Esperando la señal
Al volver a la nave experimentaron dos sensaciones encontradas: por un lado les invadía cierta euforia causada por los mismos nervios y la perspectiva de convertirse en héroes salvadores de la humanidad; pero por el otro, se sentían abrumados por la enorme carga que reposaba sobre sus espaldas. Dael, quizá, era el que menos notaba ese peso; no se jugaba tanto como ellos, y además tenía muchas otras preocupaciones en su mente. Pero no por ello dejaba de sentir aquella guerra contra los parásitos como suya.
«Kirk» les saludó con su habitual y efusiva muestra de cariño, moviendo la cola a gran velocidad, y encaramándose con las patas delanteras sobre los hombros de sus amos para intentar lamerles efusivamente sus rostros; cosa que rara vez le permitían que consiguiera, o al menos no tanto como el can quisiera.
—¿Qué es esa peste? —preguntó Ada, tapándose la nariz.
La voz de Vedala sonó por encima de sus cabezas:
—El cuadrúpedo peludo ha tenido la desfachatez de depositar sus necesidades fisiológicas en mi suelo. La U. L. ya está avisada y en camino.
Quizá fueran los nervios, pero la explicación que la nave hizo de tan normal necesidad hizo que todos soltaran una risotada, a la vez que un pequeño y cuadrado ingenio se deslizaba silenciosamente por el piso de la nave para limpiar el «regalito» que había dejado el perro.
—¿U. L.? —preguntó Max entre carcajadas—. ¿Qué cosa es una U. L.?
—Unidad de Limpieza —aclaró Dael, contagiado por las risas.
Lore salió en defensa de su mascota:
—¡El pobre! ¡Con tanto lío, nadie se ha preocupado por él! —y se agachó para abrazar el cuello del mastín y propinarle un sonoro beso en su cabeza, cosa que Kirk aprovechó para intentar de nuevo «besar» a su amita. Lore apartó la cara en un rápido reflejo, antes de que la babosa lengua lograra su objetivo. De nuevo sonaron las risas, pero esta vez más apagadas.
Dael manipuló el dispensador de comida para que preparara algo para el pobre animal, y luego se reunieron todos en el puente. Se había acabado el paréntesis de hilaridad, y de nuevo tenían que mentalizarse y prepararse para lo que se les venía encima.
A pesar de que en la Tierra era de noche, ninguno tenía sueño. Estaban demasiado excitados para descansar, por lo que Dael decidió aprovechar para que Vedala preparara algunas dosis de vacuna anti«vixos», por si acaso estos intentaban repetir lo de parasitarse en los chicos.
Para poder preparar la vacuna, Dael tuvo que pincharse un dedo, y dejar caer unas gotitas de sangre sobre una pequeña placa de cristal que estaba colocada en una consola que, al parecer, era parte del laboratorio de la nave. La placa se introdujo sola en el interior de una rendija, y allí empezó todo el proceso.
—A partir de la muestra de sangre —explicó—, Vedala extraerá los componentes necesarios para crear la fórmula del compuesto anti«vixos», luego os la inocularé a cada uno de vosotros…
Ada puso cara de alarma.
—¿Eso dolerá? —era muy reacia a las agujas y todo tipo de medicamentos en general.
—No, ni te enterarás —aclaró el areniano—. Se absorbe a través de la piel.
Ada suspiró aliviada.
Gabi estaba pensativo, concentrado en la tarea que estaba por venir.
—¿Cuántos «vixos»… o personas poseídas por ellos crees que podemos llegar a encontrarnos ahí abajo? —preguntó preocupado a Dael.
Este se encogió de hombros:
—Ni idea. Cientos, quizá más de mil. ¿Quién sabe cuantos habrán llegado a Terra en todo este tiempo? Hemos de prepararnos para lo peor.
—¿Y estás seguro de que podremos con todos? —ahora era Max el que dudaba de su capacidad combativa contra tantos enemigos.
Dael procuró tranquilizarle.
—Seguro que Úrsula conseguirá invocar algún tipo de conjuro, o algo parecido, para que la balanza se decante de nuestro lado.
Lore no paraba de mover compulsivamente una pierna, y de morderse las uñas.
—¡Tengo ganas de empezar de una vez, la espera me mata!
—¡Y a mí! —reconoció Ada—. Procuro pensar que pasado mañana todo habrá terminado…
—Para bien o para mal… —añadió Gabi, algo más pesimista.
—De todas formas —recordó Dael—, hemos de esperar a que Úrsula nos avise, y a que las vacunas estén preparadas… cosa que no tardará mucho…
—Sería bueno que descansáramos —fue Lore la que hizo la recomendación, a lo que Max añadió:
—Y también que comiéramos alguna cosa para recuperar fuerzas… ¡Tengo el estómago vacío! —exclamó, tocándose la barriga.
—Eso no es nada nuevo —observó Gabi, en tono de burla.
Ada observaba la inmensidad del espacio que les rodeaba, hipnotizada por el brillo de la miríada de estrellas que parpadeaban como si todas ellas le estuvieran guiñando el ojo a la vez.
—¿No se os ha ocurrido que todo esto podría ser un sueño?
—¿Un sueño? —inquirió Lore—. ¿Qué quieres decir?
