Confrontación final
La voz de Úrsula siguió sonando en el puente, y los asustados muchachos escuchaban con suma atención:
—Tenéis que aparecer en el camino que hay a unos cien metros del claro del Bosque del Sr. Mateo —y añadió—: ¡Podéis estar bien seguros que no os será nada fácil llegar hasta la sonda…!
Dael, que con los brazos cruzados sobre el pecho había adoptado una actitud serena y marcial, sugirió:
—Podríamos ir volando. Teleportarnos en el aire, a unos veinte metros de altitud. Eso nos permitiría ver la situación desde arriba, y organizar mejor nuestro… digamos, ataque. Además, así no nos podrían coger… porque en tierra estamos expuestos a ser atrapados y… bueno, no quisiera ponerme en plan negativo, pero…
Úrsula no parecía muy convencida:
—Ellos no saben volar, y tú bien sabes lo que cuesta aprender a hacerlo…
—¡Pero podría guiarles! —protestó Dael—. Tan sólo serán unos pocos metros; tampoco vamos a realizar un vuelo largo. Con que se mantengan en el aire el tiempo suficiente… ¡De otra forma, tendría que estar controlándoles todo el rato para que no les… neutralizaran! —no quería usar palabras relacionadas con la muerte para no asustarles más de lo que ya lo estaban.
Úrsula interrumpió las disquisiciones de Dael:
—Vosotros mismos… ¡Si os veis capaces de hacerlo, no hay duda de que esa sería la mejor manera!
Max pensó que por fin podría experimentar lo que era su sueño de toda la vida: volar. No como habían hecho agarrados a Dael; sino volar con total autonomía… como los superhéroes de cómic…
Gabi, en su interior, estaba seguro de que podría hacerlo sin problemas. Lore pensaba que si había que hacerlo, lo haría; mientras que la insegura Ada empezó a tener su habitual tembleque de piernas. En tan sólo un segundo pasaron por su cabeza un montón de preguntas: ¿Sabría hacerlo? ¿Se marearía? ¿Se daría un leñazo que para qué? ¿Haría el ridículo más espantoso de su vida en el momento menos oportuno…?
Mientras la atemorizada e insegura niña le daba vueltas a sus dudas, Dael le preguntaba a Úrsula de qué manera pensaba ayudarles. A lo que la bruja contestó:
—¡Vosotros no penséis en mí, yo haré todo lo que pueda! Por el momento, lo único que he conseguido es crear una espesa niebla que cubrirá vuestra llegada. Y ahora mismo estoy a punto de conseguir materializar otro conjuro que os puede ser beneficioso… pero hasta que no lo consiga, prefiero no decir nada para no infundiros falsas esperanzas. ¡Vuestro objetivo ha de ser destruir la sonda a toda costa, e intentar eliminar a todo «vixo» viviente!
—Iremos bien equipados, no te preocupes —afirmó Dael con rotundidad—. ¡Lo tengo todo controlado… o al menos eso creo!
Ahora, la voz de la bruja sonó algo menos imperativa:
—Espero y deseo que tengáis suerte… que tengamos suerte —hizo una breve pausa, y terminó—: ¡Nos veremos allí!
Todos tragaron saliva. Había llegado la hora de partir para salvar el mundo… Bueno, de momento intentarían salvar Calablanca; luego ya verían…
Dael repartió trajes de vuelo a todos, dándoles mientras lo hacía unas rápidas instrucciones acerca de su manejo, y recomendándoles que en ningún momento se alejaran mucho de él; al menos hasta que hubieran adquirido una mínima práctica que les permitiera no salir disparados por el aire y aterrizar de mala manera a cien kilómetros del lugar.
Se pusieron los trajes encima de su ropa y comprobaron, todo hay que decirlo, que les venían algo grandes; sobre todo a Ada, a quien le sobraba por todas partes: tuvo que doblar tanto las mangas como las perneras para que sus manos y pies pudieran asomar por ellas. También se percataron de que eran más pesados de lo que parecían ser a simple vista.
Unas rápidas indicaciones más por parte de Dael antes de bajar a la Tierra, para a continuación cogerse de las manos y teleportarse a su destino. Max cerró los ojos, encomendándose a todos sus héroes de ficción; cuando los volvió a abrir tuvo un sobresalto: estaba a veinte metros de altura, volando sobre un campo de viñedos y a punto de perder la orientación. Suerte que estaba fuertemente sujeto, por Dael a un lado y por Gabi en el otro; si no, hubiera salido dando volteretas en el aire sin ningún control, como un globo al deshincharse.
