CAPÍTULO 12

Vedala, la nave de cristal

—¿Esto es una nave? —asombrado y boquiabierto, Max logró formular la pregunta—. ¡Pero si es totalmente transparente! —jamás, en ninguno de los cómics que había leído, y eran muchos, ni en película que hubiera visto, había aparecido una nave de cristal. Las paredes, el suelo, el techo… incluso todas las consolas de mandos, aparatos y paneles de control, todo, excepto una puerta opaca que había en un extremo, era como de cristal ahumado de un tono grisáceo, descontando lo que ellos supusieron eran los pulsadores, teclados y demás botones y palancas; que, pese a ser también translúcidos, destacaban por su variedad de colorido. A Max le recordaron unos caramelos a granel que a menudo había comprado cuando era más pequeño. Sin dejar de admirarlo todo, comentó extasiado—: ¡Vaya falta de intimidad! ¡De entrada me había imaginado que estábamos en alguna especie de estación espacial o algo así, pero esto… esto me supera, he de reconocerlo!

—Está construida con itirium —informó Dael en tono didáctico, y sonriendo al ver la sorpresa que les había causado—. Es un material mucho más fuerte y resistente que el acero, pero transparente por uno de sus lados, y opaco por el otro. Desde el exterior, la nave se ve de un color gris brillante, aunque, como podéis suponer, las dependencias privadas están construidas de manera que la parte transparente queda en su interior… —señaló con el índice a la puerta que los chicos ya habían visto—. Como aquella puerta que conduce a las cabinas de la tripulación… ¡si hubiera tripulación, que no es el caso…! —y dirigiéndose burlón a Max, a la vez que le daba un amistoso codazo, dijo—: ¡No temas, que si has de ir al baño, nadie podrá verte!

El pobre «Kirk», con el rabo entre las patas, empezó a gemir asustado; aquello de tener materia transparente bajo sus pezuñas en un lugar donde todos los olores le eran de lo más extraño, inquietaba y atemorizaba al fiel animal. Lore le hizo callar, tranquilizándolo con unas caricias en cabeza y lomo más unas palabras cariñosas. El perro, mirando a la niña con cara de víctima, se echó junto a ella; al parecer eso le daba cierta seguridad.

Gabi, pasmado y sin dejar de mirar el espectáculo cósmico que se ofrecía a su alrededor, se acercó a Dael:

—¿No crees que ya es momento de darnos todas las explicaciones necesarias para que podamos entender algo? —sugirió.

Dael suspiró. Ahora que sus nuevos amigos estaban en la nave, no tenía otra alternativa.

—Veréis —dijo mirándoles con expresión franca—, la verdad es que yo no soy de vuestro planeta —esta repentina e inesperada confesión les dejó aún más estupefactos que su inexplicable llegada a aquella extraña nave. Dael aclaró—: Aunque tampoco soy lo que vosotros llamáis un alienígena. Ya sé que suena raro, pero vengo de un planeta al que llamamos Arenia, situado en el sistema del Gran Loomi, que es el nombre que damos a nuestro sol; aunque en vuestro mundo se le conoce como la estrella Proción, en lo que conocéis como constelación del Can Menor. Somos descendientes de un pueblo de la Tierra que fue primero secuestrado, y luego esclavizado por una antigua raza; esa sí, alienígena. ¡Toda una ciudad fue abducida en contra de su voluntad, y transportada a su planeta para servirles…! ¡De eso hace aproximadamente unos catorce mil años, según vuestro calendario…! Suerte que una de las máximas prioridades de mis antepasados fue preservar la memoria de nuestro pueblo, gracias a lo cual conocemos nuestro pasado y nuestros orígenes.

—¡Guau! —exclamó Max—. ¿Y cómo eran esos alienígenas? ¿Verdes y con grandes ojos negros? —preguntó, esperando que fueran como él siempre había imaginado.

