CAPÍTULO 19

Las tropas del gran artífice

Los tres individuos recién llegados apuntaban a Dael con unas armas más grandes que las que habían visto hasta ahora, pero igual de cristalinas que las de Dael. Sus trajes eran ajustados, de una tonalidad grisácea, y con un distintivo negro en el pecho que simbolizaba una gran explosión. Se les veía inquietos y actuaban con gran precaución. Uno de ellos parecía ser el de mayor rango, puesto que no paraba de dar órdenes a los otros dos. Dael se mantenía con las manos alzadas, en lo que parecía evidente que era la señal universal de rendición.

Todo estos acontecimientos parecían sobrepasar a «Kirk», que sujetado por Gabi, empezó a aullar sin previo aviso. Los cuatro amigos se alarmaron, y empezaron a hacer señas al perro para que callara; pero fue en vano, ya que el lastimero aullido no había pasado desapercibido a los tres intrusos, quienes rápidamente y como si les hubieran presionado algún resorte, giraron la cabeza dirigiendo la mirada hacia el punto de donde provenían los lastimeros lamentos. Dael aprovechó ese desconcierto momentáneo para darle una fuerte patada en la espinilla a uno de sus pretendidos apresadores, quien al doblarse a causa de dolor, recibió un contundente codazo en el mentón a la vez que le era arrebatada el arma por parte de su supuesto cautivo.

Los otros dos reaccionaron con gran velocidad; pero Dael, demostrando una casi imposible agilidad, realizó un espectacular salto mortal en el aire que puso cierta distancia entre él y sus agresores. En cuanto sus pies volvieron a tocar el suelo —hay que decir que con extremada precisión y equilibrio—, disparó certeramente, logrando desarmar a otro de los individuos. Entonces, antes de que el tercero pudiera reaccionar, fue cuando gritó la señal acordada previamente:

—¡Ya!

Los cuatro chicos, con las piernas temblando de miedo y excitación, salieron corriendo y aullando como posesos ante la sorpresa de los tres intrusos. «Kirk», muy valiente él, se mantenía detrás de su amo ladrando y gruñendo con el rabo entre las piernas. Los chicos dispararon los cilindros de cristal, y en un instante, los tres sorprendidos rivales de Dael quedaron suspendidos en el aire, envueltos en lo que parecía una burbuja cuya textura se asemejaba a la de una medusa, aunque mucho más traslúcida y quizá menos viscosa.

Max, con los nervios del momento, se equivocó de dirección al apuntar el arma, colocándola al revés de cómo les había indicado Dael, y acabó disparándose a sí mismo, por lo que al instante quedó flotando en una de aquellas burbujas junto con los tres atacantes.

—¡Será zopenco! —exclamó Lore, llevándose las manos a la cabeza—. ¿Y tú eres el que de mayor quiere ser héroe de cómic o tripulante del «Enterprise»?[3] ¡Vaya desastre!

—Lo… lo siento —se excusaba el desconcertado Max, cuya voz sonaba apagada debido a las paredes de su prisión flotante y a su orgullo herido—. ¡Me he puesto tan nervioso…! —pero ahora los nervios habían sido substituidos por una gran sensación de ridículo.

Ada, con las piernas aún temblando, al ver a su compañero en aquella cómica situación se puso a reír, soltando así toda le tensión que llevaba acumulada hasta el momento. Incluso Dael se permitió esbozar una breve y fugaz sonrisa, pero rápidamente advirtió:

—¡No nos relajemos, aún quedan siete de ellos en su nave!

—¿No pueden comunicarse con estos de aquí? —preguntó Lore, algo alarmada, señalando a los prisioneros flotantes.

—No —respondió Dael con rotundidad—. El campo de fuerza de la… la burbuja, impide que funcionen sus comunicadores.

Max se liberó a sí mismo utilizando su cilindro de cristal, haciendo desaparecer aquel denso y desagradable envoltorio, siguiendo las instrucciones de Dael.

Los tres cautivos no dejaban de gesticular amenazadores, y de lanzar improperios; pero excepto «Kirk», que no paraba de ladrarles con saña, nadie les hacía el menor caso. Estaban más que furiosos por haber sido engañados, de aquella humillante manera, por un grupo de niños. ¡Nunca habían imaginado que Dael hubiera conseguido, en la Tierra y en tan poco tiempo, un apoyo humano y logístico tan entregado y eficaz a la vez!

—¿Y ahora qué? —preguntó Gabi, excitado y animado por el éxito que habían cosechado—. ¿Cuál es el siguiente paso? —parecía impaciente por meterse en otro lío.