Dael vociferaba dando órdenes:
—¡No os mováis hasta que yo os lo diga! —y añadió—: ¡Formemos un círculo!
Lore, que estaba en un extremo y agarrada también fuertemente a la otra mano de Dael, hizo un movimiento suave para acercarse a Ada, quien, agarrada por Gabi, era la que estaba en el otro extremo. Siguiendo las instrucciones del areniano, las dos chicas pudieron poco a poco tocar primero las yemas de sus dedos para, al final, darse la mano cerrando así el círculo.
—¡Ahora —dijo Dael—, nos iremos soltando uno a uno! Recordad que cualquier movimiento más brusco de lo normal puede lanzaros a gran velocidad en cualquier dirección —se le ocurrió una mejor manera de explicarles el concepto del vuelo—: Esto es parecido a la sala de juegos de Vedala. ¿Os acordáis de lo que os dije? Imaginad que estáis nadando muy poco a poco… como… como… —no encontraba las palabras; Max salió en su ayuda:
—¡Como si fuéramos a cámara lenta!
—¡La verdad, no sé muy bien lo que quieres decir con eso de «cámara lenta» —reconoció Dael—; pero supongo que debe ser así…! —había aprendido a no menospreciar la sagacidad de Max a la hora de comprender nuevos conceptos.
Se fueron soltando, manteniéndose más o menos inmóviles en el aire, flotando, oscilando continuamente; un metro más arriba, un metro más abajo. Los cuatro amigos habían perdido todo rastro del temor inicial, su empresa no les daba la opción de tener miedo. Incluso Ada se había crecido y ahora, ya que no había más remedio, estaba totalmente dispuesta, además de volar, a cargarse a todo «vixo» que se le pusiera por delante.
—¿Vamos allá? —preguntó Dael—. ¿Tenéis todos las armas preparadas?
Asintieron tímidamente, ya que lo de «estar preparados» era un tanto exagerado. ¡Nunca lo estarían realmente! Pero yano había vuelta atrás; así que, copiando los movimientos de su amigo extraterrestre, empezaron a avanzar por el aire. Parecían una pequeña bandada de enormes y torpes pájaros, muy torpes a decir verdad. Excepto Dael, que dominaba lo de sostenerse y volar con facilidad, los demás se sentían más bien ridículos en sus esforzados intentos de seguir una línea recta; sin mucho éxito, por cierto. Continuamente tenían que rectificar el plan de vuelo utilizando los movimientos del cuerpo que Dael les había enseñado.
—Esto me recuerda una vez que fui a esquiar con mis padres y mis tíos —observó Ada—. No conseguía mantenerme de pie mucho rato, y cuando lo hacía, me iba para un lado y ¡ploff!, al suelo.
Gabi le aconsejó:
—¡Pues ahora más vale que no te vayas al suelo, o…! —señaló la altura a la que estaban.
Enfrente suyo, los campos desaparecían bajo la espesa niebla que Úrsula había creado.
—¡Hay que ponerse las gafas! —anunció Dael—. ¡Detrás de esa niebla encontraremos nuestro objetivo!
Lo de ponerse las gafas en pleno vuelo fue otro espectáculo que ninguno de ellos hubiera querido que nadie contemplara. Primero, el hecho de sacarlas del bolsillo ya supuso, para Gabi y Ada, dar un par de involuntarias volteretas hacia atrás; y Max, lanzando una maldición, descendió de golpe siete metros. Lore fue la única que se mantuvo más o menos flotando con dignidad. También extrajeron de los bolsillos sus recién adquiridas armas sónicas anti«vixos», y una vez estuvieron listos, intentaron recuperar más o menos la compostura bajo la atenta e incrédula mirada de Dael, que nunca en su vida había visto a nadie tan patoso con los trajes de vuelo. Claro que tampoco nadie, en Arenia, se los había enfundado sin antes haber recibido la instrucción adecuada; cosa que aquellos pobres chicos terrícolas no habían tenido oportunidad de hacer.
—¿Ya? —preguntó, llenándose de paciencia, Dael a Max, que todavía estaba situado un par de metros por debajo de los demás.
—¡Sí, sí! —resopló—. Ya llego… —y con un movimiento de sus manos, «nadando» hacia sus amigos, se estabilizó de nuevo, pero esta vez un par de metros por encima.
