CAPÍTULO 18

¡Lo que faltaba!

De repente, Dael empezó a mostrar un nerviosismo poco habitual en él. Parecía que aquella nueva e inesperada situación, que venía a complicar aún más la que ya estaban viviendo, colmaba su capacidad de decisión y liderazgo; para quedarse pensativo mientras sus cuatro amigos y el perro le observaban atentamente, a la espera de que el chico reaccionara de alguna forma.

—¡Vedala! —ordenó de pronto—. ¡Apaga las luces y corta el suministro de mantenimiento!

La voz de la nave resonó por el puente:

—Si hago lo que ordenas, sólo habrá oxígeno para unas horas. No aconsejo hacer tal cosa…

—¡Hazlo ya! —aulló Dael, a punto de salirse de sus casillas.

Las luces se apagaron, y la nave quedó a oscuras, tan sólo iluminada débilmente por la tintineante luz de las estrellas. La leve vibración que producían los motores de la nave cesó, y el silencio que se impuso era angustioso.

—Así tendremos una posibilidad de pasar desapercibidos —informó Dael—. Eso, claro está, en caso de que no sepan con seguridad que estamos aquí, si no… —se encogió de hombros, dando a entender que si sus enemigos conocían su paradero de antemano, de nada serviría esa maniobra.

Esperaron impacientes, sin dejar en ningún momento de vigilar el espacio en la dirección desde donde Vedala les había comunicado que vendría la nave. De pronto, una débil luz de un tono más azulado que las estrellas apareció en la lejanía, aumentando paulatinamente de tamaño a gran velocidad.

Max, con su acostumbrado sarcasmo, comentó:

—¡Yo no sé si saben que estamos aquí o no, pero aseguraría que vienen directos hacia nosotros!

Dael suspiró. Ya se había percatado de lo que su amigo apuntaba, y no le gustaba nada.

—¡Vedala, si se acercan demasiado, enciende los propulsores e inicia maniobra evasiva! —miró a sus invitados—. Alguien debe haberles informado de mi presencia en la Tierra —aseguró—. ¡Debe haber un espía en alguna parte!

No les hizo falta esperar ni medio minuto. De repente todas las luces de la nave se encendieron de nuevo, y la calmada voz de Vedala volvió a sonar:

—Maniobra evasiva en marcha.

Dael gritó a sus amigos:

—¡Sujetaos fuerte!

Cada uno de los chicos buscó un punto de apoyo donde agarrarse, justo en el momento en que notaron una fuerte sacudida, seguida de una sensación parecida a la que experimentarían si el estómago se les subiera a la garganta. Cuatro sillas transparentes emergieron automáticamente del suelo justo en el centro del puente, y Dael, que se mantenía en pie, ajeno a la inercia que producía la increíble velocidad a la que viajaban, les indicó que para más seguridad se sentaran en ellas. El pobre «Kirk» se aplastó contra el suelo, gimoteando asustado y mirando a sus amos en busca de consuelo. Tan asustados como el perro estaban los cuatro amigos, quienes ya sentados en aquellas sillas, se miraban continuamente entre sí sin decir nada; aunque sus miradas eran lo suficientemente explícitas y reflejaban claramente su temor e incertidumbre.

Súbitamente, Max, con cara de alucinado, lanzó una exclamación señalando a un punto del exterior:

—¡Mirad allí, o me estoy volviendo loco, o eso es Marte! —no cabía en sí de asombro.

Pasaron por el lado del planeta rojo en un visto y no visto; y de repente se encontraron rodeados por millones de rocas de todos los tamaños orbitando a su alrededor.

—¿Eso es el Cinturón de Asteroides? —preguntó Max con un nudo en la garganta; no de pena precisamente, sino de pavor.

—Sí —respondió Dael, absorto en controlar mentalmente los movimientos de la nave—. Intentaremos despistarlos entre estos pedruscos —de nuevo era el chico que habían conocido, decidido y con nervios de acero—. ¡Vedala, activa los campos de fuerza!

La femenina voz de la nave resonó por el puente:

—Tenemos a la otra nave detrás. Está alzando las defensas, y preparando su armamento.

—¡Levanta el campo de fuerza a máximo rendimiento! —ordenó el chico.

Los cuatro amigos giraron la cabeza para poder ver la nave de sus perseguidores. Era una nave en forma de punta de lanza, cuya parte frontal semejaba la cabeza de un tiburón furioso.