A Dael le sorprendió la pregunta:

—Oh, ¿verdes? No, no eran verdes… sino, por lo que cuentan nuestros archivos, más bien grisáceos, muy altos y delgados, con grandes cabezas y, eso sí, enormes ojos negros. Hablaban con una especie de cántico monótono. Las diferentes melodías definían su estatus social… eran muy distintos a nosotros; no creo que ninguno de ellos hubiera podido camuflarse entre la población de vuestro planeta sin ser descubierto de inmediato.

—¡Qué fuerte es todo esto! —dijo Lore, intentando hacerse una idea de todo aquello—. ¿Y dónde estaba tu pueblo…? Aquí en la Tierra quiero decir…

—No muy lejos de aquí —continuó Dael de forma pausada—. Entre lo que vosotros llamáis Isla de Sicilia y la Isla de Malta. Ahora sus ruinas descansan bajo el mar a varios kilómetros de la costa. A pesar de los milenios que nuestro pueblo ha pasado lejos del sistema solar, nunca hemos olvidado de dónde procedemos; por eso, desde que recuperamos nuestra libertad, hace ya más de siete mil años, estudiamos y velamos por nuestro planeta madre, al que llamamos «Terra»…

—¿Así que tu pueblo pudo liberarse de la esclavitud? —a Max le apasionaba aquello, era como estar viviendo dentro de un videojuego de ciencia ficción; la única diferencia era que otro tenía los mandos—. ¡Esto es mejor que cualquier libro de ciencia ficción!

—Sí —respondió sonriendo Dael—. Fueron años muy duros y crueles para nosotros. Hubo una rebelión a gran escala y, después de siglos enfrentados en una sangrienta guerra contra nuestros raptores, conseguimos la victoria gracias a que su estrellasol empezó el proceso autodestructivo que acabaría convirtiéndola en una enana roja; eso hizo que paulatinamente fueran menguando sus recursos y aumentara el pánico y el caos entre la población, a la vez que todos sus esfuerzos, económicos, científicos y políticos, se centraron en hallar la forma de bombardear la estrella con la radiación adecuada para intentar «curarla». ¡Aprovechando las circunstancias, y ya que no teníamos nada que perder, conseguimos recuperar la libertad rebelándonos contra nuestros captores, que se encontraban sumidos en otras preocupaciones mucho más urgentes para ellos!

—¡Qué guay! —exclamó Ada—. ¡Es muy bonito lo que cuentas! —miraba embelesada a aquel chico que se expresaba como un adulto, y que tan extrañas y novedosas sensaciones le producía.

—¡Y seguramente os apoderasteis del planeta con una lucha cruel y sangrienta! —añadió Gabi—. ¡Y luego, para vengaros, esclavizasteis a vuestros captores! ¿A que sí?

—¡No, nada de eso! —atajó Dael, al que le divertían los comentarios de aquellos cuatro—. Una de nuestras exigencias, una vez conseguida la libertad, fue que nos dejaran partir de su mundo, y decidir nuestro propio destino. Además, ya que aquella estrella había empezado su inevitable declive, que ni toda la ciencia de aquellos seres conseguirían detener, como mucho tan sólo alargar la agonía unos pocos siglos más, mis antepasados decidieron que no nos interesaba para nada quedarnos en un sistema moribundo —hizo una pausa para observar las reacciones de sus amigos, que le escuchaban con mucha atención, mucha más de la que nunca habían prestado con ninguna asignatura del instituto; incluso el perro parecía pendiente del relato. Dael, complacido por tener un público tan concentrado con sus explicaciones, continuó con ellas—: Hacía tiempo que nuestros científicos habían localizado un planeta habitable a poco menos de tres años luz del que estábamos. Se organizó un éxodo que, en medidas terrestres, duró décadas. Trasladamos a todo nuestro pueblo, además de la tecnología y otros recursos que habíamos aprendido a usar durante nuestro cautiverio, para poder empezar a construir un nuevo mundo empezando de cero. Llamamos a nuestro recién estrenado hogar Arenia, y suplimos sus carencias a base de viajar regularmente a la Tierra y también de visitar Fjigor, el que había sido nuestro planeta prisión y que, para ampliar un poco más la información, para vosotros estaría en lo que llamáis estrella «Lalande 21185», una de las que forman vuestra llamada Osa Mayor. Nos llevamos de allí todo lo que pudiéramos necesitar para subsistir en nuestro nuevo planeta… ¡Pensad que estoy hablando de hace unos siete mil años! —si esperaba que tal dato dejara fascinados a sus invitados, no lo consiguió, porque ya era tal el estado de estupefacción que les invadía, que hubiera sido muy difícil de superar—. Cogimos toneladas de semillas de todo tipo de plantas comestibles, miles de ejemplares de animales de granja y domésticos… todo lo que Arenia no podía ofrecernos, ya que allí sólo encontramos bestias salvajes y plantas venenosas. Era un planeta en fase de evolución primaria… parecido a la Tierra un millón de años después de que se extinguieran los dinosaurios, más o menos. Así que poco a poco fuimos adaptándolo a nosotros, y sustituyendo parte de su flora y fauna original por la que sembramos nosotros… ¡Tendríais que ver los cruces que, de manera natural, han ido surgiendo entre animales autóctonos de Arenia con los que nos trajimos de Fjigor, y los de la Tierra…! ¡Os parecería increíble!

