Un mal encuentro que termina en una buena pista
Ajenos a las peripecias de sus amigos, Dael, Lore y Ada seguían realizando su búsqueda en pos de la sonda. Habían recorrido ya varios lugares con posibilidades de ser óptimos para la colocación del nefasto aparato.
—Tiene que estar en algún lugar poco transitado, pero cercano al pueblo —remarcaba Dael—. ¡Si supiéramos quién fue el que la encontró, podríamos estrechar el cerco!
—¿Y no podríamos liberar primero a nuestros padres para que nos ayudaran? —sugirió Lore—. ¡Seguro que lo harían!
Dael se dirigió a ella en un tono serio, pero que denotaba comprensión y condescendencia a la vez:
—Si les liberáramos ahora, seguro que no tardaban nada en volver a ser poseídos. Los «vixos» deben considerar que son imprescindibles para lograr cogernos. ¡Además, seguro que esperarían a poseerlos de nuevo cuando nosotros estuviéramos con la guardia baja! ¡Sería demasiado peligroso! —miró dulcemente a Lore—. Lo siento, pero lo mejor será que les liberemos con el resto… cuando todo finalice.
—¡Pero…! —inquirió Ada—. ¿Y si no podemos detener a los «vixos» antes de que absorban toda su energía? —le preocupaba mucho no llegar a tiempo para salvar a sus seres queridos.
Dael intentó tranquilizarla:
—Faltan varios días aún para que el «vixo» devore toda la energía de un humano. ¡Y también creo que, antes de terminar con ellos, procurarán atraparnos! ¡Seguro que piensan que, de una forma u otra, pueden utilizarlos para cogernos!
Ada encontró razonables las palabras de Dael; eso hizo que sintiera cierta tranquilidad interior.
—Pronto no se verá nada —observó Lore, mirando la paulatina pérdida de luz solar.
—Falta poco para las nueve —dijo Ada, mirando su reloj—. No podremos seguir buscando mucho más antes de ir al espigón a encontrarnos con los demás…
Dael sopesó las posibilidades.
—Cuando nos reunamos todos, podríamos ir a Vedala para comer alguna cosa; y regresar cuando sea más tarde, con luces portátiles. Seguro que en plena noche no nos encontramos a nadie… ¿O estáis demasiado cansadas y preferís que sigamos mañana?
Las dos niñas negaron con la cabeza. ¡Estaban dispuestas a continuar hasta que cayeran rendidas!
Entonces Dael les hizo un gesto para que se mantuvieran en silencio.
—¡Shhh! —dijo, con el índice en los labios—. ¡Viene alguien!
Oyeron unas voces que se acercaban. Se escondieron detrás de unas matas.
Desde su escondrijo, pudieron ver las siluetas de tres muchachos que se acercaban discutiendo entre ellos.
—Son Kevin y su séquito de indeseables —observó Lore.
—No tienen «vixo» —constató Dael, mirando con sus gafas—. ¡Podemos salir!
Abandonaron las matas para quedar expuestos a la mortecina luz del atardecer. Al verles, Kevin y sus amigos, Jonatan y Christian, se quedaron sorprendidos.
—¿Qué hacéis aquí escondidos? —preguntó el matón. Seguramente, su sucia mente imaginaba que tramaban alguna gamberrada.
Kevin miró a Dael, al que no conocía, y se extrañó de que en Calablanca pudiera haber algún chico con el que no se hubiera metido o peleado.
—¿Y ese menda quién es? —preguntó con menosprecio—. ¿El sustituto del «mantecas»? —se refería a Max—. Y por cierto… —inquirió dirigiéndose a Lore—, ¿dónde están el gordo y tu hermano? ¿No estarán escondidos para hacerme alguna de sus jugarretas de niñato?
—Estamos buscando a un gato que se ha perdido —fue Ada la que se inventó esa excusa—. Max y Gabi están buscándolo por otra parte…
Kevin se quedó un momento pensando con qué otro insulto haría su réplica. Se encaró a Dael:
—¿Y tú? ¿De dónde has salido? ¿Eres el buscador de gatitos tontos para niños tontos?
—Soy un amigo —respondió el muchacho, sin perturbarse lo más mínimo y mirando de frente a su interlocutor.
Kevin adoptó aquel aire chulesco que tanto odiaban sus compañeros de instituto.
—¿Y ya sabes quién manda en este pueblo? —acercó su cara a la de Dael, con una clara intención de retarlo.
—Supongo que el alcalde… —respondió el visitante, sin alterarse ni un ápice.
A Kevin, esa respuesta, para él errónea, le sulfuró, y agarró a Dael por el cuello de su particular jersey.
—¡Aquí mando yo! —le informó con desagradable voz—. ¡Y los amigos del gordo son mis enemigos, así que…!