Recibieron una andanada de algún tipo de arma, y Vedala sufrió una sacudida que les obligó a sujetarse con más fuerza a sus peculiares asientos; aunque ello no hubiera sido necesario, ya que aquellas transparentes sillas parecían tener algún tipo de atracción que les impedía caerse de ellas. No así Dael, que permanecía en pie, conservando un perfecto equilibrio. Parecía ser uno con la nave.

—¿Respondo a su ataque? —preguntó Vedala.

—¡No! —respondió tajante Dael—. ¡Intenta despistarlos entre los asteroides!

Vedala empezó a realizar giros, sorteando las inmensas rocas que surcaban el espacio.

—Están demasiado cerca, no podré deshacerme de ellos —la fría voz de la nave contrastaba con la intensa agitación del momento.

Dael se esforzaba en intentar elaborar un plan lo más rápidamente posible.

—¡Gira sobre ti misma y colócate detrás suyo! —ordenó.

Pero Vedala replicó:

—Eso no funcionará; se darán la vuelta enseguida. Si lo que pretendes es cambiar las posiciones para convertirlos en presa, lo más probable es que ya hayan tenido en cuenta esa posibilidad.

—¡Tú haz lo que te digo! —Dael estaba furioso a causa de los nervios y lo desesperado de la situación. Se dirigió a sus amigos—: ¡Agarrad bien al perro, vamos a dar una vuelta de 180 grados!

Gabi llamó a «Kirk», que arrastrándose con las orejas gachas se colocó a su lado. El muchacho lo sujetó por el collar, poniéndole las patas delanteras sobre su regazo.

—¡Ahora! —exclamó Dael.

De pronto todo se puso al revés. Ni la más fuerte de las atracciones a las que se habían atrevido a montar en el parque temático les había producido una sensación como aquella. Todo era tan rápido que les parecía estar en un remolino que giraba a una velocidad indescriptible, y cuando parecía que iban a recuperar la horizontalidad, Dael, que había permanecido de pie, inexplicablemente sin caerse, dio otra orden:

—¡Velocidad tres punto dos, directa al Cinturón que los terrícolas llaman de Kuiper!

Un nuevo bandazo y Vedala aceleró, pasando entre Júpiter e Io, uno de sus satélites, pareciendo por un momento que iba a estrellarse contra Saturno; pero el anillado planeta quedó por debajo de la nave, que en un instante también dejaba atrás a Urano y a Neptuno. Max, que al igual que sus amigos estaba pasmado ante la visión de algo que jamás pensó que llegaría a ver, se sintió decepcionado cuando llegaron al Cinturón de Kuiper, otra enorme masa de rocas mucho más grandes que los del Cinturón de Asteroides que se habían encontrado entre Marte y Júpiter. Desgraciadamente para Max, no habían podido contemplar, al menos de momento, a Plutón y su luna Caronte, cuya órbita se encontraba más allá de los límites externos del Cinturón de Kuiper.

—¡No puedo creer lo que estamos viendo! —exclamó el fantasioso muchacho, entre asombrado y maravillado—. No estaré soñando, ¿verdad?

—¿No querías vivir una aventura de Ciencia Ficción? —le preguntó Gabi—. ¡Pues aquí la tienes, pero sin ficción!

—¡Nadie se va a creer esto cuando se lo cuente! —murmuraba Lore, a la que le parecía estar soñando.

—¿Es que acaso se lo piensas contar a alguien? —preguntó Ada—. ¡Esa sería una buena forma de acabar en un psiquiátrico!

Dael dio instrucciones a Vedala para que intentara despistar a sus perseguidores, ocultándose detrás de algún asteroide de los de mayor tamaño. Pero aquella punta plateada no parecía estar dispuesta a dejarse engañar tan fácilmente. No había forma de desprenderse de ella, ni de poner entre las dos naves la distancia suficiente para así poder realizar un amago entre los asteroides y despistarla, aunque fuera un sólo segundo, tiempo suficiente para pegarse en el lado oscuro de una de aquellas enormes rocas que giraban a gran velocidad, y quedar ocultos.

Dael se estaba poniendo cada vez más nervioso y más de mal humor. Ninguno de sus cuatro amigos se atrevía a decirle nada para no romper su extremada concentración.

—Podríamos ir hasta la nube que llamáis de Oort… allí es donde tenemos escondidos nuestros satélites de vigilancia; tal vez podríamos usarlos para algo si averiguamos sus códigos… —reflexionaba Dael en voz alta.

La voz de Vedala interrumpió sus pensamientos:

—En Oort sólo encontraremos más de lo mismo. Asteroides más grandes, quizá; pero la nave que nos sigue está diseñada especialmente para persecuciones. Nunca podremos sacárnosla de encima. Y he de informar de que usar nuestros satélites de vigilancia no nos reportaría ningún refuerzo, ya que tan sólo tienen campos de fuerza y armas defensivas; pero no ofensivas. O atacamos o nos rendimos. No hay más opciones.