Dael le miró con su maliciosa sonrisa en los labios, esa que habían descubierto que presagiaba una acción inmediata que iba a beneficiarles.

—Ahora esperaremos —dijo escuetamente, mientras empujaba las volátiles burbujas y a su contenido para arrinconarlas junto a la puerta donde sus cuatro amigos habían estado escondidos.

Mientras lo hacía, los tres cautivos no paraban de lanzarle improperios en su extraño lenguaje, sin que su captor, ignorándoles por completo, les dirigiera siquiera una mirada.

Max no dejaba de escrutar el espacio a su alrededor, buscando algún atisbo de Plutón; pero no lo veía por ninguna parte, por lo que al final se decidió a preguntar:

—Oye, Dael, ¿y Plutón?

Dael le miró extrañado.

—¿Para qué quieres ver ese pedrusco helado, teniendo enfrente tantas maravillas? —y señaló hacia una nebulosa que ofrecía una amplia gama de brillos y colores.

Max se encogió de hombros:

—¡Así los habría visto todos… al menos desde Marte; claro que me faltarían Venus y Mercurio, pero como no creo que vuelva a viajar por estos parajes, me hubiera hecho ilusión ver al noveno planeta de nuestro sistema… el más alejado y que tiene una órbita diferente al resto…!

Dael hizo un burlón gesto de menosprecio.

—Si lo que vosotros llamáis Plutón no es nada más que un asteroide grande que se desplazó del Cinturón de Kuiper… además, fue por culpa de una de nuestras naves nodriza, que colisionó accidentalmente contra otro asteroide, produciendo lo que vosotros llamáis «efecto dominó», hasta que lo que ahora es Plutón y su satélite fueron expulsados de su órbita original, alterándola. Por eso, como ya sabes, la actual es elíptica. ¡Nosotros lo usamos a veces como basurero, ya que no sirve para nada más! —adquirió de nuevo aquel tono didáctico—. Hay cuerpos mucho más grandes e interesantes que Plutón, y que no están muy lejos de aquí; pero tampoco son exactamente planetas. Estamos en una zona donde se agrupan miles de millones de asteroides… ¡Tenéis suerte de que tengamos muchos de nuestros satélites escondidos en lo que llamáis la Nube de Oort! A lo largo de vuestra historia, han desviado a más de un millar de cometas y asteroides que tenían muchas probabilidades de chocar contra Terra… ¡la Tierra, vaya! ¡Si no fuera por nosotros, lo más probable es que no existierais; al menos no tal y como sois ahora!

Max se quedó sorprendido ante tal revelación.

—¡Jo! ¡Pues sí que somos frágiles y estamos indefensos! —estaba realmente sorprendido por la revelación—. ¿La nube esa que dices es aquello que vemos allí? —y señaló hacia la multicolor nebulosa que unos instantes antes le mostrara Dael.

—Sí; ¡no os imagináis lo que llega a haber allí! ¡Desafía todos vuestros conocimientos científicos y…!

Las interesantes explicaciones de Dael se vieron interrumpidas por la voz de Vedala:

—La nave del «Gran Artífice» solicita abrir comunicación.

—¡Adelante! —respondió Dael.

De nuevo aquella voz masculina que hablaba en areniano resonó por el puente. Dael respondió en el mismo idioma; pero por los gestos que realizaba, parecía como si quisiera dar a entender a sus perseguidores que estaba bajo un estado de perplejidad. La voz de la otra nave dijo algo en un tono más alto y bastante desagradable, para luego cortar en seco la comunicación.

Lore, impaciente por salir de dudas, preguntó:

—¿Qué les has dicho?

Dael, sin abandonar su sonrisa maliciosa, respondió:

—Que aquí no ha venido nadie, que todavía estamos esperando a esos tres… —señaló a los tres cautivos que flotaban en su burbuja—. Les he dicho que podría ser que algo en su teleportador no funcionara del todo bien… Ahora, mientras investigan lo que puede haber sucedido, mandarán a tres más; así que atentos, les «envolveremos» nada más aparecer.

—«Empaquetaremos» sería más correcto —apuntó Max, sintiéndose ingenioso una vez superado su bochornoso episodio anterior.

—¡Pues eso! —concluyó el areniano, que en aquel momento no quería discutir con Max sobre detalles que en esa situación no consideraba importantes.

Vedala interrumpió sus disquisiciones semánticas:

—Teleportación en marcha —anunció.

Dael hizo señas a sus amigos para que se prepararan. «Kirk» estaba a la expectativa junto a Lore, a Ada le volvió el tembleque de las piernas, y Gabi le recordaba con sorna a Max, quien por cierto no se lo tomó muy bien, cuál era el extremo del cilindro que debía tener apuntando al enemigo.

