Todos los policías de la zona están buscando esta furgoneta, pensó Angie, mordiéndose el labio mientras conducía nerviosa por la carretera 28 después de dejar atrás Chatham. Pero el puerto deportivo está muy cerca, justo pasado el término municipal de Harwich, y en cuanto nos deshagamos de esta tartana se acabarán nuestros problemas. Y pensar que quería quedarme con esa cría, con la de problemas que ha acabado dando. No me extraña que Clint esté enfadado conmigo.
Angie echó un vistazo al cielo, reparando en que las nubes habían tapado las estrellas. Sí que cambia rápido el tiempo, pensó, pero eso es habitual en esta zona. Hasta puede que nos venga bien. Y ahora será mejor que esté atenta, a ver si me voy a pasar de largo el desvío.
Con los nervios de punta ante el temor de que sonara una sirena en cualquier momento, Angie comenzó a aminorar la marcha muy a su pesar. Me suena que el desvío está por aquí cerca, pensó. Sí, este no es, es el siguiente. Un instante después suspiraba aliviada al girar a la izquierda para salir de la carretera 28 y tomar una carretera llena de curvas en dirección al estrecho de Nantucket. La mayoría de las casas situadas a lo largo de la carretera quedaban ocultas a la vista por los altos arbustos, y las pocas que se veían estaban a oscuras. Seguro que se pasan todo el invierno cerradas, conjeturó. Es un buen lugar para deshacerse de la furgoneta, pensó. Espero que Clint se dé cuenta de ello.
Angie cogió una última curva con Clint a la zaga. No creo que el Flautista se atreva a acercarse demasiado, supuso. A estas alturas ya debe de haber visto que no soy imbécil. Angie tenía el embarcadero justo enfrente, y se disponía a enfilar hacia él cuando oyó un bocinazo corto y apenas perceptible.
Este Clint es idiota. ¿Para qué demonios habrá tocado el claxon?, se preguntó. Angie paró la furgoneta y, pálida de rabia, vio cómo Clint salía del coche robado y se acercaba a ella corriendo.
—¿Qué pasa, que quieres despedirte de la mocosa? —le espetó, abriendo la puerta del lado del conductor.
El olor acre a sudor fue su último recuerdo antes de que el puño de Clint atravesara a toda velocidad el espacio que los separaba y la dejara inconsciente de un solo golpe. Angie se desplomó sobre el volante; Clint puso en marcha el coche y le colocó el pie en el acelerador. Justo al cerrar la puerta la furgoneta comenzó a desplazarse a lo largo del embarcadero. Clint observó cómo llegaba al final, donde se mantuvo en suspensión un instante antes de desaparecer de su vista.