Dael soltó lo que parecía una palabrota en areniano y golpeó con la mano el tablero cristalino que tenía enfrente. Entonces su cara se iluminó con una maliciosa sonrisa. ¡Era evidente que se le acababa de ocurrir algo!

—¿De cuánta tripulación consta una nave de ataque? —preguntó a Vedala.

—El comandante, el primer oficial…

—¡Sólo dime el número total de tripulantes! —cortó impaciente Dael.

—Diez.

—¡Perfecto! —se dirigió a sus amigos con cara de quien va a realizar una travesura—: ¡Chicos, voy a tenderles una emboscada, y vosotros me vais a ayudar!

Los cuatro se quedaron perplejos. ¿Qué podrían hacer ellos, pobres cachorros de terrícola, en una situación que les sobrepasaba de largo como aquella?

Dael dio instrucciones a Vedala para que saliera del Cinturón de Kuiper y se dirigiera hacia el exterior del sistema solar. Max pensó que con algo de suerte, tal vez, al final, si que podría ver Plutón.

La nave realizó una maniobra, y de pronto el paisaje de rocas girando a gran velocidad se vio sustituido por la negrura, salpicada por las luciérnagas del espacio.

—¡Vedala, abre un canal de comunicación con esa nave! —ordenó Dael, esbozando una malévola sonrisa.

Una voz resonó por el puente. Era una voz masculina, grave y bastante desagradable. Los cuatro terrícolas no pudieron entender nada de lo que decía, ya que hablaba en areniano; pero por el tono no parecía ser nada halagador. Dael respondió en la misma lengua. Fue una conversación corta, los cuatro amigos sólo supieron que había terminado cuando Dael ordenó a Vedala cerrar la comunicación.

Dael, muy serio, miró a los chicos y habló en tono trascendente:

—Les he dicho que me rendía y que me entregaba a ellos —explicó—. En pocos minutos se teleportarán a la nave. Seguramente serán tres. Como no tienen ni idea de vuestra presencia, esperan encontrarme solo; y ese es un dato que juega a nuestro favor. ¡Tenéis que esconderos hasta que lleguen, y cuando yo os lo diga, atacáis con las armas que ahora os daré! —parecía algo turbado e inseguro por lo que iba a pedirles. Mezclar a sus amigos en sus problemas personales era lo único de su plan que no acababa de convencerle. Si no fuera por causas de fuerza mayor, jamás les hubiera involucrado poniéndoles en peligro… ¡Pero no tenía otra alternativa!

Fue hacia un panel de mandos, y extrajo cuatro cilindros delgados y cristalinos, para entregarles uno a cada uno de ellos.

—Su funcionamiento es muy fácil —dijo—. Apuntáis por la parte más transparente, y presionáis la zona más opaca. Eso activa un campo de fuerza que les dejará prisioneros dentro de una especie de burbuja totalmente indestructible, a menos que no la desactive un arma igual a la que la ha formado —se frotó las manos; de repente, su preocupación por el plan elaborado se convirtió en algo parecido al entusiasmo. Confiaba en aquellos chicos—. ¡La sorpresa que se van a llevar! —dijo, poniéndole voz a sus pensamientos.

Vedala anunció:

—Piden establecer comunicación. ¿Abro un canal?

Dael accedió. Y la voz de hombre volvió a sonar. Dael respondió secamente, con un monosílabo, mientras con las manos indicaba a sus amigos que había llegado el momento de esconderse y, naturalmente, el perro también. Lo hicieron colocándose detrás de la mampara opaca que les separaba de las dependencias.

Max se sentía totalmente partícipe de una aventura galáctica. Gabi esperaba estar a la altura de las circunstancias. Lore confiaba ciegamente en Dael, y Ada hubiera dado un imperio por no hallarse en aquella situación.

—¡Ahora vienen! —alertó Dael—. Estaos atentos a mi señal, gritaré un «¡ya!», y entonces salís disparando contra ellos. ¿Lo tenéis claro?

Nerviosos y tragando saliva, los cuatro amigos asintieron y se quedaron agazapados, atisbando por los transparentes lados de la mampara. La voz de Vedala volvió a anunciar:

—Teleportación en marcha.

De pronto, tres figuras con extraños atuendos se materializaron en el centro del puente. A los cuatro escondidos amigos se les aceleró el corazón y se les encogió el estómago aún más.