No pudo terminar la frase. Dael, sin mostrar ningún tipo de esfuerzo o emoción, le agarró la mano y le retorció el brazo, colocándoselo detrás de la espalda. Christian soltó una palabrota dirigida a su agresor, e intentó saltarle encima, pero el areniano, con una velocidad inusitada, le dio una patada en el estómago que le hizo doblarse; lo que Dael aprovechó para, con su brazo libre, agarrarle del mentón y propulsar su cabeza contra la de Jonatan, que estaba justo detrás suyo, y que les hizo rodar por el suelo quejándose los dos de dolor, y palpándose uno la dolorida frente, y el otro el estómago. Todo ello en menos de tres segundos. Kevin, con los ojos llenos de lágrimas, imploraba que le soltara el retorcido brazo; se había dado cuenta de que acababa de encontrarse con la horma de su zapato. Dael le soltó empujándole hacia delante, de manera que Kevin quedó arrodillado en el suelo frotándose la dolorida extremidad.
—¿Y vosotros qué hacíais por aquí? —preguntó Lore al caído.
Kevin, con la voz afectada por el dolor y la humillación, les confesó que habían venido a fumarse unos cigarrillos a escondidas.
—¡Pues ya deberíais saber que fumar es malo! —les espetó Ada en la cara—. ¡Ya veis en qué situación os ha dejado…! —y soltó una carcajada. Le encantaba ver a aquellos tres matones lloriqueando en el suelo. Dael mantenía una actitud de alerta, por si se volvían a levantar e intentaban un contraataque.
—¡Ya os pillaremos en otra ocasión! —amenazó Kevin—. ¡Cuando no tengáis a vuestro salvador!
Ada adoptó un aire de suficiencia:
—¡A mi padre le gustará mucho saber que el hijo de uno de sus trabajadores se mete conmigo! —siempre le había funcionado ese arma de coacción; pero Kevin cambió de actitud, para volver a su habitual chulería:
—¿Tu padre? ¡Menudo rebote lleva el mío con tu padre!
—¿Ah, sí? —eso le extrañó a Ada; el padre de Kevin era uno de los trabajadores más veteranos de su padre, un hombre con muy pocas luces, y que siempre le había estado agradecido por haberle ofrecido una manera de ganarse la vida—. ¿Y por qué?
Kevin empezó a incorporarse mientras respondía:
—¡Yo que sé! Algo que encontraron en la obra y que querían repartirse entre todos… —explicó—. Por lo visto tu padre lo quiso todo para él; dijo que era un rompecabezas o algo así… que no podía estar dividido en trozos…
Ahora fue Dael quien de repente agarró a Kevin por el cuello de la camisa.
—¿Cuándo fue eso? —le preguntó.
Kevin se lo quedó rumiando un instante.
—El miércoles pasado… creo —respondió, rascándose la cabeza.
—¡Es que mi padre es muy aficionado a los rompecabezas…! —intentó excusarle Ada.
Dael les ordenó con voz autoritaria a los tres matones que se largaran; y una vez lo hubieron hecho, miró fijamente a Ada:
—¡La sonda! —exclamó—. ¡Tu padre encontró la sonda!
La chica miró a Lore. De repente, todo empezó a encajar.
—Recuerdo que mi padre estaba extraño el miércoles… fue la noche en que volvió raro… ¡con el «vixo», vaya!
—¡Fue él quien activó la sonda! —conjeturó Dael—. ¡Todo nos hace llegar a esa conclusión!
—¡Es que es incapaz de resistirse ante un puzzle…! —saltó Ada, en defensa de su padre.
—Ahora sólo falta saber el lugar dónde lo activó —concluyó el areniano.
Lore propuso regresar al espigón para reunirse con los demás y comunicarles la noticia.
Cuando llegaron a la playa, los dos chicos aún no habían llegado. Lore miró su reloj.
—No creo que tarden; aún faltan tres minutos para las nueve… y conociendo a Max y lo que le gusta entretenerse…
Se sentaron en las rocas para esperarles, aunque el aire frío y húmedo no hacía que fuera una espera muy agradable.
—¡Espero que no tarden mucho o me quedaré congelada! —se quejó Ada, que no podía dejar de repasar mentalmente todos los lugares a los que su padre solía ir cuando salía a pasear.
Cuando ya pasaban diez minutos de las nueve, empezaron a alarmarse seriamente.
—¿Les habrá sucedido algo? —preguntó asustada Lore, que aún no había podido olvidar el incidente en la nave—. ¡Ahora ya están tardando demasiado, incluso tratándose de Max!
Dael propuso ir a Vedala para dejarlas a ellas en lugar seguro. Allí, además, podría coger un rastreador que le permitiera localizar la frecuencia del rayo sónico, y a su vez a los chicos.
—Espero que no se hayan metido en problemas —expresó con preocupación Lore, antes de que se teleportaran a la nave.
—No te preocupes —la tranquilizó Dael, un segundo más tarde y ya en el interior de Vedala—; yo les encontraré. Mientras, ve haciendo una lista de los posibles lugares donde tu padre pudo ir aquella noche…
Dael desapareció, y las dos chicas se quedaron solas en aquella nave transparente, con el lado oscuro de la luna como paisaje, y un montón de dudas y preocupaciones revoloteando por su cabeza.