—¡Da igual! —zanjó Dael, viendo que la cosa no podía mejorar en el poco espacio de tiempo del que disponían—. Este es el plan: vosotros tenéis que procurar hacerme un hueco para que pueda llegar a la sonda y destruirla. Lo haré desde el aire; pero seguramente se habrán apilado encima de ella. Vuestra misión será lograr hacerlos salir para que yo pueda disparar sin herir a nadie. ¿Comprendido? —asintieron, no muy convencidos—. Mejor será que ataquéis por separado, cada uno por un lado, y procurad mantener siempre una distancia mínima de aproximadamente tres metros del suelo, suficiente para que los poseídos no puedan llegar hasta vosotros para agarraros… Si no, estaréis perdidos —y recalcó—: ¡Estaremos perdidos nosotros, el pueblo y vuestro planeta!
Gabi se impacientaba:
—¡Bueno!, ¿vamos o qué? —exclamó inquieto—. ¡Nos vamos a pasar el día charlando…! ¡Nuestros padres están ahí abajo, infectados por «vixos»! ¡Si queremos verles de nuevo, y que todo vuelva a ser como antes… tenemos un trabajo urgente que terminar!
Dael sonrió. Conocía muy bien el estado en que se encontraba Gabi, con la adrenalina a tope, y con muchas ganas de acabar de una vez con aquello, de lo que no podían escaquearse. En esos casos, cuanto antes se empiece, mejor.
Ada, a la que las palabras de Gabi le habían calado hondo por la mera mención de sus padres, pensó para sus adentros: «Aunque venzamos, nada volverá a ser como antes».Y, sin saber porqué, estaba más que convencida de ello.
Dael suspiró, y miró a sus amigos terrícolas para decirles:
—¡Espero poder celebrar la victoria con vosotros!
Acompañado por sus camaradas y el desmañado estilo de vuelo que les caracterizaba, empezaron a descender en lo que siendo benevolentespodría llamarse un picado, hacia la espesa niebla.
Una vez franqueada la densa capa de bruma conjurada por Úrsula, ante sus ojos y unos quince metros por debajo de ellos, apareció una inmensa multitud de personas claramente poseídas por «vixos». Habían dispuesto una férrea defensa formada por más de veinte círculos concéntricos; una serie de muros humanos dispuestos a todo para salvaguardar a cualquier coste lo que albergaban en su centro. No había ninguna duda de que allí era donde se hallaba la sonda; aunque no podían verla, ya que varias personas se amontonaban encima de ella para protegerla con su cuerpo.
Uno de los poseídos señaló hacia ellos, lanzando a la vez un espeluznante alarido gutural que les puso los pelos de punta. Toda la multitud giró la cabeza para mirar el lugar donde indicaba su colega, y esos escalofriantes gritos se fueron extendiendo a la vez que aumentaban de intensidad entre aquella turba de endemoniados.
Dael no dudó en tomar la iniciativa:
—¡Uno por cada lado! —gritó. Y con decisión se lanzó a gran velocidad, blandiendo su arma transparente a la que la luz del sol hacía lanzar intensos destellos.
Los demás se dispersaron como pudieron, buscando cada uno de ellos un flanco desde donde atacar, con la intención de empezar por el círculo exterior e ir ganando posiciones.
Lore se encargó de la parte norte, Gabi de la del este. Max por el sur, y Ada por el oeste.
Dael, desde una posición elevada, mantenía su propia guerra atacando desde el mismo centro y avanzando hacia el exterior, intentando dejar despejadas las inmediaciones de la sonda. Pero eran tantos los «vixos», que por mucho que estuviera disparando sin tregua a las personas que cubrían el dichoso artefacto, otros ocupaban su lugar de una manera inmediata y ordenada, seguramente obedeciendo a algún tipo de estrategia previamente concertada.
Max peleaba con bastantes dificultades. Le costaba un gran esfuerzo mantener un vuelo coherente y disparar al mismo tiempo. Reconocía que no estaba resultando muy eficiente en su labor, ya que pasaba la mayor parte del tiempo intentando no salir disparado dando tumbos por el aire.
Gabi lo llevaba algo mejor; pero hay que decir que tampoco era ninguna maravilla. Con dificultad, había conseguido mantenerse a una altura aproximada de unos tres metros, suficiente para que no le resultara muy difícil acertar sus disparos; pero cada dos o tres descargas salía lanzado a gran velocidad un par de metros hacia el firmamento, y tenía que volver a recuperar la distancia anterior. Eso le estaba haciendo perder efectividad.
