Paisaje después del temporal
Calablanca fue poco a poco recobrando la normalidad. Sus habitantes regresaron a su rutina. Algunos mantenían un recuerdo borroso de todo lo sucedido; otros no recordaban absolutamente nada. Todo quedaba en función del tiempo que habían permanecido poseídos. Para ellos fue como si despertaran después de haber estado varios días enfermos y con fiebres muy altas.
Los comercios volvieron a abrir sus puertas, y los estudiantes pudieron continuar sus clases con toda normalidad una vez todos los profesores acudieron a su trabajo. Hubo algunos alumnos que comentaron que, en los últimos días, sus padres se habían comportado de manera extraña; incluso algunos, pocos, aseguraban haber visto un O. V. N. I. el día anterior. Pero, naturalmente, nadie se los tomaba demasiado en serio. Ninguno de nuestros cuatro amigos contó a nadie nada de lo que habían vivido, tan sólo se dirigían miradas de complicidad entre ellos cuando escuchaban algún comentario al respecto.
Max comprobó que el Sr. Arenas seguía siendo igual de misterioso, y pudo al fin volver a comprar sus «chuches» preferidas en el súper que regentaba la Mari; y claro está, esta se comportó como siempre. Era de las personas que no recordaba nada, pero hacía broma acerca de que se había encontrado de pronto en medio del campo sin saber que hacía allí.«¡Me estaré haciendo vieja!», había comentado. Max, que abonó el importe de las «chuches» que se había llevado días antes diciéndole a la cajera que se lo debía «del otro día», reforzó esa sensación que tenía la pobre mujer, de que estaba perdiendo la memoria. «Tendré que ir al médico», comentó.
Este mismo comentario se sucedió bastante entre los que habían sido infectados por los «vixos»; pero al parecer, uno de los efectos secundarios que dejaban los parásitos era esa pérdida parcial y paulatina de recuerdos recientes.
En los días que siguieron a la derrota de los «vixos», «Kirk» apareció de pronto en casa de Gabi y Lore, seguramente teleportado por el areniano; aunque este no se dejó ver, cosa que extrañó bastante a sus amigos, que no habían tenido aún oportunidad de felicitarle ni de celebrar juntos la victoria. Incluso habían ido a ver a Úrsula para preguntarle si sabía algo de él; pero la bruja, que les invitó a uno de sus suculentos chocolates acompañado de unas deliciosas pastas de té horneadas por ella, reconoció no haber tenido noticias del areniano desde el día de autos.
Al cuarto día después de la derrota de los «vixos», los cuatro amigos iban paseando por la playa, compartiendo las golosinas que llevaba Max, cuando en una roca del espigón vieron sentado a su amigo extraterrestre. Corrieron hacia él, quien al verles se levantó sonriendo. Le abrazaron llenándole de agasajos, y agradeciéndole su inestimable ayuda.
—¿Por qué no has venido antes? —le preguntó Ada en tono de reproche. Y es que, la verdad, le había echado de menos. Dael, sin dejar de sonreír, contestó:
—Pensé que después de todo lo que había pasado, preferiríais estar más tiempo con vuestras familias… al menos eso es lo que yo hubiera querido… —ahora su sonrisa se difuminó un poco.
—¡Llegará el día en que puedas volver con los tuyos! —afirmó Max con rotundidad, al ver cuánto afectaba al chico la sola mención de sus padres.
Dael le miró sin decirle nada, sus ojos reflejaban la profunda tristeza que le embargaba. Entonces, cambiando de expresión y de tema, les preguntó:
—¿Habéis escuchado las noticias?
Todos negaron con la cabeza. La verdad era que no acostumbraban a prestarles demasiada atención ni a los periódicos, ni a los telediarios. Dael continuó:
—Pues la mayoría de canales de televisión que he interceptado desde Vedala, han hablado de un platillo volante que ha sido detectado por varios radares.
—¿Tienes televisión en la nave? —preguntó extrañada Lore.
Dael respondió sonriendo:
—Tengo un receptor que capta las ondas que se emiten en la Tierra. Aunque la mayoría de cosas que he visto hasta ahora no me han interesado en absoluto. Es más, el noventa por ciento de lo que se emite me ha parecido una soberana estupidez…
—¿Y no te encuentras muy solo en la nave? —ahora era Ada la que preguntaba.
Dael se encogió de hombros.
—¿Y dónde queréis que vaya?: Además, en Vedala tengo todo lo necesario para vivir… Y la nave tampoco es una mala compañía…
Ada insistió:
—Pero en mi casa, por ejemplo, hay una habitación, independiente del resto, que podrías utilizar… mis padres estarían encantados, y más después de saber todo lo que has hecho por nosotros…
Dael, agradecido, la miró con cariño.
—Gracias, pero creo que es mejor que siga escondido; nunca se sabe qué podría pasar…
Gabi preguntó con voz grave:
—¿Crees que los de tu planeta volverán a buscarte para hacerte prisionero?
Dael asintió.
—Estoy seguro de ello.
Ada seguía en sus trece:
—¡Razón de más para que vinieras a casa, allí pasarías más desapercibido! Diríamos que eres un pariente de fuera que ha venido a pasar una temporada con nosotros —la chica deseaba con todas sus fuerzas que Dael aceptara, para así tenerle más cerca.
Max apoyó a su amiga:
—Ada tiene razón. Así no estarías tan solo, y además podrías aprovechar para aprender muchas cosas de nuestro planeta…
Dael, viendo que no sería fácil convencerles, dijo:
—Está bien, prometo que lo pensaré —metió la mano en un bolsillo, para extraer uno de sus transparentes aparatos—. He venido, más que nada, para entregaros esto —todos miraron el poliédrico artilugio—. Es un transmisor para poder contactar conmigo… igual que el que tiene Úrsula. Quiero que tengáis uno por si acaso me necesitáis… También funciona a la inversa; así yo podré comunicarme con vosotros —les dio unas breves instrucciones sobre su uso, tanto para mandar como para recibir mensajes.
—¡Pero si vinieras a casa no haría falta ningún aparato! —observó Ada, en un nuevo intento para convencerle.
—Aunque aceptara tu invitación, gran parte del tiempo lo pasaría en la nave controlando el espacio por si vienen mis enemigos… de momento prefiero que os quedéis con el transmisor, nunca se sabe —miró a sus amigos, dichoso por haberles conocido, y a la vez orgulloso de tenerles a su lado.
Gabi le recordó que todavía tenían los trajes de vuelo, las gafas especiales y las armas que él les había entregado.
—Son para vosotros, por si algún día os hacen falta, o por si queréis perfeccionar vuestra técnica de vuelo —sonrió al decir esto, al mismo tiempo que les guiñaba un ojo—. Ahora debo irme, ya os comunicaré cuál ha sido mi decisión respecto a lo de venir a vivir con vosotros.
Se dieron un fuerte apretón de manos y, a continuación, Dael desapareció.
Los cuatro muchachos se quedaron en la playa, deseando que la decisión de su amigo fuera la que ellos esperaban y deseaban.
Estaban contentos y satisfechos por la labor bien hecha.
Max se sentía todo un héroe por haber ayudado a derrotar a los «vixos». Gabi pensaba que aquello le había hecho crecer como ser humano, y que nunca volvería a ver el mundo con los mismos ojos.
Lore, después de aquella prueba, se sentía capaz de enfrentarse a lo que fuera.
Y Ada… Ada sólo oía una voz de alarma en su interior que le repetía constantemente que los problemas no habían hecho más que empezar.