—¡Seguro que vosotros habéis sido los causantes de más de un avistamiento de O. V. N. I’s! —exclamó de repente Max.

Dael se puso a reír.

—¡También somos responsables de haber provocado el nacimiento de más de una deidad o religión! —replicó jocoso—. ¡No sabéis lo que nuestros archivos de Historia llegan a documentar acerca de las reacciones que tuvieron muchos de vuestros antepasados más remotos al vernos! Y eso que siempre procuramos pasar desapercibidos, pero…

—¡Nos podemos hacer una idea! —murmuró Gabi, pensando en antiguos relieves mayas y aztecas, amén de múltiples leyendas e historias descritas en manuscritos e inscripciones de la antigüedad, que hablaban de dioses que descendían del cielo, carros de fuego que se elevaban en el aire, y otros muchos misterios sin resolver relacionados con experiencias inexplicables relacionadas con visitantes de las estrellas, y que ningún historiador o científico se había tomado jamás en serio.

—¿Y por qué has venido ahora a la Tierra? —inquirió Lore—. ¿Tienes alguna misión que realizar?

Dael suspiró y pareció quedarse un poco abatido después de escuchar la pregunta.

—Eso un poco más complicado de explicar —dijo, cambiando súbitamente el tono, que se volvió más grave—. La verdad es que actualmente, en mi planeta, después de siglos de paz y armonía, ha estallado un conflicto que enfrenta a los dos grandes poderes de la Cúpula. Mi padre es… digamos que una persona muy influyente en uno de los bandos. Para más seguridad, el Consejo decidió que me escondiera para evitar ser capturado y que nuestros enemigos pudieran utilizarme como moneda de cambio para favorecer sus intereses… Fui yo quien decidió venir aquí. Hace un tiempo, en una exploración que tuve que hacer para superar un examen de la Academia Domo, conocí al contacto con el que debía reunirme en la tierra; y como fue necesario que me implantaran en la memoria varios de vuestros idiomas para así poder moverme con total autonomía, me pareció de lo más lógico esconderme en vuestro… vecindario, que está cerca de dicho contacto.

—¿Qué has querido decir con lo de que «te implantaron varios de nuestros idiomas»? —preguntó Ada con verdadero interés.

—¡Es una manera muy rápida de asimilar una lengua nueva! —explicó Dael, restándole importancia—. Te implantan un chip de memoria, y duermes durante una semana mientras el chip va actuando sobre el cerebro, y cuando despiertas, es como si hubieras hablado aquel idioma toda tu vida. Esto también lo hacemos con otras materias además del lenguaje. Así, toda la población juvenil está preparada para afrontar cualquier reto científico que se le pueda presentar.

—¡Yo quiero que me implanten la ESO, el Bachillerato, y la carrera de medicina! —bramó Max—. ¡No tendríamos que ir más al instituto! ¿No os parece una bicoca? —les preguntó a sus compañeros en un tono de excitación tal, que parecía como si hubiera descubierto la piedra filosofal.