Nuevamente otras tres figuras se materializaron en el puente, y sin dejarles tiempo para reaccionar, fueron encapsulados dentro de aquellas burbujas transparentes, y arrinconados junto a sus otros tres compañeros. Una vez los seis prisioneros estuvieron juntos, empezaron a discutir acaloradamente entre ellos; seguramente recriminándose su incompetencia los unos a los otros. Dael se mofaba de aquellos poco eficientes soldados:

—¡Ya me imaginaba que tratándose de tropas del «Gran Artífice» serían todos una panda de inútiles!

—¿Quién es el «Gran Artífice»? —preguntó inocentemente Ada, que ya había escuchado ese nombre varias veces sin saber de qué se trataba.

—¡Buff! —Dael se rascó la cabeza, pensando en una respuesta que fuera inteligible para ellos—. Sería un poco largo de explicar ahora; pero para abreviar, diré que es una figura que han creado los que se llaman a sí mismos «Los Interlocutores», que están presididos por un sumo sacerdote llamado Arbax —miró a sus nuevos amigos esperando alguna pregunta por su parte; pero como no la hubo, continuó—: Como ya os conté, nuestro planeta está dividido en dos grandes facciones que representan dos maneras distintas de entender lo que ha de ser un gobierno y una sociedad justa para todos —hizo una pausa para medir bien sus palabras—. Una de ellas gobierna sabiamente desde hace siglos; y la otra ha intentado durante todo ese tiempo arrebatarle el poder utilizando todo tipo de artimañas, la mayoría de ellas bastante despreciables. La última que se les ha ocurrido ha sido inventar una especie de ente supremo, un nuevo Dios, «El Gran Artífice», y quieren hacer creer a muchos, principalmente a los más ignorantes, que ese ente existe realmente; o si no, convencer a los que tienen ideas más totalitarias de que esa es una buena forma de ganar adeptos para oprimir a sus oponentes. Y ahora, a ese ser inexistente lo están utilizando como excusa y estandarte para organizar la guerra en la que nos encontramos inmersos, argumentando que es ese «Gran Artífice» quien, en su infinita sabiduría, les ha ordenado hacerlo para así conseguir un nivel superior de existencia; eso sí, sólo para sus seguidores.

—¡Vaya lío! —exclamó Gabi—. ¡Qué manera más absurda de buscarse complicaciones!

—Naturalmente, lo único que persiguen Arbax y esos supuestos «Interlocutores» es hacerse con el poder absoluto y enriquecerse a base de manipular, reprimir, y casi se podría decir que prohibir la inteligencia… En definitiva, un producto de la necedad y la ignorancia, de la que, como podéis ver, no se libra ni una civilización tan avanzada como la mía. ¡Y eso que creíamos que tales ideas habían quedado enterradas hacía siglos! Pero la ambición de unos cuantos ha logrado desestabilizar lo que tantos milenios de esfuerzos nos ha costado construir…

Los cuatro amigos se percataron del resentimiento que destilaban las palabras de Dael. Realmente, aquella situación que vivía su gente le afectaba y perturbaba de una forma más que evidente.

—Así que en el fondo no sois tan distintos a nosotros, a pesar de estar mucho más evolucionados… —observó Max.

Dael continuó con sus explicaciones:

—Ya ves que no —admitió—. En Arenia, los gobiernos los escoge lo que llamamos «la Ciudadanía Capaz», o sea, la gente con un alto cociente intelectual y con criterio; eso independientemente del cargo que ocupen o de su clase social. Tenéis que saber que, para nosotros, la expresión máxima de la inteligencia es la bondad y las buenas intenciones; sin ellas, la inteligencia se convierte en algo perverso y enfermizo.

—¡Eso me parece bien! —apoyó Max—. ¡Así, los «Kevins» de Arenia no tienen nada que hacer!

Dael continuó:

—Todos los ciudadanos, durante su etapa de aprendizaje, son constantemente sometidos a exámenes para determinar su grado de inteligencia; y los que no lo superan, no pueden participar en las… digamos elecciones. Así, eliminamos a todos los que puedan albergar malas intenciones, o ansia de poder personal; y a los que, precisamente por falta de criterio propio, son proclives a dejarse manipular y convencer por los… ¿déspotas? Es así cómo les llamáis aquí, ¿verdad? —asintieron—. ¡Pues eso! Y precisamente es a ese estrato más atrasado y primitivo de la sociedad a los que se dirigen los que ahora se hacen llamar «Hijos del Gran Artífice».

