Vedala en peligro
—¿¡Cuánto tiempo podría estar pegado un «vixo» a un niño sin que le pase nada!? —preguntaba desesperado Gabi a Dael, mientras seguía con la mirada los lugares hacia los que «Kirk» ladraba.
Se sentían rodeados y amenazados. Dael se puso con rapidez las gafas de cristal amarillo para escrutar a su alrededor. Gabi decidió hacer lo mismo con «el Ojo».
—¡Lore, cuidado, tienes uno justo a tu espalda! —advirtió Dael. Lore dio un salto a su derecha, pero fue demasiado tarde. La niña sufrió una fuerte sacudida y a continuación, sin mirar atrás, echó a correr por el pasillo que conducía a las dependencias que habían visitado momentos antes.
—¿¡Qué puede pasarle!? —aullaba Gabi muy alterado, al tiempo que se percataba, gracias a su colgante, de que otro «vixo» saltaba ferozmente sobre Max—. ¡Max…! —el grito de advertencia también llegó con retraso. Max tuvo la consabida sacudida y, al igual que Lore, echó a correr a gran velocidad por el mismo lugar que lo había hecho su amiga.
—¡Queda uno! —recordó Ada, al borde del llanto.
—Supongo… —empezó a decir Dael, consternado e intentando recordar sus enseñanzas—. Supongo que pueden reteneros un corto espacio de tiempo… unos diez o quince minutos antes de que seáis nocivos para su existencia.
Gabi se giró para darle alguna respuesta, pero antes de que pudiera decir nada, sintió algo similar a un aguijonazo en la nuca, y todo se volvió gris.
—¡Han atrapado a Gabi! —chilló Ada aterrorizada, mientras su amigo también se escabullía por la nave.
—¡Creo que ya sé lo que traman! —exclamó Dael—. ¡Intentarán sabotear a Vedala en el tiempo que puedan estar absorbiendo la energía de tus amigos sin que ello les pueda perjudicar!
—¿Pu… pueden hacerlo? —a Ada aquello le parecía una auténtica pesadilla.
—Es posible que retengan en su memoria datos de cuando invadieron Arenia… eso los hace más peligrosos, ya que podrían conocer los principios básicos de la tecnología de Vedala… —se dirigió a la nave con autoridad—: ¡Vedala! ¡Situación de los intrusos!
La dulce voz sonó sin mostrar ninguna alteración:
—Uno en el muelle de carga. Otro en la sala de motores. El último está en el generador del campo de fuerza.
Dael miró a Ada y arqueó las cejas:
—¡Chica, lo siento mucho, pero vamos a ser tú y yo solos contra los «vixos»! —puso un tono más grave—. ¡Y hemos de derrotarlos en el menor tiempo posible!
—¿Pueden los «vixos» obligarles a autodestruirse? —preguntó la niña, entre sollozos.
Dael la miró alarmado:
—¡Claro, eso es lo que quieren… ahora lo entiendo, usarán sus cuerpos como arma…! —se dirigió a Vedala—: ¡Telepórtanos al generador del campo de fuerza!
Agarró de la mano a Ada, y en una fracción de segundo, estaban frente a un inmenso núcleo de energía brillante de forma cilíndrica, con dos polos en los extremos, que palpitaban y chisporroteaban constantemente. Gabi estaba observándolo con la mirada perdida, dispuesto a introducirse en aquella caliente bola energética en cualquier momento.
Dael gritó angustiado:
—¡Si interrumpe el flujo de plasma, toda la nave puede estallar en mil pedazos!
Saltó decidido sobre Gabi, apartándolo de allí con un fuerte empujón. Ada empezó a llorar de miedo. Gabi, con la fuerza extra que le proporcionaba el «vixo», dio un manotazo a Dael que le hizo caer contra el suelo. Pero el areniano se levantó ágilmente de un salto y con una patada al más puro estilo kung fu, le dio en el pecho a su contrincante, que también rodó por los suelos, yendo a parar contra un panel lleno de luces brillantes de colores.
Vedala anunció con tranquilidad:
—Inminente intento de sabotaje en la sala de motores.
Dael saltó sobre Gabi al tiempo que ordenaba:
—¡Telepórtame allí! —y desapareció junto con su presa.
Ada se quedó sola en aquella extraña sala donde todo refulgía y hacía un ruido sordo y acompasado.
—¡Vedala! —llamó con voz temblorosa—. ¿Puedes teleportarme donde están ellos?
