; pero de momento había demostrado que, como alquimista de la cocina, era excelente.
Ada, que se había percatado de la actitud del gato blanco y negro, que seguía con la mirada fija en el mismo rincón, preguntó:
—¿Por qué ese gato se queda allí mirando como si hubiera algo?
Úrsula dirigió la vista hacia el animal.
—¿Te refieres a Harpo? ¡Seguramente estará viendo a mi padre, que le estará diciendo cosas! —respondió la bruja, como sin querer darle importancia—. ¡Siempre anda por aquí!
Lore preguntó asustada:
—¿Tu padre…? Pero tu padre… ¿no está…?
Úrsula soltó una carcajada:
—¡Quieres decir que está muerto! ¿No? —miró fijamente a la niña. Lore, cohibida, asintió con la cabeza. Úrsula continuó—: ¿No sabes que los gatos pueden ver a los espíritus? ¡Por eso las brujas siempre tenemos uno o varios de estos animalitos, nos avisan de la presencia de seres del más allá, y ahuyentan a las fuerzas malignas…! —puso una voz susurrante al decir esto, seguido de una nueva carcajada que arrancó al ver cómo los cuatro jóvenes miraban alterados a su alrededor—. Yo, ahora mismo, tengo nueve gatitos: Groucho, Chico, Zeppo, Harpo, Gummo, Lycorice, Maddy, Janis y Perla[1]. Ellos me tienen al corriente de todas las visitas del «otro lado» que vienen a verme, y me advierten de si son malignos o no…
—¿Tú puedes ver a los espíritus? —preguntó Lore, algo inquieta y asombrada.
—¡Hija mía —respondió la bruja—, no te creerías lo que puedo llegar a ver! —y volvió a reír de nuevo. Tenía una risa aguda y contagiosa que le quitaba el aura de misterio que en un principio parecía tener. Cuando paró de reír, la mujer, aclarándose la garganta, preguntó—: Bueno, volviendo a lo que nos ocupa… ¡Ahora vosotros tenéis que contarme qué os ha empujado a venir hasta mi casa! —puso voz de ultratumba abriendo mucho los ojos—: ¡A la casa de la bruja Úrsula! —y de nuevo soltó una carcajada.
Gabi, aparentemente recuperado de la impresión, decidió ser quien tomara la palabra:
—Creemos que en el pueblo están pasando cosas raras… cosas extrañas que se escapan a nuestra comprensión.
—¡Cosas del todo inexplicables! —puntualizó Ada—. La gente se comporta de forma muy extraña… se duermen sin más… novan a trabajar… —bajó la cabeza para que no vieran que se le habían humedecido los ojos—. …mi padre es uno de ellos.
Úrsula, ya seria, escuchaba atenta, sin manifestar ningún tipo de burla ni desinterés, tal como seguramente hubiera hecho cualquiera: se la notaba muy receptiva e intrigada.
—¿Y desde cuándo habéis notado eso? —preguntó con auténtico interés, mientras sorbía de su taza.
Ada, con los ojos algo enrojecidos, relató con todo detalle lo sucedido aquel pasado miércoles por la noche en su casa, y que, para ella y sus amigos, significaba el primer indicio de la anomalía o, como dirían los expertos: «el primer caso registrado». Luego, entre los cuatro y de forma un tanto atropellada, le fueron desgranando todo lo que, desde aquel día, habían ido viendo y notando por todo el pueblo.
Una vez finalizada su exposición, Úrsula se quedó pensativa unos instantes, acariciando la taza caliente que aún sostenía entre sus manos.
—La verdad —dijo al fin, suspirando—, es que llevo unos días notando algo en el ambiente y en mis huesos, algo que antes no estaba… como una fuerza maligna que hace vibrar el aire y que ha hecho enmudecer a grillos y pájaros… pero aún no he podido averiguar qué es ni de dónde viene —regresó a su ensimismamiento unos instantes más, mientras sorbía de nuevo lentamente el espeso cacao—. Tal vez… —empezó a decir, pero, pensándoselo mejor y por la razón que fuera, decidió no terminar la frase, regresando a su estado de absorto mutismo.
Ada, sin poder reprimir su impaciencia, y no pudiendo soportar aquel silencio expectante por la urgente necesidad de respuestas que tenía, se atrevió a preguntar, interrumpiendo las cábalas que Úrsula pudiera estar haciendo en aquel momento:
—¿Sabes de qué puede tratarse? ¡Necesito saber que mi padre se pondrá bien! —imploró.
Úrsula la miró con dulzura y le acarició cariñosamente el mentón, a la vez que le decía:
—Hija, te prometo que haré todo lo que esté en mi mano para ayudar a tu padre y a todos los demás. ¡Y la promesa de una bruja es sagrada! ¿A que no sabíais eso? —les miró sonriendo de nuevo, seguramente para relajar la tensión que notaba en los chicos.