Ada, por su parte, se mantenía a unos ocho metros, lo que no le daba precisamente ninguna ventaja a la hora de atinar en su ya precaria puntería. Eso sí, el equilibrio aéreo lo controlaba bastante bien, aunque era porque se esforzaba en no moverse más de lo necesario a la hora de apuntar y disparar. Sus rígidos movimientos la hacían parecer una autómata; una muñeca que, al apretarle un resorte, disparaba sin saber muy bien hacia dónde.
Lore era la que mejor lo llevaba de todos. Por lo que fuera, se había hecho con el control del traje con mayor facilidad que su hermano y sus amigos. Era la que estaba consiguiendo más derribos; pero aún así no era suficiente, ya que gracias a las gafas especiales podía a su vez ser testigo de cómo seguían llegando oleadas de «vixos», atraídos por la señal de la sonda, e iban ocupando los cuerpos que menos de un segundo antes habían ocupado sus congéneres caídos.
Una cosa tenían en común los cuatro amigos: todos, mientras disparaban e intentaban mantenerse dignamente en el aire, escudriñaban la multitud con suma atención, esperando ver a sus padres entre aquellos zombies. Pero, por el momento, nadie había logrado localizar a ninguno de ellos.
En medio del fragor de la batalla, Dael empezó a verlo todo bastante negro. A pesar de sus esfuerzos, no estaban consiguiendo nada. Por mucho que utilizara su destreza, eran más los «vixos» que iban llegando que los que él y sus amigos podían ir eliminando. Miró con preocupación a Gabi que, a pesar de todo su empeño, parecía estar realizando una labor completamente inútil. Max… bueno… reconocer que hacía todo lo que podía es lo más ajustado y generoso que se podría decir. Ada parecía apuntar a ninguna parte, y Lore, que era la única que estaba dando guerra a los parásitos, era insuficiente como para lograr vencer a tantos centenares de poseídos.
«No vamos a conseguirlo», se dijo Dael moviendo negativamente la cabeza. Luego dirigió la mirada al cielo, pudiendo contemplar con desolación la masiva oleada de «vixos» que seguían respondiendo a la ominosa llamada de la sonda. «¡Hemos actuado demasiado tarde!», pensaba maldiciéndose.
Entonces empezó a escuchar un rumor que venía de lejos y que iba aumentando paulatinamente de volumen. Fuera lo que fuera, se estaba acercando a gran velocidad. Dirigió su atención hacia el lugar de donde parecía provenir ese ruido. Lo que vio le dejó con la boca abierta. «¡Gracias, Úrsula!», agradeció mentalmente.
En el horizonte, una nube negra, bulliciosa y ensordecedora iba acercándose cada vez más. Eran millones de insectos con un propósito muy claro: picar, morder, pellizcar o lo que fuera que pudieran hacer a todo aquel que llevara un «vixo» en su espalda.
Los cuatro amigos se quedaron petrificados cuando aquella nube viviente se abatió sobre sus presas. Por suerte para Dael y sus compañeros, los insectos rebasaron su posición sin hacerles ni el más mínimo caso, cosa que agradecieron enormemente, ya que ninguno de ellos era un gran amante de los insectos, sino más bien todo lo contrario.
La confusión que al instante creó aquella nube viviente que albergaba miles de abejas, moscas, mosquitos, langostas, tábanos, abejorros, libélulas, hormigas voladoras y quién sabe cuántas cosas más les dio un buen respiro, y durante unos instantes pudieron disparar a placer mientras los pobres hombres y mujeres atrapados por aquellos seres alienígenas se retorcían en un vano intento por evitar las picaduras de sus minúsculos atacantes.
Dael vio entonces una buena oportunidad para acercarse a la sonda, y bajó a tierra a la vez que vociferaba a los demás que aprovecharan la confusión para hacer lo mismo.
Lore aterrizó suavemente, sin dejar en ningún momento de disparar. Max dio con las posaderas en el suelo, pero con inusitada agilidad se puso en pie de un salto y empezó a disparar, abriéndose paso e intentando llegar al centro de todas aquellas barreras humanas, ahora cubiertas por un manto de diminutas criaturas.
Ada empezó a gritar como una loca nada más sus pies tocaron tierra. Su alarido no cesaba mientras abatía «vixos», a muchos de los cuales les preocupaba más en aquel momento zafarse de los insectos que intentar atraparles a ellos.
Gabi, además de disparar, corría a gran velocidad, con la intención de abrir una brecha para poder llegar junto a Dael lo más rápidamente posible.