—No. No tienes implantado el chip de conexión conmigo. Pero puedo indicarte el camino, me encantará poder ser útil de alguna manera. Siempre le digo a Dael que…
—Sí, vale, gracias —cortó la niña, mientras pensaba que aquella nave, tan funcional y avanzada, en el fondo, era muy plasta.
Y guiada por Vedala fue en busca de los demás, estuvieran en el estado que estuvieran. Fue andando por pasillos de transparentes paredes, viendo por un lado la luna, y por el otro más pasillos y partes opacas que ocultaban quién sabía qué. Subió unas escaleras hasta el nivel superior; allí, detrás de una de aquellas traslúcidas paredes, vio a Lore andando decidida a grandes zancadas, con el ceño fruncido y los puños apretados.
—¡Lore! —gritó Ada. Pero su amiga no la oyó o no quiso escucharla.
La asustada muchacha empezó a correr buscando la manera de acceder al otro pasillo. Llamó de nuevo a la nave:
—¡Vedala, he de llegar hasta la otra chica!
—Cruza la siguiente entrada a la izquierda —le contestó con su impasible tono—. Verás una puerta con una luminosidad rosada y…
—¡Lo he entendido! —a Ada empezaba a cargarle aquella voz tan dulce y monótona.
Pero al igual que pasa en algunos angustiosos sueños, cada vez que Ada llegaba al lugar donde había visto a Lore, esta ya había franqueado otras puertas y volvía a encontrarse fuera de su alcance, separadas por más muros de cristal. La singular persecución terminó en la sala-comedor: Ada encontró allí a Lore, intentando destrozar la máquina suministradora de comida, golpeándola fuertemente con una de aquellas peculiares sillas.
—¡Lore, para! —gritó histérica la chica, con los ojos inundados de lágrimas—. ¡Lore, soy yo, reacciona!
Pero su poseída amiga, tras lanzarle una fulminante mirada, siguió con su sabotaje. Ada tuvo que hacer aquello que no quería: abalanzarse sobre Lore para hacerla caer al suelo. Aunque su cuerpo era más menudo que el de su amiga, cogió el suficiente impulso para hacerle perder el equilibrio. Las dos rodaron por el suelo golpeándose contra los muebles. Pero la fuerza que le otorgaba el «vixo» hizo que, de un sólo empujón, Ada saliera despedida por los aires y se diera contra el cilindro del centro. Medio aturdida, se levantó dispuesta a no permitir que aquel ser, a través de su mejor amiga, dañara a Vedala. Se fijó en una compuerta que había en un extremo de la sala. Dael no les había contado a dónde conducía, pero se imaginó que era alguna especie de almacén.
—¡Vedala! —gritó a la vez que rodeaba con sus brazos a Lore por la espalda, intentando sacar todas sus fuerzas para que no se pudiera zafar del abrazo. Sólo pensar que tenía un «vixo» tan cerca le producía náuseas—. ¿Qué hay tras aquella puerta?
—Un renovador fisiológico —contestó la nave.
—¿Un qué…? —Ada no sabía si aquello podría ser peligroso, ya que su intención era encerrar a Lore, si no allí, en cualquier otro lugar que fuera inofensivo o estar protegido de cualquier destrozo posible.
—Creo que vosotros lo llamáis «lavabo» o «servicio» o «toilette» o…
—¡Vale, vale, comprendido! —cortó Ada. Aquello era el baño, y seguramente no había nada que pudiera perjudicar gravemente el funcionamiento de la nave si lograba encerrar a su amiga y esta se dedicaba a romperlo todo.
En aquel momento, Lore logró abrir los brazos, y Ada, de nuevo, cayó al suelo. Al menos había provocado la ira del «vixo» que poseía a su compañera, y ahora venía a por ella olvidándose momentáneamente del sabotaje.
Avanzando a gatas, hasta que pudo ponerse en pie, Ada consiguió huir en dirección a aquella puerta; el intruso pegado a Lore la seguía a gran velocidad. Al acercarse a su meta, la puerta se abrió corriéndose a un lado y la niña entró de un salto en aquel baño, justo cuando notaba la mano de Lore intentando agarrarla por el hombro. Con una ágil finta, Ada se escurrió por debajo del brazo, colocándose detrás de su perseguidora, que se quedó una fracción de segundo desconcertada ante tan hábil e inesperada maniobra.
Ada, con todo su cuerpo temblando, se situó fuera de la estancia, y cuando Lore reaccionó, girándose para atacar, Ada le tiró una de las sillas directa al estómago. Lore se plegó, cayendo pesadamente hacia atrás.