Lore aprovechó para decir:

—¿Y no crees que tal vez no tendríais ese problema si dejarais votar a todos? ¡La gente también tiene derecho a equivocarse, y todo ciudadano tiene también derecho a participar en las decisiones que atañen a su forma de vida!

—Precisamente, esa es una discusión que en mi planeta hace siglos que dura —reconoció Dael—. Pero las cosas están como están; y debido a esto, nuestros enemigos utilizan toda esa sarta de mentiras para conseguir conformar su ejército a base de voluntarios, y atacar a la «Familia Presidencial»; ya que en nuestra sociedad no gobierna una sola persona, sino que lo hace todo un núcleo familiar al completo. Y el poder va pasando de padres a hijos, mientras la «Ciudadanía Capaz» no decida lo contrario; ya que se cree que los genes de una familia justa, honrada y que siempre actúa con las mejores intenciones se van traspasando de generación en generación. Al igual que los genes de la estupidez —señaló a los cautivos encerrados en las burbujas, y los cuatro jóvenes asintieron mientras contemplaban a sus cautivos y recordaban lo relativamente sencillo que había sido engañarles—. ¡Por eso ellos son tan… incapaces, porque creen que sólo la fuerza les dará la razón! ¡Ya os habréis dado cuenta de eso! —hizo una pausa para explicar—: He de aclarar que nosotros creemos que nuestro Dios, una vez nos hubo creado, se fundió con los planetas que albergan vida; y que sigue velando por nosotros, dándonos todo aquello que ayuda a sustentar la vida. Por eso sentimos auténtica veneración por nuestro planeta, porque estamos convencidos que nuestro creador forma parte de él, y por eso no entendemos porqué vosotros maltratáis tanto al vuestro… que en el fondo también es el nuestro… ¡Así que eso del «Gran Artífice» nos parece una auténtica blasfemia! Pues aunque parezca increíble, también hay gente «capaz» que sigue a los «Hijos del Gran Artífice». Por el motivo que sea, creen que son ellos los que tienen razón; además de no parecerles nada mal un poco de represión, mano dura, disciplina… o como queráis llamarle… ¡Ya veis que en el universo hay gente para todo!

Los cuatro amigos se quedaron un momento pensativos, reflexionando acerca de todo aquello que les acababa de explicar el areniano.

—¿Y ahora, cuál es el siguiente paso? —preguntó de nuevo Gabi.

Dael le miró, serio.

—¡Ahora atacaremos su nave! —respondió con sequedad.

—¡Eso mola un montón! —celebró Max—. ¡El intrépido Max «Skywalker» en acción![4].

—¿Cómo vamos a hacer eso? —Ada, que no compartía la euforia de su amigo, estaba muy nerviosa. Ella, de ningún modo, se veía como una heroína galáctica.

Dael les contó su plan:

—En la otra nave suponen que los tres primeros… digamos soldados, se han perdido en algún pliegue espacial; cosa que sucede bastante a menudo en sus naves, que son más antiguas que, por ejemplo, Vedala. Pero resultaría demasiada coincidencia que también les hubiera pasado lo mismo al segundo grupo; por lo tanto, les haremos creer que todo ha salido bien y me han capturado. Ellos esperan su regreso en cualquier momento, y activarán la teleportación para cuatro, y cuatro son también los que quedan en la otra nave. Así que iremos cuatro de nosotros con las armas preparadas, y nada más materializarnos en su puente, les dispararemos.

—Pero… ¿Y si somos nosotros los que nos perdemos en un pliegue espacial de esos? —preguntó Max, al que tal posibilidad no le hacía mucha gracia.

—¡No te preocupes, Vedala controlará todo el proceso! —respondió Dael con una tranquilizadora sonrisa—. No hay posibilidad de que eso ocurra…

—¡Pero somos cinco! —recordó Lore—. ¿Quién de nosotros se quedará?

—Yo —se ofreció rápidamente Ada—. Si no tenéis inconveniente, claro está… —puntualizó, sonrojándose por su aparente falta de valor.

Dael le acarició una mejilla:

—¡Es justo lo que tenía planeado! —le dijo con dulzura—. ¡Alguien tiene que quedarse con el pobre «Kirk»!

Ada suspiró aliviada.

Dael se dirigió nuevamente a Vedala:

—¡Comunica a la nave que se prepare para recibir a cuatro!

Vedala obedeció, y Ada les deseó suerte justo un instante antes de que se desvanecieran. Por un instante, pensó en qué haría si la cosa no salía bien y ella se quedara sola e indefensa en la nave. Pero su confianza en Dael hizo que apartara esa idea de su cabeza.