Max, que no había dejado de estar impresionado por encontrarse frente a una hechicera de verdad, le preguntó impulsivo:
—¿Existe algún conjuro que se pueda usar en esos casos? ¡Seguro que lo hay! —y como aquel que no quiere la cosa se apropió de dos galletas, a tal velocidad que cualquiera podría haber dicho que habían desaparecido.
—¡Es posible, no podría asegurar lo contrario! —le contestó la bruja con toda sinceridad—. Pero tendré que buscarlo… consultar montones de libros… —dejó la taza sobre la mesita y, frotándose las manos, decidió desviar el tema—: ¿Y cómo es que habéis llegado hasta mí? ¿Quién os ha hablado de la bruja Úrsula? —parecía divertida al pensar que alguien en el pueblo les hubiera podido aconsejar que la visitaran.
Lore fue la encargada de contarle con todo detalle su experiencia con la ouija. Úrsula se puso en pie gritando furiosa, agitando los brazos:
—¡Nunca, nunca jamás debéis hacer eso, insensatos! ¿No sabéis qué monstruosidades podéis liberar con un acto así? —su afabilidad y dulzura se habían transformado en ira, y los chicos se sobresaltaron ante tal repentino y agresivo cambio—. ¡No debéis hacer eso! —les advirtió, fuera de sí—. ¡Jugáis con fuerzas que no comprendéis, que se os pueden descontrolar y haceros mucho daño! ¡Hay muchísimos espíritus malos a la espera de encontrar una rendija entre los dos planos para acceder al nuestro, y la ouija abre las puertas! ¡¡Las puertas!! ¿¡Entendéis!? ¡No deben abrirse las puertas entre los dos mundos! ¡Nunca! ¡Prometedme que no volveréis a jugar con eso! ¡Prometédmelo!
Los cuatro amigos se miraron y asintieron, algo cohibidos. Ya les habían avisado antes de que aquello de la ouija podía resultar arriesgado; pero como nunca habían experimentado ninguna situación desagradable y mucho menos peligrosa, pensaban que todo eran supercherías sin fundamento hechas por supersticiosos e ignorantes en la materia que habían visto demasiadas películas de «serie B». Además, a Lore y a Ada les parecía de lo más emocionante practicarlo; lo suficiente como para haber hecho oídos sordos a las múltiples advertencias que les habían hecho adultos y no tan adultos.
—¡Tuvisteis suerte! —continuó Úrsula, calmándose de nuevo y recuperando su anterior humor, cosa que hizo que los chicos suspiraran aliviados. Pero por otra parte, pensaron, era una bruja; y además alguien a quien los del pueblo intentaban evitar, no sería extraño que tal vez fuera por esos repentinos cambios de humor por lo que la gente de Calablanca la consideraba loca. Úrsula suspiró profundamente, como queriendo expulsar su mal humor; luego dijo—: Seguramente invocasteis al espíritu que teníais más cerca y apareció «Jonás». Ese siempre ronda por Calablanca, ¡a menudo tenemos largas conversaciones él y yo! ¡Vaya uno ese Jonás!
—¿Jonás? —inquirió Lore—. ¿Hablas con espíritus?
Úrsula soltó una carcajada; ya no quedaba rastro de su anterior arrebato:
—¡Bueno! ¿Es que aún no te crees que sea una bruja? ¡Claro que hablo con espíritus… a veces! Pero Jonás es con quien más mantengo contacto. Es ya un viejo conocido. ¡Incluso a veces jugamos al ajedrez… bueno, mejor dicho, él pierde al ajedrez! —y soltó otra carcajada.
—¿Quién era… o quién fue? —se interesó Ada.
Úrsula recogió de nuevo su taza, que aún contenía un dedo de chocolate.
—Era un pescador que vivía en Calablanca. Al parecer fue fusilado por las tropas franquistas durante la guerra civil, y se resiste a abandonar lo que le arrebataron tan tempranamente. Sólo tenía veinte años cuando le asesinaron… —de un sorbo, Úrsula apuró el espeso contenido de la taza—. Pero no todos son como él. Alguna vez he podido contactar con «Ubu», que es un espíritu vengativo: odia a los vivos y, si tiene oportunidad, no duda en hacerles daño, provocando todo tipo de accidentes.
—¿Y qué hay de lo que te hemos contado? —Max quería retomar el tema central de la visita—. ¿Qué piensas hacer? ¿Y si se trata de ese «Ubu» o de otro como él?
Úrsula suspiró de nuevo:
—¡Ahora no puedo deciros nada! —admitió Úrsula—. Esta noche intentaré averiguar alguna cosa… consultaré con mis «conocidos» del otro lado…
—¿En el más allá? —a Lore se le abrieron los ojos como platos cuando hizo esta pregunta.