—¡Vedala! ¿Puedes sellar esa puerta? —preguntó chillando Ada.
—Claro, yo puedo hacer funcionar todo lo… —empezó a contestar la nave.
—¡¡Pues hazlo ya!! —no tenía tiempo para escuchar los argumentos de una fría y pesada computadora.
La puerta se cerró de golpe, y el «vixo», pegado a Lore y viéndose apurado, se soltó de ella, y traspasando la pared, atacó a Ada. Como esta no podía verle, tan sólo se dio cuenta de la situación cuando notó aquel aguijonazo que le nubló la mente. Su último pensamiento consciente fue: «¡Me ha pillado!».
Lore, dentro de aquel cubículo, empezó a recuperar la consciencia, como si despertara de un largo y pesado sueño. Primero tuvo que hacer un gran esfuerzo para situarse, y en pocos segundos su mente realizó todo el proceso de asimilación. Habían sido atacados por los «vixos», y por su estado, dedujo que ella había sido víctima de uno de ellos… entonces, ¿qué hacía encerrada en ese lugar? A menos que el ser que la poseyó hubiera escapado atravesando la pared y atacado a otro de sus amigos… Tenía que salir de aquel sitio, fuera lo que fuera. Un rápido vistazo a su alrededor le permitió percatarse de que estaba en alguna especie de retrete, ya que algo parecido a una de taza de water a su lado así parecía indicarlo. Intentó abrir la puerta, pero todos sus esfuerzos fueron inútiles. Recordó que la nave podía hacer tal cosa:
—¡Vedala! ¿Puedes abrir la puerta, por favor? —se apoyó en la entrada, esperando que en cualquier momento cediera, pero la voz de la nave le indicó otra cosa:
—Lo siento, tan sólo puede revocar la orden la misma persona que la dio, o en su defecto Dael; sino, imagínate lo que podría pasar en caso de ataque si los enemigos pudieran contrarrestar las órdenes que…
—¿Quién te ha mandado encerrarme aquí?
—La otra chica que os acompañaba… ella me ha…
Lore no estaba para discursos ni explicaciones detalladas; además, aún se encontraba un poco desorientada. Pero de inmediato se hizo una idea de la situación.
—Vedala, la otra chica ha sido poseída por un «vixo», y puede hacer cualquier cosa para destruirte. ¡Tienes que dejarme salir! —su tono era desesperado, jamás había estado tan asustada, ni tan siquiera cuando sus padres fueron poseídos. La posibilidad de acabar flotando en el espacio la aterrorizaba sobremanera. Pero la nave no respondía a sus súplicas:
—La directriz implantada en mi memoria, me impide…
—¡Vale ya de tonterías! —aulló Lore—. ¿Es que no entiendes lo que está pasando?
—Mi programación es muy concreta; no puedo modificarla. Comprendo perfectamente la situación, pero no me es posible ejecutar la orden que pretendes darme… Lo siento, también tengo mis limitaciones.
Lore le dio una patada a la puerta.
—¡Malditas máquinas! —exclamó muy enfadada—. ¡Al menos puedes informar a Dael! ¿No?
—Claro. ¿Deseas que lo haga?
—¡Pues claro! —en aquel momento, Lore hubiera desmontado a Vedala a puntapiés.
Sólo tuvo que esperar un par de minutos antes de que se abriera la puerta. Fuera no había ni rastro de sus amigos, ni de Dael. Preguntó a la nave dónde estaban, y Vedala le contestó que en la sala de motores. La guio por la nave en esa dirección.
Mientras todo eso sucedía, Dael se las veía solo contra Gabi y Max, aún poseídos; y «Kirk», cuyo olfato le había conducido hasta ellos, ladrando como un loco, parecía clamarle al muchacho que salvara a su amo.
Era inútil encerrarlos dentro de un campo de fuerza, ya que los «vixos» podían traspasarlo y ocultarse en la nave esperando otra ocasión para pegarse a ellos. La intención de los «vixos» que manipulaban las acciones de Gabi y Max era lanzarse dentro del núcleo de energía de la nave, una enorme turbina que desprendía un cegador fulgor, mucho más intenso que el del generador del campo de fuerza; y Dael intentaba por todos los medios que no pudieran lograrlo. Los no deseados huéspedes de los chicos, a su vez, intentaban frustrar sus planes, además de no cejar en su dañino intento de sabotear la nave para provocar su destrucción.