Cuando se materializaron en la nave enemiga, tres de sus cuatro ocupantes les estaban esperando; pero los niños actuaron tan velozmente que ni siquiera les dejaron la opción de asombrarse por su inesperada aparición. Armas en mano, les dejaron al instante envueltos en aquellas burbujas viscosas. Lore gritaba como una auténtica guerrera mientras disparaba su cilindro de cristal contra uno de los arenianos, al tiempo que Gabi y Max hacían lo mismo con los dos restantes. Dael, al percatarse de que todavía les faltaba uno por neutralizar, no perdió ni un segundo en ir en su busca; cosa que no hubiera sido necesaria, ya que el cuarto tripulante, seguramente alertado por el fragor de las descargas de las cilíndricas armas, aparecía en aquel mismo momento por la puerta de entrada que comunicaba con el puente. Sorprendido, el enemigo intentó desenfundar su arma, pero Dael fue más rápido, y en menos de un segundo aquel individuo flotaba en una burbuja igual que los demás.

—¡Me siento como un Caballero Jedi![5] —exclamó eufórico Max.

Gabi sonrió, imaginando lo que su amigo, tan aficionado a la ciencia ficción, sentía en aquellos momentos. Lore le miró, dando a entender que ella pensaba exactamente lo mismo. Pero aunque su ataque había tenido éxito, la adrenalina que habían acumulado les hacía estar temblorosos y algo alterados.

—Voy al puente de mando para traer de vuelta a los que están cautivos en Vedala —informó Dael.

Le siguieron por la también transparente nave hasta llegar a una sala donde se encontraban los controles. Dael, sin perder tiempo, empezó a manipular varios mandos, y en unos segundos ya tenían de vuelta a los irritados cautivos.

—¡Parecen un racimo de uvas! —observó sarcásticamente Lore, lo que hizo reír a sus amigos.

Dael empezó a manejar la computadora de la nave.

—La estoy programando para que regrese a su base lo más lentamente posible; así Arbax y los seguidores del «Gran Artífice» tardarán meses en ser informados.

—¿Y a esos les dejarás colgados ahí? —preguntó Gabi—. ¡Se van a morir de hambre!

Dael negó con la cabeza.

—Les voy a dejar en estado letárgico, con sus funciones vitales al mínimo.

Y presionó varios paneles que hicieron que los atrapados tripulantes cayeran inconscientes en sus burbujas.

—¡Ahora parecen bebés en sus placentas! —fue la observación que Lore hizo al verles—. ¡Los bebés del «Gran Artífice»! ¡Felices sueños, niños! —rio, burlándose de ellos.

Dael se comunicó de nuevo con Vedala para que les llevara de regreso.

Ada les esperaba sonriendo.

—Vedala me acaba de informar de que todo ha ido tal como esperábamos —dijo, ya más tranquila. «Kirk» ladró dos veces, meneando a la vez el rabo, para comunicarles que también estaba contento por el éxito obtenido.

—Ahora podremos por fin regresar a casa y centrarnos de una vez en nuestro problema —dijo Gabi con resolución—. Tenemos que liberar a nuestros padres y al resto de nuestros vecinos.

—¡Vayamos a por la sonda! —exclamó entusiasmado Max, que en aquellos momentos se sentía indestructible.

Ada añadió que, mientras esperaba su regreso, había elaborado mentalmente una lista con los lugares a los que su padre solía ir cuando quería relajarse después del trabajo.

—¡Pues no perdamos más tiempo y vámonos! —fue el grito de guerra de una decidida y envalentonada Lore—. ¡Ahora estoy más convencida que nunca de que vamos a ganar!

Dael sonreía, complacido al ver de qué manera tan positiva había afectado aquella pequeña victoria a sus nuevos amigos; y mostrando de nuevo su sensatez, añadió:

—Pero antes de bajar a la Tierra, será mejor que duplique unos cuantos rayos sónicos y unas cuantas gafas más, así todos iremos bien equipados.

Naturalmente, todos comprendieron la necesidad de hacerlo; aunque ello significara esperar unas cuantas horas más.

Max, poniendo pose de gallardo guerrero, cosa que con su físico resultaba bastante ridículo, exclamó enarbolando su arma:

—¡Temblad, «vixos» asquerosos, que vamos a por vosotros!

Todos estallaron en una carcajada, provocada en parte por la tensión superada, y en parte por lo cómico que resultaba Max haciéndose el héroe; incluso «Kirk» se puso a ladrar de una manera jovial. Pero las risas iban a durar poco, ya que les esperaba una ardua y peligrosa tarea.