—¡Algo así! —respondió la bruja, sonriéndole—. Si averiguo alguna cosa, ya me pondré en contacto con vosotros.
—¿Cómo lo harás? —quiso saber Gabi—. ¿Quieres que te dejemos nuestros teléfonos?
Úrsula volvió a reír.
—¡No hace falta, sé muy bien quiénes sois! —dijo con voz grave, a la vez que guiñaba un ojo—. ¡Recordad que soy una bruja!
La mujer se levantó del sillón y miró por la ventana. El cielo se estaba abriendo, y las nubes se despejaban empujadas por el sol. El rumor de los truenos sonaba ya muy lejano.
—¡Parece que saldrá el arco iris! —anunció Úrsula, aliviada—. Ya podéis regresar a vuestras casas… o donde sea que vayáis. —Fue a recoger los impermeables y el paraguas de los chicos.
Se levantaron un poco decepcionados por no haber sacado nada en claro de ese encuentro. Al menos, Max se sentía satisfecho con la taza de aquel delicioso cacao y la gran cantidad de galletas que se había zampado. «Algo es algo», pensó.
Entonces, cuando Úrsula, una vez devueltos los impermeables y el paraguas, les estaba abriendo la puerta para dejarles salir, miró súbitamente a su alrededor, fijando la vista en una serie de collares, amuletos y gargantillas que había sobre una de las abarrotadas estanterías.
—¡Esperad, hay un objeto que me está llamando! —se dirigió con presteza hacia uno de esos amuletos, recogiéndolo con cuidado para entregárselo a los chicos—. Esto que veis, es «El ojo» —dijo con solemnidad—. Tiene un poder especial, pero no sé exactamente cuál, por lo que no puedo deciros exactamente cómo funciona. Me fue entregado hace muchos años por alguien que no tuvo tiempo de explicarme su uso con detalle; pero intuyo, y mi intuición nunca falla, que tiene relación directa con casos parecidos al que me habéis contado… su antiguo propietario me dijo que con él se podían «ver» cosas que los humanos no podemos percibir… pero ahora no recuerdo si primero había que hacer algún conjuro o no… —hizo un movimiento de negación con la cabeza—. ¡Me hago vieja y me falla la memoria, y de eso hace ya tanto, tanto tiempo…! ¡Ya me había olvidado de él! ¡Si podéis averiguar cómo funciona y para qué, quien sabe, tal vez pueda ayudaros! Aunque no garantizo nada… algo en mi percepción extrasensorial me dice que os va a ser útil… la misma percepción que me ha hecho recordar repentinamente la existencia de «El Ojo».
Gabi recogió con respeto el colgante de la mano de Úrsula. Era un cristal plano de color ocre, del tamaño de una galleta y de forma redondeada pero irregular, como si se hubiera roto hacía muchísimo tiempo y, poco a poco, los cantos se hubieran ido puliendo. Estaba sujeto a una fina correa de piel que lo traspasaba a través de un pequeño agujero que, este sí, era perfectamente circular. Gabi se lo colgó en el cuello, consciente de la responsabilidad que eso podría suponer.
—¡Gracias! —le dijo. Aunque seguía sin estar muy convencido de la autenticidad de aquella bruja, una parte de él le decía que de momento siguiera sus indicaciones.
Se despidieron de Úrsula y salieron, sin dirigirse ni una palabra entre ellos hasta que ya estuvieron bastante alejados de la casa.
Lore miraba el colgante que lucía su hermano.
—¿Crees que servirá de algo? —interrogó.
Ada se adelantó a la respuesta de Gabi:
—¡Pues claro! ¡Si nos lo ha dado es por algo…! —creía ciegamente en Úrsula, al contrario que los demás, que tenían muchas dudas al respecto—. ¡Sólo hay que averiguar cómo funciona! Ya sabéis que las brujas, los magos y toda esa gente nunca lo dicen todo, hablan con enigmas que uno debe descifrar si se quiere llegar a alguna conclusión. Por lo tanto, creo que ella, en realidad, ha querido decir que más o menos sabe o puede imaginarse lo que ocurre, pero no está segura; y si lo que sucede es lo que ella piensa que puede ser, este amuleto podrá ayudarnos.
—¡Ya veremos! —dijo Max, mostrando cierto escepticismo hacia la enrevesada exposición de su amiga.
Sin cesar de comentar la utilidad o no del amuleto, se dirigieron de nuevo hacia el espigón.
Cuando ya se habían alejado unos cuantos metros, las ramas de unos matorrales se movieron levemente a sus espaldas. Una furtiva silueta se escondía detrás de los arbustos que rodeaban la casa de Úrsula. Alguien empezó a seguirles, guardando una prudente distancia para no ser descubierto.