Dael interrumpió su ensoñación:

—¡No creas que no tenemos que estudiar! —le dijo—. Sólo nos implantan las bases para que el aprendizaje sea más comprensible y rápido; pero lo demás hay que estudiarlo y memorizarlo para ejercitar el cerebro. ¡Piensa que en Arenia hay chicos de trece años expertos en robótica, por ejemplo!

—¡Pues vaya! —eso ya no gustó tanto a Max, que vio como su repentina ilusión se deshinchaba.

—Has dicho que aquí tienes un contacto —Gabi desmenuzaba todo lo que Dael les iba contando—. ¿Es alguien de Calablanca?

—Lo siento, pero no puedo revelar su identidad… aunque si lo meditáis un poco, creo que podéis llegar a una conclusión acertada.

—¿Úrsula? —aventuró de pronto Ada—. ¡Sólo eso explicaría por qué tenía «el Ojo»!

—¡Además —añadió Lore—, recordad que la Mari nos explicó que iba contando que la había abducido una nave extraterrestre!

Dael las miró sonriendo:

—¡Yo no os he dicho nada, que conste! ¡Me está totalmente prohibido revelar esas cosas! Pero si lo habéis averiguado por vosotros mismos, ya es otra cosa…

«¡Vaya con la bruja!», pensó Gabi. Realmente ella supo durante toda su visita de qué le estaban hablando… ¡Al final resultaría que no estaba tan chiflada como pensaban la gente del pueblo!

—¿Y los «vixos»? —preguntó Max—. ¿Los conocías porque quizá habían atacado antes tu planeta?

—¡Exacto! —respondió Dael, aplaudiendo al chico—. Hace casi cien años sufrimos la plaga. Por suerte, nuestros científicos desarrollaron ese aparato que emite la frecuencia mortal para ellos. ¡Tardaron dos de vuestros años en exterminarlos! Ahora, todos los arenianos estamos vacunados contra los «vixos» desde que nacemos, y todas nuestras armas defensivas llevan incorporado ese sonido de baja frecuencia. Así que se puede decir que nuestro planeta está a salvo de una nueva invasión. Además, el estudio de la plaga es materia obligada en nuestro aprendizaje.

—¿Y estás aquí tú solo? —observó Lore mirando a su alrededor—. ¡Qué aburrido debe ser!

—¡No estoy exactamente solo! —protestó Dael, sonriendo—. ¡Vedala está siempre conmigo! —miró la cara que ponían sus amigos después de tan singular revelación.

—¿Te refieres a la nave? —preguntó extrañado Max—. ¿Qué quieres decir con eso?

Dael volvió a sonreír, sabía que lo que les contaría a continuación les dejaría todavía más pasmados:

—Estoy conectado mentalmente a ella por un nanochip, y os puedo asegurar que sus bancos de memoria abarcan desde interesantísimas conversaciones, a juegos de lo más divertido…

—Lo que nos lleva —interrumpió Gabi— a la pregunta del millón: ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

Dael hacía rato que esperaba tener que responder a eso; incluso se había extrañado de que no se lo hubieran preguntado antes:

—¡Puedo teleportarme a la nave desde cualquier punto con tan sólo pensarlo!

—¿Pero, cómo? —insistía Gabi, al que se le hacía casi imposible comprender aquello.

—¡Muy sencillo! —respondió Dael—. Utilizando los pliegues espacio-temporales y disgregando las moléculas entre ellos, hasta volver a integrarlas dentro de la nave —y añadió—: También funciona al revés, pero siempre has de conocer exactamente el lugar exacto donde te diriges; sino, puedes materializarte dentro de una piedra o cualquier otro objeto sólido. También puedo teleportar todo aquello que esté sujeto a mí. ¡Por eso hice que nos cogiéramos todos de la mano! ¡Ya habéis visto que todo el proceso dura tan sólo un segundo… y cuando te acostumbras, ya no sufres esa sensación de mareo que seguramente habéis experimentado!

Los cuatro amigos no entendieron nada, pero dieron por buena la explicación, ya que no les quedaba más remedio.