En el centro del tumulto, el areniano disparaba al mismo tiempo que daba puñetazos y patadas a todo el que se le acercara como si de un experto en artes marciales se tratara, para conseguir así llegar a los cuerpos que cubrían la sonda. Cada vez que golpeaba a alguien, miles de pequeños cuerpos se le desprendían de la piel. Las moscas eran las que más revoloteaban, no así las abejas y los tábanos, que una vez aferrados a su víctima, no se separaban hasta haber realizado la tarea que se les había encomendado.
Una potente voz, que les hizo girar la cabeza a todos, resonó en el lugar:
—¡Pueblo Verde, Espíritus del Bosque, escuchad mi llamada! —era Úrsula, quien ataviada con una túnica de color violeta y con una especie de cetro de madera en la mano, llegaba con la retaguardia de su nube de bichos voladores—. ¡Obedeced para poder salvaguardar vuestro y nuestro elemento!
Una potente manga de aire se iba formando a su alrededor, haciendo que su túnica se revolviera arremolinándose contra su cuerpo, y su larga y enmarañada cabellera ondulara como la llama de una hoguera. Entonces los árboles empezaron a crujir con un sonido que erizaba el vello, como si de un doloroso lamento se tratara.
Pero Dael y sus cuatro amigos se perdieron ese espectáculo, ya que ninguno podía prestar demasiada atención a la bruja; bastante atareados estaban. Pero eso sí, notaron claramente los efectos de sus invocaciones.
El suelo empezó a temblar, y de él empezaron a surgir raíces enormes, negras y retorcidas, que comenzaron a apresar a los poseídos enroscándose en sus extremidades. Parecía que todo árbol de las cercanías había alargado su tronco y sus raíces para poder llegar hasta allí.
A los chicos les costaba mantener el equilibrio entre tanto temblor; aunque, al igual que había sucedido con los insectos, ellos parecían estar a salvo de esa especie de venganza natural.
La rugiente voz de Úrsula continuaba invocando:
—¡Pueblo del Aire, cumplid vuestro cometido! —levantó los brazos, y un estruendoso y agudo chillido empezó a crecer hasta alcanzar un tono que incluso resultaba doloroso para los tímpanos. Miles de pájaros eran los causantes de tal alboroto: miles de aves de distintas especies, unidas en una sola bandada que se lanzó en barrena para picotear también a aquellos que portaban a los engendros del espacio.
Dael empezó a hacer señas a sus amigos para que aprovecharan todo ese caos y se acercaran a él. Gabi ya casi lo había conseguido; Lore estaba en ello; y aunque ni Ada ni Max habían podido ver las señas de Dael, no paraban de disparar y avanzar hacia el mismo objetivo, pero eran los que quedaban más alejados.
El ruido era ensordecedor. Entre los pájaros, los insectos y el crujir de la tierra, era difícil entenderse; pero les permitía pasar entre la muchedumbre de poseídos por «vixos» sin demasiados problemas, ya que sus enemigos, en su lucha por zafarse de todas aquellas desatadas fuerzas de la naturaleza que les estaban atacando, se mantenían lo bastante ocupados como para que no se fijaran demasiado en ellos.
Úrsula gritó desgañitándose:
—¡Tenéis que daros prisa! —parecía imposible que su voz pudiera sonar tan fuerte—. ¡No podré mantener los conjuros activos durante mucho rato más! —advertía.
Dael, que en aquel momento se estaba sacudiendo de encima a cinco atacantes que a su vez estaban siendo atacados por pájaros e insectos, se percató de que poco a poco las raíces de los árboles se iban retirando, al igual que gran parte de aves. Los insectos parecía que aún no tenían intención de remitir en su empeño de dejar a toda aquella masa humana cubierta de picotazos.
Dael pudo darle una patada en el pecho a uno de los que se le echaban encima y un puñetazo en los morros a otro; pero un tercero a su espalda logró sujetarle por el cuello con su brazo cubierto de irritadas abejas. El areniano se zafó de él con una llave que bien podría haber sido de judo, justo en el momento en que otro de los poseídos iba a darle con una piedra en la cabeza. ¡Gracias a su gran agilidad, pudo salvarse por milímetros! Un quinto atacante que quiso abalanzarse sobre él vio truncados sus planes al emerger una raíz del suelo en el mismo momento en que iba a saltar, que se enroscó en su tobillo y se lo llevó arrastrando a bastantes metros de allí.