En aquel preciso momento, Dael tenía agarrado a Gabi por la cintura mientras Max golpeaba todo aparato que estuviera a su alcance; por suerte y debido a la dureza del material con el que estaban construidos, aún no había conseguido romper nada. El pobre «Kirk» intentaba ayudarle saltando sobre los hombros de Gabi, queriendo coger al «vixo», ya que él parecía sí podía ver, o al menos notar su presencia.
Dael lanzó a Gabi con todas sus fuerzas al otro lado de la sala y se puso a correr para detener a Max mientras, mentalmente, intentaba calcular cuánto tiempo más podrían los «vixos» tener en su poder a los niños. Entonces apareció Ada con una mirada que atemorizaría a cualquiera, y con un gran salto se precipitó contra el núcleo. Dael, realizando un espectacular salto digno del mejor gimnasta, pudo cogerla al vuelo a escasos centímetros antes de que consiguiera su propósito. Se veía incapaz de controlarlos a los tres. Fue en ese momento cuando la voz de la nave le comunicó la situación de Lore, y el muchacho, sin detener su ardua tarea, le ordenó con la voz entrecortada por su fatigada respiración que la dejara salir de su momentánea prisión, a la vez que con una certera patada en el estómago volvía a alejar a Gabi del mortal brillo energético.
Pensaba que se iba a volver loco intentando detener a los «vixos», cuando el huésped de Ada la abandonó de repente. Al parecer había consumido su límite de permanencia en un niño. Ada se desplomó en el suelo. Seguidamente, y para alivio de Dael, Max y Gabi quedaron en el mismo estado. El areniano recorrió la estancia con la mirada, buscando a través de los cristales de sus gafas especiales algún rastro de los tres indeseables intrusos. Pudo constatar que ya no estaban allí. «Kirk» aullaba nervioso mientras lamía la mano de su amo, incitándolo a despertarse.
—¡Vedala, dame la situación de los «vixos»! —Dael temblaba por la tensión vivida en los últimos minutos.
—Han salido al exterior —informó la nave—. Pero no se separan demasiado; seguramente planean recuperar fuerzas para intentarlo de nuevo.
Los tres chicos empezaban a recuperar los sentidos poco a poco. Estaban magullados por los golpes que Dael les había propinado. En aquel momento Lore entró corriendo.
—¿¡Qué ha pasado!? —preguntó casi al borde de la histeria, a la vez que se fijaba en sus amigos caídos, que poco a poco y con cierta dificultad iban poniéndose en pie.
—¡Se han ido… de momento! —respondió un agotado Dael—. ¡Pero volverán si no lo impedimos!
Gabi y Max se quejaban del dolor que sentían por todo su cuerpo mientras se frotaban las partes más magulladas.
—¡Parece que me haya pasado una apisonadora por encima! —gemía Max.
—¡Al menos estamos todos vivos! —observaba Gabi, tocándose su molido hombro.
Ada, menos machacada que los demás, se levantó de un salto y se abrazó a Lore.
—¡Menos mal que estás bien! —lloriqueaba—. ¡Siento haber tenido que pegarte, pero…!
—No te preocupes —la tranquilizaba su amiga—; hiciste lo que tenías que hacer. ¡Pero nunca me imaginé que pegaras tan fuerte, me duelen hasta las uñas de los pies!
—¡Es que tuve que atizarte con una silla…! —se excusó la niña.
Dael estaba intranquilo; tenía la certeza de que los «vixos» no tardarían en atacar de nuevo. Les hizo darse las manos para teleportarse de nuevo al puente. Gabi agarró al perro, que ya se había tranquilizado bastante al ver que sus amos recuperaban la normalidad, sujetándolo con fuerza por el collar.
La mente de Dael no cesaba de buscar la manera de poder rechazar la inminente ofensiva. Se daba cuenta de lo poco que en realidad sabía acerca de aquellos seres. ¡Ojalá hubiera estudiado más a fondo sobre ellos!
Una vez estuvieron en el puente, volvió a solicitar a Vedala que le informara, con exactitud, de la ubicación de los «vixos».
—Están casi pegados al casco —respondió Vedala—. Parecen estar a la espera de algo…
—¿Puedes crear un campo de fuerza a tu alrededor lo suficientemente grande para que queden atrapados dentro? —a Dael parecía que se le había ocurrido un plan.
—Claro —respondió Vedala—. Pero los «vixos» son inmunes a nuestros campos de fuerza si no están pegados a un anfitrión…
—¡No importa, tú crea el campo ahora! —Dael estaba a punto de perder los estribos.
Una luz verde en una de las transparentes consolas anunció que Vedala había cumplido la orden.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó Gabi, intrigado.