Lore quiso tener más información al respecto:

—¿Así que tú puedes hablar con la nave telepáticamente? ¿Y qué te dice?

Dael fue hacia un tablero de mandos y presionó una pequeña plataforma de cristal rosáceo.

—¡Ahora podréis oírla todos! —se dirigió a la nave—: ¡Vedala! Saluda a mis invitados en su idioma, que quieren conocerte.

Una agradable voz femenina inundó el puente:

—Bienvenidos, amigos de Dael —saludó la nave. Era una voz dulce, suave, sin ningún tipo de acento; pero al mismo tiempo no mostraba emoción alguna—. Espero que vuestra estancia en mi interior sea de lo más confortable y enriquecedora, por mi parte yo…

—¡Vale, no hace falta que te enrolles tanto! —interrumpió Dael, cortando el soliloquio de su nave. A continuación preguntó a sus invitados—: ¿Os gusta? —se le veía deseoso de mostrar su mundo particular—. La voz que oís es una réplica de la voz de mi madre… —un atisbo de tristeza cruzó su mirada—. ¡Así la echo menos en falta…!

—¡Tiene una voz preciosa! —reconoció Ada, en tono cariñoso.

Por un momento, se puso en la piel de su nuevo y admirado amigo, comprendiendo lo solo que debía encontrarse, y la nostalgia hacia su mundo que debía sentir.

El momento de melancolía se borró del rostro de Dael. Esbozó de nuevo una amplia sonrisa y, feliz de poder compartir su espacio con alguien que no fuera una máquina, dijo:

—¡Venid, os mostraré toda la nave! —no les pasó desapercibido a sus invitados el tono de orgullo con que pronunció esta frase—. Esto que veis… —mostró la sala de la que aún no se habían movido— …es el puente de mando. Desde aquí, se dirige la nave…

—¿Qué forma tiene vista desde el exterior? —preguntó Max, ya que desde dentro no podía hacerse una idea real de cómo debía ser Vedala.

—Es circular… —respondió Dael—. Un «platillo volante», como diríais vosotros. Y, por si os interesa, os diré que se impulsa por energía estelar y antigravitacional —al ver en la cara de sus amigos que no habían entendido nada, aclaró—: Su… digamos, combustible, es la energía de las estrellas. La canalizamos de forma parecida a la que vosotros extraéis la del sol. Esto nos da gran velocidad. La que normalmente usamos para trasladarnos con toda seguridad supera veinte veces la de la luz; pero podemos llegar a sobrepasarla hasta cincuenta veces. Aunque es peligroso, ya que la integridad de las naves se ve amenazada a partir de cuarenta y tres.

Los cuatro amigos volvían a escuchar embobados, intentando asimilar las increíbles explicaciones de Dael. Este les dio unos segundos de respiro para que intentaran asimilar la información, antes de continuar:

—El principio de su funcionamiento es similar al que usamos para la teleportación; pero en este caso, sin tener que disgregar las moléculas. Además, Vedala puede desvincularse de la atracción gravitacional de toda la galaxia, de manera que, haciendo los cálculos adecuados, conseguimos no tan sólo viajar hacia los planetas y sistemas que queramos, sino que, quedándonos en unas coordenadas concretas, estos vengan hasta nosotros a la velocidad en que gira toda la… ¿Vía Láctea la llamáis? —los cuatro amigos asintieron con leves movimientos de cabeza sin decir nada; intentaban a la vez digerir e imaginar todo aquello que les era tan extraño y distante—. Bien —siguió Dael—, el caso es que así logramos multiplicar varias veces la velocidad y a la vez ahorrar energía… ¡El dispositivo antigravitacional fue uno de nuestros más grandes descubrimientos! —ahora, el orgullo le saltaba por los poros—. ¿Lo habéis entendido… más o menos?

Los cuatro amigos, igual que hacían habitualmente en la escuela, dijeron que sí sin tener muy claro que realmente así fuera.

—Ahora os voy a enseñar el resto… ¡Venid conmigo!

Y los cuatro amigos, siempre acompañados por «Kirk», siguieron a su anfitrión para iniciar lo que sería una visita guiada.