Ada estaba fuera de sí. Disparaba a todo lo que se le acercara más de lo que ella consideraba una distancia prudente. De pronto, alguien la agarró con fuerza de un brazo. La niña tuvo un repentino sobresalto, y se giró a gran velocidad para ver de quién se trataba. Su corazón empezó a desbocarse cuando entre la masa de insectos que cubrían la cara de la persona que la sujetaba reconoció a su madre. La pobre niña lanzó un chillido que hizo que Max, que era el más cercano a ella, gritara:
—¡No te preocupes, ya vengo! —realmente había adoptado el rol del héroe que siempre había querido ser.
La madre de Ada miró a su hija con ojos vidriosos y empezó a hablar con aquel desagradable sonido gutural que la pobre y asustada niña ya conocía y que, como en ocasiones anteriores, le puso la carne de gallina:
—¡Ven con mamá…! —susurró la poseída Tere, mientras intentaba atraerla contra su cuerpo. Ada, en aquel instante, se vio incapaz de zafarse de su madre. ¡Ni en ese estado quería causarle ningún daño!
Max le seguía gritando que ya llegaba, mientras disparaba y apartaba a empujones a todos aquellos posesos que se cruzaban en su camino y que todavía intentaban librarse de los bichos que quedaban.
Ada temblaba como una hoja mientras se dejaba arrastrar por «su madre»; mantenía el arma sónica sujeta en la mano sin decidirse a utilizarla. Aunque, eso sí, reuniendo todas sus fuerzas, intentaba zafarse para conseguir que aquella extremidad llena de picaduras soltara su brazo. Entonces, unas manos que se apoyaron en sus hombros le dieron confianza: «¡Max ya está aquí» —pensó aliviada—. Pero cuál sería su espanto cuando una voz de ultratumba le susurró en la oreja:
—¡Ahora seremos una familia feliz!
El corazón le dio un vuelco. ¡Era su padre! Con el rostro hinchado por las picaduras de los insectos y los pájaros, Ramón agarraba a su hija por los hombros. Ada, aterrorizada, empezó a chillar de nuevo. En aquel preciso momento, Max llegó por fin.
Dos disparos certeros hicieron que los padres de Ada quedaran liberados de sus respectivos parásitos. Cayeron al suelo, quedando medio atontados. Tere levantó la vista y vio a su hija, que sollozaba y temblaba de miedo:
—¿A… Ada? —la mujer alargó la mano para que su hija la ayudara a levantarse—. ¿Qué ha pasado? ¿Dó… dónde estamos?
Ada le tendió la mano e iba a contestarle cuando, gracias a sus gafas especiales, vio a dos etéreos «vixos» acercarse a gran velocidad y aferrarse a las nucas de sus padres, que instantáneamente quedaron poseídos de nuevo. Como Ada tenía la mano cogida por la de su madre, fue arrastrada hasta el suelo de forma violenta; suerte que Max estaba atento a todo, y volvió a disparar. Los padres de Ada cayeron otra vez al suelo, pero no serían libres mucho rato, ya que cientos de «vixos» revoloteaban dispuestos a parasitarse en cualquier cuerpo que quedara disponible sin dejar que pasara ni un segundo.
—¡Vámonos de aquí! —aulló Max—. ¡Ahora no podemos hacer nada por ellos! ¡Sólo conseguiremos perder el tiempo, que es lo que ellos quieren!
Esta vez, Ada y Max avanzaron juntos. Las fuerzas que Úrsula había invocado empezaban poco a poco a retirarse; y la bruja, consciente de ello, no dejaba de gritar advirtiéndoles:
—¡No queda tiempo, no queda tiempo! ¡Ha de ser ahora!
Pero Dael no podía hacer nada más que ir sacudiéndose a la ingente cantidad de personas«vixo» que se le echaban encima.
También Gabi tuvo un desagradable encontronazo con su madre; pero convencido de que en realidad no era ella, no tuvo reparos en dispararle. Fue justo en el momento en que llegaba al lado de Dael.
Disparaba sin descanso para darle un respiro a su amigo, pero como siempre, no era suficiente.
—¡Esto no va bien! —reconoció Dael, abatido—. ¡Hay que volver a elevarse!
Gabi asintió, mostrando su conformidad. Lore ya estaba a pocos metros de ellos.
—¡Yo disparo a los que cubren la sonda! —dijo resuelta la niña llena de coraje.
Pero el primer cuerpo que cubría la señal levantó la cabeza y la miró, sonriendo con un rictus malvado:
—¿Harías daño a tu papá? —dijo una voz cavernosa.