—Sí. Los «vixos», Vedala… e incluso Dael. ¡Es todo tan extraño, tan… irreal, que a veces cuesta de creer!
Dael la rodeó afectuosamente con sus brazos, cosa que estremeció a la muchacha, y le dijo con voz dulce:
—Te aseguro que soy muy real, pero entiendo lo que quieres decir. Toda tu realidad se ha vuelto del revés, y esperas despertar de un momento a otro para recuperar la vida que has llevado hasta que todo esto empezó. ¿No es así? —Ada le miró con sus grandes ojos y asintiendo con la cabeza. Dael le sonrió con evidente afecto—. Lo comprendo, porque es lo mismo que sentí yo el día que tuve que marcharme de Arenia para esconderme aquí, sin saber si podré regresar algún día. He deseado mil veces que todo haya sido una pesadilla… pero no; las peores pesadillas son aquellas que suceden en la vida real y no hay manera de despertarse, amenos que hagas lo contrario y cambies la realidad por el sueño… dormir hasta que todo haya finalizado para no sufrir minuto a minuto la soledad, la tristeza, la incertidumbre sobre el futuro, la inseguridad que, al menos a mí, me invade demasiado a menudo. Pero luego lo piensas mejor, y te das cuenta de que estás haciendo lo correcto, lo que tienes que hacer, independientemente de tus sentimientos… hay obligaciones y responsabilidades que no se pueden eludir.
Hubo un silencio general después de haber escuchado esa disertación. Todos estaban de acuerdo con su amigo extraterrestre; todos habían tenido que llegar a la misma conclusión de la forma más dura y desagradable.
—¡Y pensar que yo siempre había deseado vivir una aventura como las de «La Guerra de las Galaxias» o «Star Trek»! —se lamentó Max—. Ahora creo que prefiero seguir viéndolas en el cine o viviéndolas en los videojuegos; y cuando ya tienes bastante haces «clic» y apagas la tele, la consola, el ordenador o lo que sea…
Gabi le dio una amistosa palmada en el hombro.
—Está claro que no somos superhéroes —dijo, un poco abatido.
—No estéis tan seguros de eso —apuntó Dael—. Vais a salvar a vuestro planeta. ¿No es eso lo que hacen los superhéroes?
—¡Ojalá estuviéramos tan convencidos como tú de que vamos a lograrlo! —murmuró Max.
Lore, de pronto, se llenó de determinación.
—¡Hemos de hacerlo! ¡Por nuestros padres, por nuestros amigos… por todo lo que conocemos y amamos! ¡No podemos fracasar! ¡Es nuestra obligación!
—¡Esa es la actitud que me gusta! —aplaudió Dael—. Esa es la actitud que hace ganar causas perdidas. ¡Si luchas por lo que te importa, por lo que quieres, seguro que vencerás!
La voz de Vedala interrumpió su debate.
—Las vacunas están preparadas.
Dael se dirigió a la consola donde había introducido su muestra de sangre. Por la misma rendija que había introducido la placa, ahora salía otra con una especie de finas láminas transparentes. Las recogió y entregó una a cada uno.
—Os las tenéis que aplicar en la nuca —informó.
—¡Parecen los parches de nicotina que se pone mi padre para dejar de fumar! —observó Max—. ¡Espero que esas funcionen mejor, ya que de momento todavía se «casca» un paquete diario!
—No te preocupes —dijo Dael—. Funcionan, te lo aseguro —sin perder tiempo, siguieron las indicaciones del areniano—. Ahora debéis esperar a que se fundan —les informó—. Poco a poco entrarán en vuestro organismo, y nunca ningún «vixo» podrá volver a acercarse a vosotros.
—¿Cuánto tarda todo el proceso? —preguntó Gabi.
—Unos diez de vuestros minutos —fue la respuesta de Dael.
—¡Podríamos comer algo mientras tanto! —propuso Max—. ¿No os parece?
Al final, y con gran satisfacción por parte de Max, accedieron a ir al comedor. Allí su anfitrión les sirvió una especie de galletas, muy sabrosas por cierto, que hicieron las delicias de los chicos; pero Dael les advirtió de que no le dieran ninguna al perro, que ya estaba meneando el rabo y poniendo cara de pedigüeño:
—Son muy estimulantes, restituyen la falta de sueño y recargan de energía —les explicó—; pero vuelven locos a los animales.
Acompañaron aquellas «galletas» con un vaso de un líquido fresco y dulzón que en cierta manera les recordó a la limonada, pero mezclada con algo de menta.
Una vez satisfechos los estómagos, regresaron al puente. Gabi miró impaciente su reloj.
—En estos momentos en la Tierra está amaneciendo —informó a sus amigos.
En cuanto terminó de decir eso, la lineal voz de Vedala resonó de nuevo:
—Úrsula pide abrir comunicación.
A todos les dio un vuelco el corazón, a la vez que las «galletas» parecía que se les ponían mal en el estómago. ¡Había llegado la hora de la verdad!
—¡Adelante Úrsula! —dijo Dael.
Ahora era la voz de la bruja la que sonaba en el puente:
—Chicos, lo siento, pero ha llegado el momento que estábamos esperando —informó en un tono grave—. Os voy a dar unas instrucciones.
Se miraron entre ellos tragando saliva; sus ojos no podían evitar reflejar el terror que les embargaba.