—¡Ya lo verás! —respondió Dael, que no quería perder el tiempo con explicaciones—. Vedala, ¿puedes llenar con oxígeno el espacio que hay entre la nave y el campo de fuerza?
—Puedo hacerlo, pero tardaré un poco…
—¡Pues empieza ya! —Dael había dado esa última orden con un grito que delataba el temor que tenía a que aquellos seres pudieran entrar de nuevo.
Casi contaron cada segundo hasta que la voz de Vedala sonó en el puente:
—Ya está, hay oxígeno alrededor de la nave, pero no tardará en irse filtrando a través del campo de fuerza…
Max, con un brillo inteligente en los ojos, susurró:
—¡Creo que ya sé lo que pretendes…! —felicitó—. ¡Es un buen plan!
Una malévola sonrisa cruzó el rostro de Dael cuando miró al muchacho.
—¡Voy a mandarlos al «calajo»! Se dice así, ¿no?
—No, se dice «carajo»; pero sí, es una forma muy terrícola de expresarlo… —sonrió Max.
Dael corrió hacia otra consola y dijo en tono cínico:
—¡Buen viaje, «vixos» asquerosos!
Y apretó el botón del cañón sónico.
Al haber atmósfera, el sonido que era mortal para aquellos seres pudo propagarse, y Dael, gracias a las gafas que llevaba puestas, pudo ver con gran satisfacción cómo se desintegraban entre espasmos de dolor.
La voz de Vedala sonó de nuevo:
—Ningún «vixo» en las cercanías.
Los cinco suspiraron aliviados. ¡Habían vencido! «Kirk», contagiado por la euforia de sus amigos, empezó a ladrar y a saltar intentando lamer a sus amos.
Dael les preguntó si estaban muy doloridos, a lo que todos le contestaron que sí, que sus cuerpos estaban llenos de moretones.
El dueño de la nave les condujo hasta una estancia anexa al puente, en la cual había otro tablero de mandos transparente. Dael presionó varios dispositivos, y una veintena de piedras de colores parecidas a gemas, y que eran aproximadamente del tamaño de un huevo, se elevaron en el aire rodeando a los cuatro amigos que, ante su asombro, empezaron a flotar manteniendo una posición parecida a la que adoptarían si estuvieran sentados cómodamente en un diván; pero en ese caso lo estaban encima de nada. Las piedras, revoloteando a su alrededor, empezaron a siluetear sus cuerpos lanzando pequeños destellos en las magulladas zonas de cada uno de ellos. «Kirk» lo observaba todo con expresión de extrañeza y con el rabo entre las piernas.
—Son unidades sanadoras —les informó—. Estaos quietos mientras os «reparan».
En pocos minutos, las piedras volvieron a dejarles suavemente en el suelo, y regresaron al tablero de mandos donde quedaron depositadas en los casilleros que les correspondía.
¡Se les había pasado el dolor de los golpes! Incluso su ritmo cardíaco, bastante alterado por lo ocurrido, había vuelto a la normalidad. Les invadió una sensación placentera de sosiego y relajación.
—¡Qué guapo! —exclamó Lore—. ¡Esto sí que es ir al médico!
Entonces Dael se sometió al mismo tratamiento.
Una vez finalizó, regresaron al puente completamente recuperados y con fuerzas para afrontar el siguiente paso.
—Hay que localizar la sonda y destruirla para que no sigan llegando más «vixos» —decidió Dael, que no quería repetir la experiencia de sufrir otro ataque—. ¿Tenéis alguna idea de dónde puede estar?
Los cuatro amigos se miraron negando con la cabeza.
—No tenemos ni la más mínima idea —reconoció Gabi con pesar.
Dael tomó una determinación:
—¡Pues hay que bajar a la Tierra y buscarla!
—¿Vedala no podría localizar la señal? —preguntó Ada—. ¿O seguir a los «vixos» hasta ella?
Ahora era Dael quien hacía un movimiento negativo:
—Vedala puede localizar la zona en la que se encuentra; pero no su localización exacta. Y los «vixos» se dispersan antes de llegar a ella, precisamente para no delatar su posición —hizo una pausa para meditar sobre la situación; luego dijo—: Está en vuestro pueblo, eso lo sabemos… pero ¿dónde? En cuanto el duplicador termine de replicar el rayo sónico, bajaremos y peinaremos la zona. ¿Estáis todos de acuerdo?
Asintieron con poca convicción. No tenían ni idea de por dónde empezar; pero tampoco les quedaba más remedio que, al menos, intentarlo.