Lore dio un respingo al ver a su padre de aquella manera y hablar con aquella horripilante y odiosa pronunciación.
—¡Muere, «vixo» asqueroso! —y, sin dudarlo, Lore disparó sobre su progenitor, cosa que no sirvió de nada porque al instante, como era de esperar, volvía a ser poseído de nuevo.
—¡Hay que levantar el vuelo! —le dijo Gabi a su hermana.
Buscaron a Ada y a Max con la mirada para decírselo. Estaban a unos escasos cuatro metros. Les hicieron señas para que ascendieran.
Para ello tuvieron primero que zafarse de una gran cantidad de manos que intentaban sujetarles por los tobillos mientras se despegaban del suelo, pero al fin lograron elevarse hasta unos cinco metros de altura… Bueno, la verdad es que Max se elevó primero hasta unos veinte metros, para luego ir bajando hasta situarse a la misma altura que los demás.
—¡Esto es un desastre! —se quejó Lore.
—¡Son demasiados! ¡Nunca hemos tenido ninguna oportunidad real de vencerles! —era la pesimista valoración de Gabi.
Miraron hacia abajo. Ya casi no quedaban insectos, los pájaros habían volado lejos, y las raíces de los árboles habían regresado a su lugar bajo tierra. Todos los poseídos les miraban con ira, odio y desprecio, a la vez que, provocándoles, les incitaban a bajar de nuevo. Otro efecto secundario que los «vixos» provocaban a sus huéspedes y que los chicos pudieron constatar, era que las picaduras se les curaban a gran velocidad, cicatrizando casi al instante sin dejar marca.
—¡Es su factor curativo! —explicó Dael—. ¡Eso les protege de posibles enfermedades autóctonas de los mundos que invaden!
A lo lejos estaba Úrsula; sentada sobre un montículo y sintiéndose derrotada, intentaba recordar algún conjuro que se le hubiera podido pasar por alto… cualquier cosa que en aquel momento pudiera servirles de ayuda.
Dael, observando desde el aire aquel estado de desolación, hinchó el pecho y dijo:
—¡No os mováis de aquí, ahora vuelvo!
Y desapareció, dejando desconcertados a sus amigos.
—¿Y a ese que le pasa? —preguntó Max, perplejo.
—¡A lo mejor se le ha ocurrido alguna cosa! —razonó Lore.
—¡Sea lo que sea, que lo haga rápido! —sentenció Gabi.
—¡Mirad! —gritó Ada, señalando hacia la sonda.
Miles de «vixos» seguían llegando y se esparcían por el pueblo, y desde allí, nuevos poseídos iban llegando a gran velocidad para sumarse a las hordas enemigas.
—¡Eso crece a un ritmo imparable! —se lamentó Max.
—¿Qué está haciendo Úrsula? —preguntó Lore.
Todos se giraron hacia donde estaba la bruja. Esta se levantó en el aire, y empezó a volar en dirección a ellos.
—Al parecer no le hace falta escoba… —murmuró Gabi.
—¡Te he oído, muchacho! —le amonestó Úrsula cuando llegó junto a ellos—. ¿U os pensáis que yo no tengo un traje de vuelo? ¡Lo que pasa es que lo llevo bajo la túnica! —a continuación, y con un tono más apesadumbrado, dijo—: Siento no haber podido ser más útil…
—Has hecho lo que has podido —la consoló Lore—. ¡Como todos!
—¿Dónde está Dael? —preguntó la bruja, mirando a su alrededor.
Se encogieron de hombros; y a Max tal movimiento le costó elevarse unos cuantos metros en contra de su voluntad.
—¡Suponemos que ha ido a Vedala a buscar algo…! —aventuró Ada.
Úrsula la miró, y miró encima de su cabeza. Entonces dijo, señalando con el brazo extendido:
—Algo no… ¡Ha ido a buscar a Vedala!
Silenciosa como el aire, la circular nave de un gris plateado empezó a descender sobre el lugar. Nunca la habían visto desde el exterior, y su visión les dejó boquiabiertos. ¡Era francamente enorme e impresionante!
La voz de Dael sonó amplificada como un trueno:
—¡Voy a lanzar una gran descarga sónica! ¡Debéis destruir la sonda vosotros!
—¡Menudos altavoces! —observó Max, ensordecido.
Notaron una leve presión en sus oídos, pero nada comparado a lo que sentían los «vixos», que iban cayendo como moscas. También los que llegaban atraídos por la señal de la sonda fueron desapareciendo, disueltos en el aire.
—¡Hay que bajar! —decidió resuelta Úrsula, ahora provista de renovadas fuerzas al ver que la osadía de Dael podía decantar la balanza definitivamente a su favor—. ¡Remataremos la faena desde el suelo!
Volvieron a descender, pero esta vez nadie intentó cogerles. La mayoría de los que habían estado poseídos se encontraban tumbados sobre la hierba, recuperándose de los efectos de los parásitos.
—¡Hay que apartar a los que están encima de la sonda! —dijo Gabi, con determinación.
—¡El primero es papá! —le advirtió Lore.
Prescindiendo de este detalle y pensando que luego se ocuparían de sus seres queridos, fueron apartando entre los cinco los cuerpos amontonados, hasta que la sonda, aquel puzzle de siete piezas que había causado tanta conmoción, quedó a la vista de todos.
Por un momento se quedaron mirando el objeto que tantos quebraderos de cabeza había acarreado y que ahora, ante sus ojos, parecía de lo más inofensivo. Pero Max, ajustando su arma, tal como Dael le había enseñado, apuntó contra el artefacto y disparó sin compasión. Sus tres amigos hicieron lo mismo, y después de unos segundos en que la sonda se puso al rojo vivo, empezó a vibrar emitiendo un sonido parecido al de la electricidad estática, para luego estallar en mil pedazos. Incluso Úrsula saltó de alegría ante tal victoria.
—¡Lo conseguimos! —celebró Max, con un alarido de triunfo que se truncó por el nudo que se le puso en la garganta.
Se abrazaron llenos de felicidad y con los ojos llenos de lágrimas, aliviados por haber conseguido su objetivo a pesar de que hubo momentos en que todo les pareció perdido.
La potente voz de Dael volvió a sonar amplificada desde Vedala.
—¡Voy a hacer un barrido por todo el pueblo! —anunció.
Y la enorme nave empezó a maniobrar para dar un repaso final.
—Lo que no entiendo… —comentó Gabi reflexivo— …es porqué no había bajado con Vedala antes… ¡Lo que nos hubiéramos ahorrado!
—Muy sencillo —respondió Úrsula—. Eso era lo último que Dael hubiera querido hacer. Ahora todos los radares de la Tierra deben haber captado su presencia… y sus enemigos, los posibles espías que Arbax tiene infiltrados en la Tierra, también. ¡Acaba de descubrirse por salvarnos! ¡Ahora es su vida la que corre mucho peligro!
Todos se miraron entre sí. La admiración que sentían por su amigo extraterrestre acababa de aumentar infinitas veces.
—¡Busquemos a nuestros padres —sugirió Ada, pensando que era lo mejor que podían hacer en aquel momento.
El padre de Gabi y Lore estaba allí mismo, por lo que no tuvieron que buscarle; pero a los demás sí. En su búsqueda pudieron ver a la Mari, a su profesor de Ciencias, al de Gimnasia y a la profesora de Gramática. A Max se le pasó por la cabeza si su extraño y huraño vecino, el Sr. Arenas, se encontraría entre los afectados; pero no lo encontró por ninguna parte. Poco a poco, las familias y los conocidos, se fueron reuniendo; y aunque los adultos no sabían muy bien lo que había pasado, tenían borrosas visiones de terribles pesadillas.
Atropelladamente, los chicos les fueron contando a sus padres todo lo acontecido desde el día en que se fueron de casa. Les escucharon incrédulos; pero al mismo tiempo, algo en su interior les decía que aquel fantástico relato era de lo más real. Salieron de dudas cuando vieron a Vedala, y escucharon la voz de Dael proclamando:
—¡El pueblo está limpio! —y, dicho esto, la nave se alejó a increíble velocidad.
Todos los presentes se quedaron con la boca abierta, pero su agotamiento y hambre era tal que prefirieron pensar que aquello era un espejismo producido por esos dos factores. Todos, excepto los padres de los cuatro amigos, naturalmente, ya que estos tenían información de primera mano.
Magullados, llenos de marcas de picaduras de insectos y de picotazos de pájaros a medio curar, y con el cuerpo cubierto de arañazos producidos por las raíces y que el factor curativo de los «vixos» no había tenido tiempo de sanar del todo, la gente de Calablanca fue regresando lentamente a sus hogares con las ropas rasgadas. Aquellos que tenían hijos fueron recibidos por estos con gran alegría, ya que no comprendían el extraño comportamiento que sus padres habían mostrado en los últimos días. Parecía que todo iba a